Michael Bay y Steven Spielberg retoman dos años después la saga de blockbusters más hiperbólica, megalomaníaca y robo-apocalíptica de la historia del cine y ahí está un servidor, al pie del cañón, dispuesto a informar de la experiencia.
Sin que sirva de precedente, hoy os ofrezco dos versiones de la misma reseña. Una más breve y sintética, haciendo click aquí, y otra algo más desarrollada, pinchando acullá.
lunes, junio 27, 2011
domingo, junio 26, 2011
La sombra de Morricone es alargada
“(...)
Fooled them hoping to seem
Like a slave of evil but the product of greed and
It's not a mass to be honest with me
We can't afford to ignore that I'm the disease
Practical since we had to be and
When they were old they came back to me and they tried
Oh, they tried
And when you follow through and wind upon your back
Looking up at those stars in the sky those white clouds have turned black”
“Rome” es uno de esos proyectos que parecen atractivos desde el primer momento en que lees u oyes acerca de su existencia: el productor estrella y cerebro detrás de Gnarls Barkley, Danger Mouse, se une al compositor de bandas sonoras Daniele Luppi para realizar un homenaje al spaghetti western que incluye tanto melodías instrumentales como temas cantados por figuras de primer orden del pop-rock como Jack White y Norah Jones.
“Rome” se queda, sin embargo, en un montón de buenas intenciones y un resultado por debajo de las expectativas. Es un disco que agrada, sí, pero que no llega a enamorar. Pese a contener un total de 15 cortes, un recuento mínimamente exigente se salda con tres buenas canciones (“Two against one”, “The world” y la elegantísima “Black”, a la que pertenecen los versos que abren esta entrada) y un montón de apuntes orquestados que nunca llegan a concretarse (tan sólo “Roman blue” y “Her hollow ways” parecen haber sido llevadas hasta sus últimas consecuencias). Un balance ligeramente decepcionante para un proyecto que llevaba cinco años gestándose y que, una vez escuchado, no hace sino revalorizar las insuperables composiciones originales a las que rinde pleitesía: Morricone es mucho Morricone.
Fooled them hoping to seem
Like a slave of evil but the product of greed and
It's not a mass to be honest with me
We can't afford to ignore that I'm the disease
Practical since we had to be and
When they were old they came back to me and they tried
Oh, they tried
And when you follow through and wind upon your back
Looking up at those stars in the sky those white clouds have turned black”
“Rome” es uno de esos proyectos que parecen atractivos desde el primer momento en que lees u oyes acerca de su existencia: el productor estrella y cerebro detrás de Gnarls Barkley, Danger Mouse, se une al compositor de bandas sonoras Daniele Luppi para realizar un homenaje al spaghetti western que incluye tanto melodías instrumentales como temas cantados por figuras de primer orden del pop-rock como Jack White y Norah Jones.
“Rome” se queda, sin embargo, en un montón de buenas intenciones y un resultado por debajo de las expectativas. Es un disco que agrada, sí, pero que no llega a enamorar. Pese a contener un total de 15 cortes, un recuento mínimamente exigente se salda con tres buenas canciones (“Two against one”, “The world” y la elegantísima “Black”, a la que pertenecen los versos que abren esta entrada) y un montón de apuntes orquestados que nunca llegan a concretarse (tan sólo “Roman blue” y “Her hollow ways” parecen haber sido llevadas hasta sus últimas consecuencias). Un balance ligeramente decepcionante para un proyecto que llevaba cinco años gestándose y que, una vez escuchado, no hace sino revalorizar las insuperables composiciones originales a las que rinde pleitesía: Morricone es mucho Morricone.
jueves, junio 23, 2011
Preestrenos: "Cars 2"
Por norma general, asistir a un preestreno es siempre un motivo de alegría para mí. Me apasiona el cine, me divierte muchísimo escribir sobre mis experiencias ante una pantalla y me parece una autética bicoca poder presenciar los estrenos de la temporada en pases matutinos unos días antes de su difusión comercial. Incluso si la peli resulta ser un bodrio de tomo y lomo, la experiencia sigue mereciendo la pena (y además me sirve para hacer callo como blogger). Ahora bien, reconozco que en el momento en que me ofrecieron asistir al pase de prensa de "Cars 2" sentí "algo más" que una simple alegría.
Pixar, ya lo he comentado en El Abismo tantas veces que he perdido la cuenta, estrena año tras año una de mis películas favoritas de la temporada. Tanto da que se titule "Toy Story" como "Up" o "Wall-E". Como diría el personaje de Bonasera al principio de "El padrino": "I believe in Pixar".
Y aún así, "Cars" no se encuentra, ni de lejos, entre mis títulos favoritos del estudio dirigido por John Lasseter. No tenía, por tanto, ni idea de qué podría ofrecer una secuela que a priori parecía un añadido sin un sentido dramático lógico a la primera entrega. Una vez vista, debo decir que...
Oh, qué demonios: ya sabéis cómo funciona esto, así que haced el favor de clickar en el siguiente enlace para conocer mi opinión sobre la película: "Ka-Chow!"
Pixar, ya lo he comentado en El Abismo tantas veces que he perdido la cuenta, estrena año tras año una de mis películas favoritas de la temporada. Tanto da que se titule "Toy Story" como "Up" o "Wall-E". Como diría el personaje de Bonasera al principio de "El padrino": "I believe in Pixar".
Y aún así, "Cars" no se encuentra, ni de lejos, entre mis títulos favoritos del estudio dirigido por John Lasseter. No tenía, por tanto, ni idea de qué podría ofrecer una secuela que a priori parecía un añadido sin un sentido dramático lógico a la primera entrega. Una vez vista, debo decir que...
Oh, qué demonios: ya sabéis cómo funciona esto, así que haced el favor de clickar en el siguiente enlace para conocer mi opinión sobre la película: "Ka-Chow!"
Cunnilingus, mon amour
Anoche, tras llevar a buen término una importante purga de archivos innecesarios en mi disco duro externo (haciendo espacio para otros muy necesarios), me entretuve un buen rato vagabundeando por el explorador de Windows, repasando mi colección de música en mp3. De vez en cuando resulta divertido hacer un recuento de lo que se tiene, de lo que se ha escuchado mucho, de lo que se ha escuchado poco y de lo que no se ha llegado a escuchar jamás (asumo que ya sabéis cómo funciona la fiebre de las descargas: uno se baja todo lo que le sale al paso y al final no disfruta más que del 25-30% de lo cosechado). Revisando los gigabytes de música que llevo acumulados a lo largo de los últimos años, me reencontré con algunos discos que hacía mucho tiempo que no escuchaba y sentí la necesidad de ponerlos de nuevo a sonar.
(Flashback, s'il vous plait)
Unos meses antes de comenzar la andadura bloggera del Abismo, servidor disfrutó de una breve estancia como estudiante de Erasmus en Francia, más concretamente en la ciudad vinícola de Bordeaux. Allí, además de estudiar poco y conocer a unas cuantas personas estupendas, tuve la suerte de descubrir una pequeña parte de la cultura ociopática francesa, a años luz (sobre todo en volumen, pero en ocasiones también en calidad) de su equivalente hispana. Así, leí tebeos imposibles de encontrar traducidos a la lengua de Cervantes, acudí a la proyección de películas que no se estrenaron en pantalla grande en nuestro país y descubrí algunos grupos de rock cuya repercusión jamás ha traspasado los Pirineos. Entre todos ellos, dos me llamaron poderosamente la atención y se convirtieron en mi banda sonora personal para los meses que pasé de Erasmus: Noir Desir y Dionysos. De los primeros ya escribí en este blog hace un tiempo (aquí y aquí), pero creo que nunca había reseñado por estos lares las virtudes de los segundos.
Dionysos son un grupo formado en 1993 en la Valencia Francesa (Valence-sur-Rhône), ciudad del département du Drôme. Pese a que tienen seis álbumes de estudio publicados, reconozco que yo sólo he escuchado atentamente los dos últimos.
Lo primero que me llamó la atención de “Monsters in love”, editado en 2005, fue la portada ilustrada por el estupendísimo dibujante y guionista de comics (y recientemente director de cine) Joann Sfar. El single de presentación del disco, “Tes lacets sont des fées”, venía acompañado de un sugerente videoclip animado, también debido al autor de “El gato del rabino”. Mordido el anzuelo (lo cual no es de extrañar, dada mi admiración hacia Sfar), el álbum se desplegó ante mí como una obra plena de creatividad, inventiva, riesgo y descaro; una fusión entre pop, rock, punk y chançon interpretada con un acompañamiento instrumental de lujo. En el tracklist de “Monsters in love” conviven la rabiosa energía de pepinazos como “Giant Jack” o “Le retour de Bloody Betty” con la delicadeza de tonadas como “Miss Acacia” o “Neige”, sin olvidarnos del interludio “I love liou”, uno de los temas instrumentales más evocadores y emocionantes que recuerdo.
“Monsters in love” es una gozada de disco: 52 minutos de música divertida, soprendente, fabulística y fabulosa. Si proviniese de un grupo nacional o, más aún, de uno anclado en el panorama mainstream anglófono, estaríamos hablando de una presencia ineludible en la gran mayoría de listas (supuestamente rigurosas) que compilan los mejores álbumes de la pasada década.
Dos años después de “Monsters in love”, el frontman, guitarrista y principal compositor de Dionysos, Mathias Malzieu, publicó su tercer libro, “La mecánica del corazón”, editado en nuestro país por Mondadori. No lo he leído y no creo que lo haga en breve. Parece (y hablo desde el prejuicio) una historia gótica de amores imposibles cercana en intenciones al cine (casi un género en sí mismo) de Tim Burton. Nada en lo que me apetezca profundizar, al menos desde una perspectiva literaria. No obstante, acompañando a la publicación del libro, Dionysos editó una suerte de banda sonora homónima (“La mécanique du cœur”) que sí merece totalmente mi atención.
“La mécanique du cœur” no debe entenderse como un álbum al uso, sino como parte de un proyecto audiovisual mayor. De hecho, Luc Besson está produciendo una adaptación cinematográfica del texto original empleando la técnica de animación en stop-motion. Una aproximación al futurible aspecto final del proyecto puede disfrutarse en el videoclip del excelente tema “Tas toi, mon cœur”. No es el único punto álgido de un disco que incluye también una particular versión del clásico “When the saints go marching in”, un título tan cabaretero y picarón como “Cunnilingus, mon amour” (no he podido resistirme a parafrasearlo como epígrafe para esta entrada) o la épica entre surf y rockabilly de “Whatever the weather”. Si la película finalmente se estrena según lo previsto (en IMDb la esperan para octubre de 2011), no quepa duda de que servidor pagará gustoso su entrada para presenciar tan prometedor espectáculo.
Dionysos son un grupo de rock malhereusement inconnu al sur de los Pirineos. Rompo desde aquí una lanza por ellos, por darles una merecidísima oportunidad entre la marabunta de formaciones y títulos que se abalanzan repetitivamente sobre el melómano ávido de nuevas alegrías musicales. Porque no todo el pop-rock actual termina en los Radiohead, los Coldplay y los Bon Iver de los que tantos titulares leemos a diario.
...
Que sí, que yo también planeo redactar mi propia reseña de lo último de Bon Iver, pero hoy la gloria es para Dionysos. Bien ganada se la tienen.
(Flashback, s'il vous plait)
Unos meses antes de comenzar la andadura bloggera del Abismo, servidor disfrutó de una breve estancia como estudiante de Erasmus en Francia, más concretamente en la ciudad vinícola de Bordeaux. Allí, además de estudiar poco y conocer a unas cuantas personas estupendas, tuve la suerte de descubrir una pequeña parte de la cultura ociopática francesa, a años luz (sobre todo en volumen, pero en ocasiones también en calidad) de su equivalente hispana. Así, leí tebeos imposibles de encontrar traducidos a la lengua de Cervantes, acudí a la proyección de películas que no se estrenaron en pantalla grande en nuestro país y descubrí algunos grupos de rock cuya repercusión jamás ha traspasado los Pirineos. Entre todos ellos, dos me llamaron poderosamente la atención y se convirtieron en mi banda sonora personal para los meses que pasé de Erasmus: Noir Desir y Dionysos. De los primeros ya escribí en este blog hace un tiempo (aquí y aquí), pero creo que nunca había reseñado por estos lares las virtudes de los segundos.
Dionysos son un grupo formado en 1993 en la Valencia Francesa (Valence-sur-Rhône), ciudad del département du Drôme. Pese a que tienen seis álbumes de estudio publicados, reconozco que yo sólo he escuchado atentamente los dos últimos.
Lo primero que me llamó la atención de “Monsters in love”, editado en 2005, fue la portada ilustrada por el estupendísimo dibujante y guionista de comics (y recientemente director de cine) Joann Sfar. El single de presentación del disco, “Tes lacets sont des fées”, venía acompañado de un sugerente videoclip animado, también debido al autor de “El gato del rabino”. Mordido el anzuelo (lo cual no es de extrañar, dada mi admiración hacia Sfar), el álbum se desplegó ante mí como una obra plena de creatividad, inventiva, riesgo y descaro; una fusión entre pop, rock, punk y chançon interpretada con un acompañamiento instrumental de lujo. En el tracklist de “Monsters in love” conviven la rabiosa energía de pepinazos como “Giant Jack” o “Le retour de Bloody Betty” con la delicadeza de tonadas como “Miss Acacia” o “Neige”, sin olvidarnos del interludio “I love liou”, uno de los temas instrumentales más evocadores y emocionantes que recuerdo.
“Monsters in love” es una gozada de disco: 52 minutos de música divertida, soprendente, fabulística y fabulosa. Si proviniese de un grupo nacional o, más aún, de uno anclado en el panorama mainstream anglófono, estaríamos hablando de una presencia ineludible en la gran mayoría de listas (supuestamente rigurosas) que compilan los mejores álbumes de la pasada década.
Dos años después de “Monsters in love”, el frontman, guitarrista y principal compositor de Dionysos, Mathias Malzieu, publicó su tercer libro, “La mecánica del corazón”, editado en nuestro país por Mondadori. No lo he leído y no creo que lo haga en breve. Parece (y hablo desde el prejuicio) una historia gótica de amores imposibles cercana en intenciones al cine (casi un género en sí mismo) de Tim Burton. Nada en lo que me apetezca profundizar, al menos desde una perspectiva literaria. No obstante, acompañando a la publicación del libro, Dionysos editó una suerte de banda sonora homónima (“La mécanique du cœur”) que sí merece totalmente mi atención.
“La mécanique du cœur” no debe entenderse como un álbum al uso, sino como parte de un proyecto audiovisual mayor. De hecho, Luc Besson está produciendo una adaptación cinematográfica del texto original empleando la técnica de animación en stop-motion. Una aproximación al futurible aspecto final del proyecto puede disfrutarse en el videoclip del excelente tema “Tas toi, mon cœur”. No es el único punto álgido de un disco que incluye también una particular versión del clásico “When the saints go marching in”, un título tan cabaretero y picarón como “Cunnilingus, mon amour” (no he podido resistirme a parafrasearlo como epígrafe para esta entrada) o la épica entre surf y rockabilly de “Whatever the weather”. Si la película finalmente se estrena según lo previsto (en IMDb la esperan para octubre de 2011), no quepa duda de que servidor pagará gustoso su entrada para presenciar tan prometedor espectáculo.
Dionysos son un grupo de rock malhereusement inconnu al sur de los Pirineos. Rompo desde aquí una lanza por ellos, por darles una merecidísima oportunidad entre la marabunta de formaciones y títulos que se abalanzan repetitivamente sobre el melómano ávido de nuevas alegrías musicales. Porque no todo el pop-rock actual termina en los Radiohead, los Coldplay y los Bon Iver de los que tantos titulares leemos a diario.
...
Que sí, que yo también planeo redactar mi propia reseña de lo último de Bon Iver, pero hoy la gloria es para Dionysos. Bien ganada se la tienen.
martes, junio 21, 2011
HBO, entronizada
“Escuchad mis palabras, sed testigos de mi juramento. La noche se avecina, ahora empieza mi guardia. No terminará hasta el día de mi muerte. No tomaré esposa, no poseeré tierras, no engendraré hijos. No llevaré corona, no alcanzaré la gloria. Viviré y moriré en mi puesto. Soy la espada en la oscuridad. Soy el vigilante del Muro. Soy el fuego que arde contra el frío, la luz que trae el amanecer, el cuerno que despierta a los durmientes, el escudo que defiende los reinos de los hombres. Entrego mi vida y mi honor a la Guardia de la Noche, durante esta noche y todas las que estén por venir.”
(Juramento de la Guardia de la Noche, "Canción de hielo y fuego" de George R. R. Martin)
Como alguno de mis (escasos) lectores recordará, hace unos meses escribí una elogiosa reseña sobre la primera entrega literaria del folletín fantástico-medieval “Canción de hielo y fuego”: “Juego de tronos”. Fue apenas unos días antes de que la cadena norteamericana HBO comenzase la emisión de la adaptación catódica del libro, una costosa producción que prometía echar por tierra todos los prejuicios habidos y por haber sobre fantasía heroica televisiva, una temática que aún no había gozado en la pequeña pantalla de la presencia cualitativa de la que otros géneros como el western, el peplum, el bélico o la serie negra sí podían presumir. Emitido el décimo y último episodio de la primera temporada, es por fin hora de hacer balance.
Vaya por delante que mientras la serie iba llegando con cadencia semanal a las pantallas norteamericanas (y de allí a internet y de ahí directamente a mi disco duro), servidor se leyó con avidez todos los libros publicados hasta la fecha de “Canción de hielo y fuego”, poseído por la naturaleza compulsivamente adictiva de una obra apasionante, absolutamente recomendable si lo que se busca es una lectura de evasión pura y dura. Esto condicionó en gran medida mi experiencia particular con la versión audiovisual, meticulosamente fiel al texto de George R. R. Martin.
Es ahí donde comienzan (y terminan) mis objeciones a la producción de HBO: el “Juego de tronos” televisivo arranca con lentitud y excesiva densidad para el lector no iniciado en la mitología de Poniente, y no es hasta el cuarto o quinto capítulo que inicia la búsqueda de una voz propia y comienza a despegarse ligeramente de sus fuentes literarias, añadiendo pequeños apuntes que no estaban presentes en la versión impresa (una escena nueva por aquí, un dato inédito sobre un personaje por allá). Entiéndaseme bien: no me quejo de un exceso de fidelidad (la fidelidad en sí misma nunca me ha importado demasiado), sino de las carencias en el ritmo de la narración que este exceso de celo conlleva en los primeros episodios de la serie.
Todo lo demás, desde la cuidada puesta en escena (con reminiscencias de “El señor de los anillos” de Peter Jackson y “El reino de los cielos” de Ridley Scott) hasta los soberbios títulos de crédito (elemento orgánico y mutable que aporta información sobre la trama del capítulo al que antecede), pasando por la adecuadamente épica banda sonora y el convincente acabado visual de los efectos especiales, brilla a gran altura. Más aún si se contempla en alta definición, permitiendo recrearse en cada detalle de la prodigiosa ambientación.
Uno, que ya sospechaba que Sean Bean era el tipo adecuado para encarnar al honorable Lord Eddard, tenía no obstante serias dudas acerca de los miembros más jóvenes del elenco actoral. Por suerte, no sólo los muchachos Stark han sido todos elegidos con acierto (incluso el bastardo Jon Nieve y el “huesped” de Invernalia, Theon Greyjoy), sino también la crucial Daenerys Targaryen, personaje de la máxima relevancia en el devenir de la saga y que protagoniza, además, las escenas más susceptibles de caer en el ridículo si no son tratadas con el cuidado que merecen. Por suerte, la actriz (casi debutante) Emilia Clarke aprueba con nota y se gana el favor del espectador con cada una de sus intervenciones.
Tampoco era sencillo lograr una representación convincente del minúsculo y carismático Tyrion Lannister, pero el actor Peter Dinklage defiende de forma notable a un personaje que se beneficia de algunas de las mejores líneas de guión de la novela y de la serie, mientras que otros caracteres más físicos como Khal Drogo o Gregor Clegane cobran vida en las musculosas anatomías de Jason Momoa y Conan Stevens. La palma, de todos modos, se la llevan el versátil Aidan Gillen (que encarna a un Petyr “Meñique” Baelish delicioso) y el veterano Mark Addy (que personifica al concupiscente rey Robert Baratheon). Puestos a buscarle aspectos negativos al reparto, me inclino a pensar que tal vez Lena Headey y Michelle Farley no hubieran sido mis primeras opciones para encarnar a Cersei Lannister y Catelyn Tully, respectivamente. Se trata, no obstante, de una apreciación muy personal, y temo que responda más al subjetivo criterio del fan caprichoso que habita en mi interior que a motivos puramente interpretativos.
No es “Juego de tronos” una fantasía para toda la familia. Hay en ella escenas sexuales bastante explícitas y una estimulante querencia por la violencia física, acompañada de importantes cantidades de hemoglobina. Quien espere de ella un “Señor de los anillos” televisado se llevará más de una sorpresa. Poniente es un reino demasiado cruel para Frodo, Légolas y compañía, y los elementos mágicos apenas hacen acto de presencia durante los diez episodios que componen este primer acto de la saga. Por ficticio que sea, el mundo de “Canción de hielo y fuego” está bastante más próximo al nuestro de hace ocho o nueve siglos que a los descritos por los Tolkien y los Hickman que nutren los tópicos de la literatura fantástica.
Decía unos párrafos más arriba que la lectura previa de la novela “Juego de tronos” condicionó irreversiblemente mi experiencia con la serie de televisión. Conocer de antemano los múltiples giros argumentales de una trama plagada de conspiraciones y personajes que resultan ser mucho más de lo que aparentan impidió que disfrutase de su desarrollo con la inocencia que hubiera sido recomendable. Las sorpresas no me sorprendieron lo más mínimo, claro, y los cliffhangers no me dejaron sin habla, como posiblemente hubiese ocurrido si no supiese perfectamente cuáles serían sus consecuencias a corto, medio y largo plazo. No obstante, y he aquí una enorme virtud de la serie, determinados momentos sí consiguieron emocionarme, sacarme de mis casillas (para eso Joffrey Baratheon siempre ha sido único) o henchirme el pecho del hálito épico que una vez sentí con las novelas en la mano (al respecto, la última escena del capítulo décimo, que además pone fin a toda la temporada, me ha parecido simplemente perfecta).
Es cierto que la primera entrega de “Canción de hielo y fuego” no es más que el prólogo de una historia mucho mayor que aún debe defender a capa y espada (sobre todo espada) su validez catódica. Si la adaptación del primer libro resultaba una apuesta ambiciosa, el segundo y el tercero prometen grandes quebraderos de cabeza para sus responsables, empezando por un inevitable aumento presupuestario que permita reproducir en pantalla algunas de las escenas principales del relato.
De cualquier modo, entendida esta temporada como un todo, mi veredicto no podría ser más favorable: la HBO ha vuelto a revalidar su trono televisivo entregando la que posiblemente sea la mejor serie de fantasía heroica jamás rodada.
(Juramento de la Guardia de la Noche, "Canción de hielo y fuego" de George R. R. Martin)
Como alguno de mis (escasos) lectores recordará, hace unos meses escribí una elogiosa reseña sobre la primera entrega literaria del folletín fantástico-medieval “Canción de hielo y fuego”: “Juego de tronos”. Fue apenas unos días antes de que la cadena norteamericana HBO comenzase la emisión de la adaptación catódica del libro, una costosa producción que prometía echar por tierra todos los prejuicios habidos y por haber sobre fantasía heroica televisiva, una temática que aún no había gozado en la pequeña pantalla de la presencia cualitativa de la que otros géneros como el western, el peplum, el bélico o la serie negra sí podían presumir. Emitido el décimo y último episodio de la primera temporada, es por fin hora de hacer balance.
Vaya por delante que mientras la serie iba llegando con cadencia semanal a las pantallas norteamericanas (y de allí a internet y de ahí directamente a mi disco duro), servidor se leyó con avidez todos los libros publicados hasta la fecha de “Canción de hielo y fuego”, poseído por la naturaleza compulsivamente adictiva de una obra apasionante, absolutamente recomendable si lo que se busca es una lectura de evasión pura y dura. Esto condicionó en gran medida mi experiencia particular con la versión audiovisual, meticulosamente fiel al texto de George R. R. Martin.
Es ahí donde comienzan (y terminan) mis objeciones a la producción de HBO: el “Juego de tronos” televisivo arranca con lentitud y excesiva densidad para el lector no iniciado en la mitología de Poniente, y no es hasta el cuarto o quinto capítulo que inicia la búsqueda de una voz propia y comienza a despegarse ligeramente de sus fuentes literarias, añadiendo pequeños apuntes que no estaban presentes en la versión impresa (una escena nueva por aquí, un dato inédito sobre un personaje por allá). Entiéndaseme bien: no me quejo de un exceso de fidelidad (la fidelidad en sí misma nunca me ha importado demasiado), sino de las carencias en el ritmo de la narración que este exceso de celo conlleva en los primeros episodios de la serie.
Todo lo demás, desde la cuidada puesta en escena (con reminiscencias de “El señor de los anillos” de Peter Jackson y “El reino de los cielos” de Ridley Scott) hasta los soberbios títulos de crédito (elemento orgánico y mutable que aporta información sobre la trama del capítulo al que antecede), pasando por la adecuadamente épica banda sonora y el convincente acabado visual de los efectos especiales, brilla a gran altura. Más aún si se contempla en alta definición, permitiendo recrearse en cada detalle de la prodigiosa ambientación.
Uno, que ya sospechaba que Sean Bean era el tipo adecuado para encarnar al honorable Lord Eddard, tenía no obstante serias dudas acerca de los miembros más jóvenes del elenco actoral. Por suerte, no sólo los muchachos Stark han sido todos elegidos con acierto (incluso el bastardo Jon Nieve y el “huesped” de Invernalia, Theon Greyjoy), sino también la crucial Daenerys Targaryen, personaje de la máxima relevancia en el devenir de la saga y que protagoniza, además, las escenas más susceptibles de caer en el ridículo si no son tratadas con el cuidado que merecen. Por suerte, la actriz (casi debutante) Emilia Clarke aprueba con nota y se gana el favor del espectador con cada una de sus intervenciones.
Tampoco era sencillo lograr una representación convincente del minúsculo y carismático Tyrion Lannister, pero el actor Peter Dinklage defiende de forma notable a un personaje que se beneficia de algunas de las mejores líneas de guión de la novela y de la serie, mientras que otros caracteres más físicos como Khal Drogo o Gregor Clegane cobran vida en las musculosas anatomías de Jason Momoa y Conan Stevens. La palma, de todos modos, se la llevan el versátil Aidan Gillen (que encarna a un Petyr “Meñique” Baelish delicioso) y el veterano Mark Addy (que personifica al concupiscente rey Robert Baratheon). Puestos a buscarle aspectos negativos al reparto, me inclino a pensar que tal vez Lena Headey y Michelle Farley no hubieran sido mis primeras opciones para encarnar a Cersei Lannister y Catelyn Tully, respectivamente. Se trata, no obstante, de una apreciación muy personal, y temo que responda más al subjetivo criterio del fan caprichoso que habita en mi interior que a motivos puramente interpretativos.
No es “Juego de tronos” una fantasía para toda la familia. Hay en ella escenas sexuales bastante explícitas y una estimulante querencia por la violencia física, acompañada de importantes cantidades de hemoglobina. Quien espere de ella un “Señor de los anillos” televisado se llevará más de una sorpresa. Poniente es un reino demasiado cruel para Frodo, Légolas y compañía, y los elementos mágicos apenas hacen acto de presencia durante los diez episodios que componen este primer acto de la saga. Por ficticio que sea, el mundo de “Canción de hielo y fuego” está bastante más próximo al nuestro de hace ocho o nueve siglos que a los descritos por los Tolkien y los Hickman que nutren los tópicos de la literatura fantástica.
Decía unos párrafos más arriba que la lectura previa de la novela “Juego de tronos” condicionó irreversiblemente mi experiencia con la serie de televisión. Conocer de antemano los múltiples giros argumentales de una trama plagada de conspiraciones y personajes que resultan ser mucho más de lo que aparentan impidió que disfrutase de su desarrollo con la inocencia que hubiera sido recomendable. Las sorpresas no me sorprendieron lo más mínimo, claro, y los cliffhangers no me dejaron sin habla, como posiblemente hubiese ocurrido si no supiese perfectamente cuáles serían sus consecuencias a corto, medio y largo plazo. No obstante, y he aquí una enorme virtud de la serie, determinados momentos sí consiguieron emocionarme, sacarme de mis casillas (para eso Joffrey Baratheon siempre ha sido único) o henchirme el pecho del hálito épico que una vez sentí con las novelas en la mano (al respecto, la última escena del capítulo décimo, que además pone fin a toda la temporada, me ha parecido simplemente perfecta).
Es cierto que la primera entrega de “Canción de hielo y fuego” no es más que el prólogo de una historia mucho mayor que aún debe defender a capa y espada (sobre todo espada) su validez catódica. Si la adaptación del primer libro resultaba una apuesta ambiciosa, el segundo y el tercero prometen grandes quebraderos de cabeza para sus responsables, empezando por un inevitable aumento presupuestario que permita reproducir en pantalla algunas de las escenas principales del relato.
De cualquier modo, entendida esta temporada como un todo, mi veredicto no podría ser más favorable: la HBO ha vuelto a revalidar su trono televisivo entregando la que posiblemente sea la mejor serie de fantasía heroica jamás rodada.
Preestrenos: "Blitz"
Últimamente tengo las manos metidas en demasiadas masas como para actualizar el blog con la cadencia que me gustaría (aunque sospecho que se nos viene encima una avalancha de entradas...). Una de dichas masas es, como ya sabéis, mi condición de colaborador en la web Nuestros Comics, escribiendo sobre el cine que viene. Hoy toca reseñar la última película protagonizada por Jason Statham, un thriller policial con asesino en serie titulado "Blitz" y que se estrena este viernes en nuestro país.
Podéis conocer mi opinión sobre el film haciendo click aquí.
Podéis conocer mi opinión sobre el film haciendo click aquí.
miércoles, junio 15, 2011
Preestrenos: "El viaje del director de recursos humanos"
Efectiviwonder: habemus nueva colaboración con la web Nuestros Comics, esta vez a propósito del preestreno de la producción "El viaje del director de recursos humanos", dirigida por el israelí Eran Riklis y proyectada en el marco del Festival de Cine Judío de Barcelona. El cual, curiosamente, este año se celebra también en Madrid.
"El viaje del director de recursos humanos" se estrena oficialmente en España este viernes, pero antes podéis leer mi opinión sobre la película haciendo click aquí.
"El viaje del director de recursos humanos" se estrena oficialmente en España este viernes, pero antes podéis leer mi opinión sobre la película haciendo click aquí.
domingo, junio 12, 2011
Hijos del átomo
¿Qué es una buena adaptación?
Para algunos, tomar un material de partida interesante y volcarlo en la pantalla sin reinterpretarlo, sin analizar sus limitaciones cinematográficas ni sacar lustre a sus posibilidades fílmicas ocultas. Ésta es la forma de adaptar de los mediocres sin personalidad (Robert Rodríguez, Zack Snyder). Para otros, parafraseando a Alfred Hitchcock (aunque no podría jurar si la cita es suya o atribuida), "coger lo que interese y tirar a la basura el resto". Ésta es la forma de adaptar de los auténticos autores (Chan-Wook Park, David Cronenberg). Para un último grupo, la búsqueda de un equilibrio entre los primeros y los segundos: la necesidad de respetar el espíritu del original sin verse constreñido por sus pinceladas más ínfimas. Ésta es la forma de adaptar de quienes buscan un éxito que satisfaga tanto al público lego como al connoisseur (Christopher Nolan, Sam Raimi).
Cuando hablamos del espíritu original de una franquicia como los X-Men, hay ciertos conceptos que deben ser tenidos en cuenta: los protagonistas son mutantes, personas "temidas y odiadas por un mundo que han jurado proteger"; la mansión X es una escuela; Charles Xavier es una versión telépata de Martin Luther King y Erik Lehnsherr es el homólogo magnético de Malcolm (ojo a la letra) X. Y, sinceramente, poco más.
De ahí que un servidor no entienda las encarnizadas críticas que los talibanes del tebeo original disparan al reciente reboot de la saga, “X-Men: Primera Generación”, dirigido por el ascendente Mathew Vaughn (“Layer Cake”, “Stardust”, “Kick-Ass”): que si Xavier tiene pelo, que si el origen de Mística no es ése, que si Sebastian Shaw nunca fue nazi, que si Darwin jamás formó parte de la misma Patrulla X que Angel Salvadore... Honestamente, no logro comprender cómo eso podría importarle a nadie más que el pedo de un violinista (que diría Frank McCourt). Quienes realmente crean que ahí radica el éxito o el fracaso de una adaptación, poco mérito conceden a las virtudes intrínsecamente cinematográficas de una cinta (lo dice, claro, uno que aún alucina cada vez que revisa el Conan de John Milius...)
“X-Men: Primera Generación” tiene, por cierto, unas cuantas de estas virtudes: personajes dramáticamente complejos (empezando por un Erik Lehnsherr que impone su protagonismo en cada una de sus escenas), ritmo medido (sin dar un respiro, sin aturullar), soluciones visuales efectivas (el montaje a pantalla partida heredado del “Hulk” de Ange Lee, la lección de odontología magnética desde el interior de una cavidad bucal, la metamorfosis de Hank McCoy en vista subjetiva) y un casting francamente acertado (siendo imperativo mencionar una vez más a Lehnsherr, interpretado por un Michael Fassbender que se come cada plano de los fugaces 130 minutos de metraje).
También hay errores, es cierto, pero no se refieren a la fidelidad (o ausencia de ella) en la traslación del tebeo al celuloide, sino a ciertas carencias en los efectos especiales y en la puesta en escena (hay cosas que siguen sin lucir bien en pantalla, y los tipos azules y peludos son una de ellas), a la nula personalidad de los villanos secundarios (quitando a Sebastian Shaw y a la turgente Emma Frost, los malos tienen tan poco carisma como los líderes políticos españoles... y visten incluso peor) y a ciertas líneas de guión que deberían haberse quedado en el primer borrador del libreto (eso va por ti y por tu última frase en pantalla, Raven Darkholme).
Todo lo demás, ya digo, funciona bastante bien. Lo cual es toda una sorpresa, pues la saga atravesaba hasta hace nada uno de sus momentos más bajos en lo que a calidad cinematográfica se refiere: tras las dos estupendas primeras entregas firmadas por Bryan Singer, “X-Men: la decisión final” y “X-Men Orígenes: Lobezno” habían herido de muerte a los mutantes y uno ya no se esperaba una remontada tan satisfactoria en la que se preveía última oportunidad de reflotar la franquicia.
“X-Men: Primera Generación” supone, pues, un nuevo y prometedor punto de partida para una saga que permite infinitas posibilidades en las ya inevitables futuras entregas (la mitología marvelita es compleja y contradictoria, pero también una fuente de inspiración casi inagotable) e, independientemente de su agridulce pasado y su halagüeño futuro, una cinta de acción y aventuras tremendamente divertida, vibrante y, a ratos, incluso épica.
Los hijos del átomo están de enhorabuena.
Para algunos, tomar un material de partida interesante y volcarlo en la pantalla sin reinterpretarlo, sin analizar sus limitaciones cinematográficas ni sacar lustre a sus posibilidades fílmicas ocultas. Ésta es la forma de adaptar de los mediocres sin personalidad (Robert Rodríguez, Zack Snyder). Para otros, parafraseando a Alfred Hitchcock (aunque no podría jurar si la cita es suya o atribuida), "coger lo que interese y tirar a la basura el resto". Ésta es la forma de adaptar de los auténticos autores (Chan-Wook Park, David Cronenberg). Para un último grupo, la búsqueda de un equilibrio entre los primeros y los segundos: la necesidad de respetar el espíritu del original sin verse constreñido por sus pinceladas más ínfimas. Ésta es la forma de adaptar de quienes buscan un éxito que satisfaga tanto al público lego como al connoisseur (Christopher Nolan, Sam Raimi).
Cuando hablamos del espíritu original de una franquicia como los X-Men, hay ciertos conceptos que deben ser tenidos en cuenta: los protagonistas son mutantes, personas "temidas y odiadas por un mundo que han jurado proteger"; la mansión X es una escuela; Charles Xavier es una versión telépata de Martin Luther King y Erik Lehnsherr es el homólogo magnético de Malcolm (ojo a la letra) X. Y, sinceramente, poco más.
De ahí que un servidor no entienda las encarnizadas críticas que los talibanes del tebeo original disparan al reciente reboot de la saga, “X-Men: Primera Generación”, dirigido por el ascendente Mathew Vaughn (“Layer Cake”, “Stardust”, “Kick-Ass”): que si Xavier tiene pelo, que si el origen de Mística no es ése, que si Sebastian Shaw nunca fue nazi, que si Darwin jamás formó parte de la misma Patrulla X que Angel Salvadore... Honestamente, no logro comprender cómo eso podría importarle a nadie más que el pedo de un violinista (que diría Frank McCourt). Quienes realmente crean que ahí radica el éxito o el fracaso de una adaptación, poco mérito conceden a las virtudes intrínsecamente cinematográficas de una cinta (lo dice, claro, uno que aún alucina cada vez que revisa el Conan de John Milius...)
“X-Men: Primera Generación” tiene, por cierto, unas cuantas de estas virtudes: personajes dramáticamente complejos (empezando por un Erik Lehnsherr que impone su protagonismo en cada una de sus escenas), ritmo medido (sin dar un respiro, sin aturullar), soluciones visuales efectivas (el montaje a pantalla partida heredado del “Hulk” de Ange Lee, la lección de odontología magnética desde el interior de una cavidad bucal, la metamorfosis de Hank McCoy en vista subjetiva) y un casting francamente acertado (siendo imperativo mencionar una vez más a Lehnsherr, interpretado por un Michael Fassbender que se come cada plano de los fugaces 130 minutos de metraje).
También hay errores, es cierto, pero no se refieren a la fidelidad (o ausencia de ella) en la traslación del tebeo al celuloide, sino a ciertas carencias en los efectos especiales y en la puesta en escena (hay cosas que siguen sin lucir bien en pantalla, y los tipos azules y peludos son una de ellas), a la nula personalidad de los villanos secundarios (quitando a Sebastian Shaw y a la turgente Emma Frost, los malos tienen tan poco carisma como los líderes políticos españoles... y visten incluso peor) y a ciertas líneas de guión que deberían haberse quedado en el primer borrador del libreto (eso va por ti y por tu última frase en pantalla, Raven Darkholme).
Todo lo demás, ya digo, funciona bastante bien. Lo cual es toda una sorpresa, pues la saga atravesaba hasta hace nada uno de sus momentos más bajos en lo que a calidad cinematográfica se refiere: tras las dos estupendas primeras entregas firmadas por Bryan Singer, “X-Men: la decisión final” y “X-Men Orígenes: Lobezno” habían herido de muerte a los mutantes y uno ya no se esperaba una remontada tan satisfactoria en la que se preveía última oportunidad de reflotar la franquicia.
“X-Men: Primera Generación” supone, pues, un nuevo y prometedor punto de partida para una saga que permite infinitas posibilidades en las ya inevitables futuras entregas (la mitología marvelita es compleja y contradictoria, pero también una fuente de inspiración casi inagotable) e, independientemente de su agridulce pasado y su halagüeño futuro, una cinta de acción y aventuras tremendamente divertida, vibrante y, a ratos, incluso épica.
Los hijos del átomo están de enhorabuena.
sábado, junio 11, 2011
Patrick y el lobo
"From the east to the south
I tongue the roof of my mouth
To new days of doubt without you
First gear, I face the trouble ahead
Final word has been said
Long distance spread between us
I tell myself to
Hold on, won’t be long
Till I grow through this struggle
Time to wake up, find my soul
Happy without you oh
(...)"
Patrick Wolf lleva ocho años buscando ese disco que lo entronice definitivamente como uno de los grandes nombres del actual panorama musical internacional, pero la hazaña se le ha venido resistiendo desde que inició su carrera en solitario con “Lycanthropy”, aquel esfuerzo de pop, folk y electrónica que ya auguraba una interesante trayectoria musical. Ahora Wolf vuelve a intentarlo con su quinto LP, “Lupercalia” (las alusiones lobunas son parte del personaje que el joven londinense ha ido construyendo en torno a su persona), y vuelve a quedarse a las puertas del éxito. “Lupercalia” es un disco estimable. Más luminoso y optimista que los precedentes (se dice que un nuevo amor en la vida de Wolf ha tenido algo que ver al respecto), se encuentra en un punto intermedio entre el David Bowie desenfadado y horterilla de “Modern love”, el Rufus Wainwright más pretencioso (el de la maravillosa “Agnus Dei”, pongamos) y la divertida frivolidad del último Brandon Flowers (no es que “Flamingos” fuese un gran álbum, pero sus temas salvables eran bastante más que salvables). Todo ello con un dulzón deje a Morrissey en el apartado vocal.
“Lupercalia”, que saldrá a la venta el próximo 20 de junio (pero que circula por la red desde hace un par de semanas, como manda la tradición de las filtraciones), posee unos cuantos cortes francamente apreciables (como lo fueran en el pasado “The libertine”, “The magic position” o “Hard times”): la inicial y bailonga “The city”, la ligera y pegadiza “House” (cuyos primeros acordes amenazan con plagiar a los penúltimos U2), la sensible “Armistice” o esa pedrada pop con hipertrofia de cuerdas que es “Time of my life” (nada que ver con la banda sonora de “Dirty dancing”), cuyos primeros versos pueden leerse al inicio de esta entrada. Pero, como ya ocurría en los discos precedentes del británico, el equilibrio brilla por su ausencia y algunos temas prescindibles se cuelan a traición en el tracklist para demostrar una vez más que Patrick Wolf es un gran compositor de singles pero un músico poco selectivo cuando se trata de dar forma a un conjunto, quizás demasiado convencido de que todo lo que toca se convierte automáticamente en oro. Igual le iría mejor publicando EP's o sacando un álbum cada cuatro años en lugar de cada dos (un mash-up con lo mejor de “The Bachelor” y de este “Lupercalia” habría dado, tal vez, en el centro de la diana). Con todo, disfrutemos de lo bueno de “Lupercalia”. Que haberlo, haylo.
I tongue the roof of my mouth
To new days of doubt without you
First gear, I face the trouble ahead
Final word has been said
Long distance spread between us
I tell myself to
Hold on, won’t be long
Till I grow through this struggle
Time to wake up, find my soul
Happy without you oh
(...)"
Patrick Wolf lleva ocho años buscando ese disco que lo entronice definitivamente como uno de los grandes nombres del actual panorama musical internacional, pero la hazaña se le ha venido resistiendo desde que inició su carrera en solitario con “Lycanthropy”, aquel esfuerzo de pop, folk y electrónica que ya auguraba una interesante trayectoria musical. Ahora Wolf vuelve a intentarlo con su quinto LP, “Lupercalia” (las alusiones lobunas son parte del personaje que el joven londinense ha ido construyendo en torno a su persona), y vuelve a quedarse a las puertas del éxito. “Lupercalia” es un disco estimable. Más luminoso y optimista que los precedentes (se dice que un nuevo amor en la vida de Wolf ha tenido algo que ver al respecto), se encuentra en un punto intermedio entre el David Bowie desenfadado y horterilla de “Modern love”, el Rufus Wainwright más pretencioso (el de la maravillosa “Agnus Dei”, pongamos) y la divertida frivolidad del último Brandon Flowers (no es que “Flamingos” fuese un gran álbum, pero sus temas salvables eran bastante más que salvables). Todo ello con un dulzón deje a Morrissey en el apartado vocal.
“Lupercalia”, que saldrá a la venta el próximo 20 de junio (pero que circula por la red desde hace un par de semanas, como manda la tradición de las filtraciones), posee unos cuantos cortes francamente apreciables (como lo fueran en el pasado “The libertine”, “The magic position” o “Hard times”): la inicial y bailonga “The city”, la ligera y pegadiza “House” (cuyos primeros acordes amenazan con plagiar a los penúltimos U2), la sensible “Armistice” o esa pedrada pop con hipertrofia de cuerdas que es “Time of my life” (nada que ver con la banda sonora de “Dirty dancing”), cuyos primeros versos pueden leerse al inicio de esta entrada. Pero, como ya ocurría en los discos precedentes del británico, el equilibrio brilla por su ausencia y algunos temas prescindibles se cuelan a traición en el tracklist para demostrar una vez más que Patrick Wolf es un gran compositor de singles pero un músico poco selectivo cuando se trata de dar forma a un conjunto, quizás demasiado convencido de que todo lo que toca se convierte automáticamente en oro. Igual le iría mejor publicando EP's o sacando un álbum cada cuatro años en lugar de cada dos (un mash-up con lo mejor de “The Bachelor” y de este “Lupercalia” habría dado, tal vez, en el centro de la diana). Con todo, disfrutemos de lo bueno de “Lupercalia”. Que haberlo, haylo.
Preestrenos: "Cuando un hombre vuelve a casa"
Aunque parezca mentira, Thomas Vinterberg, responsable de la turbadora y perversa "Celebración", también es capaz de arrancar sonrisas al espectador. Lo hace en "Cuando un hombre vuelve a casa", objeto de crítica en mi más reciente colaboración con la web Nuestros Comics.
Para leer la reseña no tenéis más que hacer click aquí.
Para leer la reseña no tenéis más que hacer click aquí.
martes, junio 07, 2011
Las cicatrices de Vivès
El cineasta galo Jean Renoir dijo una vez que “todos los grandes directores se pasan la vida haciendo una y otra vez la misma película”. Pareciera que su compatriota, el también parisino Bastien Vivès, se haya tomado al pie de la letra esta máxima para trasladarla al medio artístico en el que lleva unos años desarrollando su trayectoria profesional: el comic.
Ya he dejado constancia en varias ocasiones de mi rendida admiración hacia el talento visual de Vivès. Pese a su juventud (vino al mundo en el orwelliano año de 1984), para mí ya se ha convertido en uno de los narradores gráficos más frescos y personales del actual panorama internacional. Desde un punto de vista estrictamente técnico (trazo, composición de página, claridad narrativa, experimentación formal y uso del color), Vivès ya es un grande por méritos propios. Pero (y es un pero considerable) el muchacho no deja de contarnos una y otra vez la misma historia. La misma historia de amor adolescente, para más inri.
Publicado en su país de origen en 2007, “ELLA(s)” ve ahora la luz en España de la mano de Diábolo Ediciones a rebufo del éxito de los superlativos “El gusto del cloro” y “En mis ojos” y del también interesante (aunque en menor medida) “Amistad estrecha”, todos ellos editados en Francia con posterioridad. Este desajuste en el orden de publicación de la obra de Vivès en nuestro país tiene dos consecuencias claras para el lector.
Por un lado, nos encontramos en "ELLA(s)" con un dibujo menos sintético (en cuanto a economía del trazo) que en las obras ya conocidas. No es en absoluto un defecto: este Vivès primerizo resulta ligeramente más cartoon y desenfadado. También, hasta cierto punto, más preciosista: “ELLA(s)” contiene algunas de las viñetas más bonitas (analizadas de forma aislada, como ilustraciones independientes) que le he conocido a su autor. Se percibe claramente, pues, la intención en obras posteriores de contar más con menos, de reducir el dibujo a una concreción lo más sencilla posible sin renunciar por ello a la expresividad que caracteriza a todos los trabajos del francés. Visto así, “ELLA(s)” es una obra algo diferente a lo que ya conocemos de Vivès. No me atrevería a decir si mejor o peor: a mí particularmente, desde un punto de vista estético, me ha enamorado.
Por el otro lado, el argumental, tropezamos con un handicap insalvable: esta historia ya la conocemos. Dice así: joven introvertido (aquí un tal Renaud) conoce a dos chicas guapas, simpáticas e inteligentes (la pelirroja y esbelta Charlotte y la morena y neumática Alice) y se siente irremediablemente fascinado por una de ellas. Que, si uno lo piensa un poco, es básicamente lo mismo que ocurría en “El gusto del cloro” y “En mis ojos”, y apenas ligeramente distinto a lo que servía de base narrativa a “Amistad estrecha” (con la salvedad de que allí el chico y la chica en cuestión ya se conocían de antes y que en “ELLA(s)” se nos narra precisamente el momento concreto en que se encuentran por primera vez).
A mí, dadas las circunstancias, me da por pensar que cualquiera de estos cuatro títulos es un poco (o bastante) autobiográfico. Que Renaud es el propio Vivès (como también lo eran el nadador de “El gusto del cloro”, el protagonista en modo subjetivo de “En mis ojos” y el amigo pagafantas de “Amistad estrecha”), que proyecta en una de las protagonistas su propia obsesión por una mujer real que lo dejó hondamente marcado y que aún no ha podido o querido olvidar. Estoy bastante convencido de que estas historias casi clónicas no son sino un reiterativo exorcismo emocional que Vivès lleva a cabo porque aquella persona que tan profundamente lo hirió (y es bien sabido que en toda herida sentimental hay un poco de placentera recreación masoquista) absorbe la llama de su inspiración como un agujero negro haría con la luz. Porque, sencillamente, Vivès es incapaz de liberar a / librarse de su musa.
Confieso que entiendo al chaval. Todos, quien más y quien menos, hemos estado alguna vez expuestos a esa clase de vórtice emocional. Todos, quien más y quien menos, tenemos cicatrices. Por suerte, algunos artistas son capaces de darle a esa frustración y despecho que deja tras de sí un amor marchito una salida creativa plena de sentido y sensibilidad. Ahí están “Adiós, Chunky Rice” y "Blankets" de Craig Thompson o, en un registro totalmente diferente, la mayor parte de la obra de Robert Crumb, vertebrada desde sus problemas con el sexo opuesto. Vivès, no obstante, parece haber completado ya sus obras mayores sobre el tema, y cada vez que repite nuevamente el esquema chico-conoce-a-chica uno no puede sino lamentar que todo ese derroche artístico se haya desaprovechado en entonar una vez más la misma cantinela. Una cantinela que, ojo, no deja de ser perfectamente disfrutable en su absoluta falta de innovación: "ELLA(s)" posee diálogos veraces, personajes creíbles y situaciones en las que más de uno podrá verse perfectamente identificado. Todo ello envuelto, como decía, en un aspecto gráfico de auténtico lujo.
Dadas las circunstancias, sólo se me ocurre un consejo final que darle al joven autor. El mismo que le brindaría a un buen amigo o amiga. El mismo que me gustaría que me dieran a mí en esas frías noches de invierno en que la cicatriz aún duele sordamente. No ya por su propia felicidad (que también), sino por el bien del comic francés, europeo y mundial: Bastien, tío, supéralo de una vez.
Ya he dejado constancia en varias ocasiones de mi rendida admiración hacia el talento visual de Vivès. Pese a su juventud (vino al mundo en el orwelliano año de 1984), para mí ya se ha convertido en uno de los narradores gráficos más frescos y personales del actual panorama internacional. Desde un punto de vista estrictamente técnico (trazo, composición de página, claridad narrativa, experimentación formal y uso del color), Vivès ya es un grande por méritos propios. Pero (y es un pero considerable) el muchacho no deja de contarnos una y otra vez la misma historia. La misma historia de amor adolescente, para más inri.
Publicado en su país de origen en 2007, “ELLA(s)” ve ahora la luz en España de la mano de Diábolo Ediciones a rebufo del éxito de los superlativos “El gusto del cloro” y “En mis ojos” y del también interesante (aunque en menor medida) “Amistad estrecha”, todos ellos editados en Francia con posterioridad. Este desajuste en el orden de publicación de la obra de Vivès en nuestro país tiene dos consecuencias claras para el lector.
Por un lado, nos encontramos en "ELLA(s)" con un dibujo menos sintético (en cuanto a economía del trazo) que en las obras ya conocidas. No es en absoluto un defecto: este Vivès primerizo resulta ligeramente más cartoon y desenfadado. También, hasta cierto punto, más preciosista: “ELLA(s)” contiene algunas de las viñetas más bonitas (analizadas de forma aislada, como ilustraciones independientes) que le he conocido a su autor. Se percibe claramente, pues, la intención en obras posteriores de contar más con menos, de reducir el dibujo a una concreción lo más sencilla posible sin renunciar por ello a la expresividad que caracteriza a todos los trabajos del francés. Visto así, “ELLA(s)” es una obra algo diferente a lo que ya conocemos de Vivès. No me atrevería a decir si mejor o peor: a mí particularmente, desde un punto de vista estético, me ha enamorado.
Por el otro lado, el argumental, tropezamos con un handicap insalvable: esta historia ya la conocemos. Dice así: joven introvertido (aquí un tal Renaud) conoce a dos chicas guapas, simpáticas e inteligentes (la pelirroja y esbelta Charlotte y la morena y neumática Alice) y se siente irremediablemente fascinado por una de ellas. Que, si uno lo piensa un poco, es básicamente lo mismo que ocurría en “El gusto del cloro” y “En mis ojos”, y apenas ligeramente distinto a lo que servía de base narrativa a “Amistad estrecha” (con la salvedad de que allí el chico y la chica en cuestión ya se conocían de antes y que en “ELLA(s)” se nos narra precisamente el momento concreto en que se encuentran por primera vez).
A mí, dadas las circunstancias, me da por pensar que cualquiera de estos cuatro títulos es un poco (o bastante) autobiográfico. Que Renaud es el propio Vivès (como también lo eran el nadador de “El gusto del cloro”, el protagonista en modo subjetivo de “En mis ojos” y el amigo pagafantas de “Amistad estrecha”), que proyecta en una de las protagonistas su propia obsesión por una mujer real que lo dejó hondamente marcado y que aún no ha podido o querido olvidar. Estoy bastante convencido de que estas historias casi clónicas no son sino un reiterativo exorcismo emocional que Vivès lleva a cabo porque aquella persona que tan profundamente lo hirió (y es bien sabido que en toda herida sentimental hay un poco de placentera recreación masoquista) absorbe la llama de su inspiración como un agujero negro haría con la luz. Porque, sencillamente, Vivès es incapaz de liberar a / librarse de su musa.
Confieso que entiendo al chaval. Todos, quien más y quien menos, hemos estado alguna vez expuestos a esa clase de vórtice emocional. Todos, quien más y quien menos, tenemos cicatrices. Por suerte, algunos artistas son capaces de darle a esa frustración y despecho que deja tras de sí un amor marchito una salida creativa plena de sentido y sensibilidad. Ahí están “Adiós, Chunky Rice” y "Blankets" de Craig Thompson o, en un registro totalmente diferente, la mayor parte de la obra de Robert Crumb, vertebrada desde sus problemas con el sexo opuesto. Vivès, no obstante, parece haber completado ya sus obras mayores sobre el tema, y cada vez que repite nuevamente el esquema chico-conoce-a-chica uno no puede sino lamentar que todo ese derroche artístico se haya desaprovechado en entonar una vez más la misma cantinela. Una cantinela que, ojo, no deja de ser perfectamente disfrutable en su absoluta falta de innovación: "ELLA(s)" posee diálogos veraces, personajes creíbles y situaciones en las que más de uno podrá verse perfectamente identificado. Todo ello envuelto, como decía, en un aspecto gráfico de auténtico lujo.
Dadas las circunstancias, sólo se me ocurre un consejo final que darle al joven autor. El mismo que le brindaría a un buen amigo o amiga. El mismo que me gustaría que me dieran a mí en esas frías noches de invierno en que la cicatriz aún duele sordamente. No ya por su propia felicidad (que también), sino por el bien del comic francés, europeo y mundial: Bastien, tío, supéralo de una vez.
viernes, junio 03, 2011
Preestrenos: "Insidious"
Hacía mucho que no veía una película de terror en una sala de cine. Desde el primer "[Rec]", creo. Pero una de las ventajas de mi recién estrenado estatus como colaborador de la web Nuestros Comics es que me ofrece la posibilidad de asistir al preestreno de cintas que quizás volarían bajo mi radar si dependiese exclusivamente de mis filias y fobias cinematográficas. Y, como decía mi abuela (y seguramente también la tuya): "hay que comer de todo".
Así pues, podéis leer mis impresiones sobre "Insidious", el último film del realizador James Wan ("Saw"), haciendo click aquí.
Así pues, podéis leer mis impresiones sobre "Insidious", el último film del realizador James Wan ("Saw"), haciendo click aquí.
jueves, junio 02, 2011
miércoles, junio 01, 2011
A patadas con la primavera
“Sangre negra de esta herida brota
No dejo de pensar que te dejé marchar
Nunca había estado un alma tan rota
Desde que tú no estás no quiere recordar
Se pasó una vida entera
Y yo sólo guardo el recuerdo
De unas pocas horas
Era primavera
El sol salió ese día
Por ponerse a tu vera
Y el olor de un día de enero
Estribadito en tu agujero
Sigue en mi cabeza
Y un verano juntos de la mano
y me he pasao la noche fuera
Ya todo el año me hace daño
Y me vuelvo a llevar
A patadas con la primavera
(...)”
A los fans más inmovilistas de Extremoduro les debe estar hirviendo la sangre. Si “La ley innata” dejó a unos cuantos descolocados (pese a ser no sólo la gran obra maestra de su discografía sino, en mi nada modesta pero siempre discutible opinión, uno de los mejores discos que la música española nos ha dado en los últimos años), “Material defectuoso”, su más reciente LP, espoleará las críticas de muchísimos más.
Siguiendo la estela de “La ley innata”, este nuevo trabajo de estudio de Roberto Iniesta y compañía propone un alejamiento aún más drástico del rock transgresivo que los placentinos abanderaban en discos como “Deltoya” o “Agila” y explora los límites (aparentemente infinitos, dados los resultados) de su sonido sin rendir cuentas a nadie. Tanto es así que “Material defectuoso” no irá acompañado de presentaciones oficiales, ruedas de prensa ni conciertos (esto último, sin duda, lo más doloroso). Es decir: los miembros de Extremoduro hacen lo que les da la real gana sin dar explicaciones, sin ceñirse musicalmente al sendero delimitado por las preferencias de sus seguidores y sin sentir que la evolución experimentada en sus últimas propuestas pueda suponer una traición a sus orígenes. Y así, claro, les salen discos tan intrépidos, inesperados y sobresalientes como “Material defectuoso”, en el que arrancan con una percusión casi tribal y un bajo funky al inicio de “Desarraigo”, se marcan un alucinante solo guitarrero alla David Gilmour en medio de la bluesera “Otra inútil canción para la paz” y dejan para el número final (“Calle Esperanza s/n”) una balada estilo Scorpions con distorsión heredada de Brian May e hipertrofia orquestal (recordando una vez más al tan recurrido "Canon" de Pachelbel). Mis favoritas, no obstante, son la dulce “Si te vas”, con más de ocho minutos y medio de ternura drogodependiente (es la canción más larga en un disco dividido en seis cortes que no bajan en nigún caso de los cinco minutos), y la más agresiva “Tango suicida”, cuyos versos abren esta entrada y que es la más directa heredera, junto a "Mi espíritu imperecedero", del estilo progresivo presente en “La ley innata”.
Tal y como los extremeños afirman en su web oficial, “Material defectuoso” no es comida rápida; debe degustarse sin prisa. Los que busquen una conexión inmediata con los Robe y Uoho de antaño deben saber que aquí no encontrarán nada remotamente parecido a un “Jesucristo García”. Si acaso, ecos de “La vereda de la puerta de atrás” que ya anunciaba en 2002 el cambio que estaba por venir. Estos Extremoduro son otros: más blandos, sí (el juego de palabras es tan obvio que me niego a teclearlo); menos dados al ruido y la furia que los hicieron santo y seña de toda una generación de rockeros kalimotxeros a lo largo y ancho de la geografía española. Pero también, si cabe, mejores músicos. Que a mí, por si no había quedado claro, es lo que realmente me importa.
No dejo de pensar que te dejé marchar
Nunca había estado un alma tan rota
Desde que tú no estás no quiere recordar
Se pasó una vida entera
Y yo sólo guardo el recuerdo
De unas pocas horas
Era primavera
El sol salió ese día
Por ponerse a tu vera
Y el olor de un día de enero
Estribadito en tu agujero
Sigue en mi cabeza
Y un verano juntos de la mano
y me he pasao la noche fuera
Ya todo el año me hace daño
Y me vuelvo a llevar
A patadas con la primavera
(...)”
A los fans más inmovilistas de Extremoduro les debe estar hirviendo la sangre. Si “La ley innata” dejó a unos cuantos descolocados (pese a ser no sólo la gran obra maestra de su discografía sino, en mi nada modesta pero siempre discutible opinión, uno de los mejores discos que la música española nos ha dado en los últimos años), “Material defectuoso”, su más reciente LP, espoleará las críticas de muchísimos más.
Siguiendo la estela de “La ley innata”, este nuevo trabajo de estudio de Roberto Iniesta y compañía propone un alejamiento aún más drástico del rock transgresivo que los placentinos abanderaban en discos como “Deltoya” o “Agila” y explora los límites (aparentemente infinitos, dados los resultados) de su sonido sin rendir cuentas a nadie. Tanto es así que “Material defectuoso” no irá acompañado de presentaciones oficiales, ruedas de prensa ni conciertos (esto último, sin duda, lo más doloroso). Es decir: los miembros de Extremoduro hacen lo que les da la real gana sin dar explicaciones, sin ceñirse musicalmente al sendero delimitado por las preferencias de sus seguidores y sin sentir que la evolución experimentada en sus últimas propuestas pueda suponer una traición a sus orígenes. Y así, claro, les salen discos tan intrépidos, inesperados y sobresalientes como “Material defectuoso”, en el que arrancan con una percusión casi tribal y un bajo funky al inicio de “Desarraigo”, se marcan un alucinante solo guitarrero alla David Gilmour en medio de la bluesera “Otra inútil canción para la paz” y dejan para el número final (“Calle Esperanza s/n”) una balada estilo Scorpions con distorsión heredada de Brian May e hipertrofia orquestal (recordando una vez más al tan recurrido "Canon" de Pachelbel). Mis favoritas, no obstante, son la dulce “Si te vas”, con más de ocho minutos y medio de ternura drogodependiente (es la canción más larga en un disco dividido en seis cortes que no bajan en nigún caso de los cinco minutos), y la más agresiva “Tango suicida”, cuyos versos abren esta entrada y que es la más directa heredera, junto a "Mi espíritu imperecedero", del estilo progresivo presente en “La ley innata”.
Tal y como los extremeños afirman en su web oficial, “Material defectuoso” no es comida rápida; debe degustarse sin prisa. Los que busquen una conexión inmediata con los Robe y Uoho de antaño deben saber que aquí no encontrarán nada remotamente parecido a un “Jesucristo García”. Si acaso, ecos de “La vereda de la puerta de atrás” que ya anunciaba en 2002 el cambio que estaba por venir. Estos Extremoduro son otros: más blandos, sí (el juego de palabras es tan obvio que me niego a teclearlo); menos dados al ruido y la furia que los hicieron santo y seña de toda una generación de rockeros kalimotxeros a lo largo y ancho de la geografía española. Pero también, si cabe, mejores músicos. Que a mí, por si no había quedado claro, es lo que realmente me importa.
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