jueves, julio 31, 2008

¡...por el culo te la hinco!


“Lo mejor de envejecer es el hecho de seguir vivo, ya que sólo hay otra alternativa y ésa no me gusta.”

(Michael Caine, en una entrevista a “Cinemanía” nº155)

miércoles, julio 30, 2008

Super-héroe irresponsable y bebedor busca...

Según he leído por ahí, el primer borrador de “Hancock”, la nueva película de Peter Berg interpretada por Will Smith, Charlize Theron y Jason Bateman, narraba una historia oscura y cínica sobre un super-héroe inmoral que se dedicaba a emborracharse y conquistar a las mujeres de las que se encaprichaba, estuvieran éstas comprometidas o no.

De aquello queda en esta versión estrenada en salas sólo una pequeñísima pátina, reducida casi a la anécdota. El dudoso super-héroe encarnado por Smith es alcohólico, sí, y se enamora (o algo) de la mujer de un profesional de las relaciones públicas que, tras ser rescatado por el protagonista, le ofrece en agradecimiento remodelar su imagen y congraciarlo con un público que lo aborrece. Pero no hay atisbo de oscuridad y cinismo. Se trata, en principio, de una comedia para toda la familia, hecha a la medida de un Will Smith totalmente perdido en su personaje, convencido de que el magistral truco interpretativo para resultar antipático consiste en poner cara de estar padeciendo un episodio agudo de aerofagia. A cada minuto de metraje transcurrido, el nivel interpretativo de “Hancock” se aproxima más y más al cero absoluto.

Pero, como es habitual en esta clase de productos, el problema no puede achacarse a los actores, a las labores de producción ni, incluso, al trabajo del director (mercenario e impersonal). El problema es, por supuesto, el guión.

El argumento de “Hancock” es absurdo. Una tontería que podría haber sido pergeñada por un niño de 12 años mientras juega con sus figuras de acción articuladas (y ni aún así; las tramas que servidor ideaba cuando jugaba con los G.I.Joe eran bastante más elaboradas). El origen del personaje y sus poderes recuerdan vagamente a los “Eternos” de Jack Kirby pero sin pizca de la colorista mitología de aquellos. El guión del film conjuga, de manera bastante heterogénea, cuatro películas diferentes: la primera es una comedia disparatada; la segunda, un pseudo-drama carcelario de superación personal; la tercera, una cinta de acción superheroica y la cuarta y última, un drama romántico. Pero las cuatro mini-películas que componen “Hancock” fracasan estrepitosamente en sus intenciones: la comedia no logra arrancar más que tenues sonrisas (salvo un par de gags, ya vistos, por cierto, en el trailer); el drama carcelario aburre, por predecible y prescindible; el blockbuster de tortas se queda a medio gas, con unas escenas de acción infladitas de presupuesto pero que no se disfrutan en absoluto, no hay tensión, no emocionan (y los FX cantan demasiado, algo imperdonable a estas alturas del cotarro); y el drama romántico, que surge de un inesperado (y mal resuelto) giro argumental, provoca vergüenza ajena.


El ritmo, lógicamente, resulta insostenible. Y, qué queréis que os diga, si aún hubiera una pelea final gigantesca (¡uno de los mandamientos fundamentales del cine palomitero de super-héroes, por dios!), uno abandonaría la sala pensando que, aunque el dinero de la entrada es ya irrecuperable, al menos tuvo su pequeña dosis de acción por un tubo. Pero ni eso. El combate final es breve, anticlimático y poco o nada espectacular.

Mi recomendación personal es que no paguéis por ver “Hancock” en cine. Que paséis de alquilarla en DVD cuando salga. Que no os la descarguéis del eMule. Gastaos el dinero en un fascículo de “Tresillos de colección”, el último número de “Loros de hoy” o un disco en oferta de Danza Invisible. O mucho mejor, en droga. En serio, estará mejor invertido.

Al menos antes de la proyección pasaron los trailers de “Zohan” (descacharrante, por mucho que la película vaya a ser una basura de tomo y lomo) y la prometedora “Quantum of Solace”.

¿Es grave?


Dentro de unos años se hablará de estos tipos con la clase de respeto y gratitud que hoy se les tienen a Faemino y Cansado, Tip y Col o Martes y Trece. El por qué lo tenéis en sketches como éste. Con sólo recordarlo me parto de risa yo solo...

Plasta, el primate gafapasta (II)

...the twenty little tragedies begin...

“(...)
And she would throw a feather boa in the road
If she thought that it would set the scene
Unfittingly dipped into your companions
Enlighten them to make you see

And there's affection to rent
The age of the understatement
Before the attraction ferments
Kiss me properly and pull me apart
(...)”

[“The age of the understatement”, tema que abre y da nombre al primer elepé de The Last Shadow Puppets, proyecto conjunto de Alex Turner, vocalista de los Arctic Monkeys, y Miles Kane, cantante de The Rascals. Al disco aún le faltan muchas escuchas pero, a pesar de que no soy excesivamente afín al sonido brit, esta canción me parece un temazo como la copa de un pino. Y la portada del disco tiene clase, ¿que no?]

lunes, julio 28, 2008

"Mi kung fu es más fuerte que el tuyo..."

(Perdonad el título chorra de la entrada, pero siempre había querido decir esa frase. Y ahora, al grano).


Las películas animadas de Dreamworks suelen darme mala espina. Salvo “Shrek” y su primera secuela (la tercera resultó una gran decepción), el resto se me han antojado siempre muy poco interesantes. Pese a lo mucho que me gusta el cine de animación, hay pelis como “Madagascar” o “El espantatiburones” que no llaman en absoluto mi atención. Quizás sea porque su estética me resulta hortera, porque la calidad de la animación no está a la altura (a la altura de Pixar, quiero decir) o porque los trailers son rematadamente sosos.

Sea como fuere, servidor iba a ver “Kung Fu Panda” con curiosidad pero, al tiempo, con unas expectativas bastante discretas.

Fue una sorpresa, por tanto, descubrir que a los cinco minutos de metraje (esa maravillosa escena de introducción realizada en las tradicionales 2-D), la película de John Stevenson y Mark Osborne me había ganado completamente para la causa.

“Kung Fu Panda” es una película que consigue fintar con elegancia sus múltiples limitaciones. La animación sigue sin estar al nivel que continuamente demuestran (y continúan mejorando) los tipos de Pixar. Pese a haberse estrenado años después, sigue un par de puntos por debajo del trabajo técnico que pudimos disfrutar en, por ejemplo, “Los Increíbles”. Por otro lado, su argumento es previsible y tópico, de una linealidad total. La evolución de los personajes es la obvia y esperada. Es, en resumen, una actualización en clave zoológica de las viejas películas del género, en las que el profano del kung fu debe descubrir su fuerza interior y dominar las artes marciales para salvar a la familia, escuela o aldea de turno. En este caso, el profano en cuestión es Po, un oso panda regordete y torpe que es además un auténtico friki de las artes marciales (posee incluso las figuritas articuladas de “los Cinco Furiosos”, a la manera de cualquier coleccionista de merchandising de “Star Wars” o “Evangelion”) y que trabaja en el restaurante de fideos de su padre. Pese a que su progenitor está convencido de que el destino de Po es heredar el negocio familiar y dedicar su vida a la venta del fideo, Po siempre ha sentido que su camino está en la senda del kung fu y bla bla bla… A estas alturas deduzco que ya habréis adivinado cómo prosigue el asunto.

Entonces, ¿dónde radica el acierto de “Kung Fu Panda”? La respuesta es sencillísima: se trata de una de las pelis de animación 3-D más divertidas de cuántas se han estrenado en los últimos años. Te hace reír a carcajadas, te hace vibrar con unas secuencias de acción fantásticamente coreografiadas e, incluso, alcanza ciertas cotas de lirismo en los momentos más puramente zen (merced al impagable maestro galápago). No hay ni un solo concepto nuevo en este “Kung Fu Panda”, pero todas las viejas ideas lucen impecablemente. Y continúan funcionando tan bien como el primer día. Quizás por eso sea la mejor película de animación jamás surgida de los estudios Dreamworks.
Pero quizás, también por lo mismo, no consiga pasar a la historia. O tal vez sea porque pronto llegará a nuestras pantallas cierto robot recogedor de basura que…

lunes, julio 21, 2008

Perdónales, señor...

...porque no saben lo que hacen.

...scratching...


Diseño para camiseta. O fondo de escritorio. O algo.

GZCrea 2008

He recibido un mail informándome de que me han otorgado el tercer premio en el Certame Galego de Creadores Novos GZCrea 2008 en la modalidad de banda deseñada. La noticia, según acabo de descubrir, también puede leerse aquí.

Siempre es una satisfacción hacer lo que a uno le gusta (escribir y dibujar comics, en mi caso) y que además le premien por ello.

Los ganadores del primer y segundo premio de este año han sido Martín Romero y Lola Lorente, respectivamente. También ha habido una mención de honor para el finalista Diego Campos. A falta de ver las obras galardonadas, sólo puedo remitir a sus autores mi más sincera enhorabuena y desear que se publique pronto el libro con las historias ganadoras, al que ya ansío hincar el diente. Supongo que esto sucederá en el mes de Octubre, que es cuando tiene lugar la entrega de premios como parte de las actividades del Festival de Banda Deseñada de Ourense. Desconociendo los pormenores del evento, sí puedo avanzar que las obras seleccionadas estarán expuestas durante los días que dure el Festival, así que si alguien se pasa por allí podrá echarle un ojo a mi historieta “Carta dende a fronte”.

Para los que no puedan acudir, cuelgo aquí unas páginas:

Y aprovecho el momento para agradecer su inestimable apoyo, consejo y crítica a Eva, Iria, Miriam, Ángeles, Noe, Quela, Emma, Xeo, Viti, Héctor, los Ávila Twins y por supuesto a mi hermano, que es casi tan parte de esto como yo y que si no firma también el comic es por puritito ego del autor, jejeje…

Plasta, el primate gafapasta


Un lugar maldito donde probar suerte

“Prefiero intentar tocar la luna que adivinar los pensamientos de una puta”.
Al Swearengen

Confieso que nunca me habría acercado a la serie de televisión “Deadwood” si no fuera por dos razones de peso: 1) que tengo que documentarme para una historieta ambientada en el oeste que estoy intentando escribir, lo cual me ha llevado a lanzarme sobre cualquier película o tebeo enmarcado en dicha época “cual mosca sobre enorme montón de maloliente mierda” (como diría Zapp Brannigan); y 2) que Javier Marías, uno de los más exitosos y talentosos escritores españoles de nuestro tiempo, le dedicó un artículo de esos que escribe para “El País Semanal” a “Wild” Bill Hickok, uno de los personajes principales de la serie.

Frustrados todos mis intentos de hacerme con ella “vía equina” (es una serie realmente difícil de descargar por Internet), me decidí a comprarla en DVD (circunstancia poco habitual en mí, tratándose de una serie de la que no había visto ni el episodio piloto) confiando únicamente en el presumible buen gusto cinematográfico del señor Marías y en el prestigio de la HBO, cadena de televisión con una media de calidad fuera de toda duda gracias a producciones como “Los Soprano”, “Six feet under”, “Roma”, “Sexo en Nueva York” o la reciente “In treatment”.


Vista la primera temporada, la única conclusión posible es que mereció la pena correr el riesgo y comprarla prácticamente a ciegas porque “Deadwood” es de lo mejorcito que he visto en cuanto a series de TV (¿cuántas veces habré dicho esta frase en los últimos dos años? En algún momento va a empezar a sonar a trola, lo sé...)

La acción se sitúa en 1876 en la reserva india de Black Hills, dos semanas después de la última acción del general Custer. La fiebre del oro ha provocado que una gran muchedumbre marchara en busca de mejor suerte a un lugar sin ley fuera de los límites políticos de los Estados Unidos de América. Allí se establece el campamento de Deadwood, un lugar peligroso donde la vida vale menos que una mierda de caballo en la suela de las botas.

Entre los habitantes del campamento están Seth Bullock, sheriff retirado que pretende abrir una ferretería junto a su socio Sol; el citado Bill Hickok, legendario pistolero que viaja en compañía de sus inseparables amigos Charlie Utter y Calamity Jane; los Garrett, un matrimonio adinerado de Nueva York que pretende incrementar su fortuna gracias a la extracción de oro, o Al Swearengen, auténtico protagonista y alma de la serie, propietario del salón “The Gem”, proxeneta e intrigante y uno de los bastardos más carismáticos jamás vistos en la pequeña pantalla. Hay muchos más personajes (un doctor, un periodista, muchas prostitutas, una tullida, un par de yonkis, un reverendo, varios niños, un buen puñado de variopintos bastardos e incluso algún indio salido de entre la vegetación como por arte de magia) y todos pululan por el argumento de “Deadwood” con una naturalidad pasmosa, como si narrar las vidas de los habitantes de un pueblo fuera un juego de niños para unos guionistas que hacen de los diálogos uno de los puntos fuertes de la serie (mención especial para la oratoria de Swearengen, repleta de bilis y mala baba).

El nivel interpretativo está altísimo, gracias a rostros semi-conocidos del cine como Timothy Olyphant (secundario en “La vecina de al lado”, protagonista en “Hitman” y villano en “La jungla 4.0”), Keith Carradine (antaño co-protagonista junto a Harvey Keitel de “Los duelistas” de Ridley Scott), Brad Dourif (quien fuera Grima Lengua de Serpiente en “El señor de los anillos” de Peter Jackson), William Sanderson (J.F.Sebastian en “Blade Runner”) o Powers Boothe (el poli con cara de mala gente en “Escalofrío”, de Bill Paxton). Todos ellos vienen a demostrar que un actor puede ser tan bueno como el reto que suponga su personaje (y vista “Hitman”, créanme cuando digo que yo no daba un duro por las habilidades interpretativas de Timothy Olyphant; pues aquí, fíjense qué cosas, lo borda). Pero el premio gordo es para Ian McShane (visto recientemente en la fantasía familiar “Los seis signos de la luz”), que interpreta a Swearengen y a quien a buen seguro se le escatimó algún Emmy por culpa de esa bestia parda que era el Tony Soprano de James Gandolfini.


Por otro lado, y como ya viene siendo habitual en las producciones de la HBO, “Deadwood” no tiene el aspecto de una serie de televisión al uso sino el de una dignísima producción de cine emitida por capítulos. Técnicamente, desde la fotografía y el montaje hasta el vestuario y los decorados, nada desmerece a los westerns que durante años pudimos ver en la gran pantalla. De hecho, “Deadwood” es bastante más realista que muchos de éstos, pues consigue capturar la suciedad, la miseria y la dudosa moralidad del Salvaje Oeste mejor que la mayoría de ejemplares del género. Abreviando, podría decirse que se acerca más al aspecto crudo y mugriento de “Sin perdón” o “Grupo salvaje” que a la interpretación más o menos aséptica y poco creíble que ofrecían los clásicos de Anthony Mann o John Ford, donde todo el mundo tenía la camisa limpia y las prostitutas no sufrían picores en la entrepierna.

Poco más resta añadir sobre una serie que se merece todas las alabanzas posibles; que ha corrido el riesgo de acercarse a un género que estaba de capa caída en el cine y conseguir resultados mucho mejores que aquellos a los que las salas de proyección nos habían acostumbrado desde aquel glorioso William Munny encarnado por Clint Eastwood.

Mi recomendación es que la vean. Que la vean todos y cada uno de los que estén leyendo esto. Y que la vean, por supuesto, en gloriosa versión original, disfrutando de la riqueza de acentos de los personajes, del farfulleo de Calamity Jane, de la maravillosa interpretación de Geri Jewell (que da vida a Jewel, la tullida que limpia el burdel), de la expresiva ironía que apuñala el aire con cada frase que esgrime la lengua de Al Swearengen. Y de esa palabra malsonante a la que se hace necesario erigir un monumento: “cocksucker!”.

martes, julio 15, 2008

Abecedario personal: M de Moore, Alan

He aquí el decálogo de Alan Moore, mejor guionista de tebeos de todos los tiempos (en mi nada modesta pero, por supuesto, discutible opinión) y persona con escaso gusto en el vestir:

1 – Amarás al Dr. Manhattan sobre todas las cosas.


2 – No pronunciarás la palabra “Kimota” en vano.


3 – Santificarás la infancia.


4 – Honrarás a las Prometheas pasadas, presentes y futuras.


5 – No matarás una idea.


6 – No tendrás pensamientos ni deseos impuros con las niñas de los cuentos de hadas.


7 – No levantarás falso testimonio contra la corona de Inglaterra (por la cuenta que te trae, ramera).


8 – No robarás en Neópolis.


9 – No cometerás actos impuros con entidades vegetales.


10 – No codiciarás a la viuda de un vampiro.


Palabra de Moore, gloria a ti, oh barbudo de Northampton.

Maldito Haneke

En 1997, Michael Haneke dirigió la película alemana “Funny games”, que narraba cómo dos adolescentes se presentaban a la puerta de la casa de campo de una familia de clase pudiente pidiendo huevos de parte de los vecinos. Acto seguido, los secuestraban y los torturaban durante toda una noche. La película fue muy polémica, suscitó un gran debate acerca de la violencia entre los jóvenes y obtuvo unas críticas inmejorables.

Ahora acaba de estrenarse “Funny games U.S.”, conversión de aquella al mercado anglosajón. Digo “conversión” porque no se trata tanto de un remake al uso como de una recreación de la misma película dirigida a un sector diferente del público (como sucede con las conversiones de videojuegos de una plataforma a otra: el mismo juego, distinta consola). La dirige el propio Haneke respetando la cinta original plano a plano pero cambiando el idioma y los actores: a los desconocidos de 1997 (uno de ellos acabaría protagonizando la maravillosa “La vida de los otros”) les sustituyen Tim Roth y Naomi Watts como el aterrorizado matrimonio y Brady Corbet y Michael Pitt como los sádicos jovenzuelos en busca de diversión. Todos los actores están sublimes en sus respectivos roles, aunque lo más probable es que Michael Pitt resulte el más recordado de cara a la posteridad gracias a un personaje odioso, desagradable y terrorífico, digno heredero del Malcolm McDowell de “La naranja mecánica”.


Como servidor no ha visto la versión alemana de “Funny games”, poco más puede decir acerca de los parecidos y diferencias entre ambas (aunque por lo oído y leído, deduzco que apenas existen divergencias técnicas). Haneke demuestra unos cojones de toro al abordar la película de la forma en que lo hace, dejando los momentos de violencia física fuera de plano y permitiendo que sean los diálogos, los silencios, la música y el montaje los que generen terrible repulsión en el espectador.

Porque “Funny games U.S.” es una película repulsiva. Su excelencia formal, sus magníficas interpretaciones y su desasosegante guión impiden que el espectador disfrute ni un solo segundo. Ni siquiera el humor negro de los captores provoca un atisbo de sonrisa. La ruptura de la cuarta pared, recurso narrativo que casi nunca tiene buenos resultados en el cine (he aquí una memorable excepción), no consigue distanciarnos del dolor que se muestra en pantalla sino que, al generar esa sensación de “juego divertido”, produce aún más repulsión y rechazo. Viendo “Funny games U.S.” sólo se consigue pasarlo mal. Obviamente, ésa es la intención de Haneke, que busca hacernos sentir como si un millón de gusanos nos devorasen el alma mientras una hiena rabiosa nos mastica los ojos, así que lo apropiado es aplaudir su maestría como realizador, concederle los honores de haber llevado a cabo una obra maestra del cine y después mandarlo a tomar por culo por el mal rato que nos hace pasar con su película. Me pregunto si la mujer de Haneke (si es que la tiene) le deja abrazarla y darle besos por las noches…


No soy la clase de espectador que se amilana con la violencia en el cine. He visto muchas películas a lo largo de mi vida, algunas realmente grotescas y salvajes, de las que te dejan mal cuerpo al acabar y te hacen comerte el coco durante el resto del día; pero nunca había sentido la necesidad de salir del cine durante una proyección; cosa que sí ha pasado con “Funny games U.S.” En un momento dado, una voz en mi interior dijo “no lo aguanto más, tengo que salir de la sala”. Por suerte o por desgracia no lo hice. Me quedé allí sufriendo como una res en el matadero y esperando que aquello acabase lo más pronto posible. La lectura positiva que saco de esta anécdota es que ahora ya sé (por si me quedaba alguna duda) que no soy un sociópata ni un sádico. Soy incapaz de disfrutar con la violencia “real”.

Así que si tú ya has visto “Funny games U.S.” y lo has pasado bien, si te has reído a mandíbula batiente con los chascarrillos de los torturadores y has salido del cine pensando “ojala salga pronto en DVD para poder verla una segunda vez”, tengo algo que decirte: aléjate de mi familia y de mis amigos, puta escoria psicótica. No te lo advertiré dos veces.

Por mi parte, no me considero con fuerzas de recomendarle la película a nadie, a pesar de que muy posiblemente sea una de las mejores cintas que tengamos la oportunidad de ver en pantalla grande a lo largo de este 2008. Si queréis verla, allá vosotros y vuestra tolerancia al horror…

Maldito Haneke. Malditos huevos.

domingo, julio 13, 2008

Amén

Lo venía comentando esta tarde en el coche con mi hermano, a tenor del visionado que estamos haciendo de la serie "Deadwood" (en cuanto me vea los dos capítulos que me faltan de la primera temporada intentaré hacer una reseña). Y fue llegar a casa, echar un vistazo a mis webs habituales y encontrarme con esto. Y, para redondear, esto otro.

Amén, hermano Casciari.

¡Viva Islandia!

"(...)
Þú siglir á fljótum
Yfir á gömlum ára
Sem skítlekur
Þú syndir að landi
Ýtir frá öldugangi
Ekkert vinnur á
Þú flýtur á sjónum
Sefur á yfirborði
Ljós í þokunni"



[Orgasmo musical: así definiría "Ara batur", tema central del nuevo y fascinante disco de Sigur Rós, "Með suð í eyrum við spilum endalaust" (no me preguntéis qué carajo significan el título del disco y los versos que abren esta entrada... a saber si lo he escrito bien). O quizás el tema central sea "Festival", otra joya para esta corona con forma de compact disc. Los islandeses han vuelto por la puerta grande con un trabajo que alberga la sensibilidad de siempre pero con un halo optimista. Parafraseando la crítica de Joan S. Luna en "Mondo sonoro": "(…) escucharlo es tener claro que mañana saldrá el sol de nuevo y que aún habrá quien nos quiera". Hermosas palabras para un hermoso disco.]

El "toque Shyamalan"

Antes de entrar en faena, aclaremos algo: las películas de M. Night Shyamalan provocan sentimientos extremos; o las adoras o las detestas. Un poco como el propio Shyamalan, que tiene defensores y detractores a partes iguales. Es el precio a pagar por tener un estilo, una temática y unas virtudes y defectos tan perfectamente reconocibles. “Voz propia”, que dicen los críticos profesionales.

Confieso pertenecer al bando de los defensores salvo en el caso de “El bosque”, que me decepcionó tanto en su momento que aún no he conseguido darle una segunda oportunidad. Tal vez en unos años, quién sabe… Pero, básicamente, soy de los que esperan cada nueva película suya con una mezcla de ilusión (por contemplar la última obra de un artista que siempre es él mismo, virtud muy poco común en el cine comercial actual) e inquietud (por si esta vez la crítica acierta y la película es un patinazo). La crítica estadounidense, por cierto, aborrece a Shyamalan, así que cuanto peor sea su valoración, mayores mis esperanzas de que el hindú no me defraude.


“El incidente”, no obstante, apenas había generado polémica. Las informaciones anteriores a su estreno eran favorables y, sin embargo, poco entusiastas. Si a eso le sumamos que su protagonista principal, Mark Wahlberg, es uno de los actores más insípidos del panorama cinematográfico, todo hacía presagiar un plato bien cocinado, con buenas materias primas y guarnición generosa, pero algo escaso de sal.

“El incidente” narra el fatídico día en que miles de personas del Noreste de EE.UU. comienzan a quitarse la vida en masa sin que nadie conozca la razón. Alarmados por el suceso (de hecho, la película se titula “The happening” en inglés), los no afectados comienzan una carrera desesperada hacia el interior del país, escapando del área de influencia de esta pandemia suicida. Entre los que huyen se encuentran dos profesores de secundaria, encarnados por Wahlberg y John Leguizamo, acompañados de la esposa del primero (excelente Zoey Deschanel) y la hija del segundo (Ashlyn Sanchez).


Como sucede siempre en el cine de Shyamalan, el terrorífico planteamiento sirve casi en exclusiva como telón de fondo para el drama emocional: aquí, el distanciamiento entre los recién casados Wahlberg y Deschanel. Así, el director reincide en la incomunicación como tema central de su filmografía. Ya la trató, también dentro del contexto matrimonial, en “El sexto sentido” y “Unbreakable” (me niego a llamarla "El protegido"), y bajo otras formas en “Señales” (la incomunicación entre el hombre y Dios), “El bosque” (la incomunicación entre padres e hijos usada como herramienta para la sobreprotección) y “La joven del agua” (la incomunicación entre un hombre que lo ha perdido todo y el resto de la sociedad). No es de extrañar, por tanto, que “El incidente” genere cierta sensación de paramnesia en el espectador.

Por suerte, Shyamalan tiene un gran pulso narrativo y se permite momentos de auténtico genio como, por ejemplo, construir el clímax de la película con cinco pasos sobre la hierba (la última vez que se vio algo parecido fue en “Kill Bill vol.2”). Y es que el hindú, pese a repetir todas sus manías como guionista (ese sentido del humor algo naïf, esas conversaciones en que a veces uno no sabe si a los protagonistas se les ha ido la mano con los opiáceos, ese arraigado concepto de “la mano divina detrás de todo”), demuestra nuevamente la existencia de dos grupos de cineastas bien distintos: los “simplemente directores” por un lado y los “autores” por el otro. Y por menor que sea una película en la filmografía de estos últimos, siempre resultará más interesante que cualquiera de las firmadas por los primeros.


Resultó cierto, por tanto, que faltaban unas arenas de sal en la receta, pero el chef Shyamalan ha sabido paliarlo con un par de buenos escalofríos, un concepto muy claro de cuál es su cine y cómo debe hacerse y, además, mucha más sangre de la que nos tiene acostumbrados a ver…

(…así que quizás le dé esa nueva oportunidad a “El bosque” antes de lo que pensaba. Sospecho que mis argumentos me han convencido incluso a mí…)

miércoles, julio 09, 2008

Kobetasonik 2008

Vais a tener que perdonar el retraso de esta entrada, pero últimamente he estado muy liado (pero mucho mucho).

El Kobetasonik 2008 se celebró los días 20 y 21 de Junio en Bilbao y allí estuvo el menda en compañía del padre Karras y el Peli, para disfrutar de un fin de semana metalero. No es que yo sea un auténtico Hijo del Metal; me gustan mucho algunos grupos del género (Metallica, System of a Down, algunos discos de Blind Guardian o Iron Maiden), pero a poco que uno se fije en mi perfil de blogger se percatará que no soy un “metalero de pro”. Tampoco por las pintas, debo añadir (ahí soy más bien “gafapasta”, para bien o para mal). Así que entre aquella marabunta de melenas, cadenas y muñequeras con pinchos, servidor parecía (parecía, ojo) un poco fuera de lugar.

No es que eso importe, visto lo visto, porque los metaleros son una de las tribus urbanas más pacíficas e integradoras que conozco (todo lo contrario de lo que la gente piensa, y es que el público de El Canto del Loco es bastante más tocapelotas que el de Gamma Ray)… siempre que haya cerveza cerca, por supuesto.

Pero vayamos al grano musical:


Kobetasonik, día 1 (de 2)

Los tres gallegos llegamos a Kobetamendi a la hora en que empezaba el concierto de Apocalyptica, cuarteto de chelos eléctricos especialista en versionar a Metallica que sorprendió (además de con una interpretación magnífica de los hits de los más duros de San Francisco) con un “Heroes” (sí, el de Bowie) de quitarse el sombrero. También le hicieron hueco a “In the hall of the mountain king”, el clásico de Edvard Grieg (que además apeló a mi nostalgia universitaria: para un trabajo de la facultad tuve que montar un trailer de una peli de terror inventada utilizando ese audio). Fue un buen punto de partida para una tarde que resultó algo sosa: los Gamma Ray estuvieron cumplidores sin más, Ministry ruidosos (así que nos fuimos por ahí a tomar algo) y Helloween muy divertidos (sin excesos en lo musical). Los cabezas de cartel del primer día eran Judas Priest, banda celebérrima que a mí me aburrió bastante (que se le va a hacer, Rob Halford tiene papada…), así que volvimos pronto para Bilbao a descansar y reponernos de cara al día siguiente, el cual (éste sí) iba a colmar todas mis expectativas…



Kobetasonik, día 2 (de 2)

Curiosamente, el segundo día empezó más flojo. Nos perdimos a Arch Enemy para poder dormir a gusto (falta hacía) y llegamos para unos bochornosos Brujería, antítesis del buen gusto musical que incluso se permitieron hacer versiones cannábicas del gran éxito de Los del Río, “La Macarena” (ahora comenzaré a recibir amenazas de muerte de mejicanos revolucionarios metaleros).

Luego ya tocó esperar. Nos plantamos en el escenario 1 (había 2, ocupados por turnos, por esa regla actual de no hacer esperar al público entre concierto y concierto) y vimos como a lo largo de la tarde el foso se iba llenando de caras con estrellas, demonios y gatos pintadas en blanco, negro y plata. Todo el mundo hacía referencia a capítulos de “Padre de Familia” y poco importaba qué grupo saliera a tocar a continuación. La gente estaba allí para ver a KISS (¡toma, y yo!).

Durante la espera, pudimos disfrutar del Michael Schenker Group, pensado por y para el lucimiento de su guitarrista (el Michael Schenker del nombre), que terminó el concierto mucho mejor de cómo lo empezó (el inicio fue algo frío) y del espectacular directo de Dio, que dio una auténtica lección de cómo debe ser un concierto de rock duro. La banda estuvo soberbia y el propio Dio se lució con una voz que resiste como pocas al paso del tiempo, una energía desbordante (quien se la diera al Halford -con papada- de la noche anterior) y un repertorio excelente de canciones tanto de sus épocas en Deep Purple o Rainbow como en su carrera en solitario. Fue, en lo estrictamente musical, el mejor concierto del Kobetasonik 2008.

Entre tanta espera, servidor se perdió, en el escenario 2, los conciertos de Europe (una pena, me apetecía escuchar “The final countdown” en directo y así satisfacer al niño que llevo dentro) y “Blind Guardian” (éste sí que me entristeció de verdad; “A night at the opera” es uno de mis discos favoritos de todos los tiempos… tal vez en otra ocasión); pero supe que el sacrificio había merecido la pena en cuanto comenzó la…

…KISS-teria!

Sabía que iba a ser grande, pero no tanto. Kiss es a las bandas de rock lo que el Circo del Sol a los perroflautas de la puerta del Gadis. Poco importa que su música no pase de intrascendente rock setentero (ochentero en los peores momentos) o que Gene Simmons sea un bajista del montón y tenga que suplir sus carencias como intérprete con unos (poco) eróticos movimientos de su hipertrofiada lengua, porque esto no va de música, sino de espectáculo puro y duro. Y de conexión con el público, claro.
Para eso Alá/Apolo/Cthulhu/quien-sea puso en el mundo a ese ambiguo caballero de crines en el pecho que responde al nombre de Paul Stanley y que ejerce de vocalista y líder de la banda. Stanley es una máquina, un animal del directo. Coge al público, lo mastica, lo escupe y lo vuelve a engullir. Le dice qué cantar, qué gritar, cuándo reír, cuándo bailar y cómo hacerlo. Y el público se deja llevar como un impúber ante la meretriz suprema, porque sabe que va a ser el polvo de su vida.

Por si eso fuera poco, los Kiss llevan consigo una pirotecnia que ríete tú de las Fallas de Valencia, hacen volar a Simmons después de que éste escupa unos tres litros de sangre sin dejar de reírse y mover la lengua como un turbador demonio hentai, lanzan a Paul Stanley por una tirolina hasta una torre en el centro del público desde donde canta “Love gun”, elevan la batería (durante el solo) gracias a un enorme sistema mecánico que la sitúa varios metros por encima del suelo y en medio de todo ello se permiten una coña a costa del “Stairway to heaven” de Led Zeppelín. Todo medido, contado y pesado para obsequiar con casi dos horas y media de show a un público entregadísimo que terminó exhausto, sudado y satisfecho.

A alguien se le ocurrió que era una buena idea que fuera Slayer quien cerrase el festival, pero las colas para los buses que bajaban a Bilbao al terminar el recital de Kiss demostraron que la gente había ido a lo que había ido y que, una vez obtenido el preciado botín, poco importaba quién pudiera salir después a tocar.
Poco más hay que contar de ese par de días irregulares, en los que Dio y los Kiss subieron espectacularmente la nota media y me dejaron con ganas de llegar a casa y escuchar una vez más temas como “Rainbow in the dark” o “Shout it out loud”.

Oh, y por si no quedó suficientemente claro: ¡Rob Halford tiene papada!

domingo, julio 06, 2008

El secreto está en la Masa

Tras la excelente sorpresa que resultó ser el “Iron Man” de Robert Downey Jr. (uy, perdón, de Jon Favreau, es que uno se olvida de quién era el auténtico responsable del asunto…) servidor iba a ver “El increíble Hulk” envuelto en un mar de dudas.


Siendo el segundo proyecto oficial de la división cinematográfica de Marvel, ¿mantendría el alto nivel de diversión y frikismo de la película del latas? ¿Sería una secuela de la reciente y olvidable adaptación dirigida por Ang Lee y protagonizada por el soso Eric Bana? Si no lo era, ¿contaría una vez más el origen del personaje, sacrificando con ello buena parte del metraje? ¿Tardaríamos de nuevo hora y media en poder disfrutar de una mísera escena de acción? ¿Sería el director Lou Leterrier (artífice de pelis de acción para individuos con encefalograma plano como “Transporter”) el mejor candidato posible para realizar una película que tiene a Edward Norton (actor superdotado y muy crítico con los resultados de sus propios trabajos) como protagonista?

Todas estas incógnitas tienen su respuesta en los primeros 15 minutos del film.

La película no es una secuela, pero tampoco está desvinculada de la anterior (vamos, que ni sí ni no, sino todo lo contrario). Podría decirse que ocurre algo parecido a lo que sucedía con “Posesión infernal” y “Terroríficamente muertos” (ambas de Sam Raimi). En “El increíble Hulk” los créditos recrean, mediante flashback, el origen de los poderes del personaje, ligeramente reescrito para la ocasión (y añadiendo un nuevo factor de coherencia respecto al resto del universo cinematográfico Marvel) y acto seguido la acción se desplaza a Brasil (donde concluía la cinta de Ang Lee), con un Bruce Banner fugitivo que vive en una favela, trabaja en una fábrica de embotellamiento de refrescos y busca, gracias a la meditación y a un pequeño laboratorio casero, una cura para su enorme y verdoso problema.


Ya en las primeras escenas puede advertirse lo que será, a nivel cualitativo, la tónica general del film: interpretaciones tibias por parte del elenco actoral (exceptuando a Edward Norton, que hace todo lo humanamente posible por dotar de vida al arquetípico héroe), una dirección absolutamente despersonalizada (y que confirma a Leterrier como el mercenario audiovisual que es), un guión esquemático y predecible que, no obstante, tampoco contiene ningún momento de vergüenza ajena, y un montaje apresurado que obvia cualquier posibilidad de indagación en la psique y motivaciones de los personajes en su afán de “tirar palante” y llegar cuanto antes a los puntos fuertes de la peli: la acción y los FX.


Porque si hay algo claro (para todo el mundo menos para Ang Lee) es que cuando uno va al cine a ver una película de Hulk, lo que espera es poco diálogo y mucho “¡Hulk aplasta!”, y de eso aquí tenemos en cantidad.

El goliat esmeralda corre, salta y reparte hostias como panes gracias al holgado presupuesto del film. Las últimas técnicas de animación digital permiten que, pese a ser un puñado de bytes superpuestos sobre imagen real, el monstruo verde logre cotas de interpretación superiores a las de, por ejemplo, su compañera de reparto Liv Tyler (lánguida y sin carisma alguno, siempre a punto de hacer pucheros en élfico). Además, la pelea final entre Hulk y el villano Abominación (que hasta esos últimos minutos en que da el salto al digital puro y duro estaba interpretado por Tim Roth, que pasaba por allí) es tan espectacular como cabría esperar tras lo prometido en los trailers.


En cuanto a guiños frikis, la película tiene su buena ración, desde los inevitables cameos de Stan Lee y Lou Ferrigno hasta el chiste a costa del pantalón morado, pasando por menciones a Rick Jones y Doc Samson (al parecer lo veremos en la versión extendida para DVD) o la presencia de las conversaciones por chat entre Mr. Green y Mr. Blue (que remiten directamente a la etapa de Bruce Jones en los comics) y del “momento helicóptero” tan recurrente en las aventuras recientes del personaje (me vienen a la cabeza, así a bote pronto, “Banner!” de Azzarello y Corben y “The Ultimates” de Millar y Hitch).

Así que sólo puedo concluir diciendo que, pese a ser una película que se olvida al minuto de abandonar la sala, “El increíble Hulk” es entretenida, luce músculo cuando la situación lo requiere y sirve bastante bien como precuela no sólo para una más que evidente segunda parte (en la última media hora ya queda presentado el futurible nuevo villano, otro enemigo clásico del personaje) sino también para el enorme proyecto que Marvel Studios empezó a insinuar en “Iron Man” y que aquí vuelve a dejarse entrever…