sábado, septiembre 29, 2012

Los olvidados

Leo de prestado, en una cuidada edición recopilatoria en tapas duras a cargo de Norma Editorial, una maxiserie de 12 números escrita por J.M. Straczynski y dibujada por Gary Frank allá por el año 2000 que responde al título de “Midnight Nation”, y el pensamiento que me viene a la cabeza mientras hojeo sus primeras páginas es que ya he leído ese tebeo. Al menos su primer número. Lo compré en una edición de grapa de Planeta de Agostini (esto de los cambios de licencias en las editoriales españolas es un auténtico descontrol) hará una década, pero no me hice con los siguientes ejemplares por alguna razón que ahora se me escapa. Debo tener ese primer número de “Midnight Nation” por algún lado, posiblemente en el trastero de la casa de mis padres, pero me había olvidado de su existencia.


Lo cual no deja de ser curioso, porque “Midnight Nation” trata precisamente sobre las cosas olvidadas. Las personas olvidadas. Su protagonista es David Gray, un detective de homicidios de Los Ángeles que en el curso de una investigación es atacado por unas criaturas humanoides de piel verdosa y tatuada que le arrebatan el alma, condenándolo a un estado intermedio de la realidad llamado Entre mundos.

Entre mundos es “el otro lado de la metáfora”, el lugar al que caen “a través de las grietas de la acera” los marginados y los vagabundos; personas que se vuelven invisibles para el resto de la sociedad. Literalmente. Entre mundos comparte el mismo espacio físico que nuestra realidad, pero los que viven allí no pueden interactuar con nosotros, los que aún estamos integrados en la sociedad. Para recuperar su alma, David deberá cruzar en menos de un año esta versión fantasmagórica de los Estados Unidos desde L.A. hasta Nueva York, la ciudad donde se encuentra el responsable de su situación. Su guía será una mujer llamada Laurel que parece conocer todos los secretos de Entre mundos, pero que no puede revelarlos porque eso contradiría unas “reglas” que nunca llegan a estar del todo claras.


Considero a Straczynski un guionista de esos que habitualmente se denominan con oficio. El tipo sabe cómo estructurar un relato, redacta unos diálogos más que decentes y tiene destellos fugaces de genialidad en el terreno de las ideas. Todavía no he leído un solo tebeo suyo en el que no haya algo, por pequeño que sea, que merezca la pena rescatar. Incluso su lamentable etapa al frente de la serie regular de Thor para Marvel Comics tenía algún elemento, ya fuera una ocurrencia argumental o una sola línea de guión, que hacía que una o dos de aquellas veintitantas páginas mensuales mereciese, más allá del estupendo arte de Olivier Coipel, un destino mejor que la hoguera (al final todas esas grapas acabaron en una tienda de segunda mano, por cierto). Sin embargo, y aunque me faltan varios títulos de Straczynski por descubrir, tampoco he leído todavía un solo tebeo firmado por él que me haya dejado plenamente satisfecho; uno que justifique esa consideración de gran guionista que yo todavía no puedo compartir. En mi opinión, lo más parecido a un trabajo redondo en su bibliografía es “Estela Plateada: Requiem”, y lo es en gran parte gracias a la increíble labor pictórica de Esad Ribic.

“Midnight Nation” es un buen ejemplo de las aptitudes literarias de Straczynski. Se trata de un tebeo con una premisa interesante, escrito sobre la plantilla del clásico “viaje del héroe” (aquí en un sentido literal, al tratarse de un road comic), que mezcla el género de terror con un obvio componente de crítica social y con una búsqueda metafísica y espiritual de tintes religiosos. Las intenciones no podrían ser mejores, pero se corrompen al trasladarlas al papel por varios motivos.


El primero, en mi opinión, es la elección del público al que va dirigida “Midnight Nation”. Del mismo modo en que no se desarrolla igual una teleserie para la HBO que para la Fox, en el mundo del comic las propias editoriales establecen también, consciente o inconscientemente, ciertos parámetros que definirán sus publicaciones. Straczynski comete el error de alejar su propuesta de un sello más afín a sus intenciones (digamos, Vertigo) y publicar su maxiserie en el seno de Top Cow, uno de esos estudios nacidos bajo el paraguas de Image Comics y pensados para publicar cierto tipo de tebeos para cierto tipo de público. Tebeos como “CyberForce”, “Witchblade” o “The Darkness” para lectores que necesitan al menos diez páginas de acción por episodio para sentir que no han tirado su dinero a la basura. Consciente de ello, Straczynski incluye en el argumento de “Midnight Nation” frecuentes escenas de violencia física normalmente injustificadas (para ello se valdrá de las mentadas “reglas” de Entre mundos) que no aportan absolutamente nada al relato y que se perciben mero relleno para cumplir con unas exigencias concretas por parte de los editores y de su público potencial.


El segundo motivo es la elección del dibujante encargado de plasmar las ideas de Straczynski sobre el papel. Sé que Gary Frank tiene una importante legión de seguidores dentro de la corriente mainstream norteamericana, pero de ahí a que sea un artista polivalente dista un abismo. Puedo entender su presencia en títulos de corte super-heroico como “Supreme Power” o “Batman: Earth One”, pero me parece tan inapropiado para el tono de esta “Midnight Nation” como lo serían los mismísimos Jim Lee o John Romita Jr. En lugar de ofrecer el estilo atmosférico y personal que demanda la historia, Frank dibuja a cada personaje masculino como un culturista de dientes rechinantes y a cada carácter femenino como una playmate, obviando por el camino cualquier atisbo de creatividad en lo que respecta al diseño de los ¿villanos? y del mundo que habitan. Narrativamente es funcional, sin más. No me cabe la menor duda de que esta maxiserie habría resultado muchísimo más impactante si viniese ilustrada por un Jae Lee o un Lee Bermejo.


El tercer y último motivo por el que “Midnight Nation” me parece un tebeo fallido (aunque bastante apreciable, pese a todo) es la contención. Straczynski no consigue llevar su premisa hasta sus últimas consecuencias y, aunque logra crear un entretenimiento genuino, jamás sorprende ni maravilla. Todo es más o menos correcto, pero de una forma autolimitada, como si no quisiese abrazar ciertos riesgos que podrían espantar al lector más, digamos, convencional. Y lo que en manos de un escritor más osado, más visceral, podría haber dado para un memorable despliegue de emociones y adrenalina, en las de Straczynski se queda en una lectura que se disfruta mientras dura pero que a la larga acabará perdiéndose en las brumas de la memoria entre los cientos de títulos que uno afronta cada año.

Olvidada, como no podía ser de otro modo.

miércoles, septiembre 26, 2012

Despejando la X

Hay que reconocer que un servidor no estaba a priori demasiado convencido de que The xx, la pandilla de mocosos londinenses que en 2009 saltó a la palestra con el sublime LP “xx”, pudiera repetir el éxito de su debut: salvo por los clásicos aguafiestas que siempre recitan, casi como un mantra, la supuesta desnudez del emperador, tanto público como crítica se plegaron de forma generalizada ante la calidad de un disco que supuso un importante soplo de aire fresco en la escena musical del momento. Su propuesta era arriesgada: pop minimalista dialogado, desprovisto de cualquier exceso de producción, sin grandes alardes vocales, apoyado únicamente en la rotundidad de las canciones. Lo cual despertaba una evidente incertidumbre de cara a futuros esfuerzos: ¿podrían The xx publicar un segundo álbum sin traicionar estas bases y seguir sonando frescos? ¿Cuánto tardaría en agotarse una fórmula tan desprovista de recursos y posibles maquillajes?


La minimalista (faltaría más) portada de "Coexist".

Las primeras noticias posteriores al lanzamiento de “xx” no fueron halagüeñas: la guitarrista Baria Qureshi abandonaba el grupo y el cuarteto devenía trío, compuesto ahora por los vocalistas (además de instrumentistas) Oliver Sim y Romy Madley Croft y el percusionista y responsable de la parte electrónica Jamie Smith (a.k.a. Jamie xx).

Tras las conjeturas cultivadas a lo largo del 2011 (que si el nuevo disco sería más desenfadado, que si ahora tenían la vista puesta en las pistas de baile), no fue hasta julio de este año que pudimos escuchar un primer adelanto oficial y descubrir qué se estaba cociendo en el seno de la banda. “Angels” es todo lo que aquellos que nos enamoramos de The xx en su debut podríamos desear. Es lírica, delicada, breve, directa, íntima y asombrosamente romántica (“te mueves por la habitación / como si respirar fuese fácil / si alguien me creyese / estaría tan enamorado de ti / como yo lo estoy”). Es esa canción que te gustaría tener de fondo, sonando en bucle, en el interior de una habitación clausurada al mundo exterior, mientras follas haces el amor con la mujer de tus sueños durante el resto del 2012. El segundo adelanto llegaría algunas semanas después bajo el título de “Chained” y supuso un nuevo motivo de alegría: la Patrulla X mantenía el tipo con otra canción que rezuma sexualidad/complicidad y “Coexist” se postulaba, una vez más, como uno de los grandes lanzamientos del año.

Mirar a cámara en las fotos es taaaaaan mainstream.

Y llegó el 5 de septiembre, y con él la hora de la verdad. Y la verdad es que, en mi nada modesta pero siempre discutible opinión, el disco no funciona. Al contrario que en su predecesor donde, pese a la homogeneidad de sus arreglos, cada corte tenía una personalidad propia, las nuevas canciones se perciben débiles y formulaicas: pensadas para no exigir a la hora de interpretarlas más de lo que la banda puede ofrecer. Las hay mejores y las hay peores, por supuesto, pero pasada la excitación de los primeros compases, “Coexist” se convierte progresivamente en una sucesión de tics recurrentes (cuatro acordes de guitarra que se repiten en cada tema, bases rítmicas de una simpleza desconcertante) que termina por desdibujar totalmente su tracklist: ¿cuántas canciones he escuchado ya?; ¿la última ha durado 15 minutos o en realidad han sido varias?; ¿tiene Oliver Sim otro registro vocal además del de susurro-para-hacerme-el-interesante?

Lo que en pequeñas dosis (un par de singles) se prometía la experiencia musical de nuestras vidas, al dilatarse hasta conformar un LP descubre sus muchas carencias y propiedades somníferas: he intentado escuchar “Coexist” al completo varias veces, pero sólo lo he logrado en la primera ocasión. Me aburre mucho. Muchísimo. Y sí, tal vez el emperador haya estado siempre desnudo, pero antes al menos lucía unos abdominales de ensueño.

lunes, septiembre 24, 2012

Mátalos hablando

Llevo un tiempo intentando superar la apatía que me genera un título tan largo como “El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford” (no sólo en palabras, también en metraje: 160 minutos) y planteándome que ya va siendo hora de sentarme delante del televisor a ver el último western de renombre: una cinta dirigida por Andrew Dominik que le valió a Brad Pitt la Copa Volpi en el Festival de Venecia de 2007. Lo peor de todo es que tengo la película comprada en DVD desde hace casi dos años y todavía no le he dado la oportunidad de dormirme (según me advierten unos) o maravillarme (tal y como me prometen otros). De tanto esperar a que me sobrevengan las ganas de insertar el disco en la ranura de mi reproductor y darle al play, resulta que a Dominik y a Pitt les ha dado tiempo de rodar y estrenar un nuevo film, “Mátalos suavemente”, que llega ahora a la cartelera nacional con ganas de insuflar nuevos aires al género negro.

Cartel estadounidense del film.

¿Nuevos aires? Lamentablemente no. “Mátalos suavemente” pretende ser un híbrido entre el expeditivo cine de gangsters de Martin Scorsese, la agudeza introspectiva de los hermanos Coen y la pluma verborreica de Quentin Tarantino. Lo cual no tendría por qué ser necesariamente malo si no fuese porque la propuesta de Dominik (guionista además de director) deja las costuras perfectamente a la vista y, peor todavía, no ofrece un argumento de peso que sustente el copy & paste estilístico.

Brad Pitt. Hablando.

La cinta, basada en la novela "Cogan's Trade" de George V. Higgins, presenta a Pitt como el metódico asesino a sueldo Jackie Cogan, contratado para localizar a dos atracadores de perfil bajo que irrumpieron escopeta en mano en una partida de cartas entre jefes mafiosos, llevándose en la huida un botín considerable. Alrededor del asunto orbitan una serie de personajes (el abogado que actúa como enlace entre la mafia y Cogan, un gangster local sobre el que recaen inicialmente las sospechas y otro asesino a sueldo inmerso en una depresión autodestructiva) que aportan algo de sal a la receta, pero cuyas subtramas no llegan en ningún caso a cuajar totalmente.

Scoot McNairy. Charlando.

Lo cierto es que “Mátalos suavemente” se percibe como una cinta dispersa, que funciona mejor por escenas aisladas que en su conjunto. La excelente selección musical, la fabulosa fotografía a cargo de Greg Fraiser y la gran variedad de recursos plásticos que Dominik despliega en pantalla permiten percibir una inteligencia audiovisual genuina, capaz de sacar gran partido a los (muy) puntuales estallidos de violencia insertados en la trama. Sin embargo, el esfuerzo se queda en vacío recurso estético cuando el guión insiste constantemente en cargar las tintas en unos diálogos tan largos como insulsos que se adueñan (por omnipresentes) de una historia que no necesitaba tanta palabrería ni minutaje. Para mi desgracia, Dominik carece del nervio de Scorsese, de la ironía nihilista de los Coen y del verbo ágil de Tarantino.

Ray Liotta. Platicando.

Tampoco ayuda que la interesante (a priori) crítica a la identidad ferozmente capitalista de los Estados Unidos que recorre el metraje desde sus primeros compases quede finalmente explicitada de un modo tan torpe y directo. No creo que haya nada menos sutil que oír a un personaje verbalizando frente a cámara la lectura que debe hacer el espectador del material que está viendo.

Ben Mendelsohn. Dialogando.

Hay poco que reprochar, por otro lado, a un reparto verdaderamente entregado que, además del de Pitt (contenido y solvente), incluye nombres tan atractivos como los de Ray Liotta, Richard Jenkins, Sam Shepard (en un cameo cuya duración se cuenta en segundos) y un soberbio James Gandolfini, y que sirve de trampolín a un reconocimiento mayor para Scoot McNairy y Ben Mendelsohn, que interpretan a los atracadores marginales que dan el golpe en la timba. No es suficiente, ni con estos estupendos actores ni con el buen hacer de Dominik en el terreno estrictamente formal, para despertarme un interés real por lo que el cineasta australiano pretende contarme.

James Gandolfini. Adivina...

“Mátalos suavemente” me parece, en fin, un bello y pretencioso ejercicio de posmodernismo mal entendido. Y si ya antes me daba pereza enfrentarme a “El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford”, ahora ni os cuento.

viernes, septiembre 21, 2012

La cruzada de Frank Miller

Resulta más o menos indiscutible que Frank Miller fue en la década de los 80 (y aún en parte de los 90) una de las figuras más relevantes del mundo del tebeo y, si me apuráis, del arte popular. En lo que respecta a su producción reciente la diversidad de opiniones es, sin embargo, mucho mayor: hay quienes sostienen que Miller publicó su última gran obra en 2002, el controvertido “DK2: El caballero oscuro contraataca”; también quienes opinan que su penúltimo trabajo como guionista, “All-Star Batman & Robin the boy wonder”, es una acertada apuesta por la visceralidad más lúdica; e incluso habrá quien defienda su ópera prima como director de cine en solitario, la adaptación al celuloide del clásico en viñetas “The Spirit” (ya sabéis lo que decía Harry Callahan sobre las opiniones). Yo personalmente creo que el declive de Miller comenzó con la saga “Sin City”, tebeo cuya percepción por parte del público me parece, a excepción de dos títulos puntuales (“El duro adiós” y “Ese cobarde bastardo”), bastante sobredimensionada. No obstante, en su caída Miller aún tendría tiempo de escribir y dibujar una última obra mayor: “300”. Lo que vino después ha sido, en mi opinión, una decepción continua y una constante cuesta abajo cualitativa. Como guionista, ojo, porque como dibujante Miller sigue pareciéndome aún hoy un titán de la viñeta.


La próxima semana se publica en nuestro país, de la mano de Norma Editorial, el último trabajo como autor completo del artista estadounidense. Se titula “Holy Terror” y ha sido uno de los comics que más polvareda mediática ha levantado en la última década, desde el día de su anuncio hasta su publicación, y curiosamente uno de los títulos que ha pasado más desapercibido para el público norteamericano desde el momento de su aparición en tiendas. Lo que empezó siendo un proyecto protagonizado por uno de los personajes principales del Universo DC (“Batman contra Al Qaeda”, lo llamaba la prensa generalista de medio mundo) ha terminado como la primera (y única hasta la fecha) publicación de una editorial creada ex profeso por el estudio cinematográfico que produjo la olvidable adaptación de “300” a la gran pantalla, Legendary Pictures.


El argumento de “Holy Terror” es bastante esquemático: mientras el vigilante enmascarado Batman The Fixer persigue a la ladrona felina Catwoman Cat Burglar por el skyline nocturno de Gotham Empire City, una célula terrorista yihadista desata el infierno en la ciudad con un ataque indiscrimado a la población civil. Unidos por una causa común, el héroe y la (supuesta) villana iniciarán una sangrienta venganza contra los fanáticos enemigos del “mundo libre” (sigh).


Los motivos por los que Miller no llegó a publicar “Holy Terror” (anteriormente “Holy Terror, Batman!”) bajo el paraguas de DC Comics no están del todo claros, pero lo cierto es que al leer la versión final publicada por Legendary Comics resulta bastante obvio que los únicos cambios relevantes motivados por esta migración editorial han sido la nueva nomenclatura con la que se presenta a los personajes y escenarios y la desaparición de las reconocibles orejas de murciélago de la capucha del héroe gothamita. También hay un personaje de nuevo cuño llamado David, una suerte de super-héroe sionista que lleva una estrella de seis puntas tatuada en la cara, y que es posiblemente la creación milleriana que más me ha revuelto las tripas en mis 25 años como lector de tebeos.


Dado el actual clima de crispación y choque cultural que percibimos a diario a través de los medios, parece inevitable entender este “Holy Terror” como otro acto más de provocación contra el mundo islámico. Uno que posiblemente haría feliz a Terry Jones, si es que el pastor quemalibros no lo tiene ya en su mesilla de noche como lectura de cabecera. Pero creo sinceramente (y esto no es ironía) que debemos ser capaces de valorar artísticamente una obra aunque ideológicamente estemos en desacuerdo con ella. De hecho, y al contrario que Miller (o Jones, o tantos otros extremistas de cualquier credo o signo político), un servidor siempre ha abogado por tratar de entender al que opina de un modo diferente, y esa determinación es precisamente la que me ha llevado a reconocer en (por ejemplo) “La rebelión de Atlas” de Ayn Rand una entretenidísma novela distópica con la que no podría coincidir menos en materia ideológica: un buen libro de ficción que predica una filosofía nefasta para el mundo real.


Atendiendo a esta dimensión puramente artística, me temo que “Holy Terror” manifiesta un mensaje con el que estoy radicalmente en desacuerdo (“el Islam es el Mal”) de un modo que, además, me resulta escasamente atractivo. El dibujo de Miller me sigue pareciendo fabuloso (una abstracción gráfica brutalmente expresionista por parte de un autor que abandonó hace mucho los postulados pictóricos realistas) y creo que su habilidad narrativa se mantiene intacta (pese a la ausencia de novedades formales, la composición de página, el ritmo visual y el uso del color siguen siendo sólidos), pero el guión me parece tan ramplón, unidimensional y desprovisto de matices como una mala película de Michael Dudikoff. Y Michael Dudikoff no tiene películas buenas.


Miller, que pasó en los últimos 30 años de ser un duro detractor de la administración Reagan y de las grandes compañías que no retribuían derechos de autor a sus asalariados a proclamar públicamente (y de un modo poco cortés) su rechazo al movimiento "Occupy Wall Street", explica su ataque frontal al Islam recalcando que su nueva obra es un acto de propaganda, y compara su mensaje incendiario con el de las historias del Capitán América publicadas durante la II Guerra Mundial por Timely Comics. Si ésa es su justificación para ofrecer un producto tan pobre en ideas, tan ajeno a sutilezas y posibles segundas lecturas, tal vez sea porque Miller no ha entendido que, como cualquier otro tipo de manifestación cultural, la propaganda puede ser torpe o certera, estúpida o inteligente. La suya, por desgracia, supone el punto cualitativo más bajo en la trayectoria profesional de un autor imprescindible en la historia del medio. Un tipo de inmenso talento que ha ido perdiendo el norte progresivamente, y no sólo desde el punto de vista ideológico.


P.D.: al respecto de “Holy Terror”, recomiendo encarecidamente la lectura de esta entrada en el blog de Pepo Pérez y de esta otra en la bitácora de Santiago García, pues explican mucho mejor que un servidor, y de un modo más detallado, todos los aspectos tratados en esta reseña. Los comentarios de ambas entradas son también muy interesantes.

martes, septiembre 18, 2012

(Battle) Born in the USA

The Killers ya no molan.

No lo digo yo, ojo, sino la crítica musical seria y los bloggers entendidos. Molaban antes, al principio, cuando dieron el campanazo con “Hot Fuss”, un LP del que resulta realmente difícil destacar algo más que esos tres singles portentosos que los auparon a la fama. The Killers empezaron a no molar con su segundo disco, según muchos, porque “Sam's town” (que así se llamaba) dejaba de lado la tendencia indie para abrazar el rock de estadios alla Springsteen. Porque buscaba la épica, una cosa que no mola nada en estos tiempos en que lo cool es ser un cínico por vocación o un simpático nihilista. Para otros, The Killers dejaron de molar cuando publicaron hace cuatro años un single titulado “Human” que se convirtió en el último grito en politonos para el móvil y que supuso el derrumbe de su credibilidad como banda respetable de música pop. Para la inmensa mayoría de sus detractores, sin embargo, The Killers no molan porque Brandon Flowers y compañía (esos tres cuyo nombre nadie recuerda... ni siquiera el del tipo que parece hermano gemelo del actor Jason Lee) son unos horteras. Y mormones. Y republicanos (y amiguetes de Mitt Romney). Y porque hacen música para quinceañeras.


Pero a mí sí me molan The Killers. Me gusta moderadamente su primer disco (“Hot Fuss”) y me divierte bastante el tercero (“Day and Age”). Me vuelve loco “Sam's town”, el segundo (el de la épica para estadios; el que recuerda al Boss). Y me gusta mucho el que sale oficialmente hoy a la venta: “Battle Born”.

No voy a negar que The Killers sean unos horteras. Tú también lo serías si hubieses crecido en Las Vegas, maldita sea. Tampoco puedo desmentir (como si importase lo más mínimo) el hecho de que al menos uno de ellos, Flowers, sea mormón y republicano. Ni siquiera que hagan música para quinceañeras. Pero ¡ey! yo una vez tuve quince años y tampoco estuvo tan mal. Bueno, vale, reconozco que podría haber estado mejor. Ejem. Corramos un tupido velo.


“Battle Born”. Sí, a eso iba.

Un disco que es todo lo que uno podría esperar a estas alturas de The Killers: una colección de baladas románticas para bailar apretaditos y medios tiempos ampulosos que terminan infinitamente mejor que como empiezan, todo ello sazonado con guitarras y teclados de inconfundible aroma ochentero, ligeros arreglos electrónicos, "coros al estilo Queen" (alguien debería registrar esta frase y hacerse de oro cobrando derechos) y toneladas de épica. Y en medio, cuatro cortes arrolladores: “Flesh and bone”, “Runaways”, “The Rising Tide” y el titular; definiciones perfectas del término “grower” que quedarán de pinga junto a “Somebody told me”, “For reasons unknown” y “Spaceman” en el futurible greatest hits.

Así, “Battle Born” es un cruce (im)perfecto entre “Sam's town” y “Day and age”. Un álbum incapaz de decepcionar a cualquier fan de la banda que no se haya ido quedando en la cuneta tras cada nueva decisión creativa de Flowers y cía. a lo largo de la última década. Sin duda, un éxito a muchos niveles.


Mmm.

Para ser una reseña sobre un disco tan grandilocuente como “Battle Born”, esto ha quedado un poco soso. Toca sacarse de la manga una bottom line epatante: si Bret Easton Ellis hubiese escrito “American Psycho” la semana pasada, The Killers serían el grupo favorito de Patrick Bateman. ¿Cuenta eso como una recomendación?

jueves, septiembre 13, 2012

Relecturas estivales V: "Los Siete Soldados de la Victoria"

Si de algo no puede quejarse el guionista escocés Grant Morrison (“Flex Mentallo”, "Los Invisibles", “All-Star Superman”) es de que en DC Comics no le hayan dejado hacer (casi siempre) lo que le dé la real gana. Sólo a él se le podría haber ocurrido a mediados de la década pasada erigir un macroproyecto de siete series limitadas argumentalmente interrelacionadas que únicamente alcanzasen pleno sentido al ser leídas en el orden correcto. Un concepto (casi) revolucionario, inspirado en unos “Siete Soldados de la Victoria” originalmente creados por Mort Weisinger y Mort Meskin, y que tiene mucho que ver con la propuesta que Jack Kirby había hecho a la empresa propietaria de Superman y Batman tres décadas atrás y que dio lugar al llamado “Cuarto Mundo”.


El asunto suena complejo y requiere explicación: Morrison escribió siete colecciones de cuatro números cada una, dibujadas por otros tantos (y alguno más) dibujantes diferentes y protagonizadas respectivamente por siete héroes que nunca llegan a cruzar sus caminos, pero cuyas andanzas transcurren en paralelo y tienen incidencia directa en las del resto de caracteres. Las miniseries, publicadas en EE.UU. simultáneamente durante cuatro meses, fueron las siguientes:

Zatanna


Hechicera palindrómica que tanto se codea con la Liga de la Justicia como con el menos glamouroso John Constantine, la hija del difunto Giovanni Zatara fue creada en 1964 por Gardner Fox y James Murphy, y desde entonces ha sido un personaje recurrente en el submundo mágico del universo DC. En esta ocasión se nos presenta como una super-heroína frustrada que acude a grupos de autoayuda y recurre a los saberes arcanos para poner fin a su soltería invocando al hombre de sus sueños... con desastrosos resultados, por supuesto. El espléndido dibujo de Ryan Sook, deudor de Adam Hughes, ofrece algunos diseños de página de lo más interesantes.


Guardián de Manhattan


Puesta al día del Guardián, otra antigua idea de Jack Kirby, la versión ofrecida por Morrison convierte al ex-policía Jake Jordan en el héroe a sueldo del periódico “The Manhattan Guardian”, un estrambótico diario que utiliza a una legión de niños como redactores. Cameron Stewart ilustra esta alocada historia con ribetes de la Edad de Plata en la que se combinan piratas del metro de Nueva York, parques temáticos homicidas y monstruos clásicos del cine mudo.


Caballero Brillante


Único de los Siete Soldados originales (los de Weisinger y Meskin) con título propio en el puzzle morrisoniano, el caballero Justin es el último superviviente de una primigenia Camelot (la del rey Arturo) masacrada hace milenios por los Sheeda: una grotesca raza de ¿hadas? llegadas desde un lugar remoto conocido como Final del Verano. Escapando de la debacle de Avalon, Justin atravesará el espacio-tiempo para caer en la Nueva York del momento presente, justo a tiempo para una nueva invasión de los Sheeda. “Caballero Brillante” es la miniserie más relacionada con la trama principal de “Los Siete Soldados de la Victoria”, y está narrada de un modo ligeramente confuso por el vistoso artista italiano Simone Bianchi.


Klarion


Aparecido por vez primera en 1973 en las páginas de “The Demon” (oh, vaya, Kirby de nuevo), Klarion es un niño brujo que vive en el mundo subterráneo de Villa Limbo, donde los cadáveres se levantan de nuevo como mano de obra, convertidos en hombres Grundy (en alusión al villano clásico de Green Lantern, Solomon Grundy), y el fanatismo religioso campa a sus anchas en una sociedad que remite directamente al Puritanismo norteamericano del siglo XVII. El personal, atmosférico y expresivo estilo gráfico de Frazer Irving eleva notablemente la calidad de la miniserie más discreta de las siete que constituyen este fresco super-heroico (en mi nada modesta pero siempre discutible opinión, claro).


Bulleteer


Creación original de Morrison y del excelente dibujante Yanick Paquette (aunque inspirada en el personaje Bulletgirl que DC compró a Fawcett Comics en 1972), Bulleteer es Alix Harrower, esposa cornuda de un científico fetichista de las lolitas enmascaradas que convierte por accidente a su mujer en una invulnerable escultura viva de metal. Los conflictos matrimoniales, las convenciones de héroes en horas bajas y las webs de super-pornografía se dan la mano en la cabecera más plena de inventiva del conjunto.


Frankenstein


Desvarío pulp tan divertido como intrascendente (entiéndase todo ello en el mejor de los sentidos), la versión que Morrison propone de la criatura literaria creada por Mary Shelley tiene más que ver con el “Hellboy”de Mike Mignola (monstruo cazador de monstruos al servicio de una organización secreta internacional) que con la clásica encarnación victoriana del Moderno Prometeo. Dramáticamente inerte, este carrusel de acción e ideas extravagantes funciona a las mil maravillas gracias a la fantástica labor artística de Doug Mahnke. Tanto, que incluso se ha ganado una colección regular propia entre las recientes Nuevas 52 de DC Comics. Lamentablemente, en manos de otros autores.


Mister Milagro


Enésimo remake de un personaje creado por Kirby en estos Siete Soldados, Shylo Norman es un super-escapista de gran presencia mediática que acomete su número más peligroso: superar la gravedad aplastante del interior de un agujero negro (es Morrison, gente: sabíais a lo que veníais). La cosa se complicará cuando Norman capture la atención de un oscuro grupo de ¿mafiosos? ¿deidades cósmicas? que se reúne en el misterioso club Dark Side. El “Cuarto Mundo” es revisitado aquí por el chamán alopécico para poner en marcha los acontecimientos que mucho después conducirían al crossover “Crisis Final”, del mismo modo en que anteriormente el guionista había plantado las semillas de “Los Siete Soldados de la Victoria” en las páginas de “JLA: Clasificado” (en las que había presentado fugazmente a los Sheeda). Pese al innegable interés de esta “Mister Milagro”, el baile de dibujantes (de Pasqual Ferry a Freddie E. Williams II pasando por el discreto Billy Dallas Patton en sólo cuatro números) actúa en perjuicio del balance global de la miniserie.


Además de los siete títulos que componen el corpus central del proyecto, Morrison escribió un capítulo de presentación (el número 0 de “Los Siete Soldados de la Victoria”) y un epílogo coral (el numero 1) en el que se ataban (casi) todos los cabos que cada una de las siete miniseries había dejado sueltos y donde se ofrecía una conclusión satisfactoria a la trama principal de la invasión Sheeda. Ambos números suponen sendas cumbres cualitativas del proyecto y fueron dibujados por el inigualable J. H. Williams III, a quien los lectores de “Promethea” (aquella soberbia meta-fantasía onírica escrita por Alan Moore para sus America's Best Comics) recordarán como uno de los artistas más polivalentes (por su variedad de registros), inventivos (por su capacidad para la composición de página) y admirables (por la belleza incontestable de su trazo detallista) del actual panorama mainstream USAmericano.


La edición española de “Los Siete Soldados de la Victoria” a cargo de Planeta de Agostini se llevó a cabo en siete tomos mensuales, dedicados cada uno a un personaje distinto, además de dos tebeos de grapa (los números 0 y 1) publicados en los meses inmediatamente anterior y posterior al primer y último tomos, trastocando el plan original de lanzar simultáneamente cada episodio de las distintas miniseries y ofreciendo una imagen de conjunto distorsionada en la que resultaba complicado identificar todos los puntos de tangencia entre unas y otras cabeceras. Releídos ahora en el orden diseñado por Morrison, estos “Siete Soldados de la Victoria” me han parecido una nueva demostración del talento de un escritor genial aunque excesivamente convencido de su propia genialidad, probablemente más inspirado en el terreno de las ideas que en el de los resultados.


Arriesgada, densa y siempre entretenida (incluso en sus momentos más bajos), “Los Siete Soldados de la Victoria” padece una acusada dispersión narrativa, un cripticismo en ocasiones gratuito y una inevitable irregularidad en el aspecto visual. Se trata de un festín de referencias cruzadas y tramas intencionadamente enmarañadas que resultará indigerible para el neófito pero muy sugerente para el lector iniciado: una de las propuestas más ambiciosas y sorprendentes de cuantas hemos disfrutado dentro de la continuidad oficial del universo DC en los últimos 10 años.

Un tebeo muy bueno, muy irregular y decididamente no apto para todos los públicos.

lunes, septiembre 10, 2012

Periodismo 2.0

Existen en la actualidad pocos guionistas de cine y/o televisión que, no siendo al mismo tiempo directores, puedan considerarse auténticas estrellas; nombres lo suficientemente conocidos y reverenciados como para atraer a un gran sector del público a su siguiente proyecto, sea cual sea. Pese a mi predilección absoluta por el trabajo de Charlie Kaufman, probablemente hoy por hoy el más mediático de estos guionistas sea Aaron Sorkin. El neoyorkino, dialoguista espídico especializado en temas políticos (no en vano fue el cerebro tras la teleserie “El ala oeste de la Casa Blanca” durante cuatro temporadas), lleva unos años acumulando nominaciones y premios gracias a su reciente trabajo para la gran pantalla en films como “La red social” o “Moneyball”, pero parece sentir una especial predilección por la televisión, ya sea como vehículo para difundir su mensaje o como núcleo temático del mismo. En una suerte de cabriola metalingüística, su último proyecto hasta la fecha, “The Newsroom”, es una serie que disecciona, critica y también idealiza el propio medio en que se desarrolla.

Cartel promocional de "The Newsroom".

La primera temporada de “The Newsroom” narra en 10 episodios el día a día de la redacción de “News Night”, el noticiario nocturno de la cadena ficticia ACN (Atlantis Cable News) presentado por Will McAvoy. Republicano (con carnet), desencantado con la profesión y preocupado únicamente por las cifras de audiencia, McAvoy recuperará súbitamente su compromiso con la verdad tras lo que aparenta ser una crisis nerviosa durante un debate televisado desde una universidad. Convencido de que es posible hacer de “News Night” un auténtico baluarte del periodismo útil, el presidente de la división de noticias de la ACN, Charlie Skinner, aprovechará las subsiguientes vacaciones forzosas de McAvoy para contratar como productora de “News Night” a MacKenzie McHale, curtida reportera de ideología demócrata que tuvo en el pasado una relación sentimental con el presentador. Junto a un equipo compuesto por talentosos aunque inexpertos jóvenes periodistas, el recobrado McAvoy y su ex pareja McHale tratarán de poner en marcha lo que ellos denominan “News Night 2.0”: un nuevo formato de telediario pensado para civilizar al pueblo norteamericano y convertirlo así en un electorado mejor informado y, por ende, más responsable social y políticamente.

Olvídate de "Dos tontos muy tontos": Jeff Daniels es Will McAvoy. Y lo borda.

Confieso que “The Newsroom” me tiene enamorado. Posiblemente más por lo que propone y lo que pretende que por lo que finalmente ofrece. La serie está protagonizada por un grupo de comunicadores super-heroicos imbuidos por el romanticismo naïf, casi capriano, de un estudiante de primero de Ciencias de la Información. Personas tan rematadamente inteligentes, simpáticas, buenas (y algunas hasta físicamente perfectas, como la doctora en economía Sloan Sabbith), y tan dedicadas en cuerpo y alma al periodismo, que por momentos uno querría irse a vivir a su continuo espacio-tiempo de ficción y perder de vista a la nueva directiva de RTVE en el más recóndito agujero negro del multiverso. Son los Atticus Finch y los Jean Valjean del periodismo. Y esta circunstancia, este elenco protagonista tan rematadamente idealizado que muchos otros podrían considerar un infranqueable muro para su suspensión de la incredulidad, a mí me conmueve.

Emily Mortimer es MacKenzie McHale: el ideal periodístico personificado.

Probablemente porque soy de los que piensan que los vídeos íntimos de los concejales no deberían ser noticia salvo que supusieran una ilegalidad manifiesta. O porque creo que nuestra clase gobernante se está yendo de rositas en cada nueva declaración a los medios porque nadie la obliga a llamarle a las cosas por su nombre y ofrecernos así las respuestas precisas y transparentes que, como los ciudadanos a los que han jurado servir, nos son debidas. O porque nuestros supuestos protectores han hecho intencionadamente de la economía un jeroglífico tan intrincado que muchos empleamos a diario términos como “prima de riesgo” o “banco malo” sin tener una idea clara de a qué nos estamos refiriendo. Ver a los personajes de “The Newsroom” arremeter quijotescamente (palabra clave del imaginario Sorkin) contra ello es algo que inevitablemente me llega. Me emociona. Me toca la patata. Hasta el punto de hacerme llorar. Lo juro.

Sam Waterston es Charlie Skinner. Perro viejo.

Es justo después de enjugarme la lagrimita tonta que se balancea en mi párpado cada vez que termino un nuevo capítulo de “The Newsroom” que empiezo a reflexionar en frío sobre lo visto y comprendo que esta producción es, en esencia, imperfecta y desequilibrada.

Conviven en “The Newsroom” dos series distintas condenadas a entenderse para el buen funcionamiento del plan de Sorkin. Por un lado tenemos la “The Newsroom” comedia romántica: un cúmulo de tópicos sobre triángulos amorosos en el puesto de trabajo, malentendidos poco creíbles que juntan y separan parejas según convenga y personajes ligeramente histéricos (o directamente esquizoides) que, cual perro del hortelano, ni comen ni dejan comer. Esta “The Newsroom” es una serie conceptualmente vulgar que acaba siendo moderadamente entretenida gracias a una realización modélica (dirección, fotografía, montaje y banda sonora funcionan como una máquina perfectamente engrasada) y al ritmo y la inteligencia que Sorkin imprime a los diálogos que los actores (impecables, todos) escupen como auténticas ametralladoras. La función de esta “The Newsroom” es atrapar a esa parte del público abonado a la HBO que prefiere propuestas más frívolas como “Sexo en Nueva York” o “True blood” a auténticas pedradas al statu quo socio-político-económico como “The Wire” o “Treme”.

Alison Pill es la becaria emocionalmente confusa Maggie Jordan.

¿Por qué? Porque existe otra “The Newsroom”: una serie que vertebra un discurso más denso y enfático sobre los mecanismos de información (y desinformación) de las sociedades occidentales, y que lo hace a través de ejemplos específicos tomados de la realidad (las noticias que presenta Will McAvoy son rigurosamente verídicas). Una serie que pretende inocular en el espectador el virus (o tal vez la cura contra la falta) de la inteligencia, de la capacidad crítica, del cuestionamiento de “las verdades oficiales” y de la responsabilidad de los medios de comunicación a la hora de informar legítimamente a los ciudadanos. Es ésta la “The Newsroom” que me enamora; la que pone el dedo en la llaga (a veces con más fortuna, a veces con menos) y se atreve a citar con nombres y apellidos a algunos de los mayores impresentables de la historia política reciente de EE.UU. Pero es una “The Newsroom” que, lo asumo, podría parecer poco atractiva para un público deseoso de pasatiempo y vodevil, al que Sorkin ha sabido llegar (o eso quiero creer) introduciendo el elemento culebrónico al que antes aludía.

Olivia Munn es una diosa Sloan Sabbith, experta en economía.

Pese a lo que él mismo pueda argumentar, no me cabe ninguna duda de que el guionista tiene en mente la misma finalidad que sus personajes: civilizar a la audiencia. Y, como uno de los protagonistas de la serie confiesa en un momento dado, “a veces tienes que cometer un mal pequeño para lograr un bien mayor”. Pese a la imperfección, pese al desequilibrio, yo lo tengo perfectamente claro: ojalá todas las iniciativas para instruir a la ciudadanía fuesen tan ligeras y divertidas; ojalá todos los divertimentos ligeros fuesen tan cívicos e instructivos.

viernes, septiembre 07, 2012

Colaboración con ECC Ediciones: "American Vampire #4"

Hoy mismo se han anunciado las novedades para octubre de la editorial ECC (ya sabéis, la flamante nueva propietaria de los derechos de DC Comics y su prestigioso subsello Vertigo en España), y las buenas noticias son que va a publicarse una nueva colaboración firmada por un servidor en uno de sus títulos estrella: el "American Vampire" de Scott Snyder y Rafael Albuquerque.


El cuarto tomo de "American Vampire", en el que se inicia mi estancia como redactor editorial, contiene mi arco argumental favorito hasta la fecha ("Bite them back!"), además de una saga dibujada por la leyenda del comic patrio Jordi Bernet ("Torpedo 1936", "Historias Negras", "Clara de Noche").

¡Permaneced atentos a vuestras librerías!

lunes, septiembre 03, 2012

Más sangre. Más sudor. Mucho más botox.

Nostalgia. Pero no como la de Tarkovski. Ni la de Veidt. Nostalgia de la otra, de la que consigue que aquello que era una basura incuestionable hace treinta años hoy casi parezca patrimonio de la humanidad.

El tito Sly (actor, guionista, productor), en el centro: auténtico hombre del Renacimiento.

“Los mercenarios 2”, secuela de aquel ejercicio de revisionismo testosterónico ochentero titulado (claro) “Los mercenarios”, es una píldora de nostalgia irracional, visceral, primitiva. Estúpida hasta límites insospechados, vaya. Existe porque hace tres décadas se hicieron un montón de películas igualmente primitivas, estúpidas y peligrosamente fascistas (a poco que uno se las tome en serio) que nos alegraron a unos cuantos las tardes de fin de semana cuando aquel negocio llamado videoclub (“¿qué era eso?”, me preguntarán mis nietos) suponía, junto a las tiendas de música (ídem para mis nietos), un auténtico sancta sanctorum de la cultura de masas.

De los creadores de "Contando con Bruce Springsteen" llega...

Los 80, santo cielo: Ronald Reagan era el líder del mundo libre, Prince era un icono (hetero)sexual, “MacGyver” la serie estrella de la televisión, Johan Cruyff todavía fumaba tabaco... y Arnold Schwarzenegger, Sylvester Stallone, Jean-Claude Van Damme y Dolph Lundgren eran los reyes del mambo en el cine de videoclub. Ahora vuelven (otra vez) a la gran pantalla como esas viejas glorias del rock que hacen su gira de reunión para sacar rédito a la nostalgia y poder pagarse el yate, el chalet nuevo o el penúltimo divorcio (o su próximo ciclo de Dianabol y Decadurabolin, en el caso que nos ocupa), pero los greatest hits de su repertorio suenan apolillados y sólo convencerán a aquellos fans que se dieron sus primeros morreos cuando “The final countdown” era número 1 en las listas de éxitos y desde entonces no han sabido besar a la parienta si no es con la voz de Joey Tempest haciéndole la segunda a su respiración entrecortada.

¿No echáis de menos a alguien?

“Los mercenarios 2” resulta (acaso fuera posible) una película infinitamente más absurda, delirante y estúpida que su predecesora. Donde aquella fingía unos mínimos de coherencia interna y lógica dramática (sin pasarse, ojo), ésta opta directamente por ser un festival de incongruencias sin justificación; por la negación de los mínimos que deben definir a un personaje, por secundario (o terciario) que sea; por la renuncia al raccord, los FX dignos, el menor atisbo de una estructura reconocible en el guión o por la asunción de que el público descerebrado al que se dirige esta propuesta no tiene, por definición, derecho a reclamación.

Por el Chuck ex machina (con Chuck Norris fact de regalo, para más inri).

"En una ocasión Chuck Norris visitó las Islas Vírgenes, hoy conocidas simplemente como las Islas".

Simon West, director mercenario (no es un juego de palabras, lo juro) que en el pasado firmó títulos como “Con Air” o “Lara Croft: Tomb Raider”, toma el mando de una producción que reúne a los protagonistas de la anterior entrega (salvo Mickey Rourke, cuyo personaje ni se menta) e incorpora a Jean-Claude Van Damme (y sus ojeras de politoxicómano) en el papel del pérfido villano Villain (tampoco es un juego de palabras, ¿no?), al cachocarne Scott Adkins como lugarteniente del anterior, al yougurín Liam Hemsworth (hermano de Thor y prometido de Hannah Montana: ¡toma c.v.!) como joven ¿promesa del género? y a la “china genérica número 721” (una tal Nan Yu) como contrapunto femenino de la viril pandilla protagónica. Lo de Chuck Norris queda en cameo, aunque el recuerdo de su barba de poriespan negro (enmarcada por unos acordes inmortales de Morricone) sea a la postre una de las impresiones más memorables de la cinta. El argumento se resume en una línea (Van Damme fastidia a los Mercenarios y éstos deciden cepillárselo caiga quien caiga) y el resto es puro slapstick de destrucción masiva (con sangre digital a borbotones) y un atentado continuo contra los estándares narrativos, lógicos y estéticos más elementales.

Así, cuando Sly sonríe el celuloide se arruga produciendo el efecto licuado de un cuadro de Dalí, y de esta grotesca imagen sólo logran distraernos los omnipresentes bíceps de un Terry Crews cuyos únicos méritos interpretativos son haber participado en unos extravagantes anuncios de Old Spice y haberse colado en un par de episodios de la estupenda teleserie “The Newsroom” (otro día, si procede, hablamos de ella). Schwarzenegger y Willis repiten con un par de escenas más que en la primera entrega sólo para que sus nombres puedan lucir bien grandes en el póster y Jet Li aparece diez minutos para recordarnos que igual sale en la tercera (junto al confirmado Nicolas Cage) si alguien lo echa de menos en ésta. Por su parte, y como si de una Ana Obregón escandinava e hipertrofiada se tratase, el polivalente Dolph Lundgren se limita a aprovechar cualquier ocasión que le brinda el libreto para recordarnos que es ingeniero químico. Finalmente Randy Couture, que sólo tiene cuatro frases (y ninguna de más de cinco palabras), se marca el momento más descacharrante (asumo que involuntariamente) de la cinta al aparecer en una escena leyendo un libro y hasta con las gafas puestas.

Tampoco es que “Los mercenarios 2” engañe a nadie, claro. Se veía venir desde el trailer, y aún desde el final de su primera entrega, que esto no iba a ser “Centauros del desierto”, precisamente. Así que lo más increíble, a la postre, es que un servidor haya ido a ver semejante atentado contra el buen gusto por decisión propia y hasta pagando el precio de la entrada (¡con la que está cayendo!).

Tal vez no sea nostalgia. Tal vez se trate, simple y llanamente, de ser un poco gilipollas.