lunes, marzo 24, 2008

P.A.J.

Bajo estas siglas se presenta la Plataforma de Apoyo a Jero, un colectivo de artistas y celebridades que ha decidido prestar su imagen a una importantísima campaña para conseguir el voto para un servidor.
¿El voto en qué?

Amigos míos, españoles (casi todos), ha llegado el momento de que toméis las riendas de vuestras vidas y decidáis si queréis seguir siendo meros engranajes del avejentado sistema cultural en el que vivimos o si, por el contrario, queréis decidir por vosotros mismos qué voces artísticas deben ser escuchadas.

Para ello, la democracia nos brinda estos días una oportunidad estupenda para ejercer nuestro libre derecho a la elección de aquello que se adapta más a nuestro modo de vida. En una iniciativa sin precedentes, la página digital del diario “El País” ha resuelto celebrar un concurso de dibujo e ilustración en el que es el público quien decide a los finalistas gracias a su importantísimo voto. Además, el sistema es tan fácil como entrar en la página y clickar sobre las estrellas situadas encima de cada ilustración. No hay que registrarse, ni introducir datos personales, ni claves… De hecho, sospecho que debe existir un sistema de identificación de IP, porque si no una sola persona desde un solo ordenador podría votar tantas veces como quisiera a la misma obra (y no queremos que la oposición haga eso, ¿verdad? Aunque si se puede hacer seguro que ya hay alguien que lo ha hecho, y en eso caso habrá que jugar según sus mismas reglas…). De entre las 100 obras más votadas, el jurado (elegido por el diario) otorgará a una sola la mayor distinción, que implicará para el autor la responsabilidad de viajar a San Diego (EE.UU.) a la ComiCon, una de las ferias de comic más importantes y multitudinarias del mundo, en representación de todos los españoles.

Haciendo gala de mi habitual buen talante, he decidido presentar algunas de mis obras a dicho concurso, para garantizar que nuestra representación en la ComiCon asegure, en mi persona, las más altas cotas de diplomacia y profesionalidad que siempre deberíamos exigir a nuestros embajadores artísticos en el extranjero.
Es por ello que hoy me dirijo a ti, ciudadano/a, para que clickes en este enlace y votes mis trabajos con la más alta calificación (cinco estrellas), asegurándome así la presencia (no sólo mía sino de la voluntad de todo el pueblo español) entre esos 100 finalistas que aspirarán a la máxima responsabilidad en San Diego.

Porque, cuando pienso en la ComiCon… veo a un niño. Un niño que ha crecido entre tebeos de super-héroes y series de animación; un niño bueno y amable que habla inglés y francés sólo porque así puede leer comics de importación; un niño que aprendió a dibujar para poder contar él sus propias historias, al igual que lo han hecho durante años sus admirados Moebius, Miller, Quitely, Peeters o Larcenet; un niño que no puede reprimir una lágrima tonta cada vez que suena la música de los créditos de “Superman” de John Williams; un niño que en San Diego podría establecer contacto con los editores de Marvel, DC o Dark Horse y presentarles su portfolio, y quizás así introducirse en el mercado norteamericano…

Ese niño necesita vuestro voto.
Votad por el progreso en el comic.

Votad a Jero (mi galería, donde podréis calificar mis obras, clickando aquí. La Histérica también ha colgado alguno de sus trabajos. Su galería es ésta).

Buenas noches, :-) y buena suerte.

viernes, marzo 14, 2008

Esta vez sí: "Pequeño rock'n'roll"

“(…)
Pequeño rock’n’roll,
sudando en el jardín.
Nunca quiso ser de nadie.
Ya sé que estás en otra, amor.
Pequeño rock’n’roll,
ya sé que estás a punto
de decirme adiós.
(…)”


[Era una espinita que servidor tenía clavada desde el anterior concierto de Quique González pero, por suerte, el espectáculo de ayer en la sala Capitol de Santiago fue algo más rockero y tuvo un set list ligeramente distinto que me permitió disfrutar por fin en directo de este temazo, posiblemente mi favorito en toda su discografía (aunque reconozco que el cierre de la actuación con “Los conserjes de noche” fue vibrante, y que de un tiempo a esta parte también siento debilidad por “Nos invaden los rusos”). Además, descubrí que la cerveza sabe mejor con tequila (aunque ya había recibido buenas críticas gastronómicas al respecto), tuve una compañía cojonuda y una buena -ejem- perspectiva: ¿qué más se puede pedir en un concierto?]

domingo, marzo 09, 2008

Sangre en la pantalla

En materia de violencia cinematográfica últimamente estamos de un explícito que asusta y reconforta a partes iguales. Dos de las últimas películas que he visto en el cine son todo un recital de mutilaciones, estrangulamientos, rebanamientos de cuello y decapitaciones. Desgraciadamente, ninguna de las dos me ha convencido:


“30 días de oscuridad”, adaptación del tebeo de Steve Niles y Ben Templesmith por parte de David Slade (director que dio que hablar con su precedente “Hard candy”), se salda con una hora y tres cuartos de gore bastante profuso, una puesta en escena resultona y un montón de defectos heredados de su versión en viñetas, la cual desvirtuaba un planteamiento muy interesante (un pueblo de Alaska donde durante 30 días no sale el sol es atacado por una manada de vampiros) con un desarrollo y una conclusión torpes y previsibles. Típica película para alquilar en el video-club (o conseguir de la manera más o menos legítima que uno prefiera) y pasar el rato una tarde lluviosa de domingo. Pero nada más.

“Sweeney Todd” venía precedida de unas críticas fabulosas (que la calificaban incluso como la mejor película de Tim Burton desde “Ed Wood”), por lo que servidor tenía muchas ganas de descubrir si el gótico por excelencia había vuelto al redil de la genialidad o nuevamente nos iba a dejar con esa sensación de vacío que ya se percibía en “Big Fish” y “Charlie y la fábrica de chocolate” (“La novia cadáver” es otra cosa, mariposa, y “El planeta de los simios” prefiero no mentarlo, no sea que me produzca urticaria).



Hay que reconocer, ante todo, que el diseño de producción es brillante, los actores están todos espléndidos (siento debilidad por Alan Rickman) y está claro que la violencia y la atmósfera de terror convierten a esta peli en “otra cosa” dentro de su género. Vamos, que “Sweeney Todd” lo tenía todo, sobre el papel, para ser un peliculón. No obstante, existen dos grandes “peros” que desvirtúan enormemente el resultado final.

El primero es la ausencia del elemento más importante en un buen musical: buenas canciones. Sé que esto es muy susceptible de opinión, pero en lo que a mí respecta, si uno sale de ver una peli de estas características siendo incapaz de recordar una sola melodía y sin ganas de hacerse con la banda sonora, algo falla. Por eso no me ha emocionado como sí lo hicieron “Moulin Rouge”, la magistral “Hedwig and the angry inch” (jamás me cansaré de recomendarla) o, mirando de nuevo a la filmografía del propio Burton, “Pesadilla antes de Navidad”.

Por otro lado, el ritmo de la película es farragoso y, salvo algunos momentos bastante amenos (el duelo entre barberos, por ejemplo), el resto del metraje se salda con una ligera sensación de sopor y la certeza de que si algo falla dentro del conjunto es la labor del propio Burton, demasiado preocupado por lograr la atmósfera y los acabados formales deseados como para vertebrar un discurso cinematográfico coherente y bien estructurado.

Una ligera decepción, por tanto.

El chiste del abogado

Uno de mis mejores amigos es abogado. Una vez me contó un chiste que dice así:

“Se abre el telón y aparece un abogado metido en una pila de mierda que le llega hasta el cuello. Se cierra el telón. Pregunta: ¿qué es lo que falta en la escena? Respuesta: más mierda.”

Si menciono esto es porque hace poco terminé de ver la serie de televisión “Damages”, una historia de procesos judiciales que se emitió en EE.UU. durante el pasado año, con gran éxito entre la crítica. Yo supe de su existencia gracias a Hernán Casciari y su estupendo blog, y vistas sus alabanzas (si leéis sus palabras ya podéis saltaros mi entrada de hoy y lanzaros directamente al eMule) no dudé en darle un tiento. Ahora que ya la he visto, espero que pronto llegue a España y que se edite convenientemente en DVD para que los fetichistas como yo podamos hacernos con ella de forma honesta y canónica (nunca mejor dicho).


Supongo que al pensar en una serie de abogados, lo primero que se viene a la cabeza de todos son títulos como “El guardián”, “El abogado”, “Shark” o “Ally McBeal”, series cortadas por un patrón más o menos común: abogado protagonista, que cuenta además con la simpatía del público, se enfrenta en cada capítulo a un caso diferente (todos ellos de hondo calado humano y conclusión más o menos gratificante) mientras en cada temporada se establece una tenue línea argumental principal (normalmente relativa a la vida personal/sentimental de los protagonistas) con la que vertebrar el conjunto.

Pues bien. Olvidémonos de todo esto y partamos de cero.

Diez primeros minutos del episodio piloto de “Damages”: una joven cubierta de sangre sale del ascensor de un lujoso edificio. Su nombre es Ellen Parsons.

Fundido a negro.

Rebobinamos hasta seis meses atrás: la llegada de una joven y prometedora abogada, la misma Ellen Parsons de antes (interpretada por Rose Byrne, la esclava enamorada de Brad Pitt en “Troya”), a la plantilla de Hewes y asociados, una puntera firma de representantes legales de la ciudad de Nueva York dirigida con puño de hierro por Patty Hewes, una zorra salida del infierno a la que pone rostro y maestría interpretativa Glenn Close. En la actualidad, Hewes y asociados representa a los 5.000 curritos que de la noche a la mañana se han quedado sin trabajo y con lo puesto a causa de un presunto fraude bursátil cometido por su patrón, el multimillonario empresario Arthur Frobisher (un Ted Danson muy lejos de su simpaticote barman en “Cheers”). Es el juicio del siglo, y los medios tienen toda su atención puesta en él.

Decimotercer y último episodio de la primera temporada: el espectador está exhausto. La sangre le late en las sienes y ya no le quedan uñas de las manos ni de los pies. Ha visto de todo: corrupción, mentiras, sexo, muerte, fraude, obsesión, odio, traición, miseria, drogas, dolor (mucho dolor), familias rotas y, sobre todo, abogados cubiertos de mierda, arrojándose más y más mierda unos a otros a enormes paladas.

Y todo dentro del mismo caso Frobisher, enlazando los acontecimientos transcurridos a lo largo de los últimos seis meses (quizás David E. Kelley no sabía que los juicios duran más de dos días), sin que nunca nos veamos obligados a presenciar uno de esos insufribles alegatos finales ante un jurado compuesto por honrados trabajadores y padres de familia americanos.

En “Damages” no hay lugar para los Atticus Finch de tercera. Lo que hace avanzar la trama (y consigue enganchar al espectador) son las apelaciones, las ofertas de pacto, las investigaciones, interrogatorios, escrutinios y alianzas necesarias para conseguir cada mísera prueba, y, sobre todo, las innumerables traiciones perpetradas constantemente por unos y otros. Nadie está libre de ser un perro traidor, o un traidor con principios, pero un traidor al fin y al cabo.

“Damages” es intensa, brutal, cerebral. No te encariñes con los personajes. Prácticamente ninguno merece la pena (humanamente hablando), y además puede que tu favorito en el capítulo 1 no llegue vivo (o con la dignidad intacta) al capítulo 3.

Pero, sobre todo, desconfía de los guionistas. Esta gente es hábil. Te embaucará, te hará creer que sabes lo que pasa y, de pronto, te dará un derechazo en la mandíbula y te pondrá las cosas de nuevo patas arriba. Manejan un montón de personajes con soltura sin que uno pueda ver los andamiajes del argumento, sólo personas creíbles con algunas luces y muchas sombras en medio de un complicado entramado de intereses económicos (olvidaos de las conspiraciones de “Expediente X”, “100 Balas” o “Prison Break”, la corrupción en las altas esferas es esto). No hay nada al azar. No hay apariciones milagrosas de testigos que salven el día. Conoces el pedigrí de todos ellos, sus motivaciones, las presiones que sobre ellos se ejercen por ambas partes litigantes. Sabes de dónde vienen, y, al final, también a dónde van (o dónde se quedan). Y todo encaja perfectamente y, lo que es más difícil, sin hacer trampas. La historia está ahí desde el principio, pero tú no podrás entenderla en su conjunto hasta el último minuto del último episodio. Como debe ser.


Por el camino nos encontramos con unas actuaciones sobresalientes (todas ellas y sin excepción, aunque es cierto que la protagonista del cotarro es esa señora con tablas y elegancia que responde al nombre de Glenn Close), unos diálogos fabulosos, un montaje inteligentísimo y unos acabados visuales de cine (no lo digo como elogio metafórico, sino porque realmente parece una lustrosa producción cinematográfica pensada para la exhibición en salas). Incluso hay cierto sentido del humor negro y mucha mala baba política (empezando por el primer plano de la bandera americana y llegando al momento en que Frobisher le dice a un corrupto que “personas como usted son las que han hecho grandes a nuestro hermoso país”).

Así que si después de esta reseña creéis tener una idea más o menos aproximada de lo que os espera al ver “Damages”, haced un pequeño esfuerzo mental y añadidle a la imagen que ahora tenéis en mente de esta estupenda serie de televisión un último ingrediente: más mierda.

Y ratifico lo dicho hace unas semanas: son buenos tiempos para la caja (ya no tan) tonta.

sábado, marzo 01, 2008

No sólo de rock vive el hombre...


Viñetas de calidad

Hace mucho que no escribo sobre tebeos. Sé que no es el tema predilecto de muchos de los que me leen. Por otro lado, resulta peliagudo ser crítico con la obra de otros dibujantes y guionistas cuando uno mismo está intentando dar sus primeros pasos en el medio y, al mismo tiempo, se sabe demasiado limitado como para dejarse llevar por la soberbia de juzgar el trabajo de los demás.

Sin embargo, hay ocasiones en que uno se siente en la necesidad de recomendar sus recientes lecturas viñetísticas sin importarle su propia condición de autor amateur, porque sencillamente sería una pena no poder divulgar la existencia de ciertas obras cuya calidad está fuera de toda duda a aquellos que, por la razón que sea, no han tenido a su alcance el conocerlas.

Últimamente no puedo quejarme en cuanto a comics. No sólo porque en los últimos meses se hayan publicado algunos francamente buenos, sino porque también he leído otros, igualmente brillantes, que se me habían escapado en el momento de su primera edición.

Hoy quiero hablar de tres títulos de la editorial vasca Astiberri, una de las mejores (sino la mejor) de nuestro país en cuanto a selección de títulos y calidad de la edición de los mismos.

Dentro del primer grupo, el de los recientemente publicados, está el magistral “Arrugas” de Paco Roca, un tebeo de una sensibilidad apabullante que narra la historia de un jubilado enfermo de alzheimer que es internado por su hijo en un asilo de ancianos. Pese a lo deprimente (y quizás previsible) del planteamiento, Roca sale airoso del entuerto haciendo gala de un sentido del humor elegante y respetuoso que consigue enternecer al lector de un modo más sutil que si hubiera apostado todos sus efectivos al caballo del drama encarnizado. “Arrugas” no busca que el lector pase un mal trago, más bien todo lo contrario. La vida cotidiana del protagonista y sus compañeros de la residencia de ancianos transcurre a medio camino entre las escenas que evocan sin acritud la nostalgia de la juventud y los gags de la más pura comicidad, guiándonos hacia un final que no por esperado pierde su enorme impacto, y rematando la faena con una nota alegre, quizás dando a entender que en la vejez, como en cualquier otro momento de la vida, el sentido del humor y las ganas de vivir son nuestro mejor aliado.

Y si en lo contado Roca demuestra una gran inteligencia, el modo de contarlo no le va a la zaga. Su estilo de dibujo limpio y expresivo casa como un guante con los objetivos de la trama, y su narrativa, aparentemente sencilla, esconde un buen puñado de golpes maestros que plasman con gran acierto visual la pérdida del sentido de la realidad que supone la terrible enfermedad que aqueja al personaje central de la obra.

Sin lugar a dudas, “Arrugas” es una obra que merece la pena leer, y uno de los comics imprescindibles del pasado 2007.


Como decía antes, últimamente no sólo he tenido la suerte de leer jugosas novedades, sino que también he disfrutado de otros tebeos que se me habían escapado en un primer momento y cuya calidad por fin he podido comprobar.

Tal es el caso de “Persépolis” de Marjane Satrapi, que había sido previamente publicado por la citada Astiberri en cuatro volúmenes que servidor rehusó comprar debido a su precio (bastante elevado para las características de la publicación) y a su poco atractivo dibujo, de corte naif y simplista. No obstante, las críticas eran tan positivas y la adaptación al cine tan celebrada (entre otras cosas, recientemente ha estado nominada al Oscar a la mejor película de animación), que en las últimas fiestas navideñas decidí pedirme la nueva edición, en un solo tomo encuadernado en cartoné y con un precio muy inferior a esos cuatro libros originales. Supongo que al saber de esta reedición, los que ya tuvieran la anterior habrán sentido un impulso irrefrenable de hacerse el hara-kiri.


“Persépolis” narra la historia autobiográfica de Marjane desde sus primeros recuerdos de infancia en Irán, su país natal, hasta su regreso a casa, ya convertida en mujer, después de vivir en Europa y conocer una sociedad que poco tiene que ver con la de su lugar de origen. En vez de plantearnos un “slice of life” egocéntrico al uso, Satrapi se vale de sus propias experiencias para realizar una descripción realista de su país y sus gentes, más allá del patriotismo (la autora es severa al juzgar los problemas de la sociedad iraní) y de la panfletaria propaganda de los países enemigos. Así, “Persépolis” supone una mirada fiel a una cultura que resulta desconocida para la mayoría del mundo occidental. Si además le sumamos un estilo de dibujo que, por muy limitado que pueda antojársenos, se manifiesta enormemente efectivo para el resultado de la narración (suavizando las partes más escabrosas y evitando así un tremendismo innecesario), y el sentido de humor que una historia de estos trazos precisa para no sobrepasar al lector, nos daremos cuenta de que estamos no sólo ante un magnífico tebeo, sino también ante una excelente obra de divulgación.

Similar al caso de “Persépolis” es el de “Malas ventas”.

Años atrás, este voluminoso trabajo del norteamericano Alex Robinson también había sido publicado en cuatro tomos por Astiberri. El año pasado, la editorial vasca decidió lanzar al mercado, del mismo modo en que hizo con la obra de Satrapi, una nueva edición integral y en tapas duras del tebeo en cuestión, generando una ocasión excelente para que aquellos que la habían dejado pasar en un primer momento pudieran hacerse con ella en las mejores condiciones (como es mi caso).


“Malas ventas” narra la historia de Jane, Sherman, Irving, Ed, Dorothy, Stephen y Hildy (además de otros muchos secundarios); siete personas cuyas vidas se entrecruzan en el Nueva York de los años 90. Aunque existen dos líneas narrativas principales (por un lado la relación entre Sherman y Dorothy; por el otro, la batalla legal de Ed e Irving contra la editorial de comics Zoom), el guión supone un intensivo repaso al terreno de las relaciones personales, sazonado con muchas otras particularidades que conforman la personalidad de cada ser humano: la amistad, el amor, el sexo, los celos, la envidia, los compañeros de trabajo, el adulterio, el compromiso, la familia, la vejez, las mascotas, la relación autor/público, los compañeros de piso, la comunidad de vecinos, las convenciones de frikis (con proyección de “La conquista del Planeta de los Simios” incluída), las drogas, la indigencia, la música, la literatura, la historiografía, el cine, la televisión y los secretos inconfesables que acabas soltando cuando llevas unas cervezas de más. Y todo hilvanado con frescura y sin estridencias gracias a unos diálogos creíbles y tremendamente naturales, que definen personajes complejos y llenos de claroscuros; todos ellos repletos de defectos y virtudes, ni buenos ni malos de forma absoluta. Simplemente muy humanos.

Aunque en un principio el trazo de Robinson pueda parecer titubeante, con el transcurrir de las páginas (y “Malas ventas” es un comic de más de 600) el autor consigue deshacerse de cualquier vacilación inicial empleando la mejor arma de un buen dibujante: la puesta en página. Si bien el dibujo no abandona cierto feísmo caricaturesco propio de los postulados gráficos del comic “indie”, sus composiciones de página y soluciones narrativas mejoran a cada momento, consiguiendo una lectura fluida y gratificante que nunca antepone el recurso visual a la legibilidad de la historia.

“Malas ventas” es, por tanto, un ejemplo perfecto de narración gráfica inteligente y sin complejos, repleta de agudas reflexiones sobre la naturaleza humana y aliñada con algunos de los diálogos más mordaces y divertidos que he leído en un tebeo. Y resulta, al igual que “Arrugas” y “Persépolis”, una puerta de entrada magnífica para todos aquellos que nunca hayan leído un comic y sientan la curiosidad de descubrir un medio artístico tan pleno y estimulante.

Un detalle metalingüístico

Como mencioné antes, uno de los pilares argumentales de “Malas ventas” es el litigio entre Ed Velásquez e Irvin Flavor contra Zoom Comics por los derechos de autor del personaje Nightstalker. Este argumento está claramente inspirado en la historia real de algunos dibujantes y guionistas de super-héroes anteriores a la II Guerra Mundial que vieron cómo las editoriales se quedaban con los derechos de explotación comercial de sus personajes sin recompensarles su enorme aportación en modo alguno. El caso más sonado es, sin duda, el de Jerry Siegel y Joe Shuster, creadores del icono mundial Superman, y que llegaron incluso a vivir en la indigencia pese a ser los padres de uno de los personajes de comic que más beneficios ha reportado a la editorial DC Comics en sus más de 75 años de existencia.

Abecedario personal: J de Japón

Miyamoto Musashi; los siete samurais; Astro Boy, Black Jack, Sohei y Siddharta; Takeshi Kitano / Beat Takeshi; el Dr. Tenma, Johan, Kenji y Amigo; el maestro Muteroshi (ou Mutenroi, en galego) y Sembei Norimaki; Tetsuo y Kaneda; Porco Rosso, Nausicaä, Mononoke, Chihiro y su vecino Totoro; Motoko Kusanagi; Itto Ogami, Daigoro y Asaemon Yamada; el hombre libre que llora; Sadako, mentiras y cintas de vídeo; mi padre y su almanaque; Shinji, Rei y Asuka; Light Yagami y L; el tren descarrilado; las espirales; Fly, caballero dragón; Yota Moteuchi y Ai Amano; Ryo Saeba; Ranma Saotome (y Ryoga, siempre); “¡dame tu fuerza, Pegaso!”; Gatsu y Griffith; Gally; Gen (que camina descalzo); Kabuto, el guerrero tengu; Yakumo y Pai; Chino y Dan; Oliver Atom y Benji Price; Chicho Terremoto y Rosita; Lupin, Patricia, Oscar y Francis; Sherlock Holmes convertido en pastor alemán (y el Dr. Watson en terrier); Manji el inmortal; Mugen y Jin; Spike Spiegel; el chico del bate dorado y, por supuesto, Edward y Alphonse Elric

Punto y mini-punto para el país del sol naciente.

La niña de Rajoy

Mucho se ha hablado del poco afortunado discurso final de Rajoy tras el primer debate televisado de la actual campaña electoral. Gracias a odriseibol he podido descubrir la interpretación más ocurrente de las palabras del líder de la oposición (al menos hasta el 9 de marzo).

Soy de los que piensan que el debate fue interesantísimo, y que el del lunes próximo lo será aún más (o debería serlo, pues tras las descalificaciones ha llegado el momento de abordar los proyectos de cada formación, y es ahí donde se deberían decidir unas elecciones).

Y, seáis de la opción política que seáis, el día 9 no se os olvide acudir a las urnas. Se lo debemos a todos los que lucharon por la democracia en España (y me viene a la cabeza una historieta de dos páginas de Carlos Giménez sobre las primeras elecciones tras la dictadura y que desgraciadamente no encuentro en internet para poder enlazar. Es una maravilla, lo juro).