No diré toda una vida (porque mentiría), pero sí puedo afirmar sin temor a equivocarme que llevo esperando el momento de hacer esta reseña literaria desde que inicié mi andadura blogera hace ya más de un año. Y es que “El amor en los tiempos del cólera” estaba ya en mi mente, convenientemente anotada como lectura imprescindible, desde hace unos cuatro años, cuando
la recomendadora a la que hoy me debo me confesó que se trataba de su novela favorita. Poco tiempo después, muchas otras amigas, familiares y conocidas me hicieron la misma confesión, y entre aquella amalgama de gustos dispares que coincidían en un mismo punto comprendí que quería leer este libro y que, aún más importante, tenía que leerlo.
Tan relevante es para el Abismo esta novela de Gabriel García Márquez que fue por su causa (y ninguna otra) que ya en la primera entrada de estas “recomendaciones femeninas” tomé la decisión de establecer una numeración cardinal para todas ellas, a sabiendas de que “El amor en los tiempos del cólera” sería la gran protagonista (siempre proyectada, nunca abordada hasta ahora) de estas irregulares reseñas en un futuro no muy lejano. Si no empecé precisamente por ella fue porque a) hubiera sido lo más obvio, y servidor siempre se ha sentido en el deber de escapar de lo obvio como de la peste; b) jamás antes había escrito una sola palabra crítica sobre literatura, y no me sentía capacitado para iniciarme en tales lides con la que sería a ciencia cierta una lectura fundamental en mi vida y c) tardé casi cuatro años en tomar aliento y sobrepasar la imagen del barco de vapor que ilustra la portada de la novela (en la edición que yo poseo).
Las razones para este retraso son múltiples, pero quizás la más importante sea que cuando al fin me dije “es hora de leerla y dejarse llevar”, caí fulminado por un amor casi tan colérico como el de la novela de marras, y tras el paso del huracán (breve y altamente destructivo) me quedé hecho unos zorros y con poca o ninguna gana de embarcarme en la historia de un hombre que durante cincuenta años es fiel en su corazón al único y verdadero gran amor de su vida. Coincidiréis conmigo en que el resultado de haber leído esta novela por aquel entonces hubiera sido malsana inspiración para un romanticismo descabellado, una espera eterna e infructífera y el masoquismo autoimpuesto más retorcido que uno pueda imaginar, cosas que uno agradece en un personaje como el Florentino Ariza de la novela, pero que pocas ganas tiene de experimentar en carne propia. Así que lo dejé correr, por miedo a las terribles consecuencias de leer algo tan inapropiado para mi estado de ánimo, y me consolé revisitando periódicamente “The Ultimates” de Mark Millar y Bryan Hitch, escuchando grandes éxitos (con nula carga emocional, todo rabia visceral) de Metallica y levantando pesas en un gimnasio. Cada uno tiene su manera de hacer terapia.
Según Lewis Trondheim sólo hay dos curas para el amor no correspondido: una es el olvido; la otra, la muerte. Y, como dice su personaje Lapinot, “visto así, el olvido no parece tan malo”.
Así que cuando estuve por fin curado me dije: “ahora sí, a por el cólera”. Y leí.
Hay libros pésimos, malos, regulares, buenos y excelentes. Y luego hay grandes libros: ésos que marcan a generaciones de lectores, que graban a fuego una idea en el pensamiento colectivo de una sociedad, que cambian el mundo desde el momento en que existen. Todo el mundo ha oído hablar de unos cuantos: “Fausto”, “La divina comedia”, “Crimen y castigo”, “Hamlet”, “Moby Dick”, “1984”… Te pueden gustar más o menos; divertirte mucho o poco; pero es inevitable verlos como hitos literarios del mismo modo en que, aunque te hayas aburrido viendo “Ciudadano Kane” o “Casablanca” (que alguno habrá), cualquier crítica hacia su inclusión en el salón de la fama del cine sería sin duda vista como un acto de inconsciencia y, en según qué círculos, puritita ignorancia.
Pues bien: “El amor en los tiempos del cólera” es un libro de los grandes, de los inmensos. Durante su lectura, desde el enorme mcguffin con que da el pistoletazo de salida hasta el último párrafo del libro (resumen simple y contundente de todo lo que viene antes), sentí que me encontraba ante algo trascendente, puro, de una belleza inequívoca. No sólo por la virtud de la prosa de García Márquez, sino por la excelencia misma de lo narrado y de la forma en que ello se articula, cómo va y viene en el tiempo, se permite digresiones, regresiones, reinterpretaciones de un mismo hecho… como un aleph de Borges pero a la inversa, pues en lugar de ser el punto desde el cual se ven todos los demás, “El amor en los tiempos del cólera” es la historia que se muestra desde todos los puntos de vista y desde todos los momentos en que sucede, como una sola idea contemplada mediante el empleo del bullet-time que los hermanos Wachowsky idearon para “The Matrix”. La idea, como no podía ser de otro modo, es la sublimación romántica.
Y todo está tan bien empaquetadito, con cada punto de cada i y cada raya de cada t en su justo sitio, que a poco que uno se plantee el enorme esfuerzo que para el común de los mortales acarrearía el intentar una hazaña literaria como la presente, resulta inevitable invocar en el pensamiento un diccionario que ilustre la definición de la palabra “genio” con una foto de Gabo bien sonriente, sabedor del gran secreto alquímico de las palabras combinadas que se llevará orgulloso a la tumba, el hijo de la gran puta. Nos deja, al menos, la posibilidad de disfrutarlo tantas veces como queramos.
Tal y como constaté a la recomendadora primigenia en el instante mismo en que cerré el libro, ya sólo me resta guardar un par de días de luto por “El amor en los tiempos del cólera”, dejar que el cadáver de tan grata lectura se enfríe en la estantería del dormitorio y darme un pequeño respiro antes de afrontar cualquier nueva distracción literaria, pues mucho me temo que venga lo que venga es bien probable que me sepa a poco, al igual que ocurre tras los amores que se nos van de las manos antes de marchitar.
Viva Gabriel García Márquez y la madre que lo parió.
Un aparte:
No puedo evitar aludir a la versión cinematográfica dirigida por Mike Newell y protagonizada por Javier Bardem que actualmente se proyecta en los cines de toda España. No la he visto y no creo que la vea en breve, porque dudo mucho que refleje siquiera un atisbo de la genialidad de la obra que adapta. Sin poder juzgarla como se merece, sí me permito opinar, a priori, que la novela de García Márquez me parece imposible de trasladar al cine debido a su densidad y detallismo, su profusión de subtramas y sus continuas idas y venidas temporales, y que Newell debe ser un gran ególatra o un gran inconsciente si al leerla concluyó: “de aquí yo saco una buena película”. Si además los temas cantados de la banda sonora corren a cargo de Shakira, ya sólo me queda temblar…