miércoles, junio 17, 2015

El hombre que ríe

El argumento de "La Broma Asesina", un relato de 48 páginas escrito por Alan Moore y dibujado por Brian Bolland, es engañosamente sencillo: el Joker se fuga del Asilo Arkham, como tantas otras veces anteriormente, y pone en marcha un retorcido plan para sumir al comisario Gordon en la locura. Paralelamente, un flashback nos desvela cómo una serie de catastróficas desdichas convierten a un ciudadano anónimo de Gotham, un don nadie que atraviesa la peor racha de su vida, en el más carismático enemigo del Caballero Oscuro.

Portada de la edición en inglés para el 20 aniversario de "La Broma Asesina".

En el momento de publicación de “La Broma Asesina”, a principios del año 1988, Moore ostentaba un lugar prominente en la industria del comic norteamericano: no en vano, sus trabajos previos dentro del ámbito super-heroico (“Watchmen”, “La Cosa del Pantano”, “Miracleman”) habían redefinido los códigos del género y establecido nuevos paradigmas de calidad. Entre los dibujantes que deseaban trabajar con él se encontraba Brian Bolland, conocido principalmente por sus aportaciones a la revista británica “2000 AD” (sobre todo en la cabecera del “Juez Dedd”) y por la maxiserie de 12 números para DC Comics “Camelot 3000”, en la que compartía créditos con el escritor Mike W. Barr.

"Había dos tipos en un manicomio..."

El proyecto de “La Broma Asesina” nace pues como una petición expresa de Bolland al editor Dick Giordano: la posibilidad de trabajar con Moore en un tebeo protagonizado por Batman y el Joker, precisamente los personajes que al ilustrador inglés más le apetecía abordar. Lo que para Moore comenzó como un trabajo de encargo y acabó como un favor personal hacia Bolland (pues las relaciones del barbudo guionista con DC Comics atravesaban un momento complicado), terminaría convirtiéndose a la postre en una de las historias más importantes, tanto por calidad como por influencia posterior, en la mitología del Caballero Oscuro. No es difícil encontrar referencias a la versión del Joker propuesta por Moore y Bolland en películas (desde el "Batman" de Burton, admirador confeso de "La Broma Asesina", hasta "El Caballero Oscuro" de Nolan), videojuegos (la saga "Arkham" desarrollada por Rocksteady) y, por supuesto, el propio comic (como recientemente puso de manifiesto la polémica portada de "Batgirl" que DC Comics se vio obligada a retirar por la presión de un grupo de enfurecidos lectores).

Portada alternativa de "Batgirl" núm. 41, obra de Rafael Albuquerque.

El primer editor asignado por Giordano para supervisar el desarrollo de “La Broma Asesina” fue el mítico guionista Len Wein, quien permitió a Moore y Bolland la libertad creativa necesaria no sólo para narrar el origen del Joker, sino también para trastocar profundamente el status quo de uno de los secundarios recurrentes del universo gothamita (Barbara Gordon A.K.A. Batgirl) y asimilar esta nueva situación dentro de la continuidad posterior. Wein abandonó DC durante la gestación de “La Broma Asesina” y fue sustituido por Dennis O'Neill, quien se mantuvo alejado de las decisiones artísticas y permitió a los autores un amplio margen de maniobra, hasta el punto de que Bolland sólo recuerda haber tenido una única conversación con O'Neill acerca del proyecto.

Barbara Gordon abre la puerta al Joker: una escena que ha marcado a miles de lectores.

Pese a todo, Bolland no quedó contento con el resultado final del tebeo debido a las decisiones tomadas por el colorista John Higgins (quien ya había colaborado con Moore en “Watchmen”), que pasó por alto las indicaciones del dibujante de (entre otras cosas) mantener los flashbacks en un blanco y negro inspirado, según Bolland, en la película de David Lynch “Cabeza borradora”. Dos décadas después, el artista podría al fin quitarse esta espina recoloreando el comic desde cero (y de paso redibujando algunas viñetas) para la edición conmemorativa del vigésimo aniversario de su publicación.1

Página de flashback de "La Broma Asesina" con el nuevo color obra del propio Bolland.

En el aspecto narrativo, “La Broma Asesina” evidencia la influencia que la escritura de “Watchmen” tenía por aquel entonces en Alan Moore. La rejilla de 9 viñetas, tan característica de las planchas firmadas por Dave Gibbons, comparte aquí espacio con una variante de 6 viñetas, manteniendo casi siempre una disposición de 3 tiras horizontales por página.

Primera página de "La Broma Asesina".

Son también recurrentes los motivos visuales que aluden al sentido circular del relato, otro de los pilares narrativos de “Watchmen”, que aquí queda perfectamente de manifiesto tanto en la forma que la omnipresente lluvia dibuja en los charcos de Gotham como en la planificación visual de las páginas primera y última. Otro de los aspectos que remite claramente a la maxiserie protagonizada por el Dr. Manhattan y cía. son las transiciones entre el pasado del Joker (un pasado posible, pues la memoria del Joker es, como él mismo declara, imprecisa) y el tiempo presente de la narración, empleando imágenes visualmente asociadas entre sí, tal y como sucedía con el test de Rorschach que el psiquiatra proponía a Walter Kovacs en el episodio sexto de “Watchmen”.

Transición (en las dos primeras viñetas) entre presente y pasado en una página de "Watchmen".

Transición (en las dos últimas viñetas) entre pasado y presente en una página de "La Broma Asesina".

Esta clase de dedicación a la puesta en página (tanto por parte de Moore como de su mano ejecutora en “La Broma Asesina”, un Bolland meticuloso y entregado) confieren al comic una complejidad poco habitual en el género. El exquisito trazo del dibujante genera una atmósfera oscura y desquiciada que ilustra a la perfección las profundidades del alma del auténtico protagonista, un Joker al que jamás habíamos visto tan salvaje y, sin embargo, profundamente humano. En las páginas finales de “La Broma Asesina” asistimos a un momento clave de la larga historia común entre Batman y su némesis: una especie de comunión desde los opuestos, en la que el término “antagonista” adquiere su sentido definitivo. “¿Cómo pueden odiarse tanto dos personas que no se conocen?”, le preguntaba Bruce Wayne a Alfred unas páginas antes, en la seguridad de su batcueva.

Batman dándose de bruces contra un muro: su incapacidad para entender las motivaciones del Joker.

La respuesta adquiere connotaciones metalingüísticas cuando el lector se plantea la naturaleza de la relación que une a ambos personajes: sin ser conscientes de ello, Batman y el Joker, héroe y villano, son los actores forzosos de un arquetípico relato super-heroico2. Son, como el propio Joker advierte al final de “La Broma Asesina”, los protagonistas de un chiste que editores, guionistas y dibujantes llevan contándonos desde abril de 1940, cuando el Príncipe Payaso del Crimen fue introducido por primera vez por Bob Kane, Jerry Robinson y Bill Finger. Un chiste infinito; un bucle de odio irracional en el que se encuentran enzarzados desde hace 75 años dos tipos que, una vez, tuvieron un mal día.

"Estás haciendo lo que cualquier hombre cuerdo haría en tus terribles circunstancias. Volverte loco".


1: Al respecto del nuevo color de "La Broma Asesina" recomiendo leer esta entrada del blog "El Daily que Daily".

2: Esta visión metalingüística de "La Broma Asesina" está perfectamente argumentada en esta reseña de Tebeosfera y en esta otra de ZonaNegativa, en la que además se profundiza (en los comentarios) en otra polémica que para mí no es tal: su final ¿abierto?

lunes, junio 08, 2015

Killed by drones

Hoy es el día en que se pone oficialmente a la venta el séptimo disco de estudio de Muse, titulado “Drones”. Pese a considerarme un fan histórico del trío de Teignmouth, después del batacazo cualitativo de su anterior largo, “The 2nd Law”, mis expectativas eran moderadas: incluso entre sus más voluntariosos apologistas existe la certeza de que Chris Wostenholme (bajo y coros), Dominic Howard (percusión) y Matthew Bellamy (voz, guitarra, teclados y megalomanía apocalíptica) lo tienen muy complicado para alcanzar las cotas de brillantez de sus primeros trabajos, especialmente el triplete que va de “Origin of Symmetry” (2001) a “Black Holes & Revelations” (2006) pasando por “Absolution” (2003). De entre todas las razones que podrían explicar la decadencia de la banda, el éxito acomodaticio y la búsqueda de una mayor popularidad en detrimento de la complejidad musical de sus primeros años me parecen las más evidentes: de luchar por hacerse un hueco en la industria, Muse ha pasado a llenar estadios en conciertos regados de pirotecnia y espectáculo lumínico. Su base de seguidores ha mutado considerablemente, y si al principio su perfil de rock alternativo llamaba la atención de melómanos en la onda de Radiohead, Skunk Anansie o The Smashing Pumpkins, en los últimos años han asimilado también al fan de U2, Coldplay o Bon Jovi, colaborado en la banda sonora de la saga cinematográfica “Crepúsculo” y abrazado subgéneros tan coyunturales como el dubstep o la electrónica de subidón-subidón. Lo que vulgarmente se conoce como “se han vendido”.


Es por ello que, aún asumiendo esa imposibilidad de entregar a estas alturas su mejor disco, la primera escucha de “Drones” sorprende muy positivamente. Más allá de su coartada conceptual, que presenta a un hombre despechado que acaba sometido al lavado de cerebro de la maquinaria militar, “Drones” tiene la enorme virtud de traernos de vuelta a los Muse más guitarreros, menos preocupados por producir singles que puedan sonar en las radios generalistas y más enfocados a construir un disco escuchable de principio a fin sin que sintamos la necesidad de saltarnos sus canciones más flojas. “Drones” es un disco magro, sin temas de relleno más allá de un par de breves interludios hablados que ni siquiera resultan especialmente molestos (y eso que a mí este tipo de cortes, cuando un disco me está gustando, siempre me parecen intromisiones innecesarias).


El álbum comienza con “Dead Inside”, uno de los adelantos ya conocidos previamente y también una de esas canciones que han llevado a tantos fans del sonido original de Muse a renegar de los últimos trabajos de la banda. En la línea de “Undisclosed Desires” y “Madness”, “Dead Inside” es un ejercicio de tecno-pop que en su segunda mitad nos trae al Bellamy más Bono, tan intenso y desgarrado él. Reconozco que a mí estos arranques pop de Muse siempre me acaban gustando pese al inevitable arqueo de ceja del primer contacto. Con las sucesivas escuchas “Dead Inside” se vuelve no sólo pegadiza sino incluso viral, y de pronto uno se descubre a sí mismo desgañitándose en la ducha, con el puño apretado, cantando eso de “Don't leave me out in the cold / Don't leave me out to die / I gave you everything / I can't give you anymore” sin ser muy consciente de que, en realidad, los 80 terminaron hace décadas y nadie debería echarlos demasiado de menos. No sé si entra en la categoría de guilty pleasure, pero reconozco que “Dead Inside” me pone un montón.


El primer interludio, un “Drill Sergeant” que remite inevitablemente al brutal Sgt. Hartman de “La Chaqueta Metálica” de Kubrick, da paso a otro de los cortes de “Drones” que ya habíamos podido escuchar hace semanas. Se trata de “Psycho”, un tema rockero con un riff pesado que recuerda por momentos a “Uprising”, pero también al Marylin Manson de “The Beautiful People” en el “I'm gonna make you / I'm gonna break you” que antecede al estribillo. Sin ser una canción especialmente memorable, establece bastante mejor que “Dead Inside” el tono general de “Drones”, incluso aunque la siguiente pista vuelva a jugar al despiste.

“Mercy” es, con toda probabilidad, uno de los cortes más comerciales que Muse hayan compuesto nunca: una amalgama entre su propio “Starlight”, el ritmillo contagioso del “Viva la Vida” de Coldplay y la plegaria de voces superpuestas de Queen en “Save Me”. Resumiendo: otro corte popero que crece con las escuchas, perfecto (una vez más) para cantar a grito pelado con el puño en alto. O lo que es lo mismo: carne de directo con explosiones de confetti y karaoke en las pantallas gigantes del estadio de turno.


Lo de “Reapers” es, desde luego, otra historia: una canción rápida y agresiva, con absoluto protagonismo de la guitarra y un fuerte deje a Rage Against the Machine. Bellamy saca a relucir su virtuosismo con el mastil y las seis cuerdas y retoma el camino rockero de “Drones” con esta oda al headbanging con destellos funk.


“The Handler” es posiblemente la mejor del lote, hasta el punto de que Howard y Wostenholme han afirmado en recientes entrevistas que es su favorita del nuevo disco. Contiene todas las señas de identidad del sonido clásico de Muse, con un potente riff de guitarra, una intensa interpretación vocal (falsetto incluido), toques electrónicos y una machacona línea de bajo. No habría desentonado en absoluto en la segunda mitad de “The Resistance”, e incluso allí, al lado de pedradas como “Unnatural Selection” o “MK Ultra”, habría destacado notablemente.


El segundo interludio, “JFK”, protagonizado por un discurso del presidente Kennedy acerca de la libertad, da paso a “Defector”, uno de los temas que más me desorientan de Drones. No es que no me guste; es más, me parece una canción moderadamente buena, pero los ecos de Pixies (pareciera que en cualquier momento Frank Black soltará aquello de “With your feet on the air / And your head on the ground”) y los coros estilo Queen (una vez más, y no será la última) no terminan de casar tan bien como Bellamy pretende. Aún así me parece un tema muy digno, y con las sucesivas escuchas he ido apreciándolo cada vez más.


El noveno corte del disco lleva por título “Revolt” y contiene el estribillo más pegadizo de “Drones”. Es una melodía alegre, una de las canciones más luminosas en la trayectoria de la banda, a la que (esta vez sí) le sientan de maravilla los coros à la Queen. Al igual que tantos otros buenos temas que con los años se han ido quedando en la cuneta dentro de la discografía de Muse (pienso en composiciones tan infravaloradas como “Exo Politics” o “Thoughts of a Dying Atheist”), dudo que “Revolt” se convierta en un clásico del grupo. Y sin embargo es, junto con “The Handler”, uno de mis momentos preferidos del disco.


Le sigue “Aftermath”, un tema no apto para diabéticos. Lejos del sentimiento genuino del “Brothers in Arms” de Dire Straits y del “One” de U2, las canciones inolvidables en las que el líder de Muse parece haberse inspirado para componerlo, Bellamy vuelve a fracasar a la hora de abordar su ansiada Gran Balada. Le ocurrió ya en 2009 con “Guiding Light” y en 2012 con “Explorers”, y le vuelve a suceder en 2015 con “Aftermath”: el supuesto romanticismo deriva en cursilería y, aún con sus virtudes (que las tiene), el décimo corte de “Drones” acaba resultando el más prescindible del conjunto.


Por suerte a continuación llega “The Globalist” para elevar considerablemente la nota media y ofrecerle al fan nuevos motivos para reconciliarse con estos últimos Muse. Presentada por la propia banda como una segunda parte de “Citizen Erased”, una de las joyas indiscutibles de “Origin of Symmetry”, “The Globalist” ofrece en sus 11 minutos de duración una narrativa autocontenida dentro del contexto global de “Drones”: la historia de un dictador que termina por condenar a su país a un desastre nuclear. En su desarrollo se pueden rastrear casi todas las facetas musicales que Muse han ido cultivando a lo largo de los años: una introducción con reminiscencias del spaghetti western de Ennio Morricone; un segundo segmento progresivo, más tranquilo, que da paso a una intensa progresión guitarrera, para finalmente desembocar en un cierre al piano al estilo de “United States of Eurasia” (y, por ende, muy Queen también; yo veo a Queen por todos lados). En su ambición por construir una pieza total, Bellamy se revela una vez más como un experto del pastiche, un Dr. Frankenstein del rock que crea sus mejores obras (y también sus engendros más monstruosos) con retales de otros cuerpos musicales. A quien le guste reconocer estas influencias de otras bandas le parecerá estupendo que Muse siga coleccionando referentes para agitarlos en su coctelera y sacar nuevas permutaciones de sus propias filias en cada nuevo disco. A quien le parezca un expolio (y no le faltará razón), le dará una vez más vergüenza ajena comprobar cómo el trío británico sigue apropiándose con descaro del sonido de otros: haters gonna hate y musers gonna Muse.


El duodécimo corte del álbum se enlaza con “The Globalist” sin solución de continuidad, hasta el punto de que en una primera escucha uno cree que la megalomaníaca pieza anterior todavía no ha terminado. "Drones", el tema que comparte título con el LP, es una coda a capela inspirada en una misa papal del siglo XVI, pero que a mí particularmente me recuerda mucho al interludio coral de “The Prophet Song”, aquella deliciosa marcianada que Freddie Mercury se marcó en medio del pluscuamperfecto “A Night at the Opera”.

Es un cierre de altura para un álbum notable en la discografía de Muse, varios peldaños por debajo de sus mejores obras, pero sin lugar a dudas mucho más honroso y disfrutable que “The 2nd Law”. Puede sonar a consolación de fan incombustible, pero yo estoy contento de que este “Drones” me haya devuelto la fe en el trío de Teignmouth que ya le ha puesto banda sonora a la mitad de mi vida.

lunes, junio 01, 2015

De capa y espada

En 1980, el guionista Patrick Cothias y el dibujante André Juillard presentaron en la revista “Pif Gadget” a un espadachín encapuchado llamado Masquerouge, valedor del pueblo llano en la Francia de principios del siglo XVII. Tras la aparición de varias aventuras cortas protagonizadas por el personaje, la dirección de la revista decidió cancelar la serie y Cothias y Juillard se llevaron su creación a otra publicación, “Circus”, donde prefirieron indagar en la génesis del héroe de la máscara roja desarrollando un ambicioso novelón folletinesco.


Se trata de “Las 7 vidas del Gavilán”, cuerpo central de lo que a posteriori sería una inmensa saga compuesta por varias cabeceras y que, en última instancia, abarca más de cien años de Historia (desde 1554 hasta 1658). Así, además de “Masquerouge” (compuesta por 10 álbumes) y “Las 7 vidas del Gavilán” (formada a su vez por 7 volúmenes), Cothias ha escrito a lo largo de los últimos 25 años las precuelas “Las tentaciones de Navarra” (2 álbumes) y “El caballero, la muerte y el diablo” (2 álbumes), y las secuelas “Pluma al Viento” (4 álbumes), “Corazón quemado” (7 álbumes), “El loco del rey” (9 álbumes), “Máscara de hierro” (6 álbumes), “Ninon secreta” (6 álbumes) y "Las 7 vidas del Gavilán: Después de 15 años" (1 álbum... por ahora). De todas ellas en España sólo hemos podido disfrutar, de la mano de Norma Editorial, de aquellos títulos ilustrados exclusivamente por Juillard. Es decir: “Las 7 vidas del Gavilán”, “Pluma al Viento”, el primer volumen de "Después de 15 años" y los tres primeros libros de “Masquerouge” (que, a todo esto, cronológicamente irían entre los álbumes 6 y 7 de "Las 7 vidas del Gavilán").


Dicho así, resulta inevitable que el lector potencial se sienta abrumado por la cantidad de títulos, tramas y personajes que puedan tener cabida en estos más de 50 álbumes, pero conviene aclarar que “Las 7 vidas del Gavilán”, en su edición integral a cargo de Norma, es una lectura perfectamente abordable (y lo que es más, absolutamente recomendable) de forma individual.


La historia se abre con el nacimiento, el mismo día de 1601, del heredero al trono de Francia, futuro Luis XIII, y de Ariane de Troil, hija de un barón de las tierras altas de Auvernia. La muchacha conocerá en sus años de infancia a un espadachín encapuchado, el misterioso Gavilán, que acompañado de su fiel pájaro homónimo impartirá justicia contra la nobleza y el clero. La admiración de Ariane hacia este héroe subversivo le llevará a meterse en serios problemas y a descubrir oscuros secretos sobre su propia historia familiar. Mientras tanto, en la corte parisina, las tensiones entre hugonotes y católicos traerán de cabeza a la monarquía francesa, inmersa en una conspiración con raíces en el Vaticano. Siguiendo la senda de Alejandro Dumas, Cothias logra que sus caracteres ficticios convivan con naturalidad con personajes históricos como Enrique IV o el cardenal Richelieu, y añade además un pequeño pero significativo componente sobrenatural al culebrón en que acaban convirtiéndose las vidas de Ariane de Troil y de sus familiares, aliados y enemigos. Esta combinación entre Historia y fantasía, aventura y romance, acción y tragedia, resulta sorprendentemente fresca, teniendo en cuenta que el género al que “Las 7 vidas del Gavilán” se adscribe tuvo sus mayores exponentes literarios hace casi 200 años.


Es difícil dilucidar qué parte del mérito reside en los carismáticos personajes y la imaginativa trama ideados por Cothias y cuál en el arte sublime de Juillard. La perfecta anatomía de los personajes (¡y animales!), su obsesivo detallismo por la arquitectura y la belleza de los elementos naturales abandonan los postulados del realismo pictórico para convertirse, gracias al entintado de línea clara y a la sencillez cromática de unas acuarelas casi planas, en una sinergia entre academicismo y arte pop que me desencaja la mandíbula en cada plancha. Pero “Las 7 vidas del Gavilán” no es sólo un tebeo repleto de preciosas viñetas, sino también una clase magistral de narración gráfica pletórica de ritmo, pese a su densidad, y plagada de recursos que no por conocidos dejan de resultar eficaces. En su clasicismo francobelga, extremo opuesto a la locura descomprimida del manga nipón, Juillard consigue plasmar vibrantes duelos a espada en apenas tres viñetas, travelings a vista de pájaro que le dejan a uno ojiplático y escenas desarrolladas en paralelo que cocinan su clímax con precisión de relojero (como en la cacería / magnicidio / duelo a espadas que cierra el cuarto álbum).


El final de “Las 7 vidas del Gavilán” es abrupto y terrible, y dependerá del lector, que a esas alturas ya se habrá deshecho del vértigo que la inmensidad de la historia ideada por Cothias pudiera haberle generado, el decidir si es un punto y final o tan sólo el puente que conecta un capítulo con el siguiente. Para quien quiera más, la recomendación es evidente: “Pluma al Viento” retoma argumento y personajes apenas unos meses después, y aunque no logra alcanzar el refinamiento dramático de estos siete álbumes previos, ofrece otras 200 páginas firmadas por un Juillard pletórico que se atreve a retratar la Norteamérica colonial como pocas veces se ha visto en el Noveno Arte.

sábado, mayo 23, 2015

Jornada de reflexión

Siempre que tienen lugar unas elecciones en nuestro país, sean nacionales, autonómicas o locales, me acuerdo de esta historieta de dos páginas firmada en 1977 por Carlos Giménez e Ivá para la revista "El Papus" y posteriormente recopilada en el álbum "España: Una, Grande y Libre":


martes, mayo 19, 2015

Arte, amor y muerte

David Smith es un escultor en crisis. En su veintiséis cumpleaños se encuentra arruinado, solo y borracho en un restaurante de Nueva York, cuando la Muerte se le aparece bajo una cara conocida y le ofrece un trato excepcional: ser capaz de esculpir, sólo con las manos, cualquier cosa que imagine. A cambio, David rechaza una larga vida de ¿feliz? mediocridad y firma su propia defunción en el plazo de 200 días. Pero tener la habilidad para hacer algo no implica necesariamente el éxito en su desempeño, y en 200 días pueden pasar demasiadas cosas, incluyendo la irrupción inesperada del amor.


“El escultor” de Scott McCloud es uno de los comics que más me han gustado de cuantos se han publicado (y, obviamente, he podido leer) en estos primeros meses de 2015. Me ha gustado mucho por varias razones, algunas de las cuales son puramente subjetivas y me obligan a perdonarle sus defectos, que los tiene pero que, cuanto más pienso en ellos, menos me importan en el cómputo global.


Antes de ponerme a escribir esta entrada leí “El escultor” dos veces: la primera en inglés, en el tren bala que va desde Kyoto hasta Hiroshima, durante un viaje mucho mayor del que tal vez (o tal vez no) escriba algo en este blog cuando por fin consiga ordenar mis fotos y mis pensamientos. Aquélla fue una lectura impulsiva, como casi todas las que hago en la tablet, acelerada por la imperiosa necesidad de llegar al final de la historia y así saber qué sucede con David Smith. Ese día, en Japón, me di un atracón vertiginoso con las 500 páginas de “El escultor”, pero en las jornadas siguientes no tuve demasiado tiempo para reflexionar acerca de lo leído. Al regresar a Madrid, unos días después, el tebeo ya se había publicado en castellano de la mano de Planeta Cómic, que lo había anunciado a bombo y platillo como una de sus novedades estrella para el Salón del Cómic de Barcelona. Inducida por mis (nada sutiles) insinuaciones, F. me lo regaló poco después en su edición física, una preciosa “novela gráfica” (ese término, ya sabéis) en tapas duras con medio millar de páginas en blanco, negro y azul. Por fin pude volver a leerlo hace un par de días de forma pausada, deteniéndome en cada viñeta, buscando las claves en la gramática visual de Scott McCloud, un artista más conocido en el mundo del cómic por sus estudios teóricos sobre el propio medio (en obras fundamentales como “Entender el Cómic: el arte invisible”) que por su producción de ficción (en títulos como “Zot!”).


Tal vez fueran esos mismos trabajos teóricos, con su acertado análisis de los mecanismos narrativos del arte secuencial, los que me llevaron a pensar que “El escultor” sería una obra mucho más experimental en términos formales. Algo más cercano a, por ejemplo, el “Asterios Polyp” de David Mazzuchelli. Pero el tomazo escrito y dibujado por McCloud no resulta tan atrevido, y siempre parece tener claro que la historia y los personajes lo son todo y que los recursos narrativos son herramienta y no razón de ser del tebeo. Lo cual posiblemente sea un síntoma de la madurez como dibujante de McCloud y de la concepción artesanal de su propio trabajo. Dicho de otro modo: creo que “El escultor” no pretende sentar cátedra ni revolucionar el mundo del cómic sacándose recursos de la chistera en cada viñeta, sino contar la historia que McCloud tenía en la cabeza de la forma más adecuada y honesta.


Espero que no se me malinterprete: el cómic está repleto de soluciones visuales que funcionan a las mil maravillas dentro de una maquinaria narrativa perfectamente engrasada, pero ninguno de sus recursos es estrictamente un hallazgo, en la medida en que no son nada que no hayamos visto ya en obras anteriores de otros muchos autores que sí abrieron camino en lo que respecta al lenguaje en viñetas. Que no sea innovador no significa que no sea formalmente brillante. Por otro lado, sé que la honestidad del arte es una idea terriblemente abstracta y subjetiva, pero yo la percibo en cada página de “El escultor”: creo que, al igual que su protagonista, McCloud ama profundamente su trabajo y lo desempeña con una dedicación sincera, desde las entrañas, aunque esto mismo acabe arrastrándolo hacia esos defectos que antes anunciaba, y que se refieren principalmente a su labor como guionista.


Hay algo profundamente naïf en la descripción de los personajes y en la visión romántica, ingenuamente idealizada, que David (y el propio McCloud) tienen de la protagonista femenina de “El escultor”, y que choca con lo (poco) que sé sobre el amor y las mujeres. La angelical Meg, estereotipo de chica buena-guapa-un-poco-loca-en-plan-divertido-pero-loca-de-verdad-a-la-que-los-hombres-queremos-salvar-de-sí-misma-mientras-ella-nos-salva-de-nuestras-propias-inseguridades, parece más la fantasía de un hipster veinteañero que una persona real. Es la Summer de los primeros 45 minutos de “(500) Days of Summer” vista a través de los ojos de Tom, antes de que el personaje de Joseph Gordon-Levitt se dé de bruces con la dura realidad. Pero aquí nadie se golpea contra ese muro: Meg es perfecta desde la primera hasta la última página de “El escultor”, incluso a pesar de esa imperfección que McCloud impone al personaje en el nudo del relato.


Del mismo modo, la visión que McCloud tiene sobre el mundo del arte y sus propias ideas sobre la escultura en pleno siglo XXI me parecen algo simplistas. No soy ningún experto en la materia, pero sospecho que un estudiante de Historia del Arte podría aportar argumentos muy concretos de por qué el trabajo escultórico de David resulta intrascendente. Mi propia explicación sería desde luego más sencilla: porque McCloud es dibujante de comics y, por mucho que se documente sobre escultura o sobre las modas artísticas entre los galeristas de Nueva York, eso no hará que las creaciones de David sean auténtico Arte (con A mayúscula)... aunque su historia dibujada sí pueda serlo.


Por supuesto, por un lado podría argumentarse que la relación entre David y Meg es puro flechazo y que, dadas las circunstancias del protagonista, su desarrollo es intenso pero breve, con lo cual el personaje (y por tanto el lector, que siempre tiene a David como referencia para seguir la narración) no tiene tiempo para verla más allá de esa idealización inicial que se da en cualquier romance de estas características. Por el otro, la vanalidad de la obra de David podría ser precisamente la condición que le ha impedido triunfar hasta el momento en el mercado artístico (más allá de lo basado que éste esté en el nepotismo y la hipocresía), y su desesperada búsqueda de un Arte real, una obra elevada que supere la mera condición de artesanía cincelada, sea otro de los aspectos que McCloud desliza en el guión de "El escultor" por boca del crítico profesional Brecht Becker. Sea como fuere, estos dos aspectos del comic no están exentos de complicaciones en su desarrollo que podrían hacer tambalearse el conjunto si no fuera porque McCloud acierta plenamente con la tercera pata del taburete.


Hay un momento en la saga “Vidas breves” de “The Sandman” en el que un Anciano, un humano excepcional que ha vivido desde los tiempos prehistóricos, se encuentra finalmente con Muerte cuando un muro de ladrillos se desploma sobre él. “No. Por favor, no”, dice el Anciano, “Después de tanto tiempo. Por un accidente estúpido. Pero no me fue mal, ¿verdad? Han sido, no sé, quince mil años. Está muy bien, ¿no? He vivido mucho tiempo”. A lo que Muerte responde: “Has vivido lo que todos, Bernie. Toda una vida. Ni más ni menos”. Dicho lo cual, es posible que no sorprenda tanto la cita que el propio Neil Gaiman (quien, sospecho, es amigo de McCloud) dedica a “El escultor” en la portada de la edición norteamericana del tebeo, publicada por First Second: “La mejor novela gráfica que he leído en años”.


Porque “El escultor”, o una parte importante de él, trata precisamente de ese “toda una vida” y de lo que implica: del destino indudable que nos aguarda a todos, dentro de 200 días o de 20.000; de la inevitabilidad del olvido y de cómo querríamos, sin embargo, ser recordados por aquellos cuyas vidas hemos tocado; de la asunción de que nuestra obra maestra definitiva no será aquella que habríamos podido imaginar, y de la certeza de que el amor tal vez no sea capaz de vencer a la muerte, pero sí puede darle sentido a toda una vida. En mi opinión, es en estos aspectos de la historia donde McCloud acierta con plenitud y consigue zarandearme emocionalmente e implicarme al 100% en lo que me cuenta. “El escultor” me toca entonces la patata de una forma que muy pocos tebeos han logrado, y que no tiene tanto que ver con sus valores técnicos y narrativos (que, por otro lado, ayudan a hacer el mensaje más atractivo) como con su humanidad. Es algo parecido a lo que me ocurre con los últimos episodios del “Starman” de James Robinson, un cómic cuyo planteamiento no tiene nada que ver con el de “El escultor” pero que consigue resultados similares: su lectura me desarma haciendo que pase por alto todas sus posibles flaquezas e imperfecciones. Hay, desde luego, tebeos que me parecen mejores que estos dos, pero que no me emocionan de la misma manera.


Esta capacidad para llegarme fue lo que hizo de aquella primera lectura de “El escultor” un trance tan acelerado, un no parar de pasar las páginas, involucrado como estaba en la crónica de la anunciada muerte de David Smith. La segunda lectura, que podría haber echado abajo esa primera impresión tan visceral, no ha hecho más que fortalecer mi opinión: hay algo intangible en la propuesta de Scott McCloud que no responde a razonamientos técnicos ni a teorías sobre la escritura de guiones, y que hace de “El escultor” una obra capaz de aferrarse con fuerza a la memoria y el corazón del lector.

Si creyera en esas cosas, diría que se trata de Alma.

miércoles, mayo 13, 2015

Viñetas de primavera

La celebración del 33º Salón Internacional del Comic de Barcelona a mediados de abril ha traído un montón de novedades interesantes a las estanterías de las librerías españolas. Muchos de estos lanzamientos todavía no han caído en mis manos, pero entre los que sí lo han hecho y otras publicaciones aparecidas durante las semanas precedentes he reunido una decena de micro-reseñas que dan buen ejemplo del nivel de mis últimas lecturas:

Los Muertos Vivientes vol. 22: Un nuevo comienzo
Guión: Robert Kirkman. Dibujo: Charlie Adlard.
Planeta Comic. Rústica. 168 págs.


La serie decana de Image Comics (con permiso del "Spawn" de Todd McFarlane) inicia una nueva etapa de la mano de su creador, el guionista super-estrella Robert Kirkman, y del que lleva 10 años siendo su dibujante sin faltar un solo mes a la  cita, Charlie Adlard. Tal y como reza el título de este tomo, "Un nuevo comienzo" supone no sólo un punto y aparte respecto a la saga inmediatamente anterior ("Guerra sin cuartel") sino también el primer gran salto temporal que se ha visto hasta ahora en la colección. Dos años han transcurrido desde el fin de la guerra entre los bandos de Rick y Negan: el statu quo de los protagonistas ha cambiado, algunos personajes han desaparecido, otros han continuado evolucionando y sólo la amenazadora presencia de los caminantes y la desconfianza inicial hacia cualquier humano desconocido continúan siendo los pilares fundamentales de la narración.


Poco más puedo adentrarme en esta nueva entrega de la longeva colección que inauguró, más que ninguna otra obra, el reciente (y ya algo cansino) revival zombie de los últimos años sin entrar en spoilers. Lo que sí puedo decir es que, tras un par de tomos que parecían anunciar el lento declive cualitativo de "Los muertos vivientes", "Un nuevo comienzo" ha supuesto un necesario soplo de aire fresco que ha reavivado mi interés por la cabecera. Teniendo en cuenta que hablamos de una serie que en los EE.UU. se aproxima con pulso firme a las 150 entregas, no se me ocurre un cumplido mejor.



Paria vol. 1: Una oscuridad lo rodea
Guión: Robert Kirkman. Dibujos: Paul Azaceta.
Planeta Coimcs. Rústica. 160 págs.


De la creación más longeva de Kirkman pasamos a la más reciente. "Outcast", traducida al castellano por Planeta Comic como "Paria", nos presenta a Kyle Barnes, un hombre de mediana edad que pasa por una profunda depresión tras un trauma familiar vinculado con sucesos paranormales. Porque Kyle ha vivido desde niño rodeado de casos de posesiones demoníacas que lo atormentan por motivos desconocidos. Con la ayuda de un exorcista proletario, el reverendo Anderson, tratará de descubrir qué buscan de él estas presencias malignas que lo persiguen haciendo daño a sus seres queridos. El propio Kirkman define "Paria" como su intento más serio de hacer auténtico género de terror sobrenatural, y lo cierto es que la atmósfera malsana y la sobriedad en los diálogos y la caracterización de personajes le confieren un tono aún más oscuro que el de "Los Muertos Vivientes", que tiene más de slice of life postapocalíptico que de verdadero terror. Que Kirkman consiga su propósito (dar mal yuyu y que nos interesemos por la historia del protagonista desde las primeras páginas) tiene mucho que ver no sólo con su talento para plantar unos cimientos sólidos para un relato que se prevé de largo recorrido, sino también con el atmosférico dibujo de Paul Azaceta y el elegante uso del color de Elizabeth Breitweiser.


El resultado es notable, pero no puedo evitar sentir ciertas dudas ante un lenguaje visual sospechosamente televisivo, como si la narrativa de "Paria" respondiese más a las necesidades de un storyboard especialmente detallado de cara a la puesta en escena de la ya anunciada serie de televisión que adapte el tebeo a la pantalla. Tanto es así que este primer recopilatorio, con los números 1 al 6 de la edición original estadounidense, le deja a uno la sensación más de episodio piloto que de arco argumental completo. Obviamente, tras su experiencia como productor y guionista de "The Walking Dead" para AMC, Kirkman ha visto que el dinero de verdad no se lo van a dar los comics sino las consiguientes adaptaciones televisivas, y ahora mismo uno podría pensar que el creador de "Invencible" se plantea cada nuevo trabajo como un vehículo para seguir explotando su carrera en el medio audiovisual. Sólo espero que eso no implique un bajón de calidad en sus guiones para las viñetas, como sí le ha ocurrido a Mark Millar desde que descubrió la gallina de los huevos de oro en la industria del cine.



Velvet vol. 1: Antes del gran final
Guión: Ed Brubaker. Dibujos: Steve Epting.
Panini Comics. Cartoné. 128 págs.


El equipo creativo responsable de los tebeos más relevantes del Capitán América en décadas desembarca en Image con una premisa sugerente: ¿qué pasaría si la principal sospechosa del asesinato a sangre fría de James Bond fuese la secretaria Moneypenny? Sustituyamos al MI-6 por la organización ARC-7, al agente 00-ídem por el nombre en clave X-14 y a la enamoradiza burócrata creada por Ian Fleming por la Velvet Templeton del título (la cual esconde un turbulento pasado como agente de campo), añadamos unas gotas de "Modesty Blaise" y obtendremos la receta del éxito de "Velvet".


A Bru el cambio de aires (de Marvel a Image) le ha sentado de maravilla, y aquí se muestra pletórico en la descripción de personajes y en la construcción de una trama adictiva, tirando de recursos tan clásicos y eficaces como el flashback y la voz en off. Por su parte, Epting entrega las mejores páginas de su carrera: un prodigio de anatomía realista y gran cuidado en los fondos que, al contrario que en el caso de otros dibujantes que abusan de las referencias fotográficas como Alex Maleev o Greg Land, no repercute en absoluto en el ritmo narrativo. De hecho, pocos tebeos he leído últimamente capaces de transmitir el nervio que Epting imprime a las escenas de combate cuerpo a cuerpo, tiroteos y espectaculares persecuciones en las que Velvet se ve inmersa mientras recorre el mundo tratando de limpiar su nombre y desentrañar las claves del asesinato del agente X-14.



Lazarus vol. 1: Familia
Guión: Greg Rucka. Dibujos: Michael Lark.
Norma Editorial. Rústica. 104 págs.


En un futuro no demasiado lejano, la división geográfica del planeta no responde a territorios políticos sino financieros, dirigidos por familias que acumulan toda la riqueza y la tecnología. La minoría útil para estas totalitarias familias, los siervos, tiene un estatus y unos privilegios con los que no cuentan los sobrantes, una inmensa mayoría de la población que vive en la indigencia. Cada familia cuenta con un miembro modificado con alta tecnología genética y cibernética, virtualmente inmortal, llamado Lazarus. Los Lazari, auténticas armas vivientes monitorizadas por telemetría, están diseñados para obedecer ciegamente a su familia. La Lazarus de la familia Carlyle se llama Forever, y está a punto de descubrir que cuando se trata de conspirar para obtener poder y riquezas, la sangre no es más espesa que el agua.


Pese a ser un refrito de ideas ya conocidas, la nueva serie escrita por Greg Rucka y dibujada por Michael Lark (ambos habían coincidido hace años en la excelente “Gotham Central”) consigue dejar atrás la inicial desconfianza que despiertan los lugares comunes en que se asienta presentando una trama adictiva, una interesante galería de personajes y unas escenas de acción fabulosas. Su crítica hacia el actual orden económico mundial le otorga una segunda lectura de corte social que, pese a la ausencia total de sutileza con que está planteada, no deja de ser un valor añadido. Este recopilatorio publicado por Norma reúne los 5 primeros números de la edición estadounidense y, tal y como ocurre con "Paria", deja el regusto de ser una suerte de episodio piloto en viñetas de cara a la ya anunciada adaptación por parte de Legendary Television. Lo cual evidencia una vez más que las productoras, por un lado, tienen muy presentes los recientes lanzamientos de comic a la hora de encontrar nuevas ideas que llevar a la pantalla y que los creadores, por el otro, tienen perfectamente claro que los tebeos son un paso intermedio de cara a un éxito mayor en la caja (ya no tan) tonta.



Muerdeuñas vol .1: Habrá sangre
Guión: Joshua Williamson. Dibujos: Mike Henderson.
Norma Editorial. Rústica. 132 págs.


La idea en torno a la cual se articula "Muerdeuñas" es por sí sola un gancho de lo más llamativo. Buckaroo es una pequeña ciudad del estado de Oregón tristemente célebre por ser el lugar de nacimiento de 16 de los más retorcidos asesinos en serie del último siglo: desde el infame Quemalibros hasta la más reciente celebridad local, el Muerdeuñas del título, pasando por psicópatas tan extravagantes como el Asesino del Cine, que mataba a quienes hablaban durante la proyección de una película, o La Rubia, que elegía a sus víctimas entre los machistas que la piropeaban por la calle. Cuando el policía Eliot Carroll desaparece mientras investiga los indicios que podrían explicar esta proliferación de maníacos en Buckaroo, su amigo Nicholas Finch, otro agente de la ley (en horas muy bajas), viajará con el fin de encontrarlo hasta el terrorífico enclave, convertido con el paso de los años en poco menos que un parque temático para periodistas oportunistas y turistas morbosos.


El ascendente escritor Joshua Williamson, creador de la series "Ghosted" y "Birthright" también para Image, plantea una historia muy entretenida, fresca a pesar de su escasa originalidad (de psycho-killers están el cine, las series de tv y los comics repletos), que tiene la virtud de no tomarse demasiado en serio a sí misma y de recurrir en igual medida al humor negro que al gore y el horror. El dibujante Mike Henderson mantiene el nivel gráfico en una aceptable mediocridad, sin comerse demasiado el coco con la puesta en página y las soluciones narrativas, y aunque "Muerdeuñas" no destaca especialmente ni por un guión vanguardista ni por un apartado visual sorprendente, el conjunto resulta tan desenfadado y adictivo que uno no puede evitar cerrar este primer tomo y empezar a contar los días para la salida del siguiente.



Wonder Woman vol. 9
Guión: Brian Azzarello. Dibujos: Cliff Chiang, Goran Sudzuka.
ECC Ediciones. Rúsica. 112 págs.


Aprovechando la aparición en marzo del tomo con el que ECC concluye la publicación de la Wonder Woman guionizada por Brian Azzarello, resulta apropiado releer en bloque estos nueve volúmenes para valorar en conjunto el relanzamiento de la amazona en el Nuevo Universo DC. El creador de "100 Balas", una elección a priori controvertida para ocuparse de un personaje tan positivo y luminoso, reformula la plana mayor de la mitología griega como una familia disfuncional en la que cada miembro (cada dios) conspira con el fin de sentarse en el trono de Zeus, desaparecido en misteriosas circunstancias. La presencia de una mortal embarazada por el propio padre de los dioses y amenazada por el resto del panteón olímpico involucrará a Diana en este berenjenal de alianzas, traiciones, rencillas y secretos por desvelar. Por suerte, el planteamiento editorial resulta conveniente para el desarrollo de la trama: 37 comic-books escritos por una misma persona y dibujados por artistas de estilos semejantes (Cliff Chiang es algo así como el "dibujante titular", pero Akins y Sudzuka lo sustituyen habitualmente sin que el nivel gráfico se resienta significativamente), narrando una única historia de principio a fin sin involucrarse en eventos ni crossovers ni gaitas sacacuartos. Tal y como está el patio super-heroico, ya sólo por eso merece destacarse esta "Wonder Woman" como una rara avis dentro de las majors Marvel y DC.


Con todo, tal vez sea ese mismo patio super-heroico, de una vulgaridad pasmosa y un continuo reciclado de (malas) ideas, lo que haya convertido a esta encarnación de Diana en un título de culto entre el fandom. Es algo parecido a lo que ha sucedido con el "Ojo de Halcón" de Fraction y Aja o el "Daredevil" de Waid y Samnee. La competencia es casi nula, y cuando una serie ofrece algo tan claramente superior a la media el lector de afiliación pijamera se deshace en elogios y se apresura a hablar de obras maestras y clásicos inmediatos. Me temo que, al igual que los títulos antes citados, esta "Wonder Woman" sólo es un buen tebeo de super-héroes, bien escrito (pese al cripticismo habitual de Azzarello en los diálogos) y mejor dibujado; a años luz, sin embargo, de las vacas sagradas del género (no hay más que poner en el otro plato de la balanza a los mejores Moore, Miller o Morrison y ver hacia dónde se inclina ésta). Lo cual no es impedimento para que uno pueda disfrutarla sanamente como lo que es, sin buscarle tres pies (narrativos) al gato y sin esperar que su lectura vaya a cambiarle la vida a nadie. Para quien haya llegado tarde a esta primera edición, que sepa que la misma editorial ha presentado entre sus novedades del Saló una nueva recopilación, esta vez en cartoné, recogiendo los seis primeros comic-books estadounidenses bajo el subtítulo "Sangre".



Green Arrow: Roto
Guión: Jeff Lemire. Dibujos: Andrea Sorrentino.
ECC Ediciones. Rústica. 72 págs.


ECC concluye con este tomo otra etapa destacada en las aventuras de un héroe de DC Comics, en este caso el arquero esmeralda que en los últimos años ha visto crecer su popularidad gracias a una oportuna adaptación televisiva. Con los Nuevos 52, la editorial vio la ocasión propicia para rejuvenecer a Oliver Queen, acercándolo a su homónimo catódico (primero al visto en "Smallville", después al de "Arrow") con la esperanza de darle un empujón a las ventas, pero cometió el error de confiar demasiado en el marketing y muy poco en la necesidad de un equipo creativo solvente. Tras unas desastrosas primeras entregas debidas a J. T. Krull, Dan Jurgens y una Ann Nocenti en horas muy bajas, DC se puso las pilas y situó al frente de la cabecera a Jeff Lemire, un guionista con una carrera muy interesante (con títulos como "Animal Man", "Trillium" o la deliciosa "Sweet Tooth", inexplicablemente inédita por estos lares), y a Andrea Sorrentino, auténtica estrella creativa de la serie gracias a una notable habilidad para plasmar las escenas de accion y a un sentido del claroscuro que recuerda mucho al de Jae Lee.


Lejos de sus trabajos más introspectivos, Lemire roba de aquí y de allá (y más que de ningún otro sitio, del estupendo "El inmortal Puño de Hierro" de Brubaker, Fraction y Aja) para construir alrededor del personaje una nueva mitología que incluye clanes ninja consagrados al uso de armas místicas, unos cuantos secundarios nuevos y la reinterpretación de antiguos villanos adaptándolos a los tiempos modernos. No es particularmente original, y desde luego este último recopilatorio no ofrece los niveles de diversión de la precedente "Guerra de los Outsiders", pero no deja de ser un correcto cierre para una de las mejores etapas del personaje que un servidor haya podido leer (en su día me gustó bastante la de Kevin Smith, Brad Meltzer y Phil Hester), integrándose entre esos buenos tebeos de super-héroes actuales que mencionaba a propósito de la "Wonder Woman" de Azzarello. Tanto es así que, recién iniciado su nuevo contrato con Marvel, el primer encargo de Lemire ha sido el de sustituir al saliente Matt Fraction como escritor de "Ojo de Halcón": de arquero en arquero y tira porque le toca. Un buen motivo para seguir coleccionando la serie protagonizada por Clint Barton.



Grayson vol. 1
Guión: Tim Seeley y Tom King. Dibujo: Mikel Janín.
ECC. Rústica. 96 págs.


Y de unas series de DC que terminan a otra que comienza: "Grayson" arranca tras el desenmascaramiento público y la aparente muerte de Dick Grayson (a.k.a. Nightwing) durante el crossover/evento/whatever "Maldad Eterna" (que no he leído, ni ganas). Aprovechando el nuevo status de su pupilo, Batman decide infiltrar a Dick como agente doble en la organización secreta Spyral, que se dedica a recuperar los órganos artificiales super-poderosos de un tal Paragon (ni idea de quién es) y a acumular información sobre las identidades de los principales héroes de la Tierra con fines poco claros. Todo ello en un tono de espionaje pulp y ciencia-ficción super-heroica cuyo referente más claro, salvando abismales distancias de calidad, es el "Sleeper" de Brubaker y Phillips que, casualmente, ECC recupera para el lector español en su listado de novedades de mayo.


Pese a mi obvio desconocimiento de la actual continuidad DCeíta (las series que sigo están, en la medida de lo posible, desvinculadas de los mega-eventos que lo cambian todo para no cambiar nada un año sí y otro también), los cuatro primeros números de "Grayson" reunidos en este tomo resultan una lectura amena y entretenida, con muchas posibilidades para ir a más en un futuro próximo, y con un dibujo muy apropiado de la mano del español Mikel Janín, quien resulta ser además un narrador bastante imaginativo. Está claro que la lectura de "Grayson" no le cambiará la vida a nadie, pero es un tebeo de super-héroes más que correcto en unos tiempos en los que el género, salvo contadas excepciones, no parece levantar cabeza.



The Private Eye: números 1 a 10
Guión: Brian K. Vaughan. Dibujos: Marcos Martín.
Panel Syndicate. Formato digital, disponible en castellano e inglés. Número variable de págs. (en torno a 30 por archivo).


En 2013, el dibujante español Marcos Martín, conocido principalmente por sus trabajos para DC ("Batgirl: Año uno") y Marvel ("Amazing Spider-Man", "Daredevil"), y el guionista Brian K. Vaughan ("Y, el último hombre", "Ex Machina") fundaron Panel Syndicate, una iniciativa editorial para la publicación online de comics en formato digital, pudiendo pagar el lector la cantidad que estimase oportuna a cambio de cada descarga. Algo parecido, en realidad, a lo que la banda británica Radiohead propuso en su día con el lanzamiento del álbum "In rainbows". El primer título nacido bajo el paraguas de Panel Syndicate es "The Private Eye", una serie limitada de 10 episodios firmada por ambos emprendedores. Como proyecto, "The Private Eye" me parece una forma muy inteligente de adaptarse a la realidad de las descargas en internet y al auge del comic en formato digital.


Marcos Martín explicaba así el argumento de la serie en esta entrevista para ZonaNegativa"The Private Eye transcurre en un futuro cercano y en un mundo donde Internet ha desaparecido tras una catástrofe que desveló la información personal de millones de usuarios. En esta situación de máxima exposición, la privacidad personal se convierte en el valor más preciado de una sociedad que lo lleva al extremo de crear identidades secretas para su vida y relaciones diarias. Nuestro protagonista es un paparazzi, el equivalente a un investigador privado, que se verá envuelto en un misterio con ramificaciones mayores de las que en un principio podía parecer". Supongo que a nadie se le escapará la ironía de que "The Private Eye" sea un comic digital que sólo se puede adquirir vía web. La idea es sumamente atractiva, y Vaughan, del que cada día soy más devoto (la culpa de todo la tiene "Saga") plantea la trama como un relato de serie negra, puro detectivesco, plagado de ideas inteligentes y personajes pintorescos. El hecho de que la puesta en página (¿o habría que decir "puesta en pantalla"?) esté pensada específicamente para la lectura en un ordenador o una tablet confiere un sentido del ritmo propio al tebeo, y permite a Martín, narrador superdotado (suyas son las mejores planchas de "Amazing Spider-man" y "Daredevil" de la última década), proponer soluciones visuales que posiblemente no funcionarían en una edición impresa. Su trazo pulcro y ágil, unido a los espléndidos colores planos de Muntsa Vicente, ofrece una experiencia plástica arrebatadora que convierte a este "The Private Eye" en una de las lecturas más satisfactorias de esta remesa primaveral.



¡Universo!: números 1 y 2
Guión y dibujos: Albert Monteys.
Panel Syndicate. Formato digital, disponible en castellano, inglés y catalán. Número variable de págs. (en torno a 40 por archivo).


El segundo título publicado por Panel Syndicate resultó, para un servidor, una sorpresa tanto o más inesperada que el primero. Albert Monteys, humorista de un talento galáctico que me enamoró el alma con sus series para la revista "El Jueves" "Tato" y "Para ti que eres joven" (ésta a cuatro manos con otro monstruo de la carcajada en viñetas, Manel Fontdevila), regresa a la ciencia-ficción con una cabecera bimestral y antológica (cada número propone una historia autoconclusiva) ambientada en un mundo futuro que tiene mucho que ver con las añoradas "Calavera Lunar" y "Carlitos Fax" (y también, por sensibilidades afines, con "Futurama" de Matt Groening).


Alejado del formato de tiras cómicas, con un sentido del humor más negro y sutil y una mayor profundidad dramática, "¡Universo!" me parece, con apenas dos números publicados, un paso arriesgado y triunfal en la carrera de Monteys. Todo en ella apunta a hito, a obra mayor. El segundo número, una fábula robótica à la Asimov sobre las relaciones de pareja hechas a medida, esconde una tristeza soterrada que invita a la reflexión. El primero es incluso mejor: una crítica bestial a la expansión infinita de las grandes multinacionales, disfrazada de relato canónico de ciencia-ficción cósmica (ya sabéis: viajes en el tiempo, cavernícolas, I.A.s a lo Hal 9000, etc). Y luego está el dibujo: un irresistible trazo cartoon con diseños enloquecedores y una expresividad bestial; una explosión pop de colores planos que arrebata la mirada; una narrativa limpia, atrevida, de una fluidez pasmosa. Lo del precio al gusto del consumidor me parece, una vez más, la repanocha. Ojalá las cosas le vayan bien a Monteys con este nuevo proyecto y tengamos "¡Universo!" para rato.