miércoles, noviembre 30, 2011

Preestrenos: "Jane Eyre"

Proyectos, agobios y entretenimientos varios me mantienen estos días alejado de la bloguesfera, pero acudo raudo una vez más a cumplir mi compromiso con la web Nuestros Comics y publicar mi reseña de la nueva adaptación de "Jane Eyre" (de Charlotte Brontë) que Cary Fukunaga ha realizado con la participación de dos de mis actores preferidos del panorama cinematográfico actual: Mia Wasikowska y Michael Fassbender.


Podéis conocer mis impresiones sobre la cinta seguiendo este enlace.

jueves, noviembre 24, 2011

Preestrenos: "Si no nosotros, ¿quién?"

Ya tenéis a vuestra disposición una nueva reseña fruto de mi contribución como crítico cinematográfico a la web Nuestros Comics. En esta ocasión el film objeto de análisis es "Si no nosotros, ¿quién?", narración que recrea el sentir socio-político de la juventud de la República Federal Alemana en los años 60 y que se estrena mañana en nuestro país.


Para conocer mi opinión sobre el film no tenéis más que clickar aquí.

sábado, noviembre 19, 2011

Preestrenos: "El gato con botas"

Nueva colaboración con la web Nuestros Comics. Sobre cine, ya sabéis. En esta ocasión la película reseñada es "El gato con botas", el spin-off/precuela de la saga "Shrek" protagonizado por Antonio Banderas, Salma Hayek y Zack Galifianakis (creo que lo he escrito bien... a ver, que lo googleo... sí, está bien) que se estrena en nuestro país el próximo 25 de noviembre.


Como siempre, para conocer mi opinión sobre la cinta tan sólo tenéis que clickar aquí.

viernes, noviembre 18, 2011

Fluyendo con Sidonie

Fieles a su cita bienal, Sidonie regresan este otoño con un nuevo LP dispuesto a superar los importantes logros conseguidos por sus tres trabajos previos en lengua castellana (“Fascinado”, “Costa azul” y “El incendio”). En su último álbum, “El fluido García”, las alusiones (implícitas o explícitas) a los grupos que conformaron el gran cuadro musical de los años 60 (los sempiternos Beatles, sí, pero también los Beach Boys, los Kinks o los Byrds, entre muchos otros) hacen de nuevo acto de presencia para verse enriquecidas por unas guitarras que jamás en la discografía de los catalanes habían sonado tan salvajes y desatadas.


Todo cambio es para mejor en el nuevo disco. Aumenta la densidad sonora, se acelera el sonido tradicionalmente modoso de la banda, las melodías se desmelenan en delirios psicodélicos que recuerdan al arrojo de los Super Furry Animals de “Rings around the world” y los juegos vocales alcanzan cotas de belleza mayúscula en los primeros compases de “Bajo un cielo azul (de papel celofán)”, un ambicioso corte de siete minutos y medio llamado a convertirse en un clásico instantáneo.

El otro gran acierto de este nuevo trabajo es su condición de disco unitario. Al contrario que en “El incendio”, que era una colección de canciones independientes con mayor o menor pegada, “El fluido García” es un álbum sin fisuras, que se disfruta sin altibajos ni límite de escuchas desde los primeros compases de “El bosque” hasta la breve coda final con que concluye “No mires atrás”. Por el camino quedan otros ocho cortes indispensables (además de la ya citada “Bajo un cielo azul...”) entre los que resulta imposible sugerir descartes. Yo, que soy muy dado a establecer favoritismos incluso entre niveles muy parejos de excelencia, confieso que me subo por las paredes cada vez que suena “A mil años luz”, rareza espacial del LP por donde pasan el Mayor Tom y Hal 9000, confesando alegremente la inspiración lírica para semejante melocotonazo.


“El fluido García” es el mejor trabajo de “Sidonie” hasta la fecha (en mi nada modesta pero siempre discutible opinión), así como un claro candidato a presidir el podio de mis álbumes favoritos de 2011. Un discarral, vamos.

lunes, noviembre 14, 2011

El apocalipsis según San Lars

Polémico. Artista. Bocazas. Profundo. Pedante. Transgresor. Aburrido. Arrogante. Genio. Cretino. Idolatrado. Denostado. Lars. Von. Trier.


Parte 1: Lars y dos chicas de verdad

El cineasta danés Lars Von Trier siempre ha manifestado un especial interés por los personajes femeninos llevados psicológica y emocionalmente al límite, así que no sorprende encontrarnos en “Melancolia”, su último largometraje hasta la fecha, con la circunstancia de que dos mujeres acarrean todo el peso dramático del relato. El film nos presenta a Justine, una joven bipolar sumida en una profunda depresión, y a su hermana Claire, cabal, responsable y profundamente organizada. También es la historia de un planeta azulado cuya extraña trayectoria cósmica lo llevará a colisionar con la Tierra, erradicando toda forma de vida.


La cinta se divide en dos partes, precedidas por un prólogo que supone uno de los mayores logros estéticos de Von Trier en toda su filmografía. Los diez primeros minutos de “Melancolía” están conformados por bellísimas imágenes a cámara lenta (metafóricas o literales, eso deberá decidirlo el espectador al terminar de ver la película), acompañadas por una sublime composición musical de Richard Wagner, que nos ponen inmediatamente en situación: Von Trier no conoce el significado de la palabra “humildad”. También contribuyen estos compases iniciales a generar el primer déjà vu con que seremos sorprendidos a lo largo del film: teniendo “El árbol de la vida” tan fresca en la memoria, resulta de lo más llamativo que otro de los directores más amados/odiados del actual panorama cinematográfico internacional haya decidido estrenar precisamente ahora un drama que interrelaciona lo cósmico con lo íntimo a ritmo de música clásica y fastuosas imágenes galácticas.


Las dos partes en que se divide “Melancolía” casi parecen películas diferentes. La primera mitad pasa de puntillas sobre el tema planetario y relata los acontecimientos que tienen lugar el día de la boda de Justine (soberbia Kirsten Dunst) con su prometido Michael (un Alexander Skarsgard muy alejado del televisivo vampiro Eric al que el actor da vida en “True blood”). Encontramos aquí a un Von Trier que mete el dedo en la llaga de las relaciones familiares disfuncionales, evocando poderosamente a “Celebración”, aquel corrosivo film inaugural del movimiento Dogma dirigido por su amigo Thomas Vinterberg. El plantel actoral que pulula por el lujoso castillo donde se celebra el enlace es muy ilustrativo del prestigio que el danés ha cosechado entre los profesionales de la interpretación. Nombres como Stellan Skarsgard (padre de Alexander en la vida real, aunque amigo en la ficción), John Hurt (el cual interpreta al progenitor de las protagonistas), Kiefer Sutherland (que da vida al marido de Claire) o Charlotte Rampling (desencantada madre de ambas hermanas) elevan hasta la estratosfera el nivel dramático del convite.


Se ocupa esta sección del film de presentar al complejo personaje de Justine y de oponerlo a su racional hermana, encarnada por la no-excesivamente-guapa-pero-terriblemente-atractiva Charlotte Gainsbourg, quien ya había colaborado con Von Trier en su film previo “Anticristo” y que aquí vuelve a estar tan maravillosa y natural como en cada interpretación suya que yo haya podido ver hasta la fecha. Divertido a ratos, incómodo en su mayor parte y casi siempre sorprendente, el primer capítulo de “Melancolía” resulta apasionante tanto desde el punto de vista técnico como desde una perspectiva puramente argumental.


No obstante, “Melancolía” va de más a menos.

En su segunda mitad la película pierde fuelle, quizás porque Von Trier se aleja del agrio retrato familiar que acaba de presentarnos para alzar progresivamente la vista a los cielos y enfrentar a unos personajes muy anclados a nuestra realidad con un contexto fantástico que me ha recordado, en su aproximación intimista a un género tradicionalmente palomitero, tanto al cine de M. Night Shyamalan (no el de la execrable “Airbender: el último guerrero”, sino ese otro que se se marcó en “Señales” una reflexión sobre la fe disfrazándola de serie B con alienígenas verdes) como al Andrei Tarkovsky de “Stalker”, que partía de un concepto de ciencia-ficción (la misteriosa Zona) para acabar hablando de... vaya, ¿de qué demonios iba esa película? La alusión al cineasta ruso no es en absoluto baladí, pues Von Trier ha manifestado en varias ocasiones una profunda admiración hacia su obra, resultando además que el título de este último film del danés remite claramente a la “Nostalgia” de Tarkovsky.


Obviamente Von Trier no es Michael Bay ni Roland Emmerich (por suerte) y el trasfondo apocalíptico de “Melancolía” es un pretexto para indagar en las reacciones del ser humano ante lo inevitable. Justine y Claire representan dos actitudes opuestas ante la inminente desaparición de todos los seres vivos. Precisamente las mismas actitudes que enarbolaron previamente frente a los sinsabores cotidianos de la existencia. Claire se aferra a la necesidad de sentir que las circunstancias están bajo control (aunque sea, pírricamente, en el aspecto puramente estético de la extinción) y es incapaz de asumir que hay situaciones ante las que el ser humano sólo puede resignarse y claudicar. Justine, por su parte, encara la vida y la muerte con idéntico nihilismo depresivo. Para ella, la amenaza de un gigantesco planeta a punto de hacer añicos la Tierra no supone un motivo mayor de desesperanza que levantarse cada mañana de la cama. No es casual, por supuesto, que dicho planeta se llame Melancolía (y a partir de aquí cada uno es libre de extraer una segunda lectura alegórica si lo cree conveniente).


Hay mucho y muy bueno, también, en esta parte del film. Más allá de un incomprensible desliz visual en sus instantes finales (leo por ahí que a otros, sin embargo, les ha parecido un momento especialmente memorable), la cinta continúa siendo un prodigio técnico y un auténtico recital interpretativo. El problema es que la inamovible certeza del desenlace (no spoileo: el destino de la Tierra se conoce desde el prólogo) y lo inútil de cualquier posible reacción humana anulan de algún modo mi implicación emocional en el asunto. Se pierde el suspense, quedando únicamente la experiencia audiovisual (fabulosa, ya digo) y el regodeo en la fatalidad como único estímulo para el espectador. De ahí que el final me haya dejado con una terrible sensación de vacío, de intrascendencia. Algo que, me temo, está totalmente en las antípodas de lo que Von Trier pretendía lograr con su película.


O quizás no, y precisamente esa nada absoluta que tengo instalada en el pecho desde que abandoné la sala era precisamente su objetivo. Con Lars nunca se sabe.

sábado, noviembre 12, 2011

Tan bueno como Tom

Tom Waits es una institución en esto de la música. Con cuarenta años de trayectoria a sus espaldas y una legión de devotos cuyo número es sólo comparable al de sus detractores (salvo en círculos reducidos, en España su figura no ha calado tanto como en territorio angloparlante), el cantautor californiano ya no tiene a estas alturas nada que demostrar. Tras siete años sin alumbrar canciones de nuevo cuño, Waits publica ahora “Bad as me”, trece nuevas tonadas que se aferran a su peculiar estilo compositivo e interpretativo y que, más que una sorpresa, supondrán para sus seguidores esa alegría que surge del reencuentro con un viejo conocido por el que no parecen haber pasado los años.


La fórmula no ha cambiado: rocks indigentes y blues tabernarios, arreglos jazzísticos y valses plagados de sentimiento, además de ese particularísimo registro vocal marca de la casa que incluye toda clase de gruñidos, susurros y aullidos aguardentosos (habrá aún algún insensato que diga que Waits no sabe cantar; que haga el favor de escuchar “Talking at the same time” y cierre el pico). No hay novedades sustanciales en el característico sonido que el músico lleva décadas desplegando en sus creaciones pero, como se suele decir en estos casos, si algo no está roto, ¿para qué arreglarlo?


“Bad as me” es un disco especialmente asequible dentro de los estándares de su artífice. No es que un servidor sea una eminencia en lo que se refiere a la carrera del viejo pirata Tom (apenas habré escuchado con detenimiento cinco o seis de sus álbumes de estudio, de los veintitantos que pueblan su discografía), pero me ha sorprendido positivamente encontrarme con una colección de temas de fácil asimilación tras apenas un par de escuchas, logrando que este último LP resulte perfecto para quienes busquen un punto de partida desde el que acceder a la vasta obra del showman multidisciplinar.


Así pues, “Bad as me” es un álbum tan brillante y personal como cabría esperar de su autor, absolutamente recomendable tanto para el fan de toda la vida como para el neófito, y una confirmación rotunda de que Waits sigue en un estado de forma musical envidiable. De mayor yo quiero ser tan bueno en lo mío como él lo es en lo suyo.

jueves, noviembre 10, 2011

Preestrenos (o algo así): "George Harrison: Living in the material world"

Martin Scorsese estrena documental sobre el beatle misterioso, George Harrison, y un servidor opina sobre el resultado en su más reciente colaboración con la web Nuestros Comics.


Para saber más, como de costumbre, haced click aquí.

domingo, noviembre 06, 2011

Craig es amor

Hay gente que tiene clara su razón para vivir. Como Craig Thompson. El dibujante y guionista de tebeos de Michigan (no puedo pensar en Thompson si no es con Sufjan Stevens como acompañamiento musical) vive por y para el amor. Criado en una familia de profundas creencias cristianas, como se vio en su autobiográfica obra “Blankets”, Craig siente un ambiguo fervor religioso que no puede ser definido más que como amor a lo divino. Marcado a fuego por su romance adolescente con la idealizada Raina (ésta también salía, y mucho, en “Blankets”, y era la inspiración para el ratoncito Dandel en su conmovedor “Adiós, Chunky Rice”, uno de mis tebeos favoritos de todos los tiempos), Thompson vive además fascinado por la noción de un amor humano imperecedero que supere todas las zancadillas que el espacio y el tiempo pongan en su camino. Sospecho que al muchacho le gustaría “El amor en los tiempos del cólera” de García Márquez tanto como a mí.


Hace unas semanas apareció a nivel internacional el cuarto trabajo de Thompson, una mastodóntica odisea romántico-coránica titulada “Habibi”. En ella, el amor humano y el amor divino vuelven a ser el eje alrededor del que pivotan las vidas de Dódola, una niña vendida como esposa a un escribano, y Zam, un esclavo huérfano al que Dódola criará como si fuera su madre/hermana mayor.


Inspirado en la religión musulmana y en las narraciones de “Las 1.001 noches” (con Dódola ejerciendo de Sherezade para divertimento e instrucción del pequeño Zam), “Habibi” es además un intrincado estudio sobre la caligrafía árabe. Durante sus casi 700 páginas plagadas de bellísimas viñetas en blanco y negro se percibe con claridad el esfuerzo de investigación desarrollado al respecto por Thompson durante los últimos siete años (los que han pasado desde “Cuaderno de viaje” hasta “Habibi”). A veces con demasiada claridad, me atrevería a decir, pues no deja de ser obvio el interés de Thompson por que el lector reconozca ese esfuerzo, como diciendo “os guste o no, os vais a enterar de cuánto me lo he currado”.


Es un pero menor, sin embargo, pues lo que a mí realmente me interesa del libro, esa relación entre Dódola y Zam que discurre alternativamente por los senderos de la maternidad, la amistad, la sexualidad culpable y el amor sublimado, me sirve por sí misma para sostener el delicado equilibrio narrativo entre los pasajes místicos sustraídos de la religión musulmana (y por ende cristiana y judía, pues todas estas doctrinas tienen una tradición común que comparte la mitología del Antiguo Testamento) y las desventuras de esta pareja de desamparados a caballo entre una Arabia fabulada y la actual realidad de las desequilibradas economías de Oriente Medio.


Lo que más me fascina del Craig Thompson guionista es su especial intuición del ideal del amor. Su manera de tratar el vínculo emocional entre Dódola y Zam conecta conmigo desde la primera viñeta, del mismo modo en que lo hacían los sentimientos de Craig y Raina en “Blankets” y de Chunky y Dandel en “Adiós, Chunky Rice”. Que son siempre, por cierto, los mismos personajes bajo apariencias distintas. Porque, no conviene engañarnos al respecto, Craig Thompson es guionista de una sola historia, un poco como le ocurre a Bastien Vivès. Si esa historia sigue interesándome, involucrándome y conmoviéndome como lo hace, es porque las distintas variaciones que Thompson ha sabido introducir en cada ocasión justifican cada una de sus obras como algo totalmente nuevo y al mismo tiempo perfectamente reconocible. Como si Craig se hubiese convertido, a su manera, en un género propio.


Y luego está el Thompson dibujante, claro. Un tipo superdotado para la ilustración, con un estilo sintético y caricaturesco que hace fácilmente comprensible hasta la más compleja de las soluciones narrativas con que desgrana sus viñetas. Thompson es un explorador del medio, un artista gráfico de una ambición desmedida que se lanza en un salto al vacío sin red en cada página y consigue salir (casi) siempre airoso. Leer “Habibi” es, por momentos, redescubrir las posibilidades del medio, del mismo modo en que ocurre al leer a otros temerarios de la experimentación formal como Chris Ware, Dash Shaw o el mentado Vivès. Y lo más fascinante, ojo, es que “Habibi” se lee del tirón, sin sentirse nunca sobrepasado por el arrojo narrativo de Thompson o fatigado por su continua búsqueda de nuevos modos de componer una página o de realizar una transición entre escenas (habrá quien disienta, lo sé, pero si yo no lo he leído de una sola sentada ha sido porque no he tenido tiempo material para dedicarle una tarde entera a sus cientos de páginas; apagar la luz antes de dormir sabiendo que aún me quedaban tantos episodios de la historia de Dódola y Zam por descubrir fue durante días un obligado ejercicio de autocontrol).


Le edición española por parte de Astiberri es, como ya nos tiene acostumbrados la editorial vasca, excelente. Es verdad que el precio del libro es elevado, pero después de haber pagado 15 machacantes por las 120 páginas del lamentable “Némesis” de Mark Millar y Steve McNiven, nadie podrá decirme que los 39 € que cuestan las gloriosas 672 de “Habibi” resultan abusivos.

Yo lo tengo perfectamente claro: “Habibi” es uno de mis tebeos favoritos del año.

viernes, noviembre 04, 2011

Ultimate Holmes

El remake se ha apoderado del mundo del ocio. Llamadlo reboot, precuela o “ultimatización” (si os va el rollo super-heroico): la gallina de los huevos de oro en esto de contar historias se basa en un "lavado de cara y a vender". Si nos tomásemos tan en serio el reciclaje de residuos, el medio ambiente tendría mil años más de esplendor garantizados...

Tarde o temprano le tenía que tocar el turno a Sherlock Holmes, el sagaz detective surgido de la pluma de Arthur Conan Doyle allá por 1887. Versiones, adaptaciones y reinterpretaciones del personaje (y de su fiel acompañante, el Dr. Watson) hemos tenido la hueva en el último siglo (desde Billy Wilder hasta Guy Ritchie, pasando por Steven Spielberg o Hayao Miyazaki, todos han querido un pedazo del pastel holmesiano), pero creo que ninguna ha capturado el espíritu de su tiempo (eso que los alemanes denominan "zeitgeist") como la reciente recreación urdida por la cadena de televisión británica BBC.


“Sherlock” (así, sin apellido) es una miniserie de tres episodios estrenada en la Pérfida Albión en 2010 que me vino recomendada, a lo largo de los últimos meses, por familiares, colegas y ciber-conocidos de gustos de lo más divergente (motivo por el que me decidí a darle un tiento, claro). Cada capítulo de “Sherlock” tiene una duración considerablemente superior a lo habitual en el medio, llegando hasta los 90 minutos por entrega, y presenta un misterio que el inquilino del 221-B de Baker Street debe desentrañar usando su intelecto superior.

La novedad estriba en que estas aventuras de Holmes están contextualizadas en el siglo XXI, en una sociedad donde internet, los móviles y los métodos policiales alla “CSI” son el pan nuestro de cada día. De este modo, ahora John Watson es un ex-combatiente de Afganistán, además de blogger, y viene envasado en la entrañable fisionomía del futuro Bilbo Bolsón: Martin Freeman (sí, también era el doble de escenas sexuales en la requetebonita “Love actually”). La nueva encarnación de Sherlock, por su parte, es más irritante, caprichosa y amoral que nunca (a juego con el actual paradigma de héroe catódico siniestro que tan bien representa Dexter Morgan), y ve potenciada su aura inhumana por la espigada estatura, el rostro alienígena y la profunda voz de Benedict Cumberbatch (un tipo que, definitivamente, nació para este papel).


Como en la nueva hornada de grandes series inglesas (he oído y leído maravillas de unas cuantas, pero mi parcial desconocimiento en la materia sólo me permite recomendar las muy estimables “Dead set” y “Misfits”), el humor juega un papel fundamental en “Sherlock”. La dinámica siempre al borde del cabreo que se desarrolla entre Holmes y Watson remite claramente al Dr. House y su amigo oncólogo Wilson, que a su vez ya se inspiraban en los Sherlock y Watson originales (y el ciclo se cierra, supongo), retomando lo que tan bien funcionaba en los primeros capítulos de la serie del médico adicto al Vicodin y potenciándolo con lo mejor de la actual generación de series procedimentales sobre criminalística (“CSI”, “Bones”, “Miénteme”, “El mentalista”, “Mentes criminales”... la lista es virtualmente interminable). El cuidado aspecto visual del conjunto y el sabor característicamente british que se obtiene al desplegar el mapa de Londres como campo de batalla intelectual ofrecen el plus que consigue que “Sherlock” pueda ser vista como algo diferente en el panorama televisivo actual. Eso, y los diálogos ágiles y mordaces que probablemente hayan sido los responsables de que Spielberg y Jackson fichasen al principal guionista de la producción, Steven Moffat, para que colaborase en la traslación del Tintín de Hergé a la gran (y tridimensional) pantalla.


No todo es perfecto en “Sherlock”, me temo. Tras un primer capítulo ciertamente ilusionante y antes de una season finale muy efectiva, el segundo episodio queda algo descolgado del conjunto. Un buen relleno, sí, pero relleno al fin y al cabo. Por otro lado, la serie no logra evitar algunos lugares comunes que merecían otra pequeña vuelta de tuerca; algunos enigmas son demasiado obvios (si yo los descubrí antes que Holmes, sospecho que el detective y sus guionistas no son tan listos como quieren hacernos creer), y ciertos personajes chirrían por su exceso de teatralidad (al final del episodio tercero me remito, por ejemplo). Claro que hablamos de actores británicos dando vida a personajes británicos: esa gentuza lleva el teatro en la sangre, maldita sea.

Sin ser perfecta, en fin, la primera temporada de “Sherlock” me ha parecido muy estimulante y adecuadamente breve. Con estos mismos mimbres y algo más de ambición, la segunda (otras tres entregas proyectadas para principios de 2012) puede resultar plenamente satisfactoria.