sábado, octubre 21, 2006

Los combates cotidianos: lo que de verdad cuenta

Hace exactamente un año descubrí a Manu Larcenet. A día de hoy, es uno de los 5 ó 6 autores de comic de los que intento no perderme absolutamente nada que se publique con su firma en nuestro país. Todavía no he leído ningún trabajo suyo que no sea rematadamente bueno. Pero si tuviera que quedarme con uno solo, sin duda sería con “Los combates cotidianos”.

“Los combates cotidianos” es una colección de, en principio, cuatro álbumes. “Lo que de verdad cuenta” es el título del tercero, que hace apenas unos días acaba de publicar Norma Editorial en nuestro país (en Francia se publicó en Marzo, tan sólo un par de semanas después de que me volviese a casa tras mi Erasmus, lo cual me jodió enormemente).

He aquí una breve sinopsis de la serie (la que aparece en la contraportada del primer álbum):

“Ésta es la historia de Marco, un fotógrafo de guerra que deja a su familia para vivir solo en el campo…

Ésta es la historia de Marco, un joven que deja de trabajar, que tiene ataques de pánico, que no quiere comprometerse, que quiere a su gato más que a nada en el mundo…

Ésta es la historia de Marco, que no sabe a dónde va.”

No conviene contar más sobre su argumento, porque es una de esas colecciones que se disfrutan mucho más cuantas menos ideas preconcebidas tiene uno. Pero sí se puede hablar de sensaciones. Y es que éste es un comic de sentimientos, sí, pero sobre todo de sensaciones. Sensaciones en cuanto a los personajes, complejos como los seres humanos que son, con cientos de matices en cada mirada, cada gesto, cada frase que dicen y cada frase que no acaban. Sensaciones también en cuanto al mundo en el que habitan, el real y, como reza el título, cotidiano. No hay grandes aventuras en esta serie. No hay nada que no pueda ocurrirme a mí, o a ti, o al vecino. Conversaciones con la familia y los amigos, un paseo por el campo, una visita al médico o un viaje en coche. Esas son algunas de las escenas a las que asistimos en “Los combates cotidianos”. Pero tan bien escritas, tan bien dibujadas, que resultan sencillamente reveladoras.

Porque también el dibujo está cargado de sensaciones. El texto es sublime, pero la auténtica fuerza de la serie está en su dibujo y, sobre todo, en su increíble narrativa. Muy pocos autores dominan el silencio como Larcenet. Su composición de página (ubicación de las viñetas, tamaño y forma de éstas, manejo de los planos y perspectivas) aunque aparentemente sencilla, demuestra una precisión asombrosa, y su uso de las panorámicas me parece, quizás, sólo comparable al de Hugo Pratt en su clásico “Corto Maltés” (y quien conozca algo a Pratt sabrá que eso son palabras mayores).

Su estilo de dibujo, aparentemente caricaturesco, aparentemente sencillo, aparentemente tosco, no es en absoluto lo que aparenta. Sí es brutalmente expresivo, absolutamente personal y, definitivamente, empático. Porque, al menos para mí, resulta imposible no empatizar con esos macacos cabezones, compuestos de líneas sueltas de tinta y rellenos de colores planos que, sin embargo, me parecen más vivos que muchos otros personajes surgidos del lápiz, tinta y cientos de otras técnicas pictóricas llevadas a cabo por ilustradores o dibujantes más realistas (o canónicos, si se prefiere) y posiblemente más susceptibles de admiración por parte de la platea general, y que no obstante no logran capturar “lo que de verdad cuenta”.

Es obvio que me gustaría recomendar “Los combates cotidianos” a absolutamente todo el mundo. No importa si se ha leído mucho, poco o nada de comic. Tampoco la capacidad para entrar por el aro de tejemanejes fantásticos o historias inverosímiles (porque aquí de eso no hay, tan sólo la vida, que no me parece poco). No importa la edad que se tenga, ni la ideología política (aunque es evidente que Larcenet es un tipo de izquierdas), ni el sexo ni la religión que cada cual profese. Todo el mundo puede acercarse sin miedo a la historia personal de Marco.

Cuando le dije a mi madre, mujer trabajadora, no lectora de comics y con sus ideas grabadas a fuego (como las de la gente adulta a la que ya le empieza a ser difícil cambiar su visión de las cosas), que quería dedicarme el resto de mi vida a dibujar comics, le pedí que se leyera este “Los combates cotidianos” y “Píldoras azules” de Frederik Peeters (del que hablaré, largo y tendido también, algún día de éstos). Después de leerlos, mi madre ha seguido pidiéndome más comics para tener siempre una lectura a mano en su mesilla de noche. Para mí, eso es una prueba de fuego en toda regla…

Si Dios está realmente en las pequeñas cosas, Manu Larcenet ha hecho de mí un auténtico creyente.

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