miércoles, febrero 27, 2008

Kubrick lives!

Si fuera un asesino en serie, Paul Thomas Anderson sería un “copycat”. Para los que no hayáis visto la película homónima que protagonizaron Sigourney Weaver y Holly Hunter en los 90 (o no hayáis estudiado criminología), diré que el término “copycat” designa a un asesino que mata siguiendo el modus operandi de otros psicópatas. En la peli de marras, el malo iba recreando los crímenes de gente como Ed Gein, Jack el Destripador, o John Wayne Gacy con escrupulosa exactitud.

Vistas cuatro de las cinco películas que integran, a día de hoy, la filmografía de Paul Thomas Anderson (PTA para los amigos), está bastante claro que el hombre no tiene ningún reparo en mostrar abiertamente sus influencias. No he visto “Sydney”, su primer film, pero es más que obvio que “Boogie nights” es el trabajo de un profundo admirador de Martin Scorsese y que “Magnolia” bebe directamente del cine de Robert Altman. Ambas son películas formidables, densas, quizás henchidas de megalomanía (sobre todo “Magnolia”) pero absolutamente fascinantes. “Punch-drunk love”, su cuarto trabajo como director, es una indescriptible ¿comedia? esquizofrénica que me dejó, pese a su pulcritud formal, sumido en la más absoluta indiferencia, debido quizás a que en esta ocasión el bueno de PTA no se apropió del libro de estilo de ninguno de los grandes (que yo sepa), y le salió una cinta aburrida y sin personalidad.
Para su nuevo film, “There will be blood” (inexplicablemente traducido aquí como “Pozos de ambición”, con lo fácil que hubiera sido titularlo “Correrá la sangre”), PTA parece haber recordado la máxima que citaba Edward Furlong al final de “American History X” y que le ayudó a gestar sus dos mejores trabajos (hasta ahora): “si alguien lo ha hecho mejor de lo que tú sabrías hacerlo, cópiale”. Y esta vez ha copiado al más grande: Stanley Kubrick. Lo diré de nuevo, sólo por el placer de decirlo: STANLEY KUBRICK. Todo en “There will be blood” evoca positivamente la obra (maestra, en general) del director de “2001: una odisea en el espacio”.

Desde sus diez primeros minutos, casi mudos, tremendamente físicos, se pone en evidencia el inmenso cuidado formal con que ha sido tratada la historia de Daniel Plainview, buscador de petróleo en la árida California de principios del siglo XX interpretado por Daniel Day-Lewis, que ha vuelto a recordarnos que “no estaba muerto, estaba de parranda” (o en su zapatería en la Toscana, que para el caso es lo mismo).

Porque si detrás de la cámara el protagonista es el espíritu del demonio Stanley, poseyendo el cuerpo de PTA (nuestra Reagan de excepción), frente a la cámara prácticamente todo el peso del espectáculo cae sobre los hombros de un Day-Lewis que si no hace aquí el papel de su vida tal vez sea porque este señor ya ha hecho demasiados de esos (quizás para compensar la existencia de Steven Seagal, quién sabe), logrando una interpretación arrolladora, cargada de excesos hasta transformar la sobreactuación en virtud; de las que quedan escritas con letras doradas en la historia del cine, como aquel Jack Torrance de Jack Nicholson o el Alex de Malcom McDowell (ya veis por dónde van los tiros…). Pese a las simpatías personales de cada uno (soy de los que creen que Viggo Mortensen y Johnny Depp aún tienen mucho reconocimiento por recibir), estaba bastante claro quién se llevaría el galardón al mejor actor principal en la reciente edición de los Oscar.

Pero, sorprendentemente, Day-Lewis no está solo en su genialidad. Porque la némesis de su personaje, el sacerdote de la Iglesia de la Tercera Revelación Eli Sunday, se nos presenta encarnado en un Paul Dano que cambia radicalmente de registro (la última vez que lo vimos era un introvertido adolescente que había hecho voto de silencio en la comedia “Pequeña Miss Sunshine”) y aparece aquí en un complicado rol que el joven actor borda hasta conseguir sentirse a gusto frente a esa fuerza de la naturaleza que es su partenaire. Lo cual es mucho decir.

Y la lista de virtudes no parece detenerse.

La banda sonora de Johnny Greenwood (componente de Radiohead, una de las bandas de rock más importantes de las dos últimas décadas) no sólo es excelente, sino que se acopla a las imágenes con una inteligencia prodigiosa, consiguiendo ponernos los pelos como escarpias y recordando (una vez más) al modo en que Kubrick utilizaba la música en sus películas: no sólo como mero embellecimiento, sino como arma narrativa por pleno derecho.

El diseño artístico y la fotografía son inmejorables. Aunque la Academia decidió premiar en la primera categoría la imaginería oscura de "Sweeney Todd" (excelente, es cierto, pero más de lo mismo dentro de la filmografía de Burton), al menos tuvo la decencia de otorgarle el Oscar a la mejor fotografía a Robert Elswitt, responsable del sublime aspecto visual de “There will be blood”.

Pero toda esta perfección técnica se quedaría en un desaprovechado envoltorio si el guión, también escrito por PTA (y adaptando la novela “Oil!” de Upton Sinclair), no fuera igualmente magnífico. Y vaya si lo es. La historia de Plainview está contada desde un punto de vista frío y distante, con los diálogos justos para que no se nos escape nada, pero el cripticismo adecuado para no ponerle al espectador las conclusiones en bandeja. Incluso se permite crear un enigma donde no lo hay (la identidad del personaje de Paul Dano), utilizando la omisión de información hasta el momento justo (tenemos al principio de la película, por toda respuesta, una mirada de Daniel Plainview a su hijo, y cada cual entenderá lo que quiera hasta que al final se nos revele, sin ningún tipo de aspavientos, la realidad del asunto). La narración sigue a la perfección el modelo de “estudio del personaje” que ya se vio en “Ciudadano Kane” o “El aviador”, mostrando la evolución obvia de un individuo por cuyas venas corre petróleo y que alimenta sus noches soñando con unas riquezas que jamás ha pensado disfrutar. Que nadie se engañe: al igual que las películas antes citadas, no hay paz ni redención aguardando en el horizonte californiano que habita Plainview. Esto no es un cuento de Dickens, sino auténtico cine de terror. Y al final, como reza el título original (y la lógica interna del relato), correrá la sangre.

El último plano antes de los créditos supone el cierre perfecto para una película gigantesca (en todos los aspectos) que comienza oliendo a la misma tierra excavada en las trincheras de “Senderos de gloria” y termina con el regusto cítrico de una “naranja mecánica”. Una película que, pese a haber sido perpetrada por un suplantador, es como esos cuadros pintados por imitadores de Van Gogh que ya no se distinguen del original, rozando la perfección en cada milímetro de lienzo.

Con clase

“A veces recuerdo tu imagen
desnuda en la noche vacía.
Tu cuerpo sin peso se abre
y abrazo mi propia mentira.

Así me reanuda la sangre,
tensando la carne dormida.
Mis dedos aprietan amantes
un hondo compás de caricias.

Dentro, me quemo por ti,
me vierto sin ti,
y nace un muerto.

Mi mano ahuyentó soledades
tomando tu forma precisa.
La piel que te hice en el aire
recibe un temblor de semilla.

Un quieto cansancio me esparce.
Tu imagen se borra en seguida.
Me llena una ausencia de hambre
y un dulce calor de saliva.

Dentro, me quemo por ti,
me vierto sin ti,
y nace un muerto.

Dentro…”


(Luis Eduardo Aute se lo monta él solo y nos lo cuenta con clase en la versión de “Dentro” que publicó en “Auterretratos”, uno de esos discos que me llevan a otra época, a otro lugar y al mismo compadrito de siempre.)

"Do I disappoint you?"

Rufus Wainwright viene a Galicia. Actuará en Santiago de Compostela el próximo mes de Junio.

Pero ya no hay entradas. Han volado en cuestión de horas.

Y me quedo sin poder velo…

"¿Ha probado a apagar y encender el ordenador?"

Por recomendación de un visitante del blog, me he hecho con los seis capítulos que componen la primera temporada de “The I.T. crowd”, serie de la cadena británica de televisión Channel 4 que narra las andanzas del departamento informático de una gran empresa londinense.

Mi idea original era ver un capítulo al día (con el fin de alternarla con el visionado de otra serie, “Damages”, y así ir cubriendo la terrible espera por los nuevos capítulos de “Lost”), pero me enganché con el primero y no pude parar hasta ver los seis de un tirón. Lo cual es totalmente lógico si tenemos en cuenta que en ese primer episodio se encuentra el descacharrante gag con la palabra “team” (“equipo” en inglés) que casi me hizo llorar de risa.

En materia de humor, cada persona tiene un sentido del ídem diferente, así que resulta mucho más complicado recomendar una sit-com que una serie dramática o una de ciencia-ficción, pero estoy casi convencido que “The I.T. crowd” gustará a todos aquellos que se parten la caja con “Los Simpson”, “Padre de Familia”, “Futurama” o “Friends” (¡guango travieso!), pues también manifiesta una acusada preferencia por el humor surrealista y las referencias al cine y la televisión (como la mención de la primera escena de “Carrie” en el capítulo “La visita de la tía Irma”).

Hay que tener en cuenta, eso sí, que los cómicos británicos sobreactúan cosa mala y que el presupuesto no da para excesos (recordad los decorados de la serie “Mr. Bean” y os haréis una idea exacta del tipo de producto al que me estoy refiriendo).

Pero, pese a todo, las risas, al menos en mi caso, están aseguradas (y el sketch de Internet de “Enjuto Mojamuto” no es tan original como servidor creyó en un principio).

Una moneda al aire

Tras una fulgurante carrera en el circuito festivalero yanki, unas críticas altamente esperanzadoras y una campaña de promoción que la presentaba como una de las películas más importantes de la temporada (sino la más importante), por fin he podido ver “No es país para viejos”.
Los hermanos Cohen, director bicéfalo que ya firmó peliculones como “El gran Lebowsky”, “Muerte entre las flores”, “Fargo” o “El hombre que nunca estuvo allí”, dejaban las comedias alocadas (tras resultados irregulares) y volvían a ponerse serios. Más que nunca.

Claro que, vista la campaña publicitaria desplegada, los trailers y demás parafernalia anterior al estreno, lo más obvio era aguardar un thriller escalofriante, y hete aquí que nos hallamos ante un drama existencial (con toques de western) totalmente anticlimático, áspero, frío (helado), críptico, alejado de cualquier crescendo tipificado en los manuales del cine ortodoxo y sin una sola respuesta que llevarnos a la boca después de sus dos horas de metraje.

“No es país para viejos” es una película difícil de asimilar en un primer momento. Al salir del cine, servidor no sabía qué decir ni pensar. Me fui a la cama esa noche con el film revoloteando en la cabeza y me desperté al día siguiente con la tristeza del sheriff Ed Tom (el personaje que interpreta Tommy Lee Jones) dibujada en mis ojeras mañaneras. Me caló hondo, eso seguro.

Pero cuantas más vueltas le he dado, más me he ido convenciendo de su excelencia. La excelencia de un film atípico que no se parece a nada que haya visto antes. O quizás sí.

Con el paso de los días he llegado a establecer un paralelismo entre “No es país para viejos” y “Blade Runner”. Parece cogido por los pelos, lo sé, pero me explicaré (intentando no destriparle la peli a nadie).

Ambas son películas circunstancialmente adscritas a un género (ciencia-ficción una, western fronterizo la otra) del que se valen para articular un discurso filosófico (en “Blade Runner”, el valor de la vida, aunque ésta no esté definida por nuestros parámetros de “lo que es vida”; en “No es país para viejos”, la pregunta de cómo luchar contra un horror que nos supera y que, llegado el caso, nos destruirá sin que le encontremos una explicación). Ambas evitan las fórmulas argumentales preestablecidas (el personaje sobre el que recae el peso de la trama no es quien podríamos creer en un principio, y el final es cualquier cosa menos el que habríamos imaginado). Ambas son visualmente sublimes (una inauguró la estética cyberpunk en cine, y hasta hoy no ha habido quien pueda destronarla; en otra, situada en el extremo opuesto de la línea trazada entre la opulencia y la sobriedad, nos encontramos con un rigor formal insuperable). Las dos tienen diálogos para el recuerdo. Las dos narran una persecución a vida o muerte. Las dos tienen unos antagonistas (me niego a usar la palabra “malo” para referirme al Roy Batty de “Blade Runner”) que se quedan grabados en la memoria colectiva (el personaje de Bardem, Anton Chigurh, pasará a los anales); y las dos son películas de culto (porque “No es país para viejos” ya lo es).

Por alguna razón, me resulta más cómodo comparar “No es país para viejos” que afrontarla de forma directa. Quizás sea porque su nihilismo, brillantemente llevado a la pantalla, escapa a las clasificaciones y nos deja a los aporrea-teclados varados por falta de sebo. O quizás sea porque su principal virtud es su mensaje, y éste es uno que no ofrece respuestas, tan sólo una gran pregunta a la que nadie podrá responder, y de ahí proviene la tristeza y la angustia existencial que impregnan la película. Sea como fuere, me quedo con estas cinco conclusiones, que no lo son tanto sobre la cinta en sí, como sobre lo que uno debe saber de ella antes de verla:

1-“No es país para viejos” no es una película para pasar el rato. Hay que verla concentrado, sin ideas preconcebidas y sin esperar respuestas fáciles.

2-Estoy convencido de que “No es país para viejos” es una película que gana con cada nuevo visionado. Lo sabré cuando la vea de nuevo, pero me aventuro a afirmar que, sabiendo lo que me voy a encontrar, la disfrutaré mucho más minuto a minuto.

3-Habiendo leído la novela de Cormac McCarthy en la que se basa, puedo afirmar que es una de las poquísmas adaptaciones que recuerdo que, sin alejarse de la obra original (de hecho es tremendamente fiel), la superan (y aquí quizás tendríamos otro paralelismo con “Blade Runner”, aunque eso habría que someterlo a debate…)

4-Pocas veces se ve en cine una actuación perfecta. Es algo que desde siempre se han reservado para sí los grandes astros del celuloide como Marlon Brando, Robert de Niro, Jack Nicholson, Al Pacino o (me veo obligado a incluirlo, teniendo tan fresca en la memoria “There will be blood”) Daniel Day-Lewis. Con su interpretación de Anton Chigurh, Javier Bardem ha pasado a formar parte de esta lista. Pero no conviene olvidar a Tommy Lee Jones, que está también magnífico en la película, aunque su papel sea menos llamativo y se haya visto eclipsado por nuestro español más internacional (porque asumo que ya ha destronado, por méritos más que evidentes, a Antonio Banderas y Julio Iglesias…)

5-“No es país para viejos” no dejará indiferente a ningún espectador. Yo no conozco a nadie a quien pueda recomendársela con la impresión inequívoca de que le gustará. A mí me ha parecido sobresaliente, pero en este caso, más que nunca, eso es personal e intransferible.

domingo, febrero 24, 2008

Oscars 2008

Al igual que el año pasado, dejo caer mi quiniela para esta edición de la entrega de los Oscars. Estoy bastante en desacuerdo con algunas de las nominaciones: echo en falta unas 5 ó 6 para “El buen pastor”, incluyendo película, guión, director y actor principal; también alguna más para “Promesas del este”, incluyendo también director y película; y más reconocimiento (en categorías no técnicas) para “El ultimátum de Bourne". Además, puestos a ser condescendientes con el cine indie (porque es obvio que todos los años la Academia cuela entre las nominadas a mejor película una "modernilla/independiente" con pocas posibilidades de ganar), en vez de "Juno" yo hubiera prestado mayor atención a "Viaje a Darjeeling", muy superior en todos los aspectos (y a la que tampoco le hubieran sobrado las nominaciones a mejor guión original y mejor director, por cierto). Pero bueno, las nominadas son las que son, así que entre ellas elegiré las que creo que se llevarán el gato al agua:

MEJOR PELÍCULA: "Pozos de ambición"

MEJOR DIRECTOR: Paul Thomas Anderson ("Pozos de ambición")

MEJOR ACTOR: Daniel Day-Lewis ("Pozos de ambición")

MEJOR ACTRIZ: Ellen Page ("Juno"), aunque también es cierto que no he visto las otras y que estoy un poco-pelín enamorado de su personaje en la película, jejeje...

MEJOR ACTOR SECUNDARIO: Javier Bardem ("No es país para viejos"), de calle

MEJOR ACTRIZ SECUNDARIA: Cate Blanchett ("I'm not there")

MEJOR GUIÓN ORIGINAL: "Juno"

MEJOR GUIÓN ADAPTADO: "No es país para viejos"

MEJOR PELÍCULA DOCUMENTAL: ni idea

MEJOR CORTO DOCUMENTAL: ni zorra

MEJOR PELÍCULA EXTRANJERA: pues tampoco ni idea, porque al no estar nominada "4 meses, 3 semanas y 2 días", se cargaron la que sería la gran favorita...

OSCAR HONORÍFICO: (éste lo acierto fijo) Robert Boyle

MEJOR MONTAJE: "El ultimátum de Bourne"

MEJOR DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: "Pozos de ambición"

MEJOR BANDA SONORA ORIGINAL: "Cometas en el cielo"

MEJOR CANCIÓN ORIGINAL: "Falling Slowly", en "Once"

MEJOR DIRECCIÓN ARTÍSTICA: "Pozos de ambición"

MEJOR DISEÑO DE VESTUARIO: "Expiación"

MEJOR MAQUILLAJE Y/O PELUQUERÍA: "Piratas del Caribe: En el fin del mundo"

MEJORES EFECTOS SONOROS: "Transformers"

MEJOR MONTAJE DE SONIDO: "Transformers"

MEJORES EFECTOS ESPECIALES: "Transformers"

MEJOR PELÍCULA DE ANIMACIÓN: "Persépolis" (y me molaría muchísimo ver a Marjane Satrapi, vestida de gala, recogiendo el Oscar)

MEJOR CORTOMETRAJE DE FICCIÓN: Ni idea

MEJOR CORTOMETRAJE DE ANIMACIÓN: Ni puta, vamos...

lunes, febrero 11, 2008

Recomendaciones femeninas VI: "El amor en los tiempos del cólera"

No diré toda una vida (porque mentiría), pero sí puedo afirmar sin temor a equivocarme que llevo esperando el momento de hacer esta reseña literaria desde que inicié mi andadura blogera hace ya más de un año. Y es que “El amor en los tiempos del cólera” estaba ya en mi mente, convenientemente anotada como lectura imprescindible, desde hace unos cuatro años, cuando la recomendadora a la que hoy me debo me confesó que se trataba de su novela favorita. Poco tiempo después, muchas otras amigas, familiares y conocidas me hicieron la misma confesión, y entre aquella amalgama de gustos dispares que coincidían en un mismo punto comprendí que quería leer este libro y que, aún más importante, tenía que leerlo.

Tan relevante es para el Abismo esta novela de Gabriel García Márquez que fue por su causa (y ninguna otra) que ya en la primera entrada de estas “recomendaciones femeninas” tomé la decisión de establecer una numeración cardinal para todas ellas, a sabiendas de que “El amor en los tiempos del cólera” sería la gran protagonista (siempre proyectada, nunca abordada hasta ahora) de estas irregulares reseñas en un futuro no muy lejano. Si no empecé precisamente por ella fue porque a) hubiera sido lo más obvio, y servidor siempre se ha sentido en el deber de escapar de lo obvio como de la peste; b) jamás antes había escrito una sola palabra crítica sobre literatura, y no me sentía capacitado para iniciarme en tales lides con la que sería a ciencia cierta una lectura fundamental en mi vida y c) tardé casi cuatro años en tomar aliento y sobrepasar la imagen del barco de vapor que ilustra la portada de la novela (en la edición que yo poseo).


Las razones para este retraso son múltiples, pero quizás la más importante sea que cuando al fin me dije “es hora de leerla y dejarse llevar”, caí fulminado por un amor casi tan colérico como el de la novela de marras, y tras el paso del huracán (breve y altamente destructivo) me quedé hecho unos zorros y con poca o ninguna gana de embarcarme en la historia de un hombre que durante cincuenta años es fiel en su corazón al único y verdadero gran amor de su vida. Coincidiréis conmigo en que el resultado de haber leído esta novela por aquel entonces hubiera sido malsana inspiración para un romanticismo descabellado, una espera eterna e infructífera y el masoquismo autoimpuesto más retorcido que uno pueda imaginar, cosas que uno agradece en un personaje como el Florentino Ariza de la novela, pero que pocas ganas tiene de experimentar en carne propia. Así que lo dejé correr, por miedo a las terribles consecuencias de leer algo tan inapropiado para mi estado de ánimo, y me consolé revisitando periódicamente “The Ultimates” de Mark Millar y Bryan Hitch, escuchando grandes éxitos (con nula carga emocional, todo rabia visceral) de Metallica y levantando pesas en un gimnasio. Cada uno tiene su manera de hacer terapia.

Según Lewis Trondheim sólo hay dos curas para el amor no correspondido: una es el olvido; la otra, la muerte. Y, como dice su personaje Lapinot, “visto así, el olvido no parece tan malo”.

Así que cuando estuve por fin curado me dije: “ahora sí, a por el cólera”. Y leí.

Hay libros pésimos, malos, regulares, buenos y excelentes. Y luego hay grandes libros: ésos que marcan a generaciones de lectores, que graban a fuego una idea en el pensamiento colectivo de una sociedad, que cambian el mundo desde el momento en que existen. Todo el mundo ha oído hablar de unos cuantos: “Fausto”, “La divina comedia”, “Crimen y castigo”, “Hamlet”, “Moby Dick”, “1984”… Te pueden gustar más o menos; divertirte mucho o poco; pero es inevitable verlos como hitos literarios del mismo modo en que, aunque te hayas aburrido viendo “Ciudadano Kane” o “Casablanca” (que alguno habrá), cualquier crítica hacia su inclusión en el salón de la fama del cine sería sin duda vista como un acto de inconsciencia y, en según qué círculos, puritita ignorancia.

Pues bien: “El amor en los tiempos del cólera” es un libro de los grandes, de los inmensos. Durante su lectura, desde el enorme mcguffin con que da el pistoletazo de salida hasta el último párrafo del libro (resumen simple y contundente de todo lo que viene antes), sentí que me encontraba ante algo trascendente, puro, de una belleza inequívoca. No sólo por la virtud de la prosa de García Márquez, sino por la excelencia misma de lo narrado y de la forma en que ello se articula, cómo va y viene en el tiempo, se permite digresiones, regresiones, reinterpretaciones de un mismo hecho… como un aleph de Borges pero a la inversa, pues en lugar de ser el punto desde el cual se ven todos los demás, “El amor en los tiempos del cólera” es la historia que se muestra desde todos los puntos de vista y desde todos los momentos en que sucede, como una sola idea contemplada mediante el empleo del bullet-time que los hermanos Wachowsky idearon para “The Matrix”. La idea, como no podía ser de otro modo, es la sublimación romántica.

Y todo está tan bien empaquetadito, con cada punto de cada i y cada raya de cada t en su justo sitio, que a poco que uno se plantee el enorme esfuerzo que para el común de los mortales acarrearía el intentar una hazaña literaria como la presente, resulta inevitable invocar en el pensamiento un diccionario que ilustre la definición de la palabra “genio” con una foto de Gabo bien sonriente, sabedor del gran secreto alquímico de las palabras combinadas que se llevará orgulloso a la tumba, el hijo de la gran puta. Nos deja, al menos, la posibilidad de disfrutarlo tantas veces como queramos.

Tal y como constaté a la recomendadora primigenia en el instante mismo en que cerré el libro, ya sólo me resta guardar un par de días de luto por “El amor en los tiempos del cólera”, dejar que el cadáver de tan grata lectura se enfríe en la estantería del dormitorio y darme un pequeño respiro antes de afrontar cualquier nueva distracción literaria, pues mucho me temo que venga lo que venga es bien probable que me sepa a poco, al igual que ocurre tras los amores que se nos van de las manos antes de marchitar.

Viva Gabriel García Márquez y la madre que lo parió.

Un aparte:

No puedo evitar aludir a la versión cinematográfica dirigida por Mike Newell y protagonizada por Javier Bardem que actualmente se proyecta en los cines de toda España. No la he visto y no creo que la vea en breve, porque dudo mucho que refleje siquiera un atisbo de la genialidad de la obra que adapta. Sin poder juzgarla como se merece, sí me permito opinar, a priori, que la novela de García Márquez me parece imposible de trasladar al cine debido a su densidad y detallismo, su profusión de subtramas y sus continuas idas y venidas temporales, y que Newell debe ser un gran ególatra o un gran inconsciente si al leerla concluyó: “de aquí yo saco una buena película”. Si además los temas cantados de la banda sonora corren a cargo de Shakira, ya sólo me queda temblar…

Monstruo 1 - Estatua de la Libertad 0


Lo realmente monstruoso del asunto es que se haya decidido denominar “Monstruoso” a una película cuyo título original es “Cloverfield”. Pero como ya son de sobra conocidas las costumbres de las distribuidoras (en estos casos siempre vuelve a mi memoria la orgiástica traducción de “Ice princess” por “Soñando, soñando, triunfé patinando”), dejémonos de gaitas y vayamos al grano cinematográfico.

Tras ver “Monstruoso” es inevitable establecer, desde un primer momento, una comparativa entre ésta y la reciente “Rec” de Jaume Balagueró y Paco Plaza, puesto que ambas se suben al tren de los “documentos supuestamente reales de sucesos propios del género de terror/fantástico”, juego que inauguró sabiamente “El proyecto de la bruja de Blair” (o quizás simplemente lo resucitó, pues ya estaba ahí aunque de otra manera en la mítica “Holocausto caníbal”). Este tipo de películas va camino de convertirse en un sub-género propio dentro del fantástico, me temo. Y digo me temo porque con sólo estas tres muestras (“El proyecto de la bruja de Blair”, “Rec” y “Monstruoso”) ya se han instituido unos códigos propios que se repiten y que limitan sus posibilidades enormemente, sobre todo a nivel argumental. A saber:

1) Según parece, sólo hay una manera de acabar estas películas (sí, ésa que estáis pensando).

2) Siempre ha de haber un punto de la narración en que los hechos deberían superar a quien sostiene la cámara, momento en que éste debería soltarla y darse el piro cagando leches, pero el video-aficionado (o cámara de televisión en el caso de “Rec”) decide seguir grabando dios sabe por qué razón.

3) Siempre se roza el ridículo cuando se fuerza el dramatismo (y la credibilidad de los actores) en situaciones que nadie jamás se permitiría vivir delante de una cámara.

De las tres películas, la que sale mejor parada, en conjunto, es “Rec”, pues suaviza estos “nuevos tópicos” y resulta la más creíble de todas. Con todo, poco se le puede reprochar a “El proyecto de la bruja de Blair”, que sacó tanto de un presupuesto mínimo, cuatro árboles, una tienda de campaña y una mesa de edición de sonido…

Por su parte, el punto fuerte de “Monstruoso” son los efectos especiales. Que sí, ya lo sé, así viene siendo desde el principio de los tiempos en el cine americano. Pero en el caso que nos ocupa no es tanto por el realismo de éstos (nada nuevo bajo el sol, pues el pabellón está muy alto) sino por lo bien integrados que están en la grabación de video-aficionado. Las apariciones de las criaturas son siempre espeluznantes y no cantan en absoluto con el verismo que impregna la película, y eso consigue una sensación real de amenaza a gran escala que, sencillamente, queda de puta madre.

Podría decirse que visualmente da todo lo que su limitado argumento le permite. Y ese es el problema más importante: un guión que ya te sabes como el padrenuestro, porque está claro que desde el principio los responsables decidieron que la historia era lo de menos.

Para los despistados, la trama es la siguiente: los amigos de Robert le montan una fiesta de despedida en su apartamento de Manhattan porque el chaval se va a trabajar a Japón, y mientras uno de sus amigos lo graba todo con una videocámara, “algo” ataca la ciudad, generando una ola de destrucción a su paso y provocando el pánico entre la población. A partir de ahí, todo será un continuo correr de un lado para otro intentando sobrevivir.

Uno de los handicaps del film, supongo, es el hecho de aludir tan directamente al sentimiento de terror post 11-S: ¿Un monstruo gigante cargándose Nueva York sin que nadie pueda hacer nada para evitarlo? Cambia “monstruo gigante” por “terroristas” y ya tienes la pesadilla americana del siglo XXI. Para los yankis debe ser realmente espectacular ver la ciudad arrasada de esa manera en una grabación casera (no olvidemos que en lo que a los medios de comunicación respecta, otro de los elementos clave del atentado contra el World Trade Center fueron las imágenes tomadas por videoaficionados de los aviones empotrándose contra los edificios). Pero en lo que respecta a nosotros, esa sensación de tragedia se minimiza porque muchos sólo conocemos la ciudad de Nueva York gracias al cine (también gracias a los telediarios, sí; pero no nos engañemos, su imagen ha sido magnificada e internacionalizada por el cine), por lo que para el público autóctono las imágenes de destrucción de “Monstruoso” tampoco se saldrán tanto de lo habitual. Esto no es un defecto en sí de la película, pero está claro que la impresión no será la misma para nosotros que para el público de su país de origen.

Por otro lado: ¿quién se cree que lo más adecuado para imitar el realismo de una grabación casera es hacer el casting femenino en una agencia de modelos? O quizás es que yo no he ido a muchas fiestas en el centro de Manhattan y no sé lo que por allí se cuece… En fin.

Concluyo: vista como ejercicio de estilo, “Monstruoso” es irreprochable. Si hubiera sido la primera en proponer el recurso de “grabación de videoaficionado”, nos encontraríamos ante un clásico moderno. Pero después de “El proyecto de la bruja de Blair” y de “Rec”, no pasa de ser una nueva muestra, simplemente correcta, de un subgénero recién nacido y ya casi agotado.

Con todo, se pasa un buen-mal rato, que supongo que es lo que cuenta…

sábado, febrero 02, 2008

Horizontalidad

Así es “Viaje a Darjeeling", la nueva locura de Wes Anderson: horizontal.

No he visto “Academia Rushmore” ni “Los Tenembaum”, así que descubrí a Anderson en “Life Aquatic”, esa película algo rarita en la que un Jacques Cousteau (bautizado Steve Zissou) interpretado por Bill Murray se lanza a la búsqueda y captura de un tiburón animado en stop motion. Todo ello, debo añadir, con las canciones de David Bowie de fondo, pero interpretadas de forma minimalista (sólo guitarra) en portugués. Lógicamente, fue un flechazo.



Pero, cosa rara, no me interesé por la obra de Anderson más allá de aquella película; lo cual se ha demostrado como terriblemente errado por mi parte.

Hace un par de días pude ver “Viaje a Darjeeling”, su nuevo film, que narra el viaje por la India de tres hermanos (interpretados por Owen Wilson, Adrien Brody y Jason Schwartzman) en una búsqueda espiritual (y de más cosas que se desentrañarán a lo largo del film). La cinta está rodada con increíble esmero técnico, moviendo la cámara como lo haría una torre de ajedrez, en largos movimientos de izquierda a derecha (y viceversa) y cortos ajustes verticales. Todo en el film discurre como una vía de tren, en perfecta geometría visual horizontal.



Justo antes de la película, alegre excentricidad, se proyecta un corto titulado “Hotel Chevalier” y protagonizado por el personaje de Jason Schwartzman y la hermosísima (porque lo es) Natalie Portman, y que también forma parte del argumento de la película. Pues bien, tan sólo con ver el cortometraje ya ardía en deseos de levantarme a aplaudir en medio de la sala de cine vacía (sí, estaba yo solo, ilustrando lo muy querido que debe ser Anderson por el gran público): tal es la impresión que me causó “Viaje a Darjeeling”. La de una película que debe ser aplaudida.

Anderson tiene un sentido del humor propio, un estilo cinematográfico particular, una sensibilidad estética sui generis, una caligrafía argumental perfectamente reconocible, tics y manías, actores fetiche (Wilson, Schwartzman, Murray, Angelica Huston,…), un gusto musical claro y definido (en el caso que nos ocupa marcado por las canciones de The Kinks)… y, sobre todo, una capacidad insólita de desprender melancolía (que no tristeza) desde un patetismo con el podemos llegar a identificarnos sin mucha dificultad.

De todo esto obtenemos lo que sin duda es una voz propia como realizador y, sobre todo, las características de un “director de culto”. Eso significa, por cierto, que habrá quien lo adore y quien lo odie, pero dudo que deje indiferente a nadie.

Tanto es así que yo me declaro desde ya parte de su secta de adoradores, y ya estoy a la espera de que el cuadrúpedo digital ponga a mi disposición sus anteriores películas, pues ardo en deseos de volver a internarme en su particular universo.

Unos dibujillos


Esto es una postal navideña que me pidió mi primo pequeño para mandar a sus amigos cuando vio la que yo había dibujado de Zongo Mexicano. Este Veneno está basado en el diseño de Madureira para sus infames “The Ultimates 3” (¿por qué, señor, por qué?). Por cierto, me gusta más el lápiz que el acabado final… vale, la tipografía no ayuda, lo sé, pero me lo pidió el día 24 de diciembre por la tarde y era para mandar por mail ese mismo día, así que no era cuestión de matarse (¡y aún encima en Nochebuena!).



Esto otro lo hice para matar el hastío de llevar una semana haciendo un story-telling algo aburridillo, así que no lo pensé mucho y lo dibujé (y coloreé) un poco como me iba viniendo en gana… Pero me gustan esos cristales tipo “StarCraft” (¡necesitamos más minerales!) que realmente están inspirados en unos de Moebius que vi por ahí. Quería hacer algo “original” para el arma del jinete (y no la típica espada) y me quedó una cosa bastante fea, entre loli-pop y consolador, pero no tengo tiempo para arreglarlo, así que a cagar turrón…


Si se lo mira en pequeñito (en las “vistas en miniatura” de Windows) parece mejor dibujo, jajajaja.

Pudo haber sido...


Ridley Scott. ¡Ah, Ridley Scott! El director que estiró sus largos dedos de realizador y rozó por un segundo el dobladillo de la capa de Dios, y le sobrevino la inspiración arrebatada que le permitió renovar en cosa de tres años todo el género fantástico, reinventando los dos conceptos clave en que éste se sustenta: EL extraterrestre y EL futuro cercano. Desde entonces, todos los extraterrestres se parecen a su extraterrestre, y todos los futuros cercanos son calcados al suyo.

A partir de ahí, Scott no volvió a ser el mismo. No diré que no ha hecho nada desde entonces, porque está claro que “Gladiador”, “Thelma & Louise” o “Black Hawk derribado” son películas notorias… pero también es cierto que nunca ha hecho nada a la altura de sus primeras cintas, y sí muchas otras cosas que merecen relegarse al más profundo agujero negro de la memoria (véase “La teniente O’Neal” o “La sombra del testigo”).

Todo hacía presagiar que “American gangster” nos traería de vuelta, quizás sólo por un momento, a ese primer Scott capaz de lo mejor. El reparto prometía, cuando menos, solidez, y así se ha demostrado: Russel Crowe está estupendo en su papel y Denzel Washington, pese a repetir los tics histriónicos que han contribuido a los mayores éxitos de su carrera, compone un criminal memorable. La recreación de la época es notable, aunque juegue en su contra la inevitable comparación con el trabajo de tesis criminalística y ambientación perfecta llevado a cabo por David Fincher en la mastodóntica (en términos cinematográficos) Zodiac, estrenada apenas unos meses atrás. La dirección (en términos técnicos) es más que correcta, aunque no me atrevería a decir que es el trabajo de un gran director.

Pero hay reproches que hacerle al resultado final de “American gangster”. Lastres que, sin llegar a hundirla en la mediocridad (sigue siendo, pese a todo, una película digna de verse), la convierten en un nuevo ejemplo fallido del “pudo haber sido”. Y esto se debe a dos factores, en mi opinión:

-Number one: algo falla en el guión. No hay clímax, o al menos yo no lo he visto donde se supone que está. Y después de ese invisible punto álgido de la tensión argumental, la película (sus últimos diez-quince minutos) se desinfla sin remisión, en un final tan flojo que hace olvidar las virtudes anteriormente esgrimidas.

-Number two: falta personalidad. Aunque ojo, esa carencia no es sólo atribuible a “American gangster”, sino a la gran mayoría del cine negro posterior a los 70, momento en que Coppola y Scorsese se convirtieron en los metatrones del género y no dejaron más que migajas para repartir entre el resto de realizadores. Puestos a levantar una nueva producción sobre el mundo del hampa, se precisa o bien mucha solidez cinematográfica (como en “Ciudad de dios” o “Heat”, las cuales sin inventar nada nuevo consiguen una diana perfecta), o bien una nueva personalidad (el cine de Tarantino o los Cohen, que ya se han convertido en firmas ilustres y han generado su propia escuela de imitadores). Desgraciadamente, “American gangster” carece de ambas cosas.
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Pudiera parecer que disfruto ensañándome con la película. Conste que no me ha disgustado. Es, con todo, entretenida, vibrante por momentos y está bien interpretada. Pero teniendo en cuenta los nombres que figuran en los créditos, sin duda me esperaba mucho más. Tal vez ese haya sido mi error, esperar de Ridley Scott algo a mayores de lo que merece, cuando quizás “Alien” y “Blade Runner” no hayan sido sino alegres serendipias cinematográficas…

Mis discos del 2007

Un poco tarde, aquí van mis preferencias musicales del año que se ha ido. Por supuesto, seguro que a lo largo del 2007 se han editado cosas mejores que algunas de las aquí mentadas, pero como uno asimila las cosas a su ritmo, me ceñiré a lo que conozco (quién sabe si dentro de un tiempo, cuando eche la vista atrás, mis discos favoritos del 2007 serán otros cuya existencia ahora ignoro). Con todo, ahí va, por el mero placer masturbatorio de dejarlo caer (esto es un blog, ¿lo olvidabas?). Las canciones se pueden escuchar en los enlaces (no siempre con vídeo oficial, por cierto):

“Neon Bible” de Arcade Fire. Por segunda vez, los de Montreal se han marcado un discazo. Podría ser, si me apuráis, mi disco favorito del 2007. No sobra ni falta nada, todos los temas son cojonudos, aunque algunos aún lo son más, como “Black Mirror”, “Intervention” o “My body is a cage”.

“An end has a start” de Editors. Mi otro candidato a disco del año, en dura pugna con el anterior. Lo escuché un millón de veces este otoño, y aún no me ha cansado. Como muestra del buen nivel, ahí está "The racing rats".

“White chalk”, de PJ Harvey: intimista a más no poder, álbum con vocación de “rara avis” dentro de cualquier discografía, me enamoró desde que lo escuché por primera vez. Empieza con “The devil”, que parece el susurro de un fantasma melancólico y acaba con “The mountain”, que parece el llanto de una viúda desconsolada. Por el medio, un millón más de emociones.

“Boxer”, de The National, un disco con un “no-sé-qué” espiritual que me llega, y una de las canciones clave (para mí, of course) del difunto 2007: “Fake empire”.

“Triángulo de amor bizarro” de Triángulo de Amor Bizarro. Sensación indie gratificante, como si Los Planetas hubieran sido criados por las madres de los Pixies, o al revés. Grandes canciones para un disco debut. Me gustan especialmente “El himno de la bala”, “Estrella azul de España” y “Para los seres atados (a las condiciones terrenas)”. De las dos últimas, desgraciadamente, no encuentro enlaces en YouTube.

“Fragile army” de The Polyphonic Spree. El primer disco de los polifónicos era una rayada de tomo y lomo (ese último corte de 30 minutos con ruiditos taladra-cerebros), pero este nuevo trabajo les ha quedado francamente bien. Son grandilocuentes y pretenciosos, pero por una vez, se les agradece. A destacar el tema que da título al álbum.

“Favourite worst nightmare” de Arctic Monkeys: divertidísimo y con mucho nervio. Creo que no lo escuché lo suficiente por estar más centrado en cosas más densas y, quizás, intelectualoides, pero prometo seguir dándole vueltas en el iPod… empezando con "Brianstorm".

“La radiolina” de Manu Chao. Aunque cada vez estoy más seguro de que lo del “Clandestino” fue una de esas cosas “once in the lifetime”, Chao sigue convenciéndome. Nada nuevo bajo el sol, pero a veces más de lo mismo es suficiente, y ayuda a quitar las penas.

Y, finalmente (aunque no por ello peor que los anteriores, que esta lista no sigue un orden cualitativo estricto), un directo que renueva nostalgias, el de la gira de Héroes del Silencio, que me perdí un poco por tonto y un poco por demasiado responsable, y que es una absoluta pasada. Y a la chispa me remito.

(Si alguien quiere hacer recomendaciones, éstas serán más que bienvenidas, por supuesto. El saber no ocupa lugar, y de disco duro también estoy bastante bien abastecido…)

La misma piedra


Uno empieza a estar ya cansado de la manía persecutoria que los grandes estudios americanos profesan hacia la literatura fantástica de calidad. Y comienza también, y quizás sin que el chaval se lo merezca, a generar en su interior cierta antipatía hacia Will Smith, en la medida en que prácticamente todas sus películas (a excepción de la sobria y convincente “Ali” de Michael Mann) fracasan estrepitosamente por su culpa. O más bien, por la imagen que de él se quiere dar en pantalla. Porque, es innegable, los personajes que interpreta Will Smith se escriben para Will Smith. La sombra del blasón de Bel-Air es alargada cual ciprés.

Si además tenemos en cuenta lo poco conscientes que son los estudios de la inteligencia real del espectador (o quizás son demasiado conscientes… aunque no deseo meterme en divagaciones fascistas sobre el nivel intelectual de nadie), descubrimos que parecen preferir las adaptaciones desnaturalizadas que nos reconcilien con la vida usando un “buenrollismo” impostado y flagrante a dejar intacto el sabor original de una gran novela que trascendía su género y planteaba preguntas interesantes.

Así que, once more, aquí tenemos esta versión bastarda del “Soy leyenda” de Richard Matheson (excelente novela sobre la soledad, el vampirismo y las revoluciones sociales) que hace aguas por todos lados a partir de su primera mitad (cuando decide, curiosamente, desentenderse por completo de su versión literaria) y termina dejando indiferente al más pintado, con un supuesto clímax de ecos “shyamalanianos” (¿quién decide qué epónimos son admisibles y cuáles no?) que no llega a ser risible porque no consigue siquiera inspirar el más mínimo sobresalto emocional.

Inevitablemente, uno sale del cine preguntándose si los grandes popes fantásticos del siglo XX (con Isaac “Yo robot” Asimov a la cabeza) se plantearán de una vez (desde donde sea que nos observen) fabricar un muñeco vudú con el que deshacerse de Will Smith de una vez por todas, no sea que vuelva a jodernos con sus películas otro clásico de la letra impresa.
Y ya digo que no es necesariamente culpa suya, que el muchacho se esfuerza...

Una falsa piedra filosofal

Definitivamente, no trago a Paulo Coelho.

Conozco a mucha gente que lo admira (incluso, diría, que reverencia sus palabras como si fueran “la verdad”), pero a mí todo su rollo de enseñanzas espirituales y “guerreros de la luz” me puede.
Durante una temporada seguí sus artículos en la decadente revista “El Semanal”, que por mis tierras se vende los domingos con “La Voz de Galicia”, pero el día en que descubrí en su página un flagrante “corta y pega” de un librito de cuentos zen que leí hace tiempo, me pareció increíble que al bueno de Coelho no se le cayera la cara de vergüenza.

Fue, más o menos, por la época en que leí su novela “Once minutos”, que llegó a mis manos no recuerdo bien por qué. Me pareció, nuevamente, una tomadura de pelo plagada de reflexiones pseudo-filosóficas sobre el amor, la prostitución y el orgasmo femenino. Supongo que después de eso juré no prestarle más atención a la producción literaria de este señor que trata de vender una renovación espiritual de baratillo que no chocase con los pilares maestros de la sociedad occidental (ya sabéis, la más espiritual que se recuerde).

Pero estando en Francia, durante esa temporadita en que estuve de Erasmus en Burdeos, descubrí una edición de “El alquimista”, posiblemente su narración más celebrada, ilustrada por mi idolatrado Jean Giraud/Moebius. Mi economía no me permitía disfrutar de la compra del artículo en aquellos momentos, pero se me quedaron las ganas en el cuerpo. Tal vez aquella sí fuera una buena lectura; quizás el éxito posterior había echado a perder a Coelho; y estaba claro que la preciosa edición, plagada de estampas en color paridas por Dios disfrazado de Moebius, sacaba a relucir mi lado consumista/fetichista. Pero ya digo que no la compré.


Mi madre, que se había quedado con la cantinela, me sorprendió este último día de Reyes con la misma edición que yo había conocido en Francia, convenientemente traducida al castellano; y debo añadir que fue un gusto enorme recibirla como regalo (las madres, es lo que tienen).

Pero el libro, una vez leído, me ha devuelto con firmeza a mis primeras impresiones sobre Coelho: es un vendedor de humo profesional con ínfulas metafísicas que desgraciadamente se sabe poseedor del favor de cierta parte del público que lo seguirá con devoción hasta las cotas más insondables de mediocridad, escriba lo que escriba.

Yo, por lo de pronto, abro a veces el libro para mirar los santos. No son, qué duda cabe, el mejor trabajo que ha realizado Moebius en sus muchos años dedicados al dibujo y la ilustración, pero el peor Moebius no tiene nada que envidiar al mejor “muchos otros”. Y es que este señor es muy grande, joder.