“El sombrero, triplume, y, asomando al soslayo
de su capa, un estoque como cola de gallo.
Es más bravo que todos los héroes de Gascuña,
y tiene ese alma noble que sólo allí se acuña.
Embutido en su gola, pasea tan feliz
una nariz, señores… ¡Qué señora nariz!
No hay quien al ver pasar tamaña narizota
no exclame estupefacto: “eso ya es dar la nota”.
Luego, la gente piensa: “seguro que es de pega”.
Pero el de Bergerac jamás se la despega.”
Así describe Edmond Rostand, por boca del personaje Raguenau, a Sabino Hércules de Cyrano de Bergerac, el gran héroe del teatro francés, romántico sublime, que surgió de su pluma a finales del siglo XIX y que desde entonces ha conocido no pocas representaciones y adaptaciones.
La que yo conocía era la fabulosa interpretación de Gérard Depardieu para el film de 1990, y era aquella mi única referencia acerca del personaje, hasta que una de mis amigas lectoras (muy amiga y muy lectora, debo añadir) me recomendó tan efusivamente la obra original de Rostand que no pude sino conseguirla y leerla, para poder juzgar por mí mismo.
(Debo aclarar aquí que mi políglota recomendadora insistió bastante en que me hiciese con la edición en francés, pero mis obvias limitaciones lingüísticas me han obligado a ceñirme a la traducción llevada a cabo por Jaime y Laura Campmany para la editorial Espasa).
Sobre la obra en sí, decir que es simplemente magistral, con una agilidad y verbigracia en los diálogos que obliga a esbozar una sonrisa página sí y página también, y que llega a forzar la carcajada en más de un par de ocasiones.
El personaje principal es un héroe en toda regla, preso de un amor que no conoce límites y de una maldición que es motivo al tiempo de orgullo y vergüenza: su desmedida nariz. Su pasión por Roxana, que vive de forma totalmente altruista, le llevará, con tal de verla feliz, a ayudar al hombre a quien ella ama, Cristián, a conquistar el corazón de la dama, poniendo a disposición del muchacho (que es un tanto limitado en el campo de la oratoria) sus artes poéticas, magnificadas por su silenciado sentimiento romántico.
Los continuos equívocos, potenciados por las rimas ocurrentes, conforman la trama de una obra que, tras terminar de leer el libro, estoy deseando ver representada sobre las tablas, porque debe ser una auténtica delicia y un no parar de reír.