1. La pesadilla de Cameron y el sueño de SchwarzeneggerA principios de los 80 un tipo llamado James Cameron tuvo, durante una convalecencia febril, un sueño protagonizado por un esqueleto robótico emergiendo de un mar de llamas. Cameron era un director de cine salido de la factoría Corman que en aquel momento ultimaba los detalles de su primer largometraje, un serie B titulado “Piraña 2: los vampiros del mar”. Por suerte para los amantes del cine de terror y ciencia-ficción, de aquella pesadilla tecnófoba surgió su segunda película, la que convertiría su nombre en leyenda y le permitiría, a la postre, llevar a cabo proyectos de producción masiva como “Titanic” (ganadora de 11 Oscars, tres de los cuales fueron a parar a las manos de Cameron como director, productor y montador) o la próxima “Avatar” (de la cual podéis conocer unos cuantos detalles de la mano del recomendabilísimo blog vecino
“Tengan mucho cuidado ahí fuera”). La película que originó todo esto es, por supuesto, “Terminator”.
Pese a que siempre he considerado “Conan, el bárbaro” (John Milius, 1981) la mejor cinta protagonizada por Arnold Schwarzenegger, no cabe duda de que si el ex-culturista austriaco se convirtió con el tiempo en la estrella mejor pagada del cine mundial y es hoy gobernador del estado de California es gracias a su participación en “Terminator”. Sin esta película, nada de lo que vino después habría tenido lugar.
Así, dos de las carreras más exitosas de la historia del cine reciente se lo deben prácticamente todo a un letal cyborg sin sentimientos venido del futuro para provocar el Apocalipsis.
“Terminator” hizo de Arnie mi actor favorito en mis años mozos. Supongo que decirlo a día de hoy puede resultar impopular pero, igual que a la generación de mis padres les flipaba Charlton Heston (sin saber que acabaría sus días como imagen mediática de la derecha ultraconservadora yanki), Schwarzenegger hizo en los 80 y parte de los 90 las películas que yo quería ver cuando tenía 8, 10 ó 12 años. Recordemos que este pedazo de carne protagonizó también las estupendas “Depredador” (John McTiernan, 1987), “Desafío total” (Paul Verhoeven, 1990) y “Mentiras arriesgadas” (repitiendo con Cameron por tercera y última vez en el año 1994), además de la ya citada “Conan, el bárbaro” y de las dos “Terminator” originales (no me olvido de la tercera, pero ya llegaremos a eso…)
2. “Ven conmigo si quieres vivir”Pese a estar fechada en 1984, “Terminator” es una película que se puede ver actualmente (25 años después, nada más y nada menos) con el mismo entusiasmo que por aquel entonces. Ni siquiera la estética ochentera y los efectos especiales desfasados desmerecen una cinta tan sólida como trepidante, que no ofrece un segundo de respiro al espectador (una de las mayores virtudes de Cameron como director es su increíble sentido del ritmo) y que ha dejado para la posteridad un buen puñado de frases célebres e imágenes inolvidables.
Para los despistados, el argumento es el siguiente: desde un desolado futuro post-nuclear en el que las máquinas intentan erradicar a la raza humana de la faz de la Tierra, el super-ordenador Skynet envía a nuestro tiempo (al menos lo era en la fecha de estreno de la cinta) a un asesino cibernético de apariencia humana, el T-800 Cyberdyne Systems Modelo-101 (interpretado por el amigo Chuache), para eliminar a Sarah Connor (Linda Hamilton), futura madre de John Connor, el líder de la resistencia humana. Para impedirlo, John (al que no veremos en toda la película) envía también al pasado a uno de sus soldados de confianza, Kyle Reese (Michael Biehn), con el propósito de que proteja a su madre y así la historia siga su curso.
Personalmente siempre he sentido debilidad por los argumentos basados en viajes temporales, aunque debo reconocer que en muy pocas ocasiones el resultado está a la altura de lo esperado. Las andanzas de los cronoviajeros suelen ser o bien muy predecibles (estando el futuro escrito, al final de la narración todo debe encajar de forma exacta, por lo que el espectador ya está advertido de lo que tiene, por fuerza, que suceder) o bien directamente una chapuza donde el desconocimiento de los mecanismos de la lógica espacio-temporal resulta más que evidente (y no me habléis de “Heroes” que me pongo muy malito). “Terminator” elude ambas opciones gracias a un argumento muy bien planteado y a un hecho poco común en este tipo de historias: no importa el futuro de los personajes, sino su presente más inmediato. Cameron consigue que nos olvidemos momentáneamente del hecho de que la humanidad entera se va a ir al carajo poniéndonos en la piel de unos desesperados Sarah Connor y Kyle Reese en su constante huída del T-800. La cinta es tan frenética e hipnótica que uno apenas puede permitirse pensar en lo que va a pasar dentro de diez minutos, mucho menos plantearse el futuro de la raza humana a treinta años vista. De ahí que, cuando al final todas las crono-piezas encajan perfectamente en su sitio, uno sienta que se trata más de un plus de valor añadido que del auténtico meollo de la película. Así, no se trata de una sesuda reflexión sobre las leyes que regulan el continuo espacio-tiempo (pese a que las respete al pie de la letra), sino una peli de terror con un distinguido toque de ciencia-ficción.
Bien por ti, James Cameron.
Obviamente con todas estas virtudes “Terminator” fue un hito cinematográfico además de una película con una rentabilidad altísima. Y, obviamente también, la secuela estaba cantada. No obstante, Cameron se lo tomó con calma. Después de “Terminator” se dedicó a deslumbrar a propios y extraños con una secuela de “Alien” (titulada “Aliens” y estrenada en 1986) que nada tenía que envidiar a la original (gracias a un planteamiento radicalmente distinto que llevaba la saga al terreno de la acción pura y dura) y una poética y algo megalomaníaca (aunque de resultados igualmente excelentes) película de ciencia-ficción submarina llamada “Abyss” (1989) y que arrancaba con la misma cita de Nietzsche que da nombre a este blog. En ambas cintas, por cierto, Michael Biehn interpretaba sendos papeles de importancia.
3. Dijo que volvería. Y volvió.Pese a que en un principio James Cameron no contaba más que con escribir y producir la ansiada secuela de “Terminator” (cediendo la silla de director a Martin Campbell, hoy poseedor de cierto prestigio gracias a su lavado de cara a la franquicia 007 en “Casino Royale”), el desmedido interés de Schwarzenegger por conseguir que el equipo de la original estuviera presente en la segunda parte logró convencer al realizador para tomar de nuevo los mandos de la saga. En 1991, “Terminator 2: el juicio final” llegó por fin a los cines de medio mundo.
Con la audacia que siempre le ha caracterizado, Cameron tomó los elementos más relevantes de la cinta original y los llevó un poco más lejos, no limitándose a una repetición de esquemas que, aunque quizás hubiese complacido a los inversores, habría hecho válida esa máxima cinematográfica que reza que “segundas partes nunca fueron buenas”. Al igual que hiciera con la saga de alienígenas con sangre ácida diseñados por H.R. Giger, Cameron dobló la apuesta en ésta, su segunda secuela, tirando por los derroteros de la acción y dejando a un lado los elementos más terroríficos. Gracias a un holgado presupuesto (fue la película más cara de la historia del cine hasta ese momento) que permitía plasmar en imágenes los caprichos visuales del director, “Terminator 2” volvió a hacer historia en varios frentes. Como película resultó ser más grande, más larga y cien veces más espectacular, pero sin olvidarse del componente dramático y de las complicadas relaciones entre personajes (que incluían a una Sarah Connor fuera de sus cabales que debía aprender a confiar en una máquina), encandilando a los fans de la primera parte y consiguiendo que muchas otras personas descubrieran la epopeya de John Connor y su inagotable lucha por salvaguardar el futuro de nuestra especie. Como producto, generó unos beneficios asombrosos (su recaudación se estima en más de 380 millones de euros, por los 60 de la primera parte). Finalmente, como plataforma de lujo para la presentación de innovadores efectos especiales revolucionó el medio impulsando definitivamente la tendencia (hoy sobreexplotada) de imágenes digitales integradas sin la que cintas más recientes como la trilogía “The Matrix” o “Transformers” serían inconcebibles.
Paradójicamente, la película más exitosa de la franquicia suponía también su cierre desde el punto de vista argumental: la conclusión de “Terminator 2” era tan redonda y definitiva que la posibilidad de una nueva secuela debería haber quedado inmediatamente descartada.
¡ADVERTENCIA! Si no has visto la peli (quizás te hayas pasado los últimos 20 años en coma, quién sabe) no sigas leyendo:
Al final de “Terminator 2”, Sarah Connor, su hijo John y un nuevo T-800 (reprogramado en el futuro por el propio John Connor para proteger su vida cuando era adolescente) destruían la tecnología que daría pie a la fabricación de la inteligencia artificial Skynet, propiciando así la creación de una nueva línea temporal paralela en la que la guerra contra las máquinas nunca había tenido lugar. Punto pelota. C’est fini.
4.¿Sayonara, baby?Pues no.
La avaricia de los productores rompió el saco y en 2003 apareció un “Terminator 3: la rebelión de las máquinas” en el que James Cameron no tuvo ni voz ni voto (por problemas derivados de la compra/venta de los derechos de la franquicia). Lo cual, obviamente, se percibía desde el minuto uno de metraje.
Dirigida por Jonathan Mostow (artífice de “U-571”, de la cual sólo recuerdo que Jon Bon Jovi hacía un pequeño papel), la tercera entrega de la saga fue una absoluta falta de respeto a la inteligencia del espectador y al legado de Cameron: primero, porque se pasaban totalmente por alto las implicaciones del final de “Terminator 2”, retomando el asunto de la guerra contra las máquinas como si esta posibilidad nunca hubiera sido abortada; segundo, porque esta vez los responsables sí se limitaron a repetir la estructura de la película inmediatamente precedente, entregando una mala copia de “Terminator 2” que no aportaba absolutamente nada a la mitología de la saga; tercero, porque la cinta se permitía reírse abiertamente de muchos de los elementos que habían dado forma a las películas anteriores, como si se tratase más de una parodia que de una continuación en toda regla; y cuarto y último, porque ni Arnold estaba ya para esos trotes (un terminator ¿viejo?) ni la contratación de una modelo dramáticamente deficiente como Kristanna Loken era la solución para hacernos olvidar a los amenazantes T-800 y T-1000 de las partes uno y dos, respectivamente (y menos con un nombre tan estúpido como Terminatrix, claro).
Ante semejante despropósito, servidor (como muchos otros fans de las pelis originales) decidió que, simple y llanamente, “Terminator 3” nunca había existido, pudiendo así volver a conciliar el sueño por las noches.
5. El futuro no está escritoDebido a todo esto, las noticias de una cuarta entrega no me sedujeron ni un pelo en un primer momento. ¿Por qué seguir engordando una franquicia que estaba definitivamente muerta, kaput, terminated? Si la mera existencia de tal proyecto ya auguraba lo peor, el anuncio de que McG (conocido por las dos entregas de “Los ángeles de Charlie”) sería el director fue un nuevo jarro de agua fría. No es que las apuestas bajaran, es que directamente se estrellaron. No obstante, la posterior incorporación de Christian Bale (intérprete que me flipa desde los tiempos de “American Psycho”) como un John Connor adulto y la ubicación de la trama en el futuro apocalíptico del año 2018 consiguieron despertar mi alicaído interés. La única salida argumental que le quedaba a la franquicia era situarse en la originaria linea temporal de la primera entrega (esto es, en una continuidad paralela a la del final de “Terminator 2”) y desde ahí narrar algo que el espectador ya conocía (la guerra abierta entre hombres y máquinas y cómo John Connor mandaba al pasado a Kyle Reese para protegerse a sí mismo de las conspiraciones espaciotemporales de Skynet) pero que nunca había tenido la suerte de ver.
Mientras un servidor dedicaba sus ratos libres a darle vueltas a esta posibilidad y sus implicaciones en la continuidad de la saga (entre otros diez millones de pensamientos frikis) y los propietarios de los derechos de la franquicia se encargaban de explotarlos en una fallida serie de televisión llamada “Las crónicas de Sarah Connor” (de la que sólo vi el terrible episodio piloto y no me quedaron ganas de repetir), el primer trailer de “Terminator: Salvation” (como fue bautizada esta cuarta entrega cinematográfica) vio la luz. Después de tantas dudas y reparos, un nuevo rayo de esperanza asomó en el horizonte: aquello tenía muy buena pinta. No obstante, ya sabéis cómo son los trailers: astutos y engañosos cual Loki Laufeyson. Uno nunca puede fiarse del resultado final por sólo dos minutos de vibrantes imágenes atropelladas y un acompañamiento musical que en raras ocasiones se corresponde con el de la película (y que en este caso incluía una estupenda versión guitarrera del tema “The day the whole world went away” de Nine Inch Nails).
6. El día del juicioHasta el pasado viernes la película no era más que una prometedora incógnita. Vista al fin, la verdad es ésta: “Terminator: Salvation” es una precuela mediocre y divertida (y sí, he dicho precuela).
Resulta obvio que sus responsables nunca aspiraron a competir cualitativamente con las dos primeras entregas de la saga. De hecho, esta cuarta película pretende ser tan fiel a los acontecimientos narrados en aquellas que encuentra en ese respeto al original una de sus mayores flaquezas y, al mismo tiempo, una de sus más destacadas virtudes.
“Terminator: Salvation” consigue integrarse perfectamente en la continuidad de la saga, manteniendo incluso alguno de los elementos de “Terminator 3” que no chocaban con lo dispuesto en los films anteriores, y basa gran parte de su atractivo en el gusto por el detalle retroactivo (lo cual tiene sentido en una historia plagada de paradojas temporales) y el homenaje indiscriminado (incluyendo prácticamente todos los guiños y frases que deben estar, y haciéndolo además con bastante acierto). Pero también de ello se deriva la imposibilidad de llevar el argumento más allá del terreno conocido. Cualquier espectador que estuviese mínimamente atento durante el visionado de las entregas dirigidas por Cameron sentirá inevitablemente que todo lo expuesto en “Terminator: Salvation” es rotundamente obvio y que no hacía falta que nos lo mostrasen para darlo por hecho. Todo estaba ya ahí de antemano, en las palabras de Kyle Reese en la primera “Terminator” y en las visiones del futuro en “Terminator 2”.
Tampoco ayuda en absoluto que el montaje arruine desde el primer momento el misterio en torno al personaje de Marcus Wright (con lo bien que hubiera quedado la escena inicial como un flashback dosificado a lo largo de la primera hora de película) o que los trailers hayan destapado hace meses uno de los pocos giros argumentales que podrían haber sorprendido al espectador.
Un aspecto quizás menor pero que se hace notar es la casi total ausencia del tema musical original compuesto por Brad Fiedel, al que sólo se alude de forma muy puntual en un par de momentos de la cinta. Cosas como ésta hacen que uno se percate de la relevancia que una banda sonora con personalidad tiene en el buen funcionamiento de una película.
Curiosamente todos estos errores (y aún otros: situaciones resueltas de forma ilógica y caprichosa, personajes desaprovechados y diálogos sin pulir) no consiguieron impedir que un servidor disfrutara bastante con esta “Terminator: Salvation”. Pese a tener muy pocos recursos narrativos a la hora de afrontar una escena introspectiva, McG es un director habilidoso para los momentos puramente adrenalínicos. Lo cual, sumado al hecho de que la cinta tiene un ritmo casi tan frenético como el de la primera entrega de Cameron, consigue que la peli se pase volando sin que uno pueda siquiera sentir un atisbo de aburrimiento. Además visualmente el film es muy atractivo (la fotografía es magnífica y, por obvio que resulte recordarlo, los efectos especiales son dignos de toda alabanza) y los actores cumplen con solvencia en sus respectivos roles (sin tratarse en ningún caso de interpretaciones para el recuerdo).
De todo esto se deduce, en fin, que “Terminator: Salvation” es un entretenimiento prescindible pero digno, que se postra servilmente ante la mitología de la franquicia pero que se encuentra, por suerte, a años luz de la aberrante entrega dirigida por Jonathan Mostow en 2003. Sin embargo, teniendo en cuenta que hasta la fecha las cifras de recaudación están siendo bastante discretas, no parece probable que vayamos a tener en breve una nueva secuela/precuela de la saga, como en cambio sí parece prometer el final de “Terminator: Salvation”.
Para bien o para mal, es muy posible que “Terminator” no vaya a volver jamás.