Jack “Batallador” Murdock ("Daredevil: Yellow" de Jeph Loeb y Tim Sale).
A la pequeña pantalla le está pasando lo mismo que le sucede
a cualquier otro medio de expresión artística cuando alcanza la madurez: la
oferta se diversifica tanto y existen tantos títulos a tener en cuenta que
resulta imposible seguir la pista de las últimas novedades con la comodidad con que uno lo hacía tiempo atrás. A principios de la pasada década, las series realmente imperdibles, aquéllas que acabarían convirtiéndose en referentes de todo lo
que vino después, eran pocas. Con la proliferación de producciones de altos
vuelos para el ámbito catódico, las parrillas norteamericanas se han ido
llenando de títulos de mayor o menor calidad entre los cuales se hace cada vez
más difícil distinguir la paja del grano. Al final, inevitablemente, uno acaba
dejándose seducir por los nombres que más se repiten entre el público afín y los
pseudo-entendidos de la bloguesfera (aunque resulten ser mediocridades del
calibre de “True blood” o “American Horror Story”) y no repara en otros más
meritorios que vuelan muy por debajo de su radar.
Hace unos meses le comentaba a J. (mayúscula) que, al igual que sucedió con el western en “Deadwood” y “Hell on wheels” o con el género bélico en “Band of brothers” y “The Pacific”, estaría bien que alguna cadena de prestigio como HBO, AMC o Showtime le diese una oportunidad a una hipotética serie centrada en otra temática recurrente en el Séptimo Arte: el boxeo. Mis argumentos para demandar tal cosa eran, en mi nada modesta pero siempre discutible opinión, bastante consistentes: el mundo del boxeo tiene un componente dramático innegable, y siempre he creído que hay pocos ambientes deportivos más cinematográficos que un cuadrilátero. Así lo atestiguan films como “Toro salvaje”, “Rocky”, “Ali”, “The fighter” o la más reciente, estupendísima e incomprensiblemente inédita en España “Warrior” (aunque allí el ring fuese un hexágono). Los clichés de la competición profesional y del submundo que la rodea (las apuestas ilegales, los combates amañados, las secuelas físicas de toda una vida recibiendo golpes, etc.) podrían desarrollarse plenamente en una narración que huyese de las restricciones temporales de la gran pantalla, y en lugar de tener uno de esos montajes de entrenamiento de un par de minutos que habitualmente se muestran en el cine antes de que el protagonista encare el climático enfrentamiento final con su adversario, los guionistas podrían mostrarnos la progresión física del personaje a lo largo de varios capítulos, haciendo hincapié en el hecho de que un combate se gana tanto en los 12 asaltos que tienen lugar sobre la lona como en los meses previos de esfuerzo y sacrificio.
Por supuesto, yo decía aquello sin tener ni la menor idea de
que la serie que estaba construyendo en mi cabeza ya existía y que llevaba por
título “Lights out” (“El declive de Patrick Leary”, en su insólita traducción
al castellano). Me hizo cierta ilusión, de hecho, descubrir que el showrunner Justin Zackham había tenido
la misma idea antes que yo y que había logrado convencer a la cadena FX para
emitir, entre enero y abril de 2011, los 13 episodios que J. (mayúscula) y yo
terminamos de ver la pasada semana.
“Lights out” está protagonizada por Patrick “Lights” Leary, ex-campeón
de los pesos pesados que lleva cinco años retirado de la competición. Bajo la imagen
exterior de una idílica vida familiar junto a su esposa Theresa y sus tres
hijas se esconde una precaria situación económica fruto de una serie de malas
inversiones y de los constantes gastos generados por su padre (y antiguo
entrenador), su hermano Johnny (su representante y actual gerente de su gimnasio) y su
hermana Margaret (propietaria de un restaurante levantado gracias al dinero
ganado por Lights a base de jabs y uppercuts). Atosigado por sus acreedores e incapaz de lograr
suficientes contratos publicitarios (en mercados tan denigrantes como la Teletienda)
que le permitan mantener el alto nivel de vida de todos los miembros de su
clan, Lights se verá en la encrucijada de tener que decidir entre un empleo clandestino
como cobrador para un conocido mafioso
local o una revancha bajo los focos contra el hombre que le arrebató el
cinturón de campeón en su último combate antes de retirarse: Richard “Death Row”
Reynolds.
Como no podía ser de otro modo, “Lights out” hace suyos
todos los clichés que antes mencionaba y los desarrolla con solvencia en el
peor de los casos y gran lucidez en el mejor, en la que podríamos calificar
como la “historia definitiva del boxeador
de ficción”. La serie cuenta con un reparto más que competente, en el que destacan
caras semi-conocidas como las de Catherine McCormack (esposa de William Wallace
en “Braveheart” y novia del personaje de Brad Pitt en “Spy Game”), Pablo
Schreiber y Reg E. Cathey (ambos vistos en roles secundarios de la
inconmensurable y nunca suficientemente alabada “The Wire”), Eamonn Walker (dictador liberiano en la interesante "El señor de la guerra" de Andrew Niccol) o Stacy Keach (otro
recurrente rostro televisivo, presente en títulos como “Prison break” o “Bored to death”). No obstante, el mayor acierto de casting es el que atañe al
personaje protagonista: Holt McCallany, inadvertido secundario en ciento y una
producciones que van desde el cine de culto (“El club de la lucha”) hasta la fast food catódica (“CSI”), compone un
Patrick “Lights” Leary que aúna determinación, coraje y pundonor con incontables
matices de gris que lo acercan a un abismo profesional, familiar y moral del
que quizás no consiga salir con vida (“…but the fighter still remains”, que dirían Simon y Garfunkel). Un papel en el
que el componente físico resulta determinante, aspecto en el que tanto McCallany
como el actor Billy Brown (que interpreta a su rival “Death Row” Reynolds) cumplen
con matrícula de honor.
La sobria puesta en escena y la brillante realización de las
escenas de boxeo (el último combate está narrado prácticamente en tiempo real),
la inteligente elusión de los elementos más bochornosamente melodramáticos en
esta clase de historias y la progresiva intensidad emocional del relato son
otros de los factores que hacen de esta “Lights out” una serie absolutamente
recomendable, por mucho que el resultado final quede un par de peldaños por
debajo de las grandes obras maestras del medio (como “Mad Men”, “Los Soprano” o
lo que hemos visto hasta la fecha de “Boardwalk Empire”, por ejemplo).
Ni siquiera uno de los principales varapalos sufridos por la
serie, su cancelación al final de la primera (y por tanto única) temporada
debido a las bajas audiencias, puede considerarse una flaqueza. Más bien al
contrario: “Lights out” se convierte así en una narración autoconclusiva que,
por suerte para el espectador, se cierra con toda la intensidad, inteligencia y
rotundidad que uno podría desear. Su último episodio es una recompensa para
todos aquellos que hemos seguido durante más de 8 horas de metraje a este
campeón caído que se levanta incansablemente tras cada nueva zancadilla que la
vida pone a su paso en el camino hacia la redención y ¿la gloria?
Un perfecto punto final para una serie que merece sin duda un reconocimiento mucho mayor que el conseguido hasta la fecha.
Un perfecto punto final para una serie que merece sin duda un reconocimiento mucho mayor que el conseguido hasta la fecha.