viernes, noviembre 30, 2007

Beowulf


Echando un vistazo a lo que por ahí se comenta (por ahí me refiero básicamente a la red y a un par de revistas de cine que suelo leer), descubro que la nueva peli de Robert Zemeckis (fulano irregular que tanto te hace un “Forrest Gump” como un “Lo que la verdad esconde”) no ha gustado demasiado entre el público español.

Curiosamente a mí, sin parecerme una gran película, me ha dado todo lo que podía esperar de ella: es divertida, tiene unas escenas de acción cojonudas y es mucho más oscura y violenta que casi cualquier cosa que haya visto antes en animación 3-D (lo cual, después de tantos años viendo animalitos antropomórficos y ogros bonachones, se agradece enormemente).

Cierto que por momentos parece más un videojuego que una película (sobre todo los últimos 15 minutos), que los modelos tridimensionales de algunos actores están mucho mejor acabados que los de otros [los de Ray Winstone, Brendan Gleeson y Anthony Hopkins son excelentes, pero los de Angelina Jolie (esas tetejas, que dirían en Muchachada Nui) y Robin Wright Penn no acaban de convencerme] y que no es especialmente revolucionaria desde el punto de vista argumental (sin spoilear nada: héroe se presenta con el ego a tope – héroe la caga – héroe intenta expiar sus pecados). Pero también es una cinta de acción vibrante, con chispa en los diálogos y un par de escenas realmente épicas, que la convierten en una buena noticia para los amantes del cine de espada y brujería, género profundamente denostado y de calidad media bastante deprimente [el cual, sin embargo, tiene en su haber tres joyas del calibre de “Conan el bárbaro” (John Milius). “Excalibur” (John Boorman) y “El señor de los anillos” (Peter Jackson)].

Así que, pese a ciertas irregularidades técnicas y al hecho de que “no es más que un mero entretenimiento” (lo entrecomillo porque no creo que eso sea algo negativo, a priori), servidor se lo pasó muy bien viéndola y se le hizo la boca agua pensando en lo que pueden dar de sí tecnicamente las aún lejanas (hasta 2009 nada, monada) “Avatar” y “World of Warcraft”…

Un apunte

En los últimos diez años se han hecho, además de la presente, otras tres adaptaciones del cantar de Beowulf: una homónima protagonizada por el infame Christopher Lambert, otra titulada “Beowulf y Grendel” protagonizada por Gerard –Leónidas- Butler y finalmente “El guerrero nº 13”, en la que Antonio Banderas daba vida a un árabe que acompañaba al héroe nórdico en sus aventuras. Aunque la versión de Zemeckis no pueda ser considerada la adaptación definitiva del cantar de Beowulf al cine (en parte porque se toma grandes licencias respecto al texto original, y en parte porque creo que este poema clásico de la épica anglosajona puede dar más de sí en el séptimo arte), es con mucha diferencia la mejor película de las cuatro.

¡Barras y estrellas!

Vaya por delante que no tengo nada contra ningún terruño en concreto, y creo que gilipollas los hay en todas partes, pero esto acojona de verdad. Hay que verlo para creerlo.

(Gracias, padre Karras).

Breves musicales

- Queen y el cantante Paul Rodgers sacan un single de estudio titulado “Say it’s not true”. La canción, compuesta por Roger Taylor (batería del grupo), es una balada que habla sobre el SIDA. La guitarra de Brian May suena tan bien como siempre, pero lo cierto es que este Queen post- Mercury nunca me ha convencido… La canción se puede descargar por la cara en su web oficial.



- Radiohead anuncian, de forma imprecisa, una única fecha de concierto en España: será en junio de 2008 en Barcelona. Y hasta aquí puedo leer.



- El DVD+CD de Muse, “The H.a.a.r.p. Tour: Live at Wembley” parece que se retrasa hasta febrero del 2008. Primera baja de mi carta de Reyes, pues, jajajaja...



- Esto ya no es noticia (lo fue hace unos meses), pero en vista de que lo de Muse tendrá que esperar, dejo caer que el lunes que viene saldrá finalmente a la venta la Edición 20 Aniversario de "The Joshua Tree", el mejor disco de U2 y uno de los mejores que he tenido el gusto de escuchar a lo largo de mi vida. (Lo digo, más que nada, por si está Melchor leyendo esto, jajaja...)



- Y por último, pero no menos importante, anunciar (sí, ya hago anuncios oficiales, igual que la casa real) que el 14 de diciembre estaré en el concierto (conciertazo, confío) que Quique González dará en A Coruña, y todo gracias a mi super-heroína particular... No os podéis imaginar las ganas que tengo de escuchar en directo "Salitre", "La ciudad del viento" o "Pequeño rock and roll" (y si hace el empalme con "Paloma", me muero de gusto allí mismo...)

jueves, noviembre 29, 2007

Sit tight, take hold...

Hay experiencias que sólo suceden una vez en la vida: la magia del momento, la sinergia mística entre orador y público, ídolo y masa, “jefe” y devotos empleados.

Pero a veces, si pagas lo suficiente, te desplazas 600 kilómetros y cantas hasta dejarte la laringe en carne viva, consigues, por un momento, un émulo casi exacto de aquel día inolvidable, tiempo atrás.

En agosto de 2003, durante la gira de su álbum “The Rising”, Bruce Springsteen ofreció en el estadio de La Peineta un espectáculo que guardo para el recuerdo como un tesoro de incalculable valor. Fue, casi seguro, el mejor concierto de mi vida.

El pasado domingo, 25 de noviembre de 2007, el Boss volvió a España (concretamente al Palacio de Deportes de Madrid) para presentar a su legión de fans su nuevo disco, “Magic”.

Las diferencias entre ambos conciertos son notables, y no creo que compararlos sea necesario. Si algo se puede dar por hecho con Springsteen es que nunca defrauda (bueno, hay quien opina que su gira con la Seeger “rascatripas” Band fue algo decepcionante), y este fin de semana dio otro de esos conciertazos a los que nos tiene acostumbrados. Abrió con “Radio Nowhere”, explosivo primer single de su nuevo trabajo, y tras unos primeros temas algo fríos (mandó callar al público mientras interpretaba la trístisima “Magic”, constatando que a mí sólo me hacen callar mi mamá, mi papá y Springsteen), comenzó a soltarse la melena con algunos clásicos de su repertorio como “No surrender”, “Promised land”, “She's the one”, “Tunnel of love” (con tremendo solo de guitarra en su tramo final) o “Working on the highway”.

En un momento dado, en el breve espacio entre dos canciones, el público comenzó a pedir a gritos “Thunder road” y Bruce, ligeramente emocionado, pidió paciencia.

Fue justo antes del bis cuando “Badlands” nos advirtió de que llegaba lo bueno. Y tras la consiguiente ida y venida, explotó la euforia: “Born to run”, “Dancing in the dark” y (ahora sí) el mega-himno “Thunder road” (posiblemente mi canción favorita del Boss, y quizás una de mis diez favoritas de todos los tiempos) pusieron a todos los asistentes a bailar y cantar al unísono, con sonrisas enormes dibujadas en la cara e incluso alguna lágrima al borde de la comisura del ojo.

La fiesta acabó con el “American land” de Seeger, en una versión que sacó la vena más folkie de la E Street Band.

Fue un concierto ligeramente más breve de lo que Bruce nos tiene acostumbrados (dos horas, frente a las tres menos cuarto de mi anterior experiencia en La Peineta y las más de cuatro horas que llegó a alcanzar en alguna de sus giras más emblemáticas), pero no cabe ninguna duda de que hoy por hoy sigue teniendo uno de los directos más impresionantes de la escena musical. Tanto es así, que el mismo día del concierto se anunció que hoy jueves saldrían a la venta las entradas para su gira veraniega, y servidor ya está haciendo cábalas para determinar cómo coño va a conseguir estar el próximo 19 de julio en el Camp Nou…

jueves, noviembre 22, 2007

Six feet under (A dos metros bajo tierra)


Después de cinco temporadas y varios meses de mi vida dedicados a esta serie (en el tiempo que he tardado en verla, no he dejado que ningún otro serial televisivo me estropeara la “experiencia integral”), cualquier disertación que pueda hacer acerca de “Six feet under” será, con toda probabilidad, deficiente a la hora de ilustrar el hondo calado que ha dejado en mí. Demasiada gente ha dado ya su opinión sobre esta serie (no hay más que pasarse por la reseña de Filmaffinity y leer los comentarios de los usuarios; o por el magnífico blog Espoiler, para descubrir qué opina al respecto Hernán Casciari, un tipo que sabe de televisión muchísimo más que servidor) como para pensar que mi apreciación cambiará en algo una realidad más que evidente: “Six feet under” es, si no la mejor, una de las mejores series de televisión de todos los tiempos.

Tanto es así que yo recomendaría a quien no sigue mucho este tipo de programas de la caja tonta que le diese una oportunidad, porque es muy probable que dicha persona se sorprenda al descubrir todo lo que un simple espacio catódico de 50 minutos puede aportar a la riqueza personal del individuo.

No es descabellado atribuirle a “Six feet under” ese nivel de excelencia que parece reservado para los Alighieri, Goethe o Shakespeare; Welles, Kubrick o Coppola; Mozart, Beethoven o los Beatles. La obra del productor/director/guionista Alan Ball (le recordaréis por su satírico guión para “American Beauty”, de Sam Mendes) es una cumbre de la cultura popular de nuestra década, que además saca el máximo beneficio posible al formato televisivo por episodios. Podría haber sido una de las novelas más importantes de nuestro tiempo, sin duda, pero Ball es un realizador audiovisual, y así (por fortuna) concibió su opus magna.

Antes de ponerme a verla (gracias a las recomendaciones de Home de Xeo y Bosqueanimado y a la insistencia de mi hermano, que me regaló la primera temporada en DVD por mi cumpleaños), ya había leído y oído mucho sobre esta serie. Demasiado, llegué a pensar. Ocurre con todo lo que despunta. Te lo recomiendan insistentemente, y al final siempre acabas recibiendo menos de lo esperado (seguro que eso le está pasando a mucha gente que se ha enganchado tarde a otras series como “Prison break” o “Heroes”, decepcionantes desde todo punto de vista).

Pero, al menos en mi caso, jamás llegué a imaginarme que “Six feet under” fuera a llegar tan lejos: a través de la cotidianeidad de una familia dedicada al negocio de las pompas fúnebres, la serie aborda todas las inquietudes del hombre desde el principio de los tiempos (amor, familia, paternidad/maternidad, amistad, celos, sexualidad, política, frustración, enfermedad, locura, arte, incesto, vejez, muerte y, sobre todo, vida) de una manera tan directa, sin tabúes, y a la vez elegante, respetuosa y, por encima de todo, inteligente, que es inevitable que, tras cada uno de sus 63 excelentes episodios (los hay buenos, los hay muy buenos y los hay sencillamente perfectos), el espectador se quede dándole vueltas a la cabeza, planteándose una y mil preguntas difíciles acerca de su propia vida y la de quienes lo rodean. En multitud de ocasiones me he visto representado (y también a familiares, amigos y amantes) en cada uno de los distintos personajes que pueblan “Six feet under”, todos ellos tan cercanos, prácticamente vivos, que no me parece descabellado afirmar que conozco a personas reales mucho más inertes y menos enriquecedoras que los seres de ficción de esta serie.

Esto se debe, además de al sobrecogedor trabajo llevado a cabo por el equipo de guionistas, al inmejorable reparto con el que la producción ha contado desde un buen principio. Todos los actores están sublimes en su interpretación, capturando cada uno de los matices que finalmente consiguen que uno llegue a identificar a Nate, David, Claire, Ruth, Rico o Brenda como entidades reales e independientes, mucho más que simples creaciones en la mente de un moderno cuenta-cuentos.

Ciertamente, podría pasarme horas (y cientos de párrafos de esta entrada) analizando pormenorizadamente todos y cada uno de los aciertos que hacen de “Six feet under” una obra única e irrepetible en el campo de la ficción audiovisual (desde la puesta en escena hasta la selección musical o el montaje, todo brilla a gran altura), pero creo más conveniente dejar que seas tú quien lo descubra (si es que no lo has hecho ya), viendo la serie desde el primer episodio y de forma ordenada. No lo lamentarás, créeme. Y cuando llegues al final del último capítulo, a esos últimos diez minutos sencillamente perfectos, posiblemente seas una persona un poco más sabia y con más ganas de vivir.



Aclaraciones (más o menos necesarias):

1) Aunque la serie en su conjunto me parece pluscuamperfecta, es cierto que no es 100% regular: la cuarta temporada es algo inferior a las demás, pero ése es el precio que se paga al disfrutar de las obras de largo recorrido. Por suerte, la quinta es sublime.

2) Si estás pasando una temporada especialmente depresiva, quizás no sea el mejor momento para ver esta serie. No me atrevo a aventurar qué efectos podría tener en una persona que pasa una mala racha. Yo sé que a mí me ha generado una inmensa sensación de bienestar y ganas de vivir, pero yo soy un tío muy especial. Estás advertido/a.

3) No, no he traicionado a “Lost”. Es mi serie favorita y por ahora no va a dejar de serlo. Pero lo cierto es que “Six feet under” ofrece muchas cosas que “Lost” nunca me dará, del mismo modo en que “Lost” aporta elementos imposibles de encontrar en “Six feet under”. Son dos productos muy diferentes (una es una obra maestra del género fantástico y la otra lo es de la ficción realista) y no podría, de forma objetiva, poner una por encima de la otra. Y aún así yo sé que, por la razón que sea, nada me genera tanta expectación e impaciencia como la espera entre temporadas de las aventuras de Jack, Sawyer, Kate y compañía…

miércoles, noviembre 21, 2007

‘lêh-‘nérd ‘skin-‘nérd

“(...)
Bye, bye, it’s been a sweet love.
And though this feeling I can't change.
Please don't take it badly,
the Lord knows I'm to blame.
And, if I stayed here with you
now things just wouldn't be the same.
For I'm as free as a bird now,
and this bird you'll never change
(...)”

[“Free bird”, un clásico-básico de la historia del rock’n’roll, obra y gracia de Lynyrd Skynyrd. Así concluía su primer disco, “Pronounced…” (1973), con 5 minutos de guitarreo sencillamente sobrenatural. Rock en estado puro, diamantino.]

Abecedario personal: I de Internet

Supongo que, si estás leyendo esto, ya sabes más que de sobras qué es Internet. Y me aventuro a sospechar que la red también habrá cambiado tu vida irremediablemente.

Dentro de veinte años la gente que tenga la edad que yo tengo ahora no recordará como era el mundo sin Internet. Sin Messenger en el que relacionarse con auténticos desconocidos, sin descargas que permitan ver cualquier película o serie de televisión o escuchar cualquier disco que apetezca en un tiempo record, sin fotologs donde husmear en la vida privada de cualquiera, sin Google donde teclear cualquier palabra y ¡ale-hop!: milagro…

Pero tú y yo pertenecemos a la generación que vivió el cambio. Pasamos de los casetes a los cd’s; del BETA al VHS, de ahí al DVD (y ahora al Blue-Ray); de grabar “Caballeros del Zodiaco” de la tele por encima de las cintas de tus padres de “Juzgado de guardia” a encontrar cualquier gag de “Padre de Familia” en YouTube

Internet cambió mi vida para siempre. No más que la de los demás, claro. Pero es que para el mundo entero el cambio fue sobrecogedor.

Actualmente se habla mucho del peligro de confiar ciegamente en la información disponible en la red, así como del uso que los buscadores puedan hacer de los datos de los usuarios. Llevada al extremo, esta paranoia conspiranoide me hace pensar en un orwelliano futuro donde la historia oficial sea la que aparece en las entradas de la Wikipedia, pudiendo ser reescrita y sazonada a gusto del gobierno en la sombra de turno.

Pero, hoy por hoy, servidor no podría sentirse más agradecido hacia las tres uve-dobles. Si hasta los 15 ó 16 años mis inquietudes respecto al ocio estaban totalmente limitadas por mi entorno (y hablo de la vida en un pueblo de menos de 10.000 habitantes, donde, desgraciadamente, no encontré demasiadas almas gemelas de las que aprender y con las que compartir la música, el cine, la literatura, los comics, etc.); a partir de la irrupción en mi vida de la gran red de redes, la potencia se convirtió en acto en una constante progresión geométrica, y ante mi se desplegó un mundo totalmente nuevo e inexplorado que, a día de hoy, no deja de crecer y expandirse, y que me ha enriquecido más en los últimos siete u ocho años de lo que me llenó mi vida anterior.

Y no hablo sólo del ocio, sino también de las relaciones humanas. Recuerdo mails extensísimos, hablando de lo humano y lo divino, enviados al extranjero (o a mi propio país desde el extranjero); tardes y noches dejándome los dedos en el teclado mientras disfrutaba de larguísimas e inolvidables conversaciones por Messenger con gente (amigos, familiares, amores) con quien, de otro modo, no podría haber mantenido tan estrecha relación. Incluso puedo afirmar, no sin cierto orgullo, que este blog me ha dado algunos momentos de gran satisfacción personal (incluso cuando parece que está un poco abandonado y que nadie lo lee… como ocurre últimamente… tirirí-tururú…)

Sea como fuere, por terrible que pueda sonarles a los tecnófobos de turno, ya no concibo mi vida cotidiana sin Internet (gracias, Villaviciosín).

(Una duda, si alguien es tan amable: ¿se escribe “conspiranoide” o “conspiranoico”? Ninguna de las dos está recogida por la R.A.E., pero yo he leído ambas en multitud de ocasiones…)

martes, noviembre 20, 2007

Cenizas y nieve

Estoy impactado por la belleza, casi irreal, de las fotografías de la colección "Ashes and snow" de Gregory Colbert (pinchando en la imagen, link a la web oficial, donde hay un interesantísimo portfolio).

Alan Moore, Daniel Clowes y Art Spiegelman en los Simpson

¡JAjaJAJAjaJAJAjaJAJaJAJA!

Simplemente genial: toda una demostración del enorme peso que los comics están ganando en la cultura popular occidental, así como del innegable buen gusto de los guionistas de los Simpson y del sentido del humor de los propios Moore, Clowes y Spiegelman.

EDITADO el 21 de Noviembre

Al parecer el vídeo ya no está disponible en YouTube, lo han retirado por orden de la Fox. Una pena, porque era uno de los mejores gags de los Simpsons de sus últimas (e irregulares) temporadas... claro que no creo que mucha gente supiera de qué carajo estaban hablando (¿"Baby Watchmen in V for Vacations"? Jajajajaja)

lunes, noviembre 19, 2007

La metamorfosis de PJ (Harvey, no Ramírez)

"Above the mountain
The mountain
An eagle
Is flying

High above the mountain
An eagle calling down
To the soldier who falters
The soldier on the ground

By the mountain
I feel nothing
For in my own heart
Every tree is broken

The first tree will not blossom
The second will not grow
The third is almost fallen
Since you betrayed me so

Since you..."



(“The mountain”, brillante colofón para “White chalk”, el nuevo álbum de P.J. Harvey. Un trabajo cargado de lirismo en el que la cantautora inglesa, más que cantar, susurra unas composiciones provenientes de ese lugar oscuro del alma donde es imposible escudarnos en nuestras propias mentiras. Cuanto más lo escucho, más me engancha. Maníaco-depresivos con tendencias suicidas abstenerse, please.)

¿El super-héroe adolescente definitivo?

Llegó un día, hace ya unos cuantos años, en que Peter Parker, tu amistoso vecino Spider-man, se hizo adulto. Acabó su vida universitaria, se casó con Mary Jane y se convirtió en un personaje bastante aburrido. No fue hasta hace bien poco, con la llegada de J.M.Straczynski, que el trepamuros recuperó cierto lustre y tirón (entre otras cosas, Straczynski estuvo muy bien acompañado durante unos 30 números por John Romita Jr., posiblemente el dibujante que mejor ha tratado a la araña en las últimas dos décadas). Y, aún así, Peter ya era un señor, de esos a los que tienes que tratar de usted. Ya no era como tú (no el “tú” que, cada vez más, tiene que empezar a preocuparse por la declaración de la renta, el horario de oficina, la cotización, etc., sino el “tú” que quieres seguir siendo cada vez que afrontas un tebeo de Spider-man, el chico tímido de instituto que tenía hora de llegada a casa y no sabía compaginar sus responsabilidades con el salir con chicas). El super-héroe adolescente por antonomasia se había convertido en un desconocido que sobrepasaba la treintena.

Y así estuvieron las cosas durante un tiempo, a la caza de sustitutos más o menos afortunados (los más destacables, sin duda, son los chicos de “Runaways” de Brian K. Vaughn y Adrian Alphona) que no te hacían sentir como el Spidey de antaño.

Todo eso terminó cuando un guionista desconocido llamado Robert Kirkman se juntó con el dibujante Cory Walker para crear el comic de super-héroes adolescentes definitivo: “Invencible”.




A primera vista, “Invencible” no aporta nada nuevo a un género que tiene ya setenta años a sus espaldas. A segunda vista, tampoco. Ni siquiera en un tercer vistazo. Pero Kirkman, escritor también de ese otro “must-have” del comic actual que es “Los Muertos Vivientes”, parece haber tomado la resolución de, en lugar de innovar, recopilar y abrillantar los lugares comunes. Volvemos a tener por enésima vez el uniforme de colores chillones, los invasores alienígenas, los viajes interestelares, los científicos locos, los robots de destrucción masiva, los asesinos de super-héroes, los super-grupos juveniles, los romances de instituto, las identidades secretas, los líos familiares… Vamos, nada nuevo bajo el sol.

Todo esto podría parecer un defecto más que una virtud pero, gracias a Murphy, el gran valor de “Invencible” no estriba en su originalidad, sino en su planificación y su libertad creativa. Por un lado, se nota que Kirkman lleva años preparando su opus magna super-heroica, y con una facilidad pasmosa consigue presentar, entrelazar y mantener una, dos, tres o hasta seis líneas argumentales que transcurren en paralelo a lo largo de decenas de números, otorgando al conjunto una sensación de solidez y continuidad muy pocas veces vista en un comic de super-héroes. Por el otro, Kirkman y Walker son propietarios de sus personajes y pueden hacer con ellos lo que quieran, algo que las majors Marvel y DC jamás permitirían en sus series estrella, por lo que si en “Invencible” algo debe ocurrir, ocurrirá, y ninguna resurrección de última hora ni ninguna imposición editorial castrarán el buen hacer del equipo creativo. [Dicho esto, hay que tener cuidado con los personajes a los que se coge cariño, porque Kirkman es un cabrón implacable… advertidos estáis.]


Además, Kirkman conoce perfectamente las convenciones y topicos del género y sabe por tanto explotarlas con inteligencia y, sobre todo, complicidad con el lector. Si a eso le sumamos unos diálogos con chispa, una capacidad insólita de pasar del humor al drama en un abrir y cerrar de ojos y, no menos importante, un dibujo sencillo (con un aire cartoon) pero terriblemente eficaz y empático, que resiste además al cambio de equipo artístico (empieza siendo obra de Cory Walker, creador visual del personaje, pero a los pocos números lo sustituye Ryan Ottley, que incluso mejora las carencias del anterior), no cabe duda de que nos encontramos ante un tebeo de super-héroes fresco, divertido y muy adictivo.

Sólo espero que Mark Grayson (el Invencible del título), no crezca demasiado pronto.

Un par de apuntes:

- Ediciones Aleta acaba de publicar en nuestro país el volumen 8 de la colección, titulado “Un mundo diferente”, que recopila los números 25 al 30 de la edición original USA. Cada nuevo tomo que sale me deja con la sensación de que “wow, éste ha sido el mejor de toda la serie”.)

- Otra opinión sobre “Invencible”, aunque bastante coincidente con la mía, está a vuestra disposición en el blog de elduende.

Flex Corben ye un personaxe de ficción

Gracias a mi amigo Villaviciosín, ahora Lucas y Flex hablan en asturiano. A ver si las cosas salen bien y este comic (de cuyo guión estoy muy orgulloso, aunque parezca no gustar en ningún concurso) se come algún rosco por las tierras de Don Pelayo.

Bunburismos

“Una maniobra de nunca atracar,
un perfume de aromas orientales,
un desayuno con tamales,
un accidente previsto en los planes
del artista equilibrista,
del aragonés errante,
a punto de traspiés”.

(“El aragonés errante”, Enrique Bunbury)

No es casual que fuera a Oscar Wilde (uno de esos genios que la literatura nos regala muy de cuando en cuando) a quien Enrique Ortiz de Landázuri Izarduy sustrajera el palabro “bunburismos” (de su obra “La importancia de llamarse Ernesto”) para re-bautizarse y así instituirse como líder de la que fue una de las bandas de rock más importantes de la historia musical de España. Me refiero, of course, a Héroes del Silencio.

De forma más o menos generalizada, el conjunto de melómanos españoles tiende a polarizarse de la forma más radical que uno pueda imaginar ante la banda de Zaragoza y la figura de Enrique Bunbury. O se aman o se odian, y rara vez alguien se queda en el “ni fu ni fa”.

Decía que no era casual la elección de Wilde como agua bautismal para Enrique, pues el comportamiento de esta estrella del rock patrio siempre me ha recordado un poco al Lord Henry de “El retrato de Dorian Gray”: la clase de persona que uno no quiere como amigo, y que encuentra incluso ligeramente desagradable en sus manifestaciones y modos de pensar, pero increíblemente divertida como personaje (en el sentido más amplio de la palabra). Supongo que el propio Enrique Ortiz conoce muy bien el punto en el que acaba su yo cotidiano y empieza Enrique Bunbury, ese ególatra pagado de sí mismo que fuerza su amaneramiento y su bizarro acento (ya de “ninguna parte”, como su último disco de estudio) hasta límites casi ridículos.


“Casi ridículo”: otra clave más para entender el “universo Bunbury”. Sus letras, pomposas, crípticas e incluso inconexas a veces, podrían caer en lo irrisorio si no tuvieran detrás al personaje interpretado por Enrique. “Ponte fuera del alcance del bostezo universal…”, escribe en “Deshacer el mundo”, un clásico de los Héroes. ¿Qué cojones significa eso? Quién sabe. Lo importante es que suena bien. Rimbombante, “casi ridículo”, pero acorde con la imagen épica, mística y algo torturada de los Héroes. Si lo cantaran Alejandro Sanz o Mikel Erentxun, nos partiríamos todos la caja con semejante idiotez (otras mayores habrán escrito), pero a Bunbury, igual que a Andrés “no me excita cagar con Yabrán” Calamaro o a Manu “sopita de camarón” Chao, se le permiten ciertas libertades creativas porque sabe mantener la coherencia entre autor y obra y porque, de hecho, ese estilo ha pasado de convertirse en un posible handicap a formar parte de lo que ya todos sus fans esperamos de él.

Y luego está la música, claro. La obra en sí. Supongo que aquí me puede la pasión, pero cuanto más escucho los discos de Bunbury, más me parece que va camino de convertirse en lo más parecido que tenemos en España a una auténtica personalidad/músico/compositor/estrella del mundo del rock al modo de Jim Morrison (las similitudes, incluso estéticas, no son pocas), David Bowie o Lou Reed, tipos que (quizás no ahora, pero sí en su momento) supieron hacer buenas canciones de esas que durarán para siempre, combinando letra y música en algo con estilo propio, perfectamente reconocible y diferenciable de todo lo demás, mucho más allá del éxito fácil que se viene abajo en la segunda o tercera escucha. Bunbury lleva compuesto, en sus más de 20 años de vida profesional, un buen puñado de temas que suenan hoy igual de bien que el día en que vieron la luz, y lo ha hecho siempre desde la versatilidad y el inconformismo, pasando por etapas mejores y peores (ahí está “Radical Sonora”, un álbum de corte electrónico que se queda descolgado en su discografía, pero que posee aún así estupendas canciones como “Big ban”, “El viento a favor” o “Alicia”), pero no cayendo nunca en lo fácil, en el hit obvio para salir del apuro. Quizás por eso no deje indiferente a nadie. O quizás sea porque cada vez que leo una entrevista suya, no puedo dejar de preguntarme si estamos ante un genio que se disfraza de capullo o un capullo que sabe exprimir al máximo su genio. O quizás ambas cosas sean lo mismo.


ACLARACIÓN: todo esto viene a cuento porque el diario El País comenzó hace unas semanas a acompañar su edición de los jueves con una colección de libro-discos de Héroes del Silencio y Enrique Bunbury. Conviene advertir que hacerse con esta edición no es, en algunos casos, un buen negocio para el comprador, pues algunos discos pueden encontrarse más baratos y ostensiblemente mejor editados en tiendas de música o grandes superficies. Sin ir más lejos, esta semana yo encontré el doble CD “El viaje a ninguna parte” a un precio bastante ajustado en la FNAC y no me lo pensé dos veces, antes de gastarme los 8’95 € de la edición de El País que dudo mucho incluya más que un sólo disco (lo mismo pasó con el libro-disco de “Nos sobran los motivos” de la colección Sabina/Serrat). “El viaje a ninguna parte”, por cierto, es un disco cojonudo, al que sólo se le puede achacar su naturaleza de doble LP (algo de lo que espero poder escribir algún otro día).

lunes, noviembre 12, 2007

"...no te fíes de un animal herido..."

“Lo intenté por tercera vez.
Me enfundé en mi traje beige.
Miré hacia el suelo y me santigüé.
Te encontré entre los escombros.

Y aún quedaba un muro en pie.
Te vi apoyada en él y creo que
lo hacías para no perder la fe.
El cristo en la pared
se encogió de hombros.

Y tú con tu voz
(esa voz),
y tu pálida piel.
Con el brillo en tu pelo del trigo.
Con ese otro brillo
que imagino tras tu abrigo.

Pasaste estos últimos inviernos
al calor de un infierno
construido en el amor
para acabar en demolición.

Me dices:
“ahora ya estás advertido,
no te fíes de un animal herido”.
¿Y qué te iba diciendo yo?

Me he perdido.

Lo intenté siete veces más.
Quería ver lo que hay detrás
de tu imperturbabilidad,
y abrir tu puerta de
cuarenta y tres candados.

Te adiviné en tu balcón
silbando una larguísima canción,
pensando: “¿es esto lo correcto o no?”.
Así que hice ¡chas!
y aparecí a tu lado.

Lo sabes:
ahora ya estás advertido,
no te fíes de un animal herido.
Y, ¡oh, descuida!, le mentí,
soy un experto cazador.

Lo has visto,
es mi mundo derruido.
Lo que hoy es puro
mañana está podrido.
¿Y que te iba diciendo yo?

Me he perdido.

Mátame si ya no te soy de utilidad.
Mátame tras leer el mensaje.
Pero ahora me desnudaré
sin quitarme el traje.

Lo he visto,
es tu mundo al derrumbarse.
“Que lo natural es odiarse”,
me dijiste, “he de reconocer
con cierta convicción.”

Y entonces
entonaste dulces gritos;
comenzó el más viejo de los ritos.
Fuiste tú, fui yo,
sencillamente fue algo superior.

Y añadiste:
“si lo hacemos, tonto mío,
pues hagámoslo como es debido”
“¿Y cómo es eso?” pregunté,
y tú me dijiste:
“justamente así no”,
y paraste:
“me lo tengo prohibido”.
Y yo protesté empapado y más que aturdido.

Y ahora sí que sí que yo
me he perdido.

Que ahora sí
que sí que sí
que sí que me he perdido.

Porque sólo es pensar en ti
y acabar perdido.

Porque sólo con pensar en ti
me pongo perdido.”


[“Me he perdido” (canción que abre el “Verano fatal” de Nacho Vegas y Christina Rosenvinge), un temazo a la altura de la obra precedente de Vegas. Porque, sinceramente, la letra es “inconfundiblemente Vegas”. El disco, por cierto, es una cortísima grabación de 7 pistas, apenas 25 minutos, que incluye otro par de grandes canciones: “Verano fatal” (que da título al álbum) y “Que nos parta un rayo”. Por desgracia, las demás son muy aburridas, por lo que el resultado es un CD corto y demasiado irregular. Con todo, mi idolatría hacia Vegas no hace sino crecer. Y la Rosenvinge… bueno, ejerce de musa y alegra la portada: menos da una piedra, ¿no?]

¡Nutricélulas!


Estas páginas pertenecen al cuento infantil sobre alimentación sana que ilustré (sobre un texto ajeno) para Campa, una asociación con fines educativos de la ciudad de A Coruña.

La idea es enseñar a los niños cuáles son los nutrientes primordiales para una buena alimentación, y cómo éstos deben sustituir a la comida rápida en una dieta saludable; todo ello representado mediante un partido de baloncesto.

A estas alturas desconozco la fecha definitiva de publicación, pero es posible que se haga en algún momento del 2008, acompañando a una campaña escolar de alimentación equilibrada.

De veleros y tragedias


Cumpliendo con lo que ya se espera de él (por constancia), Woody Allen estrenó hace un par de semanas su película de 2007, “Cassandra’s dream”, protagonizada por Ewan McGregor, Colin Farrell, Tom Wilkinson y la semi-desconocida (e increíblemente hermosa) Hayley Atwell.

Dejando de nuevo a un lado su vis cómica (aunque es cierto que en la película hay ciertos momentos que vacilan entre lo patético y lo ridículo, provocando la sonrisa del espectador), Allen culmina su trilogía londinense con esta historia de dos hermanos en apuros económicos que se ven forzados a vender (metafóricamente hablando) su alma al diablo.

Como Woody (así, en confianza) es un buen director, con muchas tablas y, por encima de todo, es un genial dialoguista, la película se ve con agrado y tiene, incluso, algunos momentos de gran cine (especialmente, los quince o veinte minutos previos al “suceso central” de la trama, y que no desvelaré por no estropeársela a quien aún no la haya visto). Pero por mucho que se expriman al máximo las capacidades interpretativas de Farrell (convincente en su caracterización de ludópata y alcohólico) y McGregor (que no cambia de cara ni aunque lo maten a palos, y parece que tanto le da empuñar un sable láser como meterse todo el jaco de Escocia o comerle los morros a Nicole Kidman), o se expliciten las conexiones con las grandes tragedias griegas (desde el título del film hasta el final, haciendo escala en esa conversación en casa del playboy donde se menciona intencionadamente a los clásicos helénicos), “Cassandra’s dream” no pasa de ser una película menor en la filmografía del neoyorkino, demasiado cercana temporal, temática y estructuralmente a “Match point” como para ser algo más que un doppelgänger a medio gas…

¿Qué pasa con...

De un tiempo a esta parte, el sello editorial Vertigo de DC Comics se está cayendo del pedestal que durante tanto tiempo trabajó para ganarse. Años atrás (y no hablo de hace tanto), esta editorial contaba en sus filas con las series más punteras del mercado USA, y acostumbraba a brindar al lector toda una suerte de guiones y personajes inolvidables que difícilmente se dejan entrever en sus publicaciones actuales.

Recuerdo cuando Garth Ennis y Steve Dillon me alegraban la vida con “Predicador” y “Hellblazer”, justo después de la conclusión del celebradísimo (por mi y por medio mundo) “Sandman” de Neil Gaiman, al mismo tiempo que Warren Ellis y Darick Robertson construían su resultona “Transmetropolitan” y Grant Morrison se soltaba la melena (es un decir) con sus personalísimos “Invisibles”. Por el camino, Steven Seagle y Matt Wagner escribían “Sandman Mystery Theatre”; Jamie Delano expresaba sus inquietudes ecológias en su interesantísima etapa en “Animal Man”; Peter Milligan nos hacía quitarnos el sombrero con “Shade, el hombre cambiante”, “Blanco Humano” y “Enigma”; Dave McKean se marcaba un puntazo indie con “Cages” (¿por qué no se habla más de este tebeo?); Kyle Baker se salía en “Por qué odio Saturno” y “You are here”, y Brian Azzarello y Eduardo Risso daban el pistoletazo de salida a la última gran serie del sello, “100 Balas”.

No hablemos ya de los primeros tiempos de Vertigo, con Alan Moore haciendo historia en “Swamp Thing” y “V de Vendetta”, Jamie Delano ejerciendo de aprendiz de brujo en las primeras andanzas de Constantine y el antes mencionado Grant Morrison deslumbrando en “Doom Patrol” y “Animal Man”. Menuda época, madre de dios.


¿Y ahora?

Aparte de “Hellblazer”, que sigue en pie por cuestiones históricas más que estrictamente cualitativas, tan sólo “100 Balas” resiste, con sus casi 90 números a la espalda y los días contados, como serie estrella de la casa, mientras las supuestas nuevas “must-have” como “Fábulas”, “Y, el último hombre” o “DMZ” no pasan, en el mejor de los casos, de ser tebeos entretenidos que no tratan al espectador como si fuese un retoño mongoloide, pero siempre muy alejados de las cotas de brillantez de los Moore, Gaiman y Morrison de antaño. Y al lado de éstas, conviven muchas series mediocres o directamente malas como “Los Perdedores”, “Otherwold”, “Loveless”, “American Virgin” o las aún inéditas por estos lares “Testament” o “The Exterminators” de las que desgraciadamente no aguardo gran cosa (aunque uno siempre es susceptible de equivocarse, por supuesto).


Y es que todo aquel talento presente en Vertigo hace 10, 15 ó 20 años se encuentra ahora desperdigado entre las distintas editoriales que abarrotan el mercado USA, y tenemos que buscarlo en el Alan Moore de America’s Best Comics (y en cuyo seno se publican, tal y como su nombre indica, los mejores comics de América), el Grant Morrison de “Los siete soldados de la victoria” y “All-Star Superman”, el Ed Brubaker de “Sleeper” y “Daredevil”, el Warren Ellis de “Desolation Jones” o el Peter Milligan de “X-Statix”.


Pero ya no en Vertigo.

(Y de Gaiman, Ennis o el Azzarello ulterior a “100 Balas”, mejor ni hablar).

domingo, noviembre 04, 2007

Elige al muerto

“(...)
She took my hand and I let her go
she broke her little bones
on the boulders below,
took my hand and she ended it all,
broke her little bones on the boulders below,
and while she fell, I smiled.
(...)”


(Serj Tankian, cantante de System of a Down, esa enérgica banda de metal californiana de raíces armenas, ha sacado disco en solitario bajo el título “Elect the Dead”. Al igual que en los trabajos que ha publicado con sus compañeros de grupo, aquí se encuentra un trabajo vocal impresionante y unas canciones llenas de cambios de ritmo que saltan sin complejos del metal a la pura interpretación guiñolesca. El tema de arriba, por cierto, se titula “Lie Lie Lie”, y tiene un montón de capas de voces superpuestas y unos coros increíblemente pegadizos)

sábado, noviembre 03, 2007

Pelis que prometen

- “Sweeney Todd” promete ser un reencuentro con el Tim Burton de “Sleepy Hollow" (la última de sus grandes películas de imagen real) aunque el trailer sea bastante decepcionante.

- “La Brújula Dorada” promete ser un taquillazo. ¿Buena película? Eso está por ver. Por lo de pronto el trailer es precioso (le ayuda, y mucho, el uso de la excelente banda sonora de "La Joven del Agua"), pero uno ya no puede fiarse del cine fantástico para toda la familia…

- “Iron Man” promete ser otra pésima adaptación de un comic de super-héroes al cine (y ya van…)

- "Charlie Wilson's War" promete un reparto sólido (la pega, como siempre, es Julia Roberts) y un director prestigioso, Mike Nichols, en una de esas pelis que parecen hechas a medida para recibir premios. A mí, que soy un sentimental musical, ya me ha ganado para la causa con un trailer donde suenan Jimi Hendrix y Don McClean...

- “Youth Without Youth” es el regreso de Francis Ford Coppola a la dirección. Si no supiera quién está detrás del proyecto no me atrevería a hacer elucubraciones sobre el resultado final (visto el trailer, bien podría ser una maravilla o una mediocridad), pero este señor ha firmado monumentos del séptimo arte como “El Padrino” o “Apocalypse Now”, así que la cosa promete mucho…

- “Jumper” parte de un concepto prometedor, y hasta aquí puedo leer. Ah, y el trailer mola (del mismo modo en que puede molar un video-clip de Fatboy Slim o similar…)

- Y finalmente no una promesa, sino la gran amenaza de la temporada en cuanto a adaptaciones al cine se refiere. Will Smith protagoniza la nueva película basada en la maravillosa novela de Richard Matheson “Soy Leyenda”. El libro es todo un clásico de la literatura de terror, pero lo mismo podía decirse de decirse del “Yo, Robot” de Asimov en el campo de la ciencia-ficción, y todos sabemos cómo acabó la adaptación perpetrada por Alex Proyas… Que a Will Smith le escriben los personajes a su medida es un hecho, y poco o nada se parecen sus papeles precedentes (todos insistentemente cansinos, cómicos y mediocres, a excepción de su muy notoria encarnación de Cassius Clay en “Ali”) al Robert Neville de la novela de Matheson, que para mí siempre tuvo el rostro de un Dustin Hoffman o un Edward Norton, mucho más comunes y creíbles que este ex-rapero hipertrofiado.
Pero, por otro lado, ya se ve desde el magnífico trailer que la peli va a seguir derroteros muy diferentes a los del libro (esas explosiones, esos leones en medio de Manhattan…), por lo que espero poder disfrutarla sin estar constantemente estableciendo una comparación que lo único que conseguirá será arruinarme los 6 euros que pague por la entrada…

Los dientes aún más largos

Parece que se empeñan en que escriba la carta a los Reyes ya a estas alturas del año, porque si lo de la entrada anterior era suculento, esto no se queda atrás: por fin Astiberri publica el primer tomo (de tres) de la edición de lujo de "Bone". Un tochazo de más de 500 páginas que recopila la primera trilogía de la obra magna de Jeff Smith, y que poseo parcialmente (y terriblemente mal publicada) en la edición que hizo Dude en formato comic-book de grapa. Otra cosa que cae seguro, hincando los colmillos en mi deficiente economía...

Para más datos sobre la edición, pinchad aquí.

¿Qué demonios significa "H.a.a.r.p."?


Acabo de leerlo aquí: Muse saca disco el 3 de diciembre. Se llamará "The H.a.a.r.p. Tour: Live from Wembley", y se trata, en realidad, de un DVD con imágenes del directo de los dos conciertos que la banda dio en Wembley en la gira de su último disco, "Black Holes and Revelations", aunque se podrá adquirir también en dos ediciones a mayores, ambas con el CD que recoge la grabación de dichos conciertos. El setlist (provisional, ojo) es suculento, más teniendo en cuenta que su otro directo, "Hullabaloo", no traía algunos de sus temas más destacados, como "New Born" o "Plug in Baby" (además de ser anterior a la edición del "Absolution", un disco imprescindible).
Más datos, de forma algo oficiosa y no-sé-cómo de fiable, aquí.

Me jode un poco, porque justo la semana pasada acabé de comprarme todos los álbumes originales que me faltaban del trío que lidera San Matthew Bellamy y ahora me sacan esto... pero por otro lado siempre es una alegría que Muse edite cualquier cosa, lo que sea... y claro, caeré, porque Muse es Muse (hoy por hoy, mi banda de rock en activo favorita).

El maravilloso mundo de John Cameron Mitchell

A veces, cuando por primera vez lees un libro o un tebeo, escuchas un disco o ves una peli que ya existían desde hace tiempo, no puedes evitar preguntarte cómo es posible que hubieras podido pasar hasta entonces sin conocerlo/a. De hecho, por mucho que te la hubiesen recomendado imperiosamente personas en cuyo sentido del buen gusto depositas toda tu confianza, al ver/leer/escuchar la obra en cuestión, ésta supera incluso tus mejores expectativas.

Éste es el caso de las “experiencias John Cameron Mitchell”. Y digo “experiencias” porque reducir sus obras únicamente al ámbito cinematográfico me parece, como poco, descortés.

Con sólo dos películas, “Hedwig and the Angry Inch” (2001) y “Shortbus” (2006), este fulano ya ha demostrado más talento, creatividad y cojones que la gran mayoría de supuestos “visionarios” y “trasgresores” del cine actual (saco en el que metería a Julio Médem, Pedro Almodóvar y muchos otros… y luego lo cerraría, le ataría un yunque y lo arrojaría al mar).

La primera de las pelis de Mitchell que vi fue “Shortbus”, influido por el entusiasmo de Midori y el blues, que en esto de cine sabe un rato largo, no sólo de verlo, sino también de hacerlo. No tenía ni idea del género, argumento, actores, ni nada acerca de la peli, así que cuando en el minuto uno me encuentro con un plano aéreo de la ciudad de Nueva York recreada en papel maché que culmina con la cámara introduciéndose en la habitación de un fulano que se está haciendo una auto-felación (que sí, que es posible, ahora que lo he visto lo sé), me quedo en shock y me pregunto (probablemente en voz muy alta, aunque ahora no lo recuerdo): “¿pero qué cojones es esto?”.


Por suerte, el talento siempre acaba imponiéndose, y a Mitchell talento no le falta. Después del descoloque inicial, no hay más que poner el chip adecuado para poder disfrutar de una de las mejores películas sobre sexo que he visto nunca.

“Shortbus” narra las historias entrecruzadas de una terapeuta sexual, una pareja gay que acude a su consulta a hacer terapia, una dominatrix insatisfecha con su vida, un joven modelo homosexual y un voyeur de buen corazón cuyas existencias confluyen en un piso en el que regularmente se celebran multitudinarias fiestas donde se llevan a cabo todo tipo de prácticas sexuales.

El hecho de que cuente con numerosas escenas totalmente explícitas (no hay trampa ni cartón, lo actores practican realmente el sexo delante de la cámara) provocará, a buen seguro, que muchos espectadores se escandalicen y prefieran mirar hacia otro lado, mientras que otros no conseguirán ver más allá de lo obvio y la catalogarán como una película porno “con estilo”, cuando realmente es mucho más que eso. Porque “Shortbus” habla sobre la liberación sexual absoluta, algo que parece hacerle mucha falta al mundo en que vivimos, y lo hace de forma sincera, sin medias tintas. Así, el director parece decirnos que sería una hipocresía intentar hacer la película definitiva sobre sexo sin que el propio sexo estuviese presente en el metraje. En mi opinión, esta prerrogativa tiene todo el sentido del mundo, por lo que el film demuestra una coherencia absoluta para con su propio mensaje, y lo hace además divirtiendo al espectador con mucho sentido del humor, pero sin descuidar nunca el componente dramático.

Peca, quizás, de innecesariamente exhibicionista; pero vamos, que si ver cómo un tío le come la polla a otro o cómo cuarenta personas se lo pasan bien follándose mutuamente no te distrae de la trama, seguro que pasas un buen rato viéndola.

Pues bien.

Con “Shortbus” aún dando vueltas por mi cabeza, mis opciones quedaron reducidas al mínimo: ¡tenía que ver “Hedwig and the Angry Inch” cuanto antes!

Si la anterior era una cinta muy divertida, con una gran banda sonora, un casting fabuloso y un sentido estético fuera de toda duda, “Hedwig…”, a pesar de haber visto la luz cinco años antes y ser la ópera prima del realizador, resultó ser todavía mejor: una pequeña obra maestra.

Enmarcada en una actuación musical itinerante, la protagonista del espectáculo, Hedwig, nos va cantando los momentos más importantes de su vida, que la han llevado desde el Berlín oriental previo a la caída del muro (cuando aún era un muchacho llamado Hansel), hasta su situación actual como transexual y estrella de rock “mundialmente desconocida”.


Lo grandioso de la película es que, además del excelente guión, las soberbias interpretaciones (encabezadas por el propio Mitchell, que está enorme dando vida a la Hedwig del título) y la deslumbrante puesta en escena (se notan los años de experiencia del realizador como director de musicales en Broadway), “Hedwig and the Angry Inch” tiene las mejores canciones compuestas para un musical que yo haya podido escuchar. De hecho, la banda sonora de la película bien podría haber figurado entre los best-sellers discográficos de la década de los 70, en pleno apogeo del glam-rock. Todos los temas originales están compuestos por Stephen Trask, al que no conocía (pero al que rastrearé hasta la muerte en Internet), y son simplemente increíbles. Además, los momentos musicales están cuidados al máximo en el aspecto visual, incluyendo unas sencillísimas pero contundentes animaciones de Emily Hubley o, summum del ingenio, un karaoke que aparece de improviso pensado para que el público pueda acompañar a Hedwig y su banda en uno de los temas más divertidos de la peli, “Wig in a box”.

Y además posee un tramo final apoteósico que tiene su clímax en la canción “Midnight radio”, especie de puesta al día (posiblemente de forma intencionada) del “Rock’n’roll suicide” de David Bowie, que pone patas arriba todo lo que creías haber visto en la hora y media precedente, y que te obliga a volver a disfrutar de la película desde un nuevo punto de vista.

Y, claro, al hilo de lo que decía al principio de esta entrada, la sensación que se le queda a uno en el cuerpo al acabar de ver “Hedwig and the Angry Inch” podría resumirse en la siguiente pregunta: “¿de verdad esta película existe desde hace seis años y yo he podido vivir todo este tiempo sin conocerla?”.

Ahora, tan sólo unos días después de saber de su existencia, ya estoy deseando poder disfrutar de lo que sea que nos deparará la próxima película de John Cameron Mitchell.