Leo
de prestado, en una cuidada edición recopilatoria en tapas duras a
cargo de Norma Editorial, una maxiserie de 12 números escrita por
J.M. Straczynski y dibujada por Gary Frank allá por el año 2000 que
responde al título de “Midnight Nation”, y el pensamiento que me
viene a la cabeza mientras hojeo sus primeras páginas es que ya he
leído ese tebeo. Al menos su primer número. Lo compré en una
edición de grapa de Planeta de Agostini (esto de los cambios de
licencias en las editoriales españolas es un auténtico descontrol)
hará una década, pero no me hice con los siguientes ejemplares por
alguna razón que ahora se me escapa. Debo tener ese primer número
de “Midnight Nation” por algún lado, posiblemente en el trastero
de la casa de mis padres, pero me había olvidado de su existencia.
Lo
cual no deja de ser curioso, porque “Midnight Nation” trata
precisamente sobre las cosas olvidadas. Las personas olvidadas. Su
protagonista es David Gray, un detective de homicidios de Los Ángeles
que en el curso de una investigación es atacado por unas criaturas
humanoides de piel verdosa y tatuada que le arrebatan el alma,
condenándolo a un estado intermedio de la realidad llamado Entre
mundos.
Entre
mundos
es “el otro lado de la
metáfora”,
el lugar al que caen “a
través de las grietas de la acera”
los marginados y los vagabundos; personas que se vuelven invisibles
para el resto de la sociedad. Literalmente. Entre
mundos
comparte el mismo espacio físico que nuestra realidad, pero los que
viven allí no pueden interactuar con nosotros, los que aún estamos
integrados en la sociedad. Para recuperar su alma, David deberá
cruzar en menos de un año esta versión fantasmagórica de los
Estados Unidos desde L.A. hasta Nueva York, la ciudad donde se
encuentra el responsable de su situación. Su guía será una mujer
llamada Laurel que parece conocer todos los
secretos de Entre mundos,
pero que no puede revelarlos porque eso contradiría unas “reglas”
que nunca llegan a estar del todo claras.
Considero
a Straczynski un guionista de esos que habitualmente se denominan con
oficio.
El tipo sabe cómo estructurar un relato, redacta unos diálogos
más que decentes y tiene destellos fugaces de genialidad en el terreno
de las ideas. Todavía no he leído un solo tebeo suyo en el que no
haya algo, por pequeño que sea, que merezca la pena rescatar.
Incluso su lamentable etapa al frente de la serie regular de Thor
para Marvel Comics tenía algún elemento, ya fuera una ocurrencia
argumental o una sola línea de guión, que hacía que una o dos de
aquellas veintitantas páginas mensuales mereciese, más allá del estupendo arte de Olivier Coipel, un destino mejor que la hoguera (al
final todas esas grapas acabaron en una tienda de segunda mano, por
cierto). Sin embargo, y aunque me faltan varios títulos de
Straczynski por descubrir, tampoco he leído todavía un solo tebeo
firmado por él que me haya dejado plenamente satisfecho; uno que
justifique esa consideración de gran guionista que yo todavía no
puedo compartir. En mi opinión, lo más parecido a un trabajo
redondo en su bibliografía es “Estela Plateada: Requiem”, y lo
es en gran parte gracias a la increíble labor pictórica de Esad Ribic.
“Midnight
Nation” es un buen ejemplo de las aptitudes literarias de
Straczynski. Se trata de un tebeo con una premisa interesante,
escrito sobre la plantilla del clásico “viaje
del héroe”
(aquí en un sentido literal, al tratarse de un road
comic),
que mezcla el género de terror con un obvio componente de crítica
social y con una búsqueda metafísica y espiritual de tintes
religiosos. Las intenciones no podrían ser mejores, pero se
corrompen al trasladarlas al papel por varios motivos.
El
primero, en mi opinión, es la elección del público al que va
dirigida “Midnight Nation”. Del mismo modo en que no se
desarrolla igual una teleserie para la HBO que para la Fox, en el
mundo del comic las propias editoriales establecen también, consciente o
inconscientemente, ciertos parámetros que definirán sus
publicaciones. Straczynski comete el error de alejar su propuesta de
un sello más afín a sus intenciones (digamos, Vertigo) y publicar
su maxiserie en el seno de Top Cow, uno de esos estudios nacidos bajo
el paraguas de Image Comics y pensados para publicar cierto tipo de
tebeos para cierto tipo de público. Tebeos como “CyberForce”,
“Witchblade” o “The Darkness” para lectores que necesitan al
menos diez páginas de acción por episodio para sentir que no han
tirado su dinero a la basura. Consciente de ello, Straczynski incluye
en el argumento de “Midnight Nation” frecuentes escenas de
violencia física normalmente injustificadas (para ello se valdrá de
las mentadas “reglas”
de Entre mundos)
que no aportan absolutamente nada al relato y que se perciben mero
relleno para cumplir con unas exigencias concretas por parte de los
editores y de su público potencial.
El
segundo motivo es la elección del dibujante encargado de plasmar las
ideas de Straczynski sobre el papel. Sé que Gary Frank tiene una
importante legión de seguidores dentro de la corriente mainstream
norteamericana, pero de ahí a que sea un artista polivalente dista
un abismo. Puedo entender su presencia en títulos de corte
super-heroico como “Supreme Power” o “Batman: Earth One”, pero me parece
tan inapropiado para el tono de esta “Midnight Nation” como lo
serían los mismísimos Jim Lee o John Romita Jr. En lugar de ofrecer
el estilo atmosférico y personal que demanda la historia, Frank
dibuja a cada personaje masculino como un culturista de dientes rechinantes y a cada
carácter femenino como una playmate,
obviando por el camino cualquier atisbo de creatividad en lo que
respecta al diseño de los ¿villanos? y del mundo que habitan.
Narrativamente es funcional, sin más. No me cabe la menor duda de
que esta maxiserie habría resultado muchísimo más impactante si
viniese ilustrada por un Jae Lee o un Lee Bermejo.
El
tercer y último motivo por el que “Midnight Nation” me parece un
tebeo fallido (aunque bastante apreciable, pese a todo) es la
contención. Straczynski no consigue llevar su premisa hasta sus
últimas consecuencias y, aunque logra crear un entretenimiento
genuino, jamás sorprende ni maravilla. Todo es más o menos correcto, pero de una
forma autolimitada, como si no quisiese abrazar ciertos riesgos que podrían espantar al lector más, digamos, convencional. Y lo que en manos de un escritor más
osado, más visceral, podría haber dado para un memorable
despliegue de emociones y adrenalina, en las de Straczynski se queda
en una lectura que se disfruta mientras dura pero que a la larga
acabará perdiéndose en las brumas de la memoria entre los cientos
de títulos que uno afronta cada año.
Olvidada,
como no podía ser de otro modo.