Assembled
En
2008, la división cinematográfica de Marvel Comics dio el
pistoletazo de salida a un ambicioso proyecto de traslación de su
universo de ficción a la gran pantalla con el estreno de “Iron Man”. La cinta dirigida por Jon Favreau sentó el tono narrativo y el aspecto estético de lo que finalmente acabaría convirtiéndose en toda
una saga de adaptaciones de los super-héroes de la Casa de las Ideas
al Séptimo Negocio (Arte, perdón, Arte). A ese primer peldaño de
lo que los propios protagonistas del film denominaban “Iniciativa
Vengadores” le siguieron otras
superproducciones protagonizadas por el increíble Hulk, el poderoso Thor y el Capitán América, así como una segunda entrega de las aventuras del enlatado Tony Stark. Todas ellas, cintas más o menos
acertadas o discutibles que apostaban por el entretenimiento camp
antes que por las aspiraciones dramáticas de otros super-héroes de celuloide coetáneos, estaban contextualizadas en un universo común,
con continuas menciones en unas a los acontecimientos sucedidos en
las otras. El objetivo último era sentar las bases para una
franquicia que alcanza ahora sus consecuencias definitivas (o
ultimate, si se
prefiere) con el estreno de “Los Vengadores”, la película en la
que todos los héroes presentados anteriormente se reúnen para, como
reza la mítica leyenda impresa en los tebeos, hacer frente a un
enemigo que ninguno de ellos podría vencer solo.
Tanto
es así que, al tener por fin una visión de conjunto del plan
cinematográfico marvelita, resulta inevitable percibir las aventuras
individuales de estos héroes en pijama casi como un único bloque
narrativo, al modo de una primera temporada televisiva que deriva en
una season finale,
“Los Vengadores”, que llega para cerrar un gran arco argumental y
establecer un nuevo punto y aparte en las correrías de sus personajes principales. Las cintas anteriores funcionaban como capítulos
piloto para cada uno de sus respectivos protagonistas, pero la auténtica chicha la pone la película que ayer
llegaba a las pantallas españolas. Se deduce de todo esto, claro,
que afrontar “Los Vengadores” sin tener conocimiento de los films
precedentes llevará a más de uno a no situar debidamente caracteres
e hilos argumentales y a perderse en las numerosas referencias a
hechos pasados que adquieren ahora una absoluta relevancia.
Ultimate Whedon
El
encargado de engarzar todas las tramas individuales en un único y
mastodóntico crossover es el director y guionista Joss Whedon, conocido
entre el fandom por ser el creador de “Buffy Cazavampiros”
y “Firefly”, amén de haber realizado un trabajo sobresaliente a
los mandos de la cabecera “Astonishing X-Men” (una de las
mejores etapas que los mutantes de la Marvel hayan vivido en
décadas). Whedon, que también tiene en su currículum el fabuloso
libreto de la primera “Toy Story” de Pixar (ahí es nada) y la
tronchante serie para internet “Dr. Horrible's Sing-Along Blog”,
opta junto a su co-guionista Zak Penn por la solución más obvia,
pero también la más lógica, para lograr un equilibrio entre las
aportaciones de cada personaje protagonista a la acción y ofrecer el
mayor espectáculo pirotécnico jamás visto en un film de
super-héroes hasta la fecha: traducir a imagen real las dos sagas de
“The Ultimates” con las que Mark Millar y Bryan Hitch
establecieron una versión actual e intencionadamente cinematográfica
de los Vengadores clásicos.
El
trabajo de adaptación por parte de Whedon y Penn resulta modélico.
Pese a que la estructura del relato beba directamente del tebeo de
Millar y Hitch, “Los Vengadores” contiene tantas referencias a la
continuidad ultimate de Marvel como a la tradicional, y
aspectos tan icónicos como el pasado villanesco de Ojo de Halcón
(Jeremy Renner, molando bastante) o el dudoso juego de lealtades de
la Viuda Negra (Scarlett Johansson, luciendo palmito) son
reinterpretados en el film de un modo tan original como respetuoso.
El hecho de que Loki (Tom Hiddleston, más entonado que en su
anterior encarnación del personaje), el malvado hermano de Thor
(Chris Hemsworth, rubio, supervitaminado y cumplidor), sea el
encargado de poner en jaque a la organización liderada por Nick
Furia (Samuel L. Jackson haciendo de Samuel L. Jackson) y obligue a
éste a reunir a un grupo capitaneado por el supersoldado
extemporáneo Steve Rogers (Chris Evans, correcto como el inocente
boy scout de las barras y estrellas) y al genio, filántropo,
playboy y héroe trash Tony Stark (Robert Downey Jr., perfecto
una vez más) es también un evidente reflejo de aquel número 1 de
“Los Vengadores” escrito por Stan Lee y dibujado por Jack Kirby
en el que la primera formación de los Héroes Más Poderosos de la
Tierra se juntaba para soplarle los mocos al dios de las mentiras
asgardiano. Esta sensación de ser una película para fans y hecha
por fans alcanza sus cotas máximas en una escena post-créditos
que dejará absolutamente indiferentes a los espectadores ajenos al
material viñetístico original, pero que hará aullar de placer geek
al marvelita de pro. Al menos ésa es la intención.
Que
cada uno de los héroes tenga su momento de gloria en este circo de
seis pistas y que ninguno acabe por adueñarse totalmente de la
película es otro de los grandes méritos del guión escrito a cuatro
manos por Whedon y Penn. Al menos hasta la gran traca final, en la
que un enorme tipo verde vestido con unos ridículos pantalones
morados se gana al respetable a base de risas y hostias como
panes.
Dr. Banner or how I learned to love the Hulk
Quizás
el mayor handicap al que debía hacer frente esta “Los
Vengadores” era la traición de Edward Norton, que había
protagonizado en 2008 “El increíble Hulk” para posteriormente
renegar del film y dejar a Marvel sin su Bruce Banner de carne y
hueso. Su sustitución, asignada finalmente al intérprete Mark
Ruffalo, era uno de los aspectos que más chirriaban en el conjunto
del proyecto Vengadores. La suerte
no es que Ruffalo defienda con profesionalidad un personaje cuya
mitología siempre ha resultado un poco simple para las necesidades
dramáticas de la gran pantalla (de ahí que Ang Lee tuviera que
retorcer tanto el concepto original para otorgarle una inesperada ¿e
indeseada? profundidad a su adaptación del personaje en 2003), sino
que la elección del actor que dé vida a Banner sea, a fin de
cuentas, irrelevante. El goliat esmeralda,
una portentosa creación CGI que se dedica a destruir todo cuanto
encuentra a su paso, no precisa de un trasfondo psicológico
especialmente trabajado siempre y cuando su presencia en pantalla
esté tan contenida y calculada como en la presente “Los Vengadores”.
Reservarse a Hulk para los frenéticos 40 minutos finales del film es
quizás el mayor acierto del Whedon guionista en toda la película,
pues es el monstruo gamma
quien protagoniza las escenas que sin duda más darán que hablar (y
regodearse) al público cuando éste abandone la sala.
Si
bien hasta el momento la película resulta un derroche de ritmo y
precisión narrativa, es en ese último acto, el de la épica y la
destrucción masiva, donde el Whedon director ofrece también lo
mejor de sí mismo. El cineasta no sólo planifica cuidadosamente la
acción para que uno nunca se pierda en medio de una bacanal de
brillantes explosiones, coreografías imposibles y líneas de diálogo
que ponen a prueba la escala Farnsworth de molonidad,
sino que factura además algunos planos de arrolladora potencia
visual (como esa magnífica secuencia sin cortes que recorre
Manhattan uniendo todos los focos de interés de la contienda gracias
a un hábil trucaje digital) que dejan a Michael Bay en el lugar que
merece dentro del gremio de artesanos de blockbusters:
el lodo. Es francamente meritorio que Whedon haya resuelto así de bien su segunda incursión en la gran pantalla (tras su debut en "Serenity", el largometraje que ponía punto y final a su space-western catódico "Firefly"), más aún si hablamos de un proyecto tan desorbitadamente caro y con tanto hype a sus espaldas como éste.
"Los Vengadores" es, por tanto, una película honesta en su falta de pretensiones dramáticas, gloriosa en su propuesta exclusivamente lúdica y definitivamente incontestable como producto destinado al fanboy que sabe de qué va la cosa. Sería inexacto decir que el film se habría convertido en un claro favorito si lo hubiese visto cuando tenía 15 años, porque disfrutándolo en la enorme pantalla de una sala oscura, con un gran bol de palomitas de maíz regado con generosas dosis de agua carbonatada y edulcorante con sabor a cola, he vuelto a sentirme como si aún tuviera 10.
'Nuff said!