Ya expuse por estos lares
hace un tiempo mi teoría de que no existen las malas ideas, sino las ideas mal desarrolladas. Mi reflexión, sin embargo, resulta no ser bidireccional: las buenas ideas sí existen. El problema, me temo, es que para llegar a buen puerto también deben estar bien desarrolladas.
“In time”, la cuarta película escrita y dirigida por Andrew Niccol (tras las estimables “Gattaca” y “El señor de la guerra” y la curiosa aunque olvidable “Simone”) nace de un planteamiento con mucho potencial: en un futuro distópico (no pongo ejemplos, ya estaréis hartos de conocerlos) el dinero ha sido sustituido como valor económico por el tiempo de vida. Los seres humanos nacen con 25 años de existencia garantizados (salvo muerte accidental) y a partir de ahí su longevidad vendrá determinada por lo bien que les vayan los negocios. Si uno quiere, por ejemplo, comprarse un periódico, abonará al kioskero equis minutos que se restarán al tiempo que le queda para morir y se sumarán al tiempo de vida del vendedor. Y así con todo lo demás.
Bajo esta philipkadickiana (¡toma epónimo!) premisa, el argumento del film arranca cuando Will Salas, un joven que vive al día (literalmente) en el ghetto de los temporalmente oprimidos recibe de un bon vivant centenario y suicida un siglo extra de vida bajo el juramento de emplearlo en hacer lo correcto. Al descubrir que las élites sociales pueden acumular esperanzas de vida milenarias mientras algunos de los menos favorecidos mueren antes de cumplir los 26, Will buscará el modo de reparar ese injusto desequilibrio, poniendo en jaque al sistema.
Y ahí, damas y caballeros, se acaban las buenas noticias. Y empiezan las malas, que son legión.
La historia de amor entre el insulso Will (interpretado por un abofeteable Justin Timberlake) y la niña-pija-que-quiere-un-novio-malote Sylvia (Amanda Seyfried, luciendo palmito y poco más) es tópica y sólo despierta bostezos. Las escenas de acción parecen prefabricadas y decididas por cuotas porcentuales (“el contrato dice que al menos un 30% del metraje debe tener tiros y persecuciones, así que andando”). Los diálogos dan risa o, peor aún, lástima (en un momento dado Timberlake dispara a un malo y grita sin venir a cuento: “¡sí, soy cojonudo!”... o algo así). Ni siquiera la participación del habitualmente cumplidor Cyllian Murphy como villano de férreos principios o la estimulante presencia en pantalla de Olivia Wilde redefiniendo el concepto de MILF logran alegrar un poco la función.
Lo peor no es que “In time” parezca en un momento dado una versión ci-fi con gente tope guapa de “La dama y el vagabundo” para a continuación convertirse en un popurrí de “Robin Hood”, “Bonnie & Clyde” y “Equilibrium”. Tampoco que la subtrama mafiosa no aporte absolutamente nada al devenir general del film, y que si se le extirpasen todos los planos en que aparece Alexander Pettyfer (sobreactuadísimo, además) el final de la cinta no cambiaría ni una coma. Ni siquiera que nunca lleguen a explicarnos de dónde saca tiempo el personaje de Justin para trabajar esos abdominales que se empeña en mostrarnos incansablemente si siempre se está quejando de que malvive con un margen de horas o incluso minutos.
Lo peor es que esa buena idea que mencionaba al principio, ese
"tiempo=dinero", se viene abajo, con la complicidad de un guión de mierda (
te lo dedico, Fran), por pura lógica económica. La frase que motiva a Will Salas a encabezar su propio 15-M, puesta en boca del
yuppie que le concede la tan ansiada longevidad, es la siguiente:
“para que unos pocos sean inmortales, el resto debe morir joven”. Pero no, carambas, eso no es así. Porque a poco que uno sepa cómo funciona el mundo, será consciente de que el estado ideal de la economía es que exista una cantidad inmutable de dinero en circulación. Si esa cantidad aumentase, el dinero se devaluaría. Esto se debe a que el valor de la moneda es algo establecido por convención. Así, teniendo en cuenta que los estados no buscan acuñar más dinero salvo en circunstancias excepcionales porque hacerlo tiraría por los suelos el valor del mismo, una cantidad constante de moneda cambia de manos ininterrumpidamente y, para que unos tengan más, otros deben, necesariamente, tener menos. No mola, lo sé, pero así es como es.
El tiempo, sin embargo, no es un concepto susceptible de devaluarse. Un minuto son 60 segundos aquí y en China, hace diez años y dentro de otros mil. Por consiguiente, si existe la posibilidad de emitir más tiempo sin que éste vaya a perder su valor, ¿por qué necesitan los amos del cotarro arrebatárselo a quienes no ostentan el poder? El tiempo es para la sociedad retratada en el film un bien infinito, pues sus líderes pueden manipular la esperanza de vida de las personas a su antojo. Y es ahí donde ese “para que unos pocos sean inmortales, el resto debe morir joven” se revela como una trampa de guión absurda e inexplicable. El típico error de planteamiento ciencia-ficcionero que a mí personalmente me resulta imposible pasar por alto. Como la conversación entre Cifra y el agente Smith en un restaurante en “Matrix”, o el absurdo plan (que ni es plan ni es nada, sólo un guionista tomándole el pelo a los espectadores) contra el personaje que encarna Tom Cruise en “Minority report”. La ciencia-ficción no es un género que los escritores deban tomarse a la ligera. Es un saco en el que cabe prácticamente todo, sí, pero en el que cualquier transgresión de las reglas establecidas tira por tierra todo el castillo de naipes. E “In time” es una película que, además de ridícula y aburrida, se da argumentalmente por culo a sí misma desde el minuto uno.
¿Quién me devuelve a mí ahora estas dos horas de vida malgastadas?