Por caprichos de la ley de oferta y demanda (ahora que Bardem ha sido nuevamente nominado al Oscar es menester explotar económicamente su último trabajo tanto como sea posible), coinciden en cartelera dos películas tan dispares y repletas de similitudes como son “Biutiful” y “Más allá de la vida”. La primera se estrenó en nuestro país hace casi dos meses, está dirigida por el realizador mejicano Alejandro González Iñarritu (“Amores perros”, “21 gramos”, “Babel”) y su protagonista es un hombre de mediana edad que posee el don/maldición de escuchar a los muertos. La segunda acaba de ver la luz hace unos días, viene firmada por el estadounidense Clint Eastwood (ya sé que este tipo no necesita presentaciones, pero sólo por el placer de decirlo permitidme que mencione cuatro títulos: “Un mundo perfecto”, “Sin perdón”, "Mystic River" y “Millon Dollar Baby”) y uno de sus protagonistas es, efectiviwonder, un hombre de mediana edad que posee el don/maldición de escuchar a los muertos.
Ambas películas pueden considerarse “cine de autor”. Tanto Iñarritu como Eastwood mantienen sus respectivos sellos personales, desde el acabado visual (no en vano el primero repite con su director de fotografía habitual desde “Amores perros”, Rodrigo Prieto, y el segundo hace lo propio con Tom Stern, con quien ha colaborado en todas sus películas desde “Deuda de sangre”) hasta la banda sonora (tenemos igualmente por el lado mejicano al espléndido Gustavo Santaolalla y por el gringo al propio Eastwood con otra de sus minimalistas e intercambiables composiciones), pasando por su particular sentido del ritmo y del montaje (más experimental y errático el primero, sobrio y milimétrico el segundo).
No terminan aquí las coincidencias. Ambos films emplean una premisa de ultratumba para hablar sobre este lado del velo de la muerte. Sobre los vivos, quiero decir. Que nadie se espere ni de una ni de otra un thriller de espanto plagado de golpes de efecto perfectos para que la parienta se le eche a uno a los brazos. Esto no es “Los otros” ni “El sexto sentido” (nada que objetar a ninguna de las dos, por otro lado). “Biutiful” y “Más allá de la vida” son dramas de personajes que emplean el recurso sobrenatural como punto de partida (en la cinta de Eastwood) o como enriquecedor añadido a la trama (en el caso del film de Iñarritu), pero que centran sus esfuerzos narrativos en asuntos tan terrenales como la culpa, la pérdida, la paternidad o las relaciones de pareja.
Pese a todo lo anterior, no conviene llevarse a engaño: “Biutiful” y “Más allá de la vida” no podrían ser, en retrospectiva, películas más diferentes. Cada una parte de un enfoque radicalmente distinto y es precisamente a causa de sus irreconciliables planteamientos que ambas comparten una última similitud: las dos son cintas tan interesantes como tristemente fallidas.
“Biutiful” pone al espectador en el pellejo de Uxbal: médium, padre de dos hijos en una desangelada Barcelona (que se parece más a Ciudad Juárez que a la urbe luminosa y llena de vida que conocí hace unos años), separado de una esquizofrénica politoxicómana, intermediario en una red de explotación a inmigrantes ilegales y, por si aún quedaba sitio para algo más, enfermo terminal de cáncer. Su trayectoria vital, defendida ante la cámara por un Javier Bardem que roza en todo momento la perfección interpretativa (sin caer en patriotismos infantiles: su nominación como mejor actor me parece absolutamente merecida), es tan rocambolesca y gratuitamente trágica que uno termina por asumir que Iñarritu (quien firma el guión sin la ayuda de su hasta entonces inseparable Guillermo Arriaga) sólo sabe conmover a golpe de sordidez, cayendo en la más pura y destilada pornografía de la miseria humana. Si uno consigue tragarse tamaño pastel de desgracias es precisamente porque la cinta es formalmente impecable y porque Bardem ofrece un recital digno de todo elogio. Pero, desnuda de los habituales artificios narrativos del mejicano (esa fragmentación de las tramas que escondía las carencias de sus tres films precedentes), “Biutiful” se revela pretenciosa, tremendista y facilona.
“Más allá de la vida” peca exactamente de lo contrario. Estructurada en tres líneas argumentales que discurren en paralelo, la cinta presenta a una reputada periodista francesa (una Cécile de France tan naturalmente bella como la descubrí en la descacharrante “Una casa de locos”) que sufre una experiencia próxima a la muerte durante el tsunami de Indonesia; un niño de los suburbios londinenses que pierde a su hermano gemelo en un accidente de tráfico (ambos interpretados alternativamente y con solvencia por los actores infantiles Frankie y George McLaren), y un médium (Matt Damon, siempre contenido y cumplidor) que reniega de sus habilidades paranormales puesto que éstas le impiden llevar una vida social normal, sobre todo en lo que se refiere al trato con el sexo opuesto (representado en su historia por una embelesadora Bryce Dallas Howard). Las tres tramas están expuestas con una claridad meridiana (no sin razón se dice habitualmente que Eastwood es el último director clásico norteamericano) y poseen un arranque prometedor (la escena de la ola gigante está maravillosamente resuelta desde el punto de vista técnico), pero a medida que el metraje avanza todo se torna excesivamente predecible y adquiere unos tintes dickensianos (el personaje de Matt Damon es fan declarado del escritor del celebérrimo “Cuento de Navidad”) que la llevan a despeñarse por el barranco del buenrollismo y de la felicidad cinematográfica más inverosímil. El inserto del último minuto casi consigue ruborizarme de vergüenza ajena. Palabra.
Lo cual es una auténtica pena, porque al igual que “Biutiful”, “Más allá de la vida” posee puntuales momentos de gran cine y de poderosa conexión con las emociones del espectador (hablo sólo por mí, claro: no me hago cargo de lo que pueda pensar al respecto el desalmado de turno). Tal vez por tener como objetivo a cierto tipo de público y por responder indudablemente a la vocación última de sus autores, ambas terminan por perderse en el exceso: la primera se regodea en la amargura y la segunda en el almíbar. Quizás en un término medio entre ambas se hallase el justo equilibrio de la película imperecedera.
La vida real, al fin y al cabo, posee un característico sabor agridulce.
lunes, enero 31, 2011
viernes, enero 28, 2011
Mangum el ermitaño
“The only girl I've ever loved
Was born with roses in her eyes
But then they buried her alive
One evening 1945
With just her sister at her side
And only weeks before the guns
All came and rained on everyone
Now she's a little boy in Spain
Playing pianos filled with flames
On empty rings around the sun
All sing to say my dream has come
(...)”
Was born with roses in her eyes
But then they buried her alive
One evening 1945
With just her sister at her side
And only weeks before the guns
All came and rained on everyone
Now she's a little boy in Spain
Playing pianos filled with flames
On empty rings around the sun
All sing to say my dream has come
(...)”
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La historia de la música está llena de héroes olvidados. Grupos que florecieron y se marchitaron a velocidades fugaces, discografías formadas por un solo álbum que jamás logró encontrar continuación y músicos sin ganas de publicar. Este último parece ser el caso de Jeff Mangum, al que descubrí hace apenas unos días gracias a su antigua banda Neutral Milk Hotel, con la cual publicó sólo dos álbumes de estudio: “On Avery Island” (1996) e “In the Aeroplane Over the Sea” (1998).
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El segundo, que es el que más he escuchado de los dos, es todo aquello a lo que un disco de indie rock debería aspirar. Melodías que atrapan desde el primer segundo, defendidas con un registro sonoro que abarca desde la desnudez unplugged de “Two-headed boy” (que bien podría ser una grabación casera de Belle & Sebastian) hasta el crescendo épico instrumental de “Ghost” (que parece salida del último LP de Elvis Perkins), pasando por la distorsión guitarrera de un trallazo pop como “Holland, 1945” (al nivel de un greatest hits de R.E.M.), al que pertenecen los versos que encabezan esta entrada. Todas ellas (salvo la instrumental “Fool”) interpretadas en compañía de la voz cercana de Mangum (con un deje a la de Ian Anderson), quien además se encarga de tocar guitarra, bajo y órgano y de firmar unas letras poéticas, surrealistas y rematadamente bizarras (el recuento de cadáveres asciende en “Oh Comely” hasta los 3 dígitos).
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El disco supuso el mayor éxito de ventas de la discográfica Merge Records hasta la aparición del “Funeral” de Arcade Fire (el propio Win Butler confesó su admiración hacia Neutral Milk Hotel como principal motivo para fichar por el sello), haciendo flaquear las fuerzas de Mangum ante la presión pública y las altas expectativas creadas en torno a su música, llevándolo a adoptar a partir de entonces una vida de ermitaño alejada de los focos y los titulares.
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Y así, sin más, desapareció Neutral Milk Hotel. Fin de la historia.
martes, enero 25, 2011
Las cuitas del joven Dexter
Qué cierto es eso de que las comparaciones son odiosas.
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Estaba más que claro que después de disfrutar de una rotunda maravilla televisiva como “The Wire”, la siguiente serie que servidor se echase a los ojos y oídos iba a salir mal parada. Es el temido síndrome de “El Padrino III”: si a una obra maestra no le sigue otra igual de buena o (por difícil que parezca) mejor, la insatisfacción del espectador tiende injusta e inevitablemente a infinito. En este caso, la desafortunada víctima de la comparativa fue la quinta temporada de “Dexter”.
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Como seguro que la mayoría de vosotros ya conoce al bueno de Dexter Morgan, por una vez voy a saltarme las explicaciones argumentales y ceñirme a una valoración subjetiva de esta última remesa de episodios. Y si todavía no estáis al tanto de esta (generalmente) estupenda serie, siempre podéis pasaros por aquí, aquí, aquí o aquí. E incluso por aquí (¡será por enlaces!).
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(Aprovecho para anunciar que, aunque no es política habitual de este blog incurrir en spoilers, hay un dato crucial sobre el planteamiento de esta última temporada en el que voy a incidir de cara a ofrecer mis impresiones. Por consiguiente, quien desee disfrutarla sin saber absolutamente nada acerca de su trama mejor haría en no seguir leyendo).
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Quinta temporada, decíamos. Después de “The Wire. Lo cual viene siendo, un poco, como afrontar el “Green Lantern” de Geoff Johns tras leer “El arte de volar” de Kim y Altarriba: una insensatez como la copa de un pino. Pero los capítulos se venían acumulando en el disco duro y algo había que hacer con ellos, ¿no?
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Hacía ya un par de temporadas que la suspensión de la incredulidad exigida por la serie protagonizada por Michael C. Hall (muy en forma para haber superado recientemente un cáncer, por cierto) había rebasado toda posible generosidad por mi parte. Sabiendo que uno ya no puede esperarse de esta serie una narración mínimamente realista, no resulta descabellado razonar (y ahí entra de nuevo el anterior símil tebeístico) que “Dexter” tiene más que ver con los códigos del género super-heroico de lo que en un principio deja entrever. Así, tenemos a un personaje con doble identidad (analista científico de la policía durante el día, oscuro vigilante de noche) que debe compaginar sus deberes como buen ciudadano con la caza de criminales, violadores y asesinos en serie sin que sus compañeros de trabajo, sus amigos y su familia sospechen de esta binaria condición. Tenemos también unas tramas infartantes y absolutamente rocambolescas que normalmente acaban con Dex salvando el día de forma milagrosa después de ciento y un reveses. No tan lejos del Spider-man de Marvel Comics, ¿verdad? Incluso podríamos argumentar que, tal y como nos lo encontramos en esta quinta remesa de episodios, Dexter Morgan debe lidiar con su “muerte de Gwen Stacy” particular (por la repercusión que el final de la cuarta temporada supuso para el personaje en concreto y para el status quo de la serie en general).
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Hasta la fecha, cada temporada de la serie se ha vertebrado desde la dinámica entre Dexter y un nuevo personaje que le obliga a explorar facetas de su personalidad que hasta entonces desconocía. Tuvimos al carismático Rudy en la primera, a la sensual Lila (suena a frase de Zapp Brannigan) en la segunda, al temperamental Miguel Prado en la tercera y al pasadísimo de vueltas Arthur Mitchell en la cuarta, desempeñando roles de hermano comprensivo, amante desinhibida, amigo cómplice y modelo de conducta familiar respectivamente. ¿Y qué deciden ahora los guionistas? Pues darle a Dexter lo que todo super-héroe (aparentemente) necesita: un side-kick.
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No pongáis esa cara. Ya sé que Dexter es un tipo solitario, incomprendido por definición e incapaz de establecer vínculos con el resto de seres humanos (bueno, al menos lo era en la primera temporada). Pero fijaos en Batman: se supone que es el héroe oscuro e individualista de DC Comics, embarcado en una cruzada contra el crimen a la que nadie más parece estar invitado, y el tío ya ha tenido ¿cuatro? ¿cinco? ¿dieciséis? side-kicks diferentes a lo largo de su trayectoria como vigilante.
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Ergo, los guionistas le dan a Dexter una suerte de aprendiz de Oscuro Pasajero y, contra todo pronóstico, la serie recupera (a partir del tercer o cuarto episodio; los dos primeros son malos a rabiar) la frescura perdida en anteriores entregas, elevando al personaje protagonista a un nuevo estado evolutivo (ésa ha sido siempre la dinámica de la serie: Dexter no es un ente estático, vive en constante reinvención) y propiciando nuevos quiebros argumentales que, por inverosímiles que se presenten, uno no puede evitar disfrutar. Siempre que asuma que “Dexter” es una serie protagonizada por un super-héroe que prefiere mantener sus calzoncillos por debajo del pantalón, claro.
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Además, esta nueva tanda de capítulos posee dos características que la hacen más interesante (en mi nada modesta pero siempre discutible opinión) que la precedente. La primera es que en ella se narra la historia más violenta, en términos psicológicos, de cuantas han visto la luz en los cinco años que llevamos de serial. Hay momentos de esta quinta temporada en los que se respira auténtica maldad. Y ya sabéis lo mucho que nos gusta al género humano acercarnos a la pura maldad siempre que nos encontremos parapetados tras el velo de la ficción. La segunda característica se deriva de la primera: si en otras temporadas las némesis de Dexter eran peligrosos desequilibrados con un punto simpático (como puede tenerlo Hannibal Lecter, por ejemplo), en ésta el villano es un monstruo que no genera ningún tipo de empatía y al que el espectador realmente quiere ver morir con dolor y sufrimiento, sin ahorrarse detalles escabrosos. A la altura del décimo capítulo (brutal en todos los sentidos), yo mismo hubiera apuñalado al bastardo cuidadosamente envuelto en celofán.
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Sin llegar a ser esa obra maestra que muchos predican (de nuevo la temida comparación: si esta serie lo fuera, ¿dónde dejaría eso a “The Wire”, “Los Soprano” o “Hermanos de sangre”?), “Dexter” es un adictivo divertimento técnicamente impecable cuya curva cualitativa comenzó su descenso hace tiempo, sí, pero la cual es tan suave (y además aún mantiene algunos picos de interés realmente elevados) que se le perdona cierta repetición de esquemas, la sensación de que en cada nueva temporada hay más subtramas de relleno (¿realmente a alguien le preocupa lo más mínimo la relación entre Ángel Batista y María Laguerta?) y que las costuras argumentales estén más a la vista que nunca. Al fin y al cabo, 60 capítulos son mucho bagaje que llevar a cuestas para un programa de televisión, por lo que mi recomendación final está destinada a los jerifaltes de la cadena que lo produce: señores de Showtime, vayan ustedes pensando en un final a la altura de las circunstancias antes de que la gallina de los huevos de oro empiece a poner piedras. Dexter Morgan y sus fieles espectadores se lo agradecerán.
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Y la pobre Debra también, que uno ya no sabe cómo a estas alturas del baile la muchacha no se ha pegado un tiro en la sien y terminado con su mala racha vital. Qué forma de torturar a un personaje...
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EDITO: acabo de descubrir gracias al blog "Llegaron para quedarse" este vídeo que explica muchísimo mejor que mi entrada y en sólo 80 segundos todo lo que hay que saber sobre "Dexter". Chapeau.
lunes, enero 24, 2011
Stage clear!
...y así terminan las entradas sobre la armadura en 3-D en la que he estado trabajando estos últimos días.
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Como el tiempo se me ha echado encima sin compasión (como es costumbre, por otro lado), hay un montón de cosas que han quedado pichí-pichá (algunas más pichá que otras, la verdad, sobre todo en lo que respecta al texturizado). De todos modos, por mejorable que acabe siendo, terminar un personaje siempre produce cierta satisfacción.
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Como curiosidad, reconozco que he intentado respetar bastante el diseño original (que era un popurrí entre Isaac Clarke de “Dead Space”, Kroenen de “Hellboy” y el Iron Man cinematográfico) pero durante el proceso de modelado algunas cosas han ido variando (he cambiado totalmente las manos, acortado la exo-columna vertebral, suavizado las hombreras y simplificado algunas piezas).
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EDITO: sigo sin tener ni idea de por qué algunas imágenes que subo al blog son ampliables y otras no. Es una pena, porque al tamaño que están aquí no se puede juzgar realmente el acabado de las texturas...
sábado, enero 22, 2011
La cuerda de Brás
“Gente nace y gente muere cada día. Los demás nos limitamos a estorbar”.
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Nacho Vegas, “Secretos y mentiras”.
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Estoy bastante convencido de que Gabriel Bá y Fábio Moon no estarían en absoluto de acuerdo con la anterior cita del enfant terrible del folk-rock nacional. Para ellos, la vida no son sólo esos dos días situados a los extremos de una cuerda. La vida es precisamente la cuerda que une esos extremos.
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Bá y Moon, pese a que sus (artísticos) apellidos puedan conducir a engaño, son dos hermanos gemelos brasileños y autores de comic, ambos, con proyección internacional. El estilo limpio y caricaturesco del primero, con obvias reminiscencias de Mike “Hellboy” Mignola y Eduardo “100 Balas” Risso, pudimos disfrutarlo en las dos miniseries publicadas hasta la fecha de “Umbrella Academy” (con guión de Gerard “My Chemical Romance” Way). Al segundo lo descubrimos ahora en España con “Daytripper”, la obra escrita y dibujada al alimón con su hermano, pese a que en EE.UU. ya haya publicado unos cuantos números del “Casanova” que escribe Matt “chica para todo de Marvel” Fraction.
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“Daytripper” está protagonizado por Brás de Oliva Domingos, hijo de un célebre escritor, que pretende seguir los pasos de su progenitor en el mundo literario pero que, mientras espera la publicación de su primera novela, subsiste como redactor de necrológicas para un periódico de São Paulo. La vida de Brás no destaca especialmente sobre la del común de los mortales. Ni heroicidades ni dramas increíbles; el hombre alimenta sus días con los mismos bocados de realidad que a todos nos endulzan y amargan la existencia: familia, amistad, trabajo, amor, paternidad...
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Lo que diferencia a “Daytripper” de otras historias intimistas de vidas anónimas no es el qué sino el cómo. Dividiendo su narración en diez episodios de 24 páginas más o menos autoconclusivos pero vinculados entre sí (entroncando con esa revalorización del formato comic-book que servidor mencionaba hace unos días a cuento del sobresaliente “Planetary” de Warren “Transmetropolitan” Ellis y John “Astonishing X-Men” Cassaday), Bá y Moon establecen una miríada de realidades paralelas en las que la vida de Brás llega a su final de un modo distinto y en un momento diferente. Cada uno de los diez capítulos de “Daytripper” culmina con la muerte de Brás (una de sus muchas muertes posibles) y la subsiguiente reseña necrológica.
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Quizás ahora os haya venido a la cabeza el personaje de Kenny en “South Park”, pero conviene advertir que los tiros van más bien en la dirección de la inspiradora película “Mr. Nobody” de Jaco Van Dormael. Aún así y pese a los paralelismos, lo que en “Mr. Nobody” devenía masturbación cósmico-trascendental aquí se resuelve de un modo más próximo y mundano, con indudables tintes de realismo mágico que, no obstante, no terminan de desanclar la existencia de Brás de la más cotidiana realidad (por poética que ésta se nos presente a veces).
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Exactamente igual que cualquiera de nosotros, Brás nace, crece, conoce gente, viaja, se enamora, sufre desengaños, discute y se reconcilia, intenta aprender a vivir con sus pequeños demonios personales y finalmente muere. Y si pasadas las primeras páginas uno comienza a sentir una fuerte empatía hacia él tal vez sea porque es un personaje creíble y cercano, con el que podemos sentirnos plenamente identificados. Al fin y al cabo, dentro de unas coordenadas específicas, la vida de unos y otros no es tan radicalmente diferente.
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Contribuye también a este vínculo emocional el ágil y expresivo estilo visual con que Fábio Moon (Bá apenas se reserva un par de escenas de carácter onírico) engalana la obra. Huyendo de cualquier preciosismo superfluo, las viñetas de “Daytripper” respiran una espontánea sencillez que las emparenta al grueso entintado cartoon de Jeff “Bone” Smith y (salvando enormes distancias) al aparentemente desaliñado estilo de Frederik “Píldoras azules” Peeters. Todo ello refrendado por una discreta efectividad narrativa que se torna vehículo perfecto para establecer el tono adecuado para lo que se nos cuenta. Y, frente a esta eficiente simplicidad de las páginas interiores, encontramos diez preciosas portadas que recogen perfectamente el espíritu lírico y vitalista de la serie.
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“Daytripper” no propone nada que uno no haya podido ver/leer/escuchar/pensar/sentir con anterioridad. De hecho, quizás sea ésa su mayor virtud: que conecta con ese sentimiento atávico, escrito en la doble hélice de adenina, timina, citosina y guanina, que nos permite intuir de un modo impreciso y esquivo, sí, pero perceptible como el murmullo lejano que se escucha a kilómetros de una playa, el auténtico sentido de la vida. Capturar eso en las páginas de un tebeo, representación bidimensional reductible a patrones de color CMYK, me parece en sí mismo un pequeño milagro.
viernes, enero 21, 2011
Canciones y puertas
Hay canciones que, más allá de gustarle, le hacen a uno pedazos.
En un primer momento, el impulso eléctrico que se genera desde el tímpano del oyente recorre raudo el sistema nervioso en busca del tálamo para convertirse en pensamiento musical. Pero estas canciones, ya digo, no quieren seguir el camino que se les presupone, así que emplean todas sus artimañas para confundir a los guardavías de la línea de ferrocarril sensorial y consiguen forzar un kamikaze cambio de agujas hacia el corazón sin haber pasado antes por el encéfalo. Uno apenas sí puede reaccionar, claro, porque el impacto emocional lo aturde, y lo que esperaba recibir como información cognitiva se convierte, sin previo aviso, en un afilado dardo que atraviesa aurícula y ventrículo como un cuchillo que se hunde en una tarrina de mantequilla templada.
Sin alcanzar todavía a comprender el por qué, al oyente le asaltan recuerdos largo tiempo encerrados bajo candado y llave de una sonrisa juguetona y unos ojos grandes como lunas que hablan más que mil palabras. Las defensas, levantadas con duro esfuerzo durante meses, han caído por culpa de 4 minutos y 46 segundos de piano y voz. Y el oyente, incapaz de contener el torrente de ayeres que regresan para resquebrajar su cordura emocional, percibe un hilo de humedad que resbala paralelo a su nariz hasta volverse salado en la comisura de los labios y maldice a la dulce Adele por haberle recordado que todavía sigue habiendo puertas que es mejor mantener cerradas.
En un primer momento, el impulso eléctrico que se genera desde el tímpano del oyente recorre raudo el sistema nervioso en busca del tálamo para convertirse en pensamiento musical. Pero estas canciones, ya digo, no quieren seguir el camino que se les presupone, así que emplean todas sus artimañas para confundir a los guardavías de la línea de ferrocarril sensorial y consiguen forzar un kamikaze cambio de agujas hacia el corazón sin haber pasado antes por el encéfalo. Uno apenas sí puede reaccionar, claro, porque el impacto emocional lo aturde, y lo que esperaba recibir como información cognitiva se convierte, sin previo aviso, en un afilado dardo que atraviesa aurícula y ventrículo como un cuchillo que se hunde en una tarrina de mantequilla templada.
Sin alcanzar todavía a comprender el por qué, al oyente le asaltan recuerdos largo tiempo encerrados bajo candado y llave de una sonrisa juguetona y unos ojos grandes como lunas que hablan más que mil palabras. Las defensas, levantadas con duro esfuerzo durante meses, han caído por culpa de 4 minutos y 46 segundos de piano y voz. Y el oyente, incapaz de contener el torrente de ayeres que regresan para resquebrajar su cordura emocional, percibe un hilo de humedad que resbala paralelo a su nariz hasta volverse salado en la comisura de los labios y maldice a la dulce Adele por haberle recordado que todavía sigue habiendo puertas que es mejor mantener cerradas.
jueves, enero 20, 2011
De las palabras y su significado
Sé que a muchos de vosotros esta cuestión os parecerá tan obvia que ni merecería la pena comentarla, pero también sé que hay mucha gente a la que convendría que le refrescasen la memoria (o le aportasen un nuevo concepto) más a menudo de lo deseado.
El caso es que soy un maniático de la corrección semántica. También de la ortografía, pero ése es otro tema (y además todos, quien más y quien menos, cometemos de vez en cuando alguna falta ortográfica que al reconocerla hace que nos sangren los globos oculares y se nos caiga la cara de vergüenza). Más allá de las muchas aberraciones que se puedan cometer con el verbo “haber” y su habitual confusión con preposiciones o adverbios de lugar (el “estábamos por hay” madrileño es una pesadilla a la que no consigo acostumbrarme), leo/escucho frecuentemente la palabra “comprensible” (que se puede comprender) en lugar de “comprensivo” (que tiene facultad o capacidad de comprender) o el uso del infinitivo (“comer”) en lugar del imperativo correcto (“comed”) y mi alarma lingüística se dispara.
Podéis pensar que soy un gilipollas, si queréis. Pero al menos soy un gilipollas al que le gustaría hablar cada día un poquito mejor. De hecho, es frecuente que algún lector especialmente atento me remita por e-mail los fallos ortográficos/semánticos que a veces cometo en este blog, y yo le estoy muy agradecido por ello. Adoro que alguien señale mis errores lingüísticos y, no obstante, me da mucho reparo corregir los de los demás. Quizás porque tal vez la persona objeto de corrección piense que soy un prepotente que busca demostrar algún tipo de superioridad intelectual destacando sus carencias educativas. Y, puestos a elegir entre proyectar una imagen de cretino pedante con complejo de literato o convivir con el mal uso ajeno de la lengua, creo que prefiero lo segundo. Ya me cansaré de corregir a mis hijos cuando aprendan a hablar (bueno, y cuando los tenga).
No creáis que éste es un fenómeno exclusivo de la jerga de la calle o de los blogs y foros de internet. Son incontables las ocasiones en que me he dado de bruces, mientras leía un libro, una revista o un tebeo, con formas verbales erróneas, conjugaciones imposibles o estructuras gramaticales sin sentido. Pensar que hay gente cobrando un sueldo por este tipo de chapuzas hace que me plantee seriamente cuáles son los requisitos necesarios para hacerse redactor, traductor o, peor aún, editor (que es quien debería revisar todo lo que se publica y percatarse del error antes de que salga la primera tirada de ejemplares de una obra).
No obstante, la intención real de esta entrada se refiere únicamente a un caso de incorrección semántica del que empiezo a estar verdaderamente harto (lo otro al fin y al cabo no deja de ser puramente anecdótico). ¿Cuánta gente conoce en realidad el significado de la palabra “feminismo”? Porque yo ya me he cansado de oír las absurdidades más insospechadas protagonizadas por la palabra de marras.
Según la RAE, “feminismo” es:
1. m. Doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados antes a los hombres.
2. m. Movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres.
No es, por consiguiente, lo opuesto a “machismo”, que sí sería (cito de nuevo a la RAE):
1. m. Actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres.
El extremo contrario al machismo, eso que algunos erróneamente denominan “feminismo”, se conoce actualmente como “hembrismo”, término que no está recogido por la RAE pero que ya se utiliza frecuentemente en el debate sociológico. Así, cuando una mujer menosprecia a un hombre (o al conjunto de los mismos), considerándolo inferior en el aspecto que sea por una pura cuestión de género (el hecho de haber nacido hombre), eso no es feminismo. Es hembrismo.
Allá cada uno con su conciencia y sus opiniones sobre hombres y mujeres. Pero las palabras significan lo que significan, y puestos a discutir sobre un tema tan relevante como éste, lo mínimo exigible es que se haga con cierta corrección lingüística. Si las palabras varían su significado dependiendo de quién las dice y quién las escucha, la comunicación acaba convirtiéndose en un propósito imposible. Y ya bastante nos cuesta entendernos a los seres humanos como para andar además poniéndonos trabas de este tipo...
El caso es que soy un maniático de la corrección semántica. También de la ortografía, pero ése es otro tema (y además todos, quien más y quien menos, cometemos de vez en cuando alguna falta ortográfica que al reconocerla hace que nos sangren los globos oculares y se nos caiga la cara de vergüenza). Más allá de las muchas aberraciones que se puedan cometer con el verbo “haber” y su habitual confusión con preposiciones o adverbios de lugar (el “estábamos por hay” madrileño es una pesadilla a la que no consigo acostumbrarme), leo/escucho frecuentemente la palabra “comprensible” (que se puede comprender) en lugar de “comprensivo” (que tiene facultad o capacidad de comprender) o el uso del infinitivo (“comer”) en lugar del imperativo correcto (“comed”) y mi alarma lingüística se dispara.
Podéis pensar que soy un gilipollas, si queréis. Pero al menos soy un gilipollas al que le gustaría hablar cada día un poquito mejor. De hecho, es frecuente que algún lector especialmente atento me remita por e-mail los fallos ortográficos/semánticos que a veces cometo en este blog, y yo le estoy muy agradecido por ello. Adoro que alguien señale mis errores lingüísticos y, no obstante, me da mucho reparo corregir los de los demás. Quizás porque tal vez la persona objeto de corrección piense que soy un prepotente que busca demostrar algún tipo de superioridad intelectual destacando sus carencias educativas. Y, puestos a elegir entre proyectar una imagen de cretino pedante con complejo de literato o convivir con el mal uso ajeno de la lengua, creo que prefiero lo segundo. Ya me cansaré de corregir a mis hijos cuando aprendan a hablar (bueno, y cuando los tenga).
No creáis que éste es un fenómeno exclusivo de la jerga de la calle o de los blogs y foros de internet. Son incontables las ocasiones en que me he dado de bruces, mientras leía un libro, una revista o un tebeo, con formas verbales erróneas, conjugaciones imposibles o estructuras gramaticales sin sentido. Pensar que hay gente cobrando un sueldo por este tipo de chapuzas hace que me plantee seriamente cuáles son los requisitos necesarios para hacerse redactor, traductor o, peor aún, editor (que es quien debería revisar todo lo que se publica y percatarse del error antes de que salga la primera tirada de ejemplares de una obra).
No obstante, la intención real de esta entrada se refiere únicamente a un caso de incorrección semántica del que empiezo a estar verdaderamente harto (lo otro al fin y al cabo no deja de ser puramente anecdótico). ¿Cuánta gente conoce en realidad el significado de la palabra “feminismo”? Porque yo ya me he cansado de oír las absurdidades más insospechadas protagonizadas por la palabra de marras.
Según la RAE, “feminismo” es:
1. m. Doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados antes a los hombres.
2. m. Movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres.
No es, por consiguiente, lo opuesto a “machismo”, que sí sería (cito de nuevo a la RAE):
1. m. Actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres.
El extremo contrario al machismo, eso que algunos erróneamente denominan “feminismo”, se conoce actualmente como “hembrismo”, término que no está recogido por la RAE pero que ya se utiliza frecuentemente en el debate sociológico. Así, cuando una mujer menosprecia a un hombre (o al conjunto de los mismos), considerándolo inferior en el aspecto que sea por una pura cuestión de género (el hecho de haber nacido hombre), eso no es feminismo. Es hembrismo.
Allá cada uno con su conciencia y sus opiniones sobre hombres y mujeres. Pero las palabras significan lo que significan, y puestos a discutir sobre un tema tan relevante como éste, lo mínimo exigible es que se haga con cierta corrección lingüística. Si las palabras varían su significado dependiendo de quién las dice y quién las escucha, la comunicación acaba convirtiéndose en un propósito imposible. Y ya bastante nos cuesta entendernos a los seres humanos como para andar además poniéndonos trabas de este tipo...
miércoles, enero 19, 2011
Hermano poligonal
No es un nuevo modelo de camiseta Nike Pro.
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Es J. (mayúscula), o alguien que se le parece bastante, antes de probarse la armadura más molona del mundo.
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La cicatriz alla John Locke es una licencia, of course.
domingo, enero 16, 2011
Top 10: mis películas favoritas de 2010
Al igual que ya dije a propósito del top 10 con mis discos favoritos de 2010, me gustaría aclarar que no busco con esta lista establecer ningún tipo de verdad inamovible acerca de lo que es mejor o peor en términos absolutos. Esta selección de películas responde únicamente a:
10- Buried
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a) el limitado número de estrenos cinematográficos que he podido ver a lo largo de 2010 (insuficiente, como resulta obvio, para tener una visión exacta de lo que ha deparado el cine en los últimos 12 meses)
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b) mis propias filias y fobias personales, que irremediablemente me han llevado a priorizar ciertas películas y realizadores sobre otros que tal vez, quién sabe, no debería haber pasado por alto.
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Además, hay que tener en cuenta que esta lista sólo recoge cintas estrenadas comercialmente durante el pasado año en España, independientemente de la fecha de estreno en su país de procedencia o de que anteriormente hayan sido proyectadas en alguno de los festivales que se celebran anualmente a lo largo y ancho de nuestra geografía.
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Pero dejémonos de prolegómenos y vayamos al grano. Éstas son, en orden de creciente importancia, mis 10 películas favoritas de 2010:
10- Buried
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Valioso ejercicio de estilo para unos, sobrevalorada y excesivamente simple para otros, la polémica “Buried” (a raíz del “descuido” de su guionista de cara a competir en la carrera por los Oscar) resulta, en mi nada modesta pero siempre discutible opinión, una arriesgada apuesta por la economía de medios (un actor, una caja de madera y un zippo) que se salda muy positivamente gracias a un libreto muy ajustado (sorteando por milímetros el abismo de la incredulidad), una realización casi siempre modélica (salvo un par de innecesarios apuntes visuales) y una interpretación ejemplar (y por consiguiente sorprendente) por parte del “guapo oficial” Ryan Reynolds. Alfred Hitchcock estaría orgulloso.
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9- La carretera
9- La carretera
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Soberbia adaptación de la novela homónima escrita por Cormac McCarthy, “La carretera” de John Hillcoat es el relato del vagabundeo de un hombre y su hijo por una América post-apocalítpica plagada de peligros y precariedad. Gracias a Dios, el realizador de “La proposición” rehuye cualquier convencionalismo (con los mismos mimbres la producción podría haberse desviado hacia la comercialidad de un “Mad Max 2” o, peor, un “Soy leyenda”) y entrega un relato pleno de alma y sentimiento, interpretado además por un Viggo Mortensen tan acertado como ya nos tiene acostumbrados de un tiempo a esta parte y por el talentoso actor infantil Kodi-Smit McPhee (visto recientemente en el remake estadounidense de “Déjame entrar”). Ponen la guinda la sobria banda sonora a cargo de Nick Cave y Warren Ellis (nada que ver con el guionista de comics) y la prodigiosa fotografía de Javier Aguirresarobe: pictórica, poética y subyugante.
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8- Canino
8- Canino
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La que posiblemente sea la propuesta cinematográfica más desconcertante que servidor haya degustado a lo largo del pasado año ("Mr. Nobody" aparte) ofrece una lúcida reflexión sobre los mecanismos de aprendizaje del ser humano y sobre cómo quien posee el conocimiento puede manipular hasta extremos aberrantes a quien carece de él. Extrapolable a multitud de aspectos de la sociedad actual (desde el núcleo familiar hasta la política internacional), “Canino” es una fascinante y oscura fábula enriquecida con un desquiciado (y descacharrante) humor surrealista y un acertadísimo sentido del (anticlimático) suspense.
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7- Shutter Island
7- Shutter Island
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Ejercicio de (nostálgico) estilo que emula a los clásicos del suspense (desde el hitchcockiano argumento hasta la banda sonora alla Bernard Herrmann), la última cinta de Scorsese ha dividido a crítica y público entre acalorados defensores e incendiarios detractores. Ni siquiera su (supuesta) predictibilidad logra, en mi nada modesta aunque siempre discutible opinión, hundir un todo cinematográfico compacto y perfectamente engrasado que luce un montaje infartante y un acabado estético sólo al alcance de unos pocos artesanos del mundillo audiovisual. Contradiciendo a todos aquellos que sostienen que cualquier tiempo pasado fue mejor, Marty responde entregando, una tras otra, nuevas joyas para una filmografía que, al igual que el buen vino, se paladea con más gusto a cada año que pasa. Por si todo esto fuera poco, DiCaprio estuvo deslumbrante en su rol protagonista, logrando una de las mejores interpretaciones del ejercicio cinéfilo 2010.
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6- La cinta blanca
6- La cinta blanca
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El turbador Michael Haneke indaga con "La cinta blanca" en los orígenes del nazismo remontándose a la educación recibida por la generación que luego desataría el horror en Europa, y lo hace empleando un estilo narrativo meticuloso y quirúrgico que plantea angustiosas preguntas que permiten al espectador extraer sus propias conclusiones. Además, envuelve su relato en una puesta en escena que remite directamente al cine de Dreyer y Bergman. La fotografía, en un cuidado blanco y negro, es de matrícula de honor.
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5- Toy Story 3
5- Toy Story 3
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Pixar no hace cine, hace milagros. Sólo así se entiende que la trilogía de “Toy Story” haya ido a más en cada una de sus entregas, culminando con este broche de oro la mejor saga de animación de todos los tiempos. El arco dramático de los juguetes más entrañables de la historia del cine (hazte a un lado, Pinocho) llega a su fin en una apoteosis de aventuras, humor y ternura que deja a las claras, una vez más, que el estudio capitaneado por John Lasseter va años luz por delante de sus competidores... y, por qué no decirlo, de cualquier otro estudio cinematográfico del mundo, más allá de géneros y clasificaciones.
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4- Ciudad de vida y muerte
4- Ciudad de vida y muerte
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El desgarrador drama bélico acerca de la ocupación japonesa de la ciudad de Nanking durante la II Guerra Mundial fue sin duda una de las cintas más poéticamente conmovedoras (y, por qué no decirlo, irremediablemente lacrimógenas) que tuve la fortuna de ver en pantalla grande durante el pasado año. Recordando inevitablemente (tanto por intenciones como por tratamiento visual) a “La lista de Schindler” de Steven Spielberg, la película del realizador Lu Chuan es un tiro emocional que, pese a ahondar en los recovecos más oscuros del comportamiento humano, termina por reconciliarle a uno con la vida. Por si ello pudiera parecer poco, “Ciudad de vida y muerte” contiene además una de las escenas más bonitas que servidor haya visto jamás en cines.
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3- Inception
3- Inception
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La mejor ciencia-ficción de los últimos años llegó de la mano del fan favourite Christopher Nolan, quien poco a poco (Batman mediante) se ha ganado merecida fama de fabricante de blockbusters inteligentes para mentes inquietas. Una intrincada trama de espionaje onírico es la brillante excusa argumental para realizar un arrollador despliegue de medios que nunca olvida que el auténtico corazón de una historia reside en el drama de sus personajes, interpretados en este caso por un plantel actoral de auténtico lujo (de nuevo con un estupendo DiCaprio como protagonista principal).
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2- La red social
2- La red social
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David Fincher es, probablemente, mi director actual favorito, y película a película no hace más que confirmar lo que ya sospechaba sobre su cine: no importa cuál sea el argumento que maneje, siempre consigue sacar oro fílmico de él. Si a priori la historia fundacional del Facebook no parecía un material excesivamente prometedor para atraparme durante dos horas frente a la pantalla, el realizador de “Seven”, “El club de la lucha” y “El curioso caso de Benjamin Button” se las arregla para, al amparo del ajustadísimo guión de Aaron Sorkin, construir mi película favorita del 2010. O casi, porque en lo alto del podio nos encontramos con...
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1- Un profeta
1- Un profeta
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...la sorpresa cinematográfica del año (por inesperada y, para qué negarlo, por francesa) y mi cinta preferida de cuantas he visto en los últimos doce meses. La historia del preso Malik El Djebena (alucinante Tarik Rahim, capaz de componer un personaje que no deja de evolucionar a lo largo de los 150 minutos de metraje), una suerte de Tony Montana musulmán y analfabeto que se ve obligado a servir de “chico de los recados” para la mafia corsa si quiere sobrevivir a la dura vida carcelaria, es un sobresaliente ejemplar de género negro con indudables connotaciones sociológicas (la ocupación de puestos de poder por parte de los musulmanes en la economía francesa) y un sentido del ritmo apabullante (los primeros 30 minutos son de auténtico infarto). “Un profeta” está llamada a ser un clásico moderno. No me cabe la menor duda.
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No todo el cine de calidad de 2010 termina con estas 10 películas. Fuera se quedan, por falta de espacio, la penúltima (y valiosa) propuesta tragicómica de los hermanos Cohen en “Un tipo serio”; el irregular, poliédrico y apasionante anti-biopic de Bob Dylan trazado por Todd Haynes en “I'm not there” (estrenado con un par de años de retraso en nuestro país); el absorbente suspense político-literario del último Polanski en “El escritor”; la divertidísima incursión definitiva (tras varios escarceos previos) de Wes Anderson en la animación stop-motion con “Fantástico Mr. Fox”; el deprimente y desquilibrado retrato de la corrupción argentina en el “Carancho” de Pablo Trapero; la oscarizada y ¿sobrevalorada? visión de Kathryn Bigelow de la guerra de Irak en “En tierra hostil”; la catártica exaltación de deportiva hermandad interracial propuesta por Clint Eastwood en “Invictus”; la muy disfrutable y nada pretenciosa fantasía heroica animada de “Cómo entrenar a tu dragón” y la alocada, excesiva y descacharrante adaptación del tebeo de Bryan Lee O'Maley a la gran pantalla en “Scott Pilgrim contra el mundo”.
No todo el cine de calidad de 2010 termina con estas 10 películas. Fuera se quedan, por falta de espacio, la penúltima (y valiosa) propuesta tragicómica de los hermanos Cohen en “Un tipo serio”; el irregular, poliédrico y apasionante anti-biopic de Bob Dylan trazado por Todd Haynes en “I'm not there” (estrenado con un par de años de retraso en nuestro país); el absorbente suspense político-literario del último Polanski en “El escritor”; la divertidísima incursión definitiva (tras varios escarceos previos) de Wes Anderson en la animación stop-motion con “Fantástico Mr. Fox”; el deprimente y desquilibrado retrato de la corrupción argentina en el “Carancho” de Pablo Trapero; la oscarizada y ¿sobrevalorada? visión de Kathryn Bigelow de la guerra de Irak en “En tierra hostil”; la catártica exaltación de deportiva hermandad interracial propuesta por Clint Eastwood en “Invictus”; la muy disfrutable y nada pretenciosa fantasía heroica animada de “Cómo entrenar a tu dragón” y la alocada, excesiva y descacharrante adaptación del tebeo de Bryan Lee O'Maley a la gran pantalla en “Scott Pilgrim contra el mundo”.
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Decepciones ha habido también unas cuantas: desde la incomprensible nulidad de la casposa “Predators” perpetrada por Nimrod Antal hasta la desesperante ridiculez de la incursión de M. Night Shyamalan en el cine de artes marciales con “Airbender”, pasando por el sobredimensionado “hype” de “Tron: Legacy” y los tibios desencuentros con “Up in the air” de Jason Reitman, “Alicia en el País de las Maravillas” de Tim Burton o “The Town” de Ben Affleck. No han decepcionado, porque ya se esperaba uno lo peor, bodrios como “El equipo A” o la entretenida (si sabe entenderse como lo que es) “Los mercenarios”. Lo del deleznable remake de “Furia de Titanes” (criminalmente orquestado por Louis Leterrier) sí es, por otro lado, tristemente destacable: haberle hecho eso a un clásico de mi infancia es algo que, desgraciadamente, jamás seré capaz de olvidar.
viernes, enero 14, 2011
Trabajando en ello
¿Recordáis ese diseño para una armadura hi-tech en 3D que subí a este mismo blog hace unos días? Pues, parafraseando a nuestro ex-presidente Chemari (y su sospechoso acento tejano): “estamos trabajando en ello”.
jueves, enero 13, 2011
(Pitch)fork in the road
“Nada tan peligroso como ser demasiado moderno. Corre uno el riesgo de quedarse súbitamente anticuado.”
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Oscar Wilde (y mil gracias a Sabe por la cita)
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Pitchfork es una de las publicaciones de música (anglófona, ojo) más relevantes del momento. Sus reseñas pueden encumbrar o hundir a un disco o un intérprete. Muchos nos lanzamos a la escucha del “My beautiful dark twisted fantasy” de Kanye West motivados por ese 10 que Pitchfork le cascó, con un par, hace unos meses. Lo cual fue un acierto relativo, en lo que a mí respecta, porque si bien el disco no me parece en absoluto de 10 (pocos álbumes merecen tal nota), gracias a la polvareda levantada con dicha reseña servidor descubrió uno de sus títulos favoritos del pasado año. Ahora bien: los redactores de Pitchfork se equivocan tanto o más que los de cualquier otro medio. Les encanta la polémica por encima de cualquier cosa y, lo que es peor, aspiran a encarnar el súmmum de la modernidad. Sólo así se entiende que un disco tan agradable como el “Sigh no more” de Mumford and Sons recibiese en su momento un miserable 2'1 (coma uno: qué gracioso) en la escala P4k (o escala Pitchfork).
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A mí me gusta “Sigh no more”. Me gusta bastante, además. Las letras son algo obvias, sí. La música es un refrito de “uoh-ohs” épicos al más puro estilo Arcade Fire (¿habéis visto? no hay día en que no encuentre una buena excusa para mencionarlos al menos una vez). Para más inri, el disco adolece de estructuras recurrentes (todos los cortes se despliegan como un crescendo que va desde lo íntimo hasta lo épico). Pero sus canciones, en general, me conmueven y me electrizan y me hacen canturrear contento o triste según sea el caso. Y cuando el disco se acaba me quedo con ganas de más y le doy nuevamente al play, cosa que muchos LP's (y en el saco iría alguno de los dieces de Pitchfork) no han logrado aún.
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La lección de hoy es la siguiente, niños (dígase en "castellano neutro", con voz de doblador de la serie de dibujos animados de "He-Man"): juzgad por vosotros mismos y no hagáis excesivo caso a la prensa musical (y esto me vale tanto para P4k como para Q, JNSP, NME y todas las demás siglas que queráis añadir a la lista). Vuestros oídos os lo agradecerán.
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PD: qué entrada más tonta me ha salido, ¿no? Debe ser porque estoy malito...
martes, enero 11, 2011
Arqueólogos de lo imposible
Un día, hace diez años, J. (mayúscula) entró en la habitación que ambos compartíamos en casa de mis padres (y aún compartimos siempre que nos reunimos allí) con un comic-book de grapa titulado “Planetary” entre las manos. Era el número 1 de la colección y yo nunca había oído hablar de ella con anterioridad. Tampoco J. (mayúscula), que se había decidido a comprarlo motivado por su llamativo dibujo y la molona frase promocional de portada, que rezaba “arqueólogos de los imposible”.
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Ese primer número nos cautivó a ambos y a partir de entonces comenzamos a comprar “Planetary” mes a mes (hubo números que tuvimos que pedir por correo, pues a los kioskos de un pequeño pueblo costero del norte de Galicia no siempre llega puntualmente todo lo que a uno le gustaría), y fue mes a mes que "Planetary" se convirtió en una de nuestras series favoritas. El día que comprábamos un nuevo ejemplar siempre había riñas por ser el primero en leerlo, y cuando uno lo terminaba y se lo pasaba al otro, lo hacía mirándolo con esa sonrisa de bastardo satisfecho que dice “sé algo que tú no sabes”. Y después de leerlo los dos, nos pasábamos horas hablando sobre “Planetary”.
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Hablábamos sobre Elijah Snow, un hombre vestido como una obra de Malévich que había nacido el 1 de enero de 1900 y no envejecía; sobre Jakita Wagner, su super-fuerza, su super-velocidad y su super-capacidad para aburrirse cuando no estaba pateando a alguien; sobre The Drummer (nombre: The, apellido: Drummer), el tipo que habla con las máquinas y “lo único que le impide lamer la pantalla del televisor es su dosis diaria de anti-psicóticos” (sí, a fuerza de relecturas me sé chapados todos los diálogos de la serie).
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Hablábamos de ellos y de la organización para la que trabajaban, Planetary, una suerte de corporación internacional (dirigida por el misterioso y anónimo Cuarto Hombre) que recorre el mundo en busca de misterios ocultos, restos arqueológicos de maravillas más allá de la comprensión humana. Un poco como si “Challengers of the Unknown” de Jack Kirby se cruzase con los expedientes X de Mulder y Scully para anticipar el nacimiento de “Lost” y “Fringe” (la referencia no es baladí, pues ¿quién se beneficia de su falta de memoria, Sr. Bishop?).
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Yo personalmente aprendí mucho gracias a “Planetary”. Quizás no sobre temas trascendentales como el amor, la paternidad y la muerte, pero sí sobre cosas más desenfadadas y divertidas como Doc Savage, The Shadow, Fu-Manchú, las películas japonesas de Kaigu-eija, el cine fantástico norteamericano de los años 50, el sello Vertigo de DC Comics, Nick Furia y muchas otras referencias (desde el moderno Prometeo de Mary Shelley hasta el gato de Shrödinger, pasando por la psicodelia hippie, la inventiva pseudo-científica de H.G. Wells y las fantasías selváticas de Burroughs) que se entrelazan sin solución de continuidad en las páginas de la colección. Conviene recordar que por aquel entonces no se recurría a internet tan indiscriminadamente como ahora y que yo aún era un adolescente que iba al instituto en un pueblo de apenas 6.000 habitantes, con lo que todo aquello no había estado precisamente a mi alcance anteriormente. La gran baza de “Planetary”, lo que hace de él un tebeo prácticamente único (si exceptuamos “La liga de los extraordinarios caballeros” de Alan Moore y Kevin O'Neill), es su exhaustiva revisión de los mitos de la cultura pulp y pop (además de la literatura victoriana, el cine de ciencia-ficción y, sobre todo, el género super-heroico) para conformar un todo argumental perfectamente sólido y disfrutable a varios niveles de lectura.
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Por aquel entonces, J. (mayúscula) y yo no hablábamos solamente del argumento de la serie; también de Warren Ellis y John Cassaday, guionista y dibujante respectivamente. Comenzamos a seguir sus trayectorias profesionales y al primero nos lo reencontramos en “Stormwatch”, “The Authority” y “Transmetropolitan” (y posteriormente también en títulos como “Global Frecuency” o “Desolation Jones”), confirmándose su preocupante irregularidad (pues es un escritor capaz de lo mejor, como este “Planetary”, y de lo peor, léase “Nextwave”) y su querencia por la ciencia-ficción hi-tech, las tramas conspiranoides y los diálogos de enfant terrible que a veces lo aproximan al caca-culo-pedo-pis que cultivan Garth Ennis y Mark Millar en sus momentos más pueriles. A Cassaday apenas tuvimos ocasión de disfrutarlo en los fabulosos “Astonishing X-Men” guionizados por Joss Whedon y en unas cuantas ilustraciones, portadas e historias cortas para otras cabeceras super-heroicas.
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Tras doce fantásticos números, que se cerraban con una de las grandes revelaciones argumentales de la serie, la edición española de “Planetary” a cargo de Planeta de Agostini quedó congelada a la espera de que en EEUU apareciese material suficiente para proseguir con su publicación. Pasaron varios años hasta que la misma editorial puso en la calle una nueva tanda de episodios, mejores incluso que los precedentes, devolviéndonos a J. (mayúscula) y a mí la ilusión de ver algún día concluida la historia comenzada en aquel ya mítico (para nosotros dos) número 1 que con tanta intensidad nos había enganchado a las aventuras de Elijah Snow y compañía. Pero la alegría duró sólo 8 meses, y un nuevo parón (de duración aparentemente indefinida) nos dejó otra vez con la miel en los labios. No ha sido hasta noviembre del pasado año, con la publicación de un segundo tomo recopilatorio (que incluye los capítulos 13 al 27 de la edición norteamericana) por parte de Norma Editorial, al que sólo se le puede poner el (considerable) pero de una deficiente traducción, que J. (mayúscula) y yo hemos podido culminar el viaje empezado tanto tiempo atrás.
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Resulta significativo que los tres tebeos de super-héroes (siempre que entendamos “Planetary” como tal) que más me han gustado de la década pasada hayan sido “All-Star Superman” de Grant Morrison y Frank Quitely, “Sleeper” de Ed Brubaker y Sean Phillips y éste que hoy nos ocupa. La conexión entre ellos es que, más allá de ser excelentes lecturas, todos emplean el formato de 24 páginas, con capítulos interconectados entre sí (pero perfectamente delimitados como episodios autoconclusivos) como unidad narrativa. Esta decisión no hace sino revalidar un formato en aparente decadencia (en unos tiempos en que la futurible recopilación en tomos pesa más, de cara a estructurar el relato, que la primera edición en cuadernillos grapados), premiando al lector regular (el que compra la serie mes a mes) y demostrando que el comic-book de 24 páginas no está muerto: son las editoriales (y los guionistas sin sentido del ritmo) quienes pretenden acabar con él. Al igual que “All-Star Superman” y “Sleeper”, la creación de Warren Ellis y John Cassaday se disfruta más en pequeñas dosis mensuales que dándose uno el gran atracón en los dos gruesos tomos recopilatorios (tres, si contamos aquél que reúne los crossovers con The Authority, la JLA y Batman) que ahora pueden encontrarse en las librerías españolas (otra cosa, claro, es que el formato tomo sea más bonito, lujoso y ofrezca unas mejores condiciones de cara a la conservación).
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De este modo, “Planetary” presenta en cada capítulo una narración con principio y final, pieza indispensable de un puzzle mucho mayor que el lector debe ir completando a medida que se suceden los episodios. Así, no es hasta el sexto número de la colección (titulado “Cuatro”) que Ellis pone claramente de manifiesto un argumento que aglutina y da sentido a tanta referencia aparentemente inconexa: la gran conspiración ciencia-ficcionera del siglo XX, personalizada en una versión retorcida y malvada de los Cuatro Fantásticos creados por Stan Lee y Jack Kirby para Marvel Comics en 1961. Es el buen funcionamiento de esta línea argumental central, más allá del carrusel de guiños y homenajes a la ficción popular de los últimos doscientos años (que se dice pronto), lo que finalmente logra que “Planetary” resulte igualmente satisfactoria tanto a pequeña escala como en su aspecto global. Si cada capítulo es fascinante en sí mismo como ejercicio de estilo y catálogo de referencias, la trama principal (el enfrentamiento entre Planetary y los Cuatro) resulta rabiosamente divertida y está cargada de épica y emoción.
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Todo ello sería inviable de no ser por la presencia a los lápices y plumillas de un John Cassaday que a cada número publicado mejora considerablemente sus habilidades artísticas, como si del mejor vino se tratase. De la línea más diáfana y plana de los primeros episodios emerge paulatinamente un prodigioso creador de atmósferas a medio camino entre el Paul Gulacy más expresionista, el Adam Hughes menos neumático y los ilustradores clásicos norteamericanos, capaz además de variar su trazo atendiendo a las necesidades argumentales de cada escena (especialmente destacable es la primera aparición del agente secreto John Stone: puro Steranko). Cassaday confiere auténtico sentido de la maravilla a las andanzas de Snow, Jakita y The Drummer con imágenes elegantes y preciosistas sin descuidar por un segundo el sentido narrativo, ofreciendo al mismo tiempo vibrantes escenas de acción perfectamente coreografiadas. Su talento, en fin, justifica por sí solo la lectura de “Planetary”. Tanto es así que fue por decisión de Warren Ellis que la colección tardase la friolera de 11 años en ser concluida (lo cual es una barbaridad para una serie de 27 episodios teóricamente mensuales): el guionista se negó a permitir que ningún otro dibujante supliese a Cassaday mientras éste daba cuenta de sus encargos para otras editoriales, lo cual sumado a los problemas de salud del propio Ellis y sus continuos retrasos en la entrega de los guiones de “Planetary” causaron la demencial demora.
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Bien está lo que bien acaba, como suele decirse, y la presencia al completo de una serie del calibre de esta “Planetary” en los estantes de las librerías españolas debe ser entendida como una bendición para ese lector de comics de super-héroes que, como un servidor, había perdido (casi totalmente) la esperanza en un género que pasa por un momento cualitativo especialmente lamentable. Entre la marabunta de equismenes, vengadores, espidermanes y crisis requeteinfinitas que saturan las listas de novedades, “Planetary” se impone como el mejor comic del ramo en años (ex-aequo con el mentado “All-Star Superman”): una absoluta maravilla que trasciende etiquetas y convenciones para ofrecer una mirada única al género, como relato adscrito a él y como tesis que lo disecciona desde una perspectiva superior.
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¿Quién me iba a decir hace una década que mi tebeo favorito de 2010 iba a ser precisamente esa serie que entonces veía la luz en España y de la que J. (mayúscula) acababa de comprar por pura intuición el primer número en el kiosko que hay bajo la casa de mis padres?
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Es un mundo extraño, el de los comics. Mantengámoslo así.
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