domingo, noviembre 08, 2009

Bloggerdammerüng: una despedida en 3 partes

1: Asfalto y aritmética

Me ducho, me afeito, me visto y me tomo un té. Salgo a la calle al atardecer y Madrid me recibe con su habitual alboroto. No sé si lograré acostumbrarme a tener constantemente tanta vida a mi alrededor. En esta ciudad uno nunca llega a sentirse solo, pero rara vez consigue saberse realmente acompañado.

Camino por calles de asfalto y piedra y no miro la hora, aunque sé que lo que busco no me lo dará el espacio sino el tiempo: aguardo la noche y sus estrellas, a pesar de estar seguro de que una densa nube de polución me impedirá verlas. No importa, claro. Lo realmente trascendental no es mirar al cielo y descubrir en su bóveda esos diminutos puntos resplandecientes que bien podrían ser aviones, bengalas o platillos volantes. Lo importante es saber que las estrellas siguen ahí. Que aunque uno no las vea, las estrellas están a nuestro alrededor, desperdigadas en todas direcciones.

Eso es la noche: no un oscuro recreo para juerguistas alentados por la cara oculta de la Luna, un coto de caza para criminales y dementes varios o un lienzo en negro para lechuzas bohemias con inquietudes artísticas. La noche es el momento en que el universo nos recuerda que no somos nada y que cuanto antes lo asumamos antes comprenderemos que lo único que tenemos es nuestra mayor o menor porción de felicidad y la promesa de que un día moriremos.

Es esta consciencia absoluta que rara vez experimento lo que me hace imaginar que Cibeles me ha guiñado un ojo al tiempo que se dibujaba una sonrisa cómplice en su boca. Una deidad petrificada dándome a entender que si de verdad he alcanzado ese conocimiento, poco más tengo que temer en la vida: que en la ecuación de nuestra existencia no intervienen constantes aritméticas que conviertan el día a día en una fórmula de verdades absolutas. No hay un p válido para la circunferencia emocional de todos los seres humanos, ni un número e que determine el logaritmo neperiano de la amistad. Sólo hay un montón de fórmulas arbitrarias que los matemáticos vitales (tú, yo, ella) utilizamos como estrategia, como forma de atar la verdad. Pero la verdad es que la vida se escribe con una suerte de infinitos “a veces” que nunca alcanzan el grado de teoremas. Son sólo pistas, más o menos fiables, para guiarnos en una eterna noche sin estrellas:

A veces los actores olvidan su guión y se dejan llevar por la inspiración: en teatro a eso se le llama “improvisar”. En la vida, a veces, “cagarla con todo el montante”.

A veces uno mira atrás y no reconoce sus propias huellas en el camino, y entonces se da cuenta de que también olvidó hacia dónde se dirigía. Pero sigue adelante, claro, porque sabe que desandar el camino jamás podría ser la solución.

A veces olvidamos que entre ser ángel y ser demonio sólo hay una caída, y que la vida es un cable de mínima superficie suspendido entre dos rascacielos llamados “nacer” y “morir”.

A veces dos buenas personas no son suficientes para justificar una amistad.

A veces dos malas personas pueden amarse como nunca nadie lo había hecho antes.

A veces necesitamos una máscara, un escudo, un paraguas transparente que nos permita comprender el mundo sin cerrar los ojos.

A veces se te mete en la cabeza una canción que no soportas y, sin embargo, te ves incapaz de dejar de tararearla durante días. A los recuerdos les pasa lo mismo: uno no decide cuándo ni cómo librarse de ellos.

A veces la decisión más difícil es la más obvia, y a veces precisamente por ello es la más difícil.

A veces hay que rendirse, porque morir no merece la pena.

A veces hay que morir o matar, porque rendirse no es una opción.

A veces no ir no significa no querer, sino querer demasiado.

A veces desearle lo mejor no significa desear estar ahí para verlo.

A veces seguir amando es la solución de los cobardes: hay que ser realmente valiente para decidir olvidar a una persona a pesar de quererla.

A veces olvidar es imposible y lo único que a uno le queda es recordar con compasión.

A veces, pese a todo, quiero echarla de menos.

Y a veces, inexplicablemente, echo de menos quererla.

Hay, como ves, un millón de “a veces” posibles, pero tan sólo dos “siempres”. Y es que si hay algo que siempre he sabido es que…


2: …nada dura para siempre

Todo lo bueno se termina. Y lo malo también.

Por eso hoy escribo la última entrada de este Abismo que empezó su andadura hace algo más de tres años. Siempre supe que se terminaría aquí. Bueno, al menos desde que empecé el abecedario personal, que no era sino mi cuenta atrás particular para el blog.

Creé El Abismo por varios motivos.

El primero fue la búsqueda de una obligación literaria. Siempre me ha gustado escribir y siempre he creído, además, que podía llegar a hacerlo de manera más o menos decente si me esforzaba. Por ello me propuse hacer reseñas y dar forma a mis pensamientos con cierta regularidad (pese a lo irregular que haya terminado siendo) con el fin de ejercitar mi capacidad de redacción e impedir que se anquilosara y oxidase excesivamente. Confieso, no obstante, que muchas veces (sobre todo en los últimos meses) he sentido que el nivel del blog flojeaba preocupantemente debido a una desgana cada vez mayor a la hora de ponerme a aporrear el teclado. De todos modos, haya sido mejor o peor, he estado escribiendo durante los tres últimos años y aunque sólo fuera por eso este Abismo ya habría merecido la pena.

El segundo motivo para crear este blog fue dar continuidad a una serie de e-mails que comencé a enviar a mi grupo de amigos cuando me fui a estudiar a Francia de Erasmus. Al volver a Galicia, tras concluir mi estancia en tierras galas, descubrí que echaba de menos escribir aquellos correos en los que desbarraba completamente pero que parecían gustar a mis colegas (o al menos eso me dijeron algunos), así que me planteé dos soluciones: seguir enviando mails (pese a que veía a algunos/as de sus destinatarios/as casi a diario) o concentrar esas mismas energías en crear un blog que mis amigos pudieran visitar cuando les apeteciese. Como resulta obvio, la opción triunfante es esto que ahora mismo lees.

El tercer motivo era crear un espacio donde colgar mis dibujos para que pudiesen ser vistos por cualquier persona, fuese conocida o no. En principio era quizás el motivo de mayor peso para la creación de un blog, pero con el tiempo mi timidez a la hora de enseñar mis trabajos y mi incontinencia verbal en todo lo referente a cine, música y comics terminaron por convertir las ilustraciones en un pequeño añadido al archivo del Abismo, en lugar de en cuerpo central del mismo. Es algo que lamento. Si algún día vuelvo a sentir la llamada bloggera, será sin duda para crear un espacio íntegramente dedicado a mis proyectos y dibujos.

El cuarto y último motivo era, simple y llanamente, que me apetecía hablar de mí mismo. Negarlo sería ridículo. Existe en nuestra sociedad (y sobre todo en mi generación y las posteriores) un componente exhibicionista y ególatra que se ha visto sobredimensionado, a veces ridículamente, con la aparición de internet. El hecho de poder opinar, discutir y, sobre todo, pontificar libremente y bajo nuestras propias condiciones ha provocado el florecimiento de innumerables redes sociales, bitácoras, webs personales y demás parafernalia digital. El Abismo nació, por tanto, cuando un servidor no pudo reprimir la tentación de dar salida al egocéntrico crítico amateur y recomendador compulsivo que llevaba dentro.

Respecto a eso, debo reconocer que tener tres años de opiniones archivadas en este blog me ha permitido, en cierto modo, comprobar cómo han ido evolucionando (o involucionando, según el caso) mis gustos personales y mis apreciaciones sobre ciertas manifestaciones artísticas y culturales. De haberlas escrito hoy, muchas reseñas no se parecerían en prácticamente nada a aquellas que redacté tiempo atrás. Si no las he ido editando de acuerdo con mis gustos cambiantes ha sido porque aquello que quedó escrito fue cierto en un momento dado y hacerlo desaparecer ahora sería poco menos que mentir. Ya lo decía Heráclito: ningún hombre puede bañarse dos veces en el mismo río y bla bla bla…

Ahora que El Abismo se termina (aunque no desaparece: quedará vagando por la red durante eones para que la gente siga sorprendiéndose con mi defensa de “Transformers” y llamándome loco e insensato) siento la obligación de agradecer vuestra presencia a todos los que alguna vez me habéis leído y comentado. Éste nunca ha sido un blog con muchos seguidores, pero lo cierto es que mis lectores siempre han sido los mejores que uno podría haberse imaginado. A todos vosotros, mil gracias por el tiempo invertido aquí. A muchos, que además de huéspedes sois también anfitriones de vuestras propias bitácoras, seguiré leyéndoos puntualmente y comentando vuestras entradas siempre que crea tener algo interesante que aportar.

Es por esa razón que no me da ninguna pena dar por concluido El Abismo. Hay por ahí un montón de blogs donde se pueden encontrar cosas más interesantes y casi siempre mucho mejor presentadas que aquellas que yo he escrito durante estos últimos 38 meses. Si alguien necesita un ejemplo no tiene más que dirigirse a la columna de la derecha, justo donde puede leerse “no te olvides de visitar”, y pulsar en cualquiera de los enlaces.

Y con esto creo, en fin, que ya he dicho todo lo que tenía que decir, tanto en El Abismo en general como en este Ablogalipsis en particular. Ya sólo queda espacio para una última canción, un canto de cisne (perteneciente al disco de 1973 “The dark side of the moon”, de Pink Floyd) en forma de…



3: …eclipse

“All that you touch

And all that you see

All that you taste

All you feel

And all that you love

And all that you hate

All you distrust

All you save

And all that you give

And all that you deal

And all that you buy

Beg, borrow or steal

And all you create

And all you destroy

And all that you do

And all that you say

And all that you eat

And everyone you meet

And all that you slight

And everyone you fight

And all that is now

And all that is gone

And all that's to come

And everything under the sun is in tune

But the sun is eclipsed by the moon.

.

..

There is no dark side of the moon really. Matter of fact it’s all dark.”


Abecedario personal: Z de Z, Barra



Lo tengo muy claro: la mejor alternativa a la psicoterapia es el gimnasio. Y además Freud nunca estuvo tan en forma como yo...

sábado, noviembre 07, 2009

Don de lenguas

Resulta que el Dador de Formas también habla en castellano.

"Mainstream" no es un taco en alemán

Con los tebeos pasa, más o menos, como con cualquier otra forma de ocio.

Si hablamos de música, hay días en que a uno le apetece escuchar a Belle & Sebastian o a Antony and the Johnsons, mientras que en otras épocas quizás prefiera darse un atracón de Ronnie James Dio o Metallica. En el cine, uno no siempre tiene el cuerpo para Kim Ki-Duk o Wong Kar-Wai y prefiere llevarse a los ojos lo último de John McTiernan, aunque el hombre esté en horas bajas. Con los comics, como decía, otro tanto de lo mismo. Chris Ware, Joann Sfar o Jiro Tanguchi son unos maestros de la narrativa gráfica, sí, pero hay días en que lo que te pide el cuerpo son combates a escala cósmica y frases de tío duro, y está clarísimo que en esos momentos la primera opción es siempre la misma: súper-héroes, of course.

Otra cosa, claro, es que, por mucho que te apetezcan hostias como panes y tíos cachas en leotardos, la parte más analítica de tu cerebro no sea capaz de reconocer si lo que estás leyendo es culo o codo (como dicen en "El hormiguero").

Así, puede que en tus ansias por calmar al lector mainstream que late bajo la admiración que sientes hacia David B. o Manu Larcenet te encuentres con un aborto de las proporciones del "All-Star Batman y Robin" de Frank Miller y Jim Lee y te preguntes un par de cosas. O tres.


Por ejemplo: ¿cuántos guionistas de comic llamados Frank Miller existen realmente? Porque, honestamente, yo no soy tan crédulo como para asumir alegremente que este Frank Miller que firma una de las peores interpretaciones del señor de la noche de las que tengo constancia sea el mismo que en la década de los 80 escribió dos de las obras que contribuyeron a definir la actual imagen del hombre murciélago, las impresionantes "El regreso del caballero oscuro" y "Año uno". El tipo que haya escrito "All-Star Batman y Robin" no puede ser tampoco el mismo que en su momento parió "Ronin", "Elektra asesina", "Elektra lives again" o la que probablemente sea la mejor historieta jamás publicada bajo el sello Marvel, "Daredevil: born again". Qué va.

No acaban ahí las preguntas, porque ¿de dónde demonios proviene la inmerecida fama de gran dibujante que acompaña desde hace años a Jim Lee? No tengo nada personal contra el artista coreano, pero lo cierto es que su dibujo anatómicamente monstruoso (¿nadie se ha fijado en la Canario Negro con dos manos izquierdas del número 3?) y su narrativa atroz no se merecen más que mi total indiferencia, por eso de que la aversión requiere un mínimo esfuerzo intelectual.


Entonces, ¿por qué "All-Star Batman y Robin" ha sido un total éxito de ventas (e incluso ha agradado a no pocos fans) mientras el maravilloso "All-Star Superman" (la comparación es obvia, pues ambos títulos salieron a la par bajo la misma iniciativa "All-Star") de Grant Morrison y Frank Quitely es frecuentemente bajado del pedestal por quienes lo consideran una tomadura de pelo?

Es una suerte, claro está, que no todos los tebeos de súper-héroes se parezcan a la aberración perpetrada por Miller y Lee. También hay ejemplos de títulos bien escritos y dibujados que, sin aportar ninguna novedad especialmente significativa al género, consiguen satisfacer las expectativas de cualquiera que busque pasar un rato divertido y emocionante en un universo de ficción y fantasía.

Tal es el caso de la etapa guionizada por Geoff Johns en la serie "Green Lantern", aún en curso y con visos de pasar a la historia como una de las más sólidas y entretenidas en la trayectoria del personaje.


Partiendo de una más que digna resurrección de Hal Jordan, el Green Lantern más querido por los fans (aunque no el original, ése sería Alan Scott), Johns se las ingenia para reescribir la continuidad de sus aventuras pretéritas expandiendo incansablemente su mitología y desarrollando una saga de proporciones cósmicas que no pierde el foco en los personajes y sus motivaciones. Pese a la irregularidad que conlleva una serialización a largo plazo, el guionista entrega un relato bien construido y, sobre todo, enormemente disfrutable tanto para neófitos como para conocedores de las aventuras más añejas del personaje, logrando algunos momentos de genuina épica súper-heroica (como en la estupenda "Guerra de los Siniestro Corps").

Además, la parte gráfica corre a cargo de dibujantes tan capacitados como Ethan Van Sciver, Carlos Pacheco o el espectacular Ivan Reis (cuyo trazo recuerda a Alan Davis o Bryan Hitch), logrando una relación entre guión y dibujo ciertamente satisfactoria.


Por todo ello, y a falta de leer el tercer gran acto de su macrosaga (el evento titulado "La noche más oscura"), el "Green Lantern" de Geoff Johns es uno de los tebeos del universo DC que más alegrías está dando actuamente al personal.

Con todo, si hay un comic de super-héroes que últimamente ha conseguido llevarme al huerto ha sido la saga de "El viejo Logan" que el guionista Mark Millar y el dibujante Steve McNiven han desarrollado en las páginas de la serie protagonizada por el mutante favorito de medio mundo friki: Lobezno.


Ambientada en un futuro post-apocalíptico donde los súper-villanos ganaron la batalla definitiva contra los héroes (y profundamente inspirada en el "Sin perdón" de Clint Eastwood), "El viejo Logan" nos presenta a un Lobezno que ya no responde a su nombre de guerra y que ha jurado no volver a sacar sus célebres garras de adamantium nunca más. Casado y con dos hijos, ahora vive en una California gobernada por el clan Hulk, una familia de aberraciones endogámicas descendientes de Bruce Banner que aterroriza a los humanos al más puro estilo "Las colinas tienen ojos". Será la necesidad de pagar una deuda económica contraída con semejantes monstruos lo que obligará a Logan a aceptar el trabajo de acompañar a su amigo ciego Ojo de Halcón en un viaje por la Amérika (con K) gobernada por los villanos, transportando un misterioso maletín hasta la antigua Washington (ahora conocida como Nueva Babilonia).


Desde luego, "El viejo Logan" no va a revolucionar el Noveno Arte, pero desde un buen principio queda claro que tampoco lo pretende. Mark Millar siempre ha sido un guionista de ideas simples pero bien desarrolladas, muy capacitado para los diálogos divertidos y la caracterización de personajes con sólo cuatro pinceladas. Bueno, y para escribir unas escenas de acción que quitan el hipo. Steve McNiven, por su parte, es un dibujante visualmente muy potente que saca lo mejor de sí mismo a la hora de coreografiar los momentos de violencia y destrucción.

Se deduce de la colaboración entre ambos autores que este "El viejo Logan" es, ante todo, una de las mayores ensaladas de hostias que recuerdo haber leído en un tebeo Marvel. Y también, posiblemente, uno de los tres o cuatro mejores tebeos protagonizados por Lobezno que han caído alguna vez en mis manos.


El último número (publicado esta semana en nuestro país) me ha dejado, con sus referencias al tito Clint y a cierto manga histórico que todo lector de comics debería conocer, una sonrisa enorme en el careto que vuelve a asomar cada ver que releo las últimas páginas.

Al fin y al cabo, esto es Lobezno en estado puro.

Skunk Anansie, directos a la división de honor


El jueves pasado tuve la suerte de poder asistir al único concierto en España de la actual gira de Skunk Anansie con motivo del lanzamiento de su disco de grandes éxitos "Smashes and trashes".

Servidor conoció al grupo liderado por la carismática Skin gracias a la convivencia diaria en una residencia de estudiantes pontevedresa con Home de Xeo, inamovible e incondicional fan de la banda británica. No obstante, Skunk Anansie nunca había sido uno de mis grupos de referencia, sino más bien una de esas presencias constantes pero sutiles a las que acabas acostumbrándote y cogiendo cariño a fuerza de escuchar sus canciones una y otra y otra vez (y, tratándose de Xeo, puede que incluso una o dos veces más, jejeje).

Debo reconocer que esa percepción de "grupo menor" ha cambiado después del recital enérgico y contundente que la banda dio el otro día en la sala La Riviera de Madrid.

Tras el paso por el escenario de unos muy olvidables teloneros (llamados The Chemists) y después de una espera exageradamente larga y cansina, la salida a escena de Skin y cía. produjo en el personal asistente un subidón de adrenalina y buen rollo inmediato y espectacular, en parte debido a la sabia decisión de comenzar el recital con un trallazo del calibre de "Selling Jesus", a la que inmediatamente después siguieron "Charlie big potato" y la reciente "Because of you", casi tan buena en su versión de estudio como en el directo.


A partir de ahí, lo cierto es que el público sólo tuvo ojos y oídos para Skin. La vocalista es una jodida fiera, una bestia parda, un hipnótico huracán que no cesa de bailar, interpretar y encandilar con su magnetismo de pantera salvaje y su voz torrencial. Tanto da que se enfrente a una balada intimista como a un cañonazo con reminiscencias metal, la alter ego de Deborah Dyer se pasea por el escenario como una apisonadora sobre un campo de amapolas. Si a eso le sumamos que La Riviera parecía estar llena a rebosar de auténticos adoradores de la banda, el ambiente no podría haber sido mejor. De hecho, en un momento dado se produjo una ovación por parte del público como servidor nunca había visto y oído en un recinto de esas condiciones (no es lo mismo ir a ver a una banda llena-estadios que a un grupo habituado a las salas). Un 10 para el público, sin duda.

Entre tanta euforia sigue habiendo espacio para las quejas. Personalmente, el concierto me pareció demasiado breve (ya sé que hora y media viene siendo lo habitual, pero lo habitual no implica que uno se quede satisfecho) y, pese a que sonaron casi todos los temas que se esperaba que hiciesen acto de presencia, yo eché de menos mi canción favorita del grupo, "Tracy's flaw". Sé que no es una de las composiciones más emblemáticas de la banda, pero siempre me ha parecido de lo mejorcito de su repertorio.


De todos modos, pequeñeces como ésa no pueden empañar el hecho de que los fulanos de Skunk Anansie no sólo han demostrado tener un directo arrollador, sino que se han ganado por derecho propio una consideración muchísimo mayor en mi particular escala de valores musical.

Cosa que, por otro lado, seguro que a ellos no les quita el sueño...

lunes, noviembre 02, 2009

+18

Pues yo, qué quereis que os diga, no veo tanta diferencia entre esto y esto...

(...salvo el sentido del humor, claro...)