Para quien esto escribe, Indiana Jones es un personaje fundamental dentro de su imaginario particular del mismo modo en que lo son Superman y Batman, Darth Vader, Gandalf el gris, Son Goku o Homer Simpson. Siempre han estado ahí, no recuerdo desde cuando, y la vida (mi vida) tal y como es hoy no puede concebirse sin ellos. No recuerdo cuando “experimenté” mi primera película de Indiana Jones (sé que “La última cruzada” la vi en el cine en Ferrol con mi padre y mi hermano cuando tenía 6 años), así que, en lo que a mí respecta, Indy existe desde siempre. Por consiguiente, el estreno de una nueva aventura del personaje era al mismo tiempo motivo de inmensa felicidad y del terror más absoluto. Hacer una cuarta entrega de Indiana Jones suponía arriesgarse a destruir el mito forjado en una trilogía sencillamente intachable, más aún si tenemos en cuenta que, al conocerlas desde siempre, uno nunca se ha parado a juzgarlas de una forma crítica y objetiva: son la trilogía de Indy y NO SE TOCAN, capito?
Pues bueno: para locura de fans, frikis y treintañeros (o de todo junto a la vez), George Lucas, Steven Spielberg y Harrison Ford han vuelto a la carga con “Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal”, presentando a un Indy sexagenario que vive en la Norteamérica de 1957. Ergo, los enemigos ya no son los nazis sino los rusos y las reliquias místico-religiosas que tanto preocupaban al Führer han dado paso al género estrella del pulp de la década de los 50: la ciencia-ficción (y, más concretamente, la ufología).
Esto parece haber molestado a algunos espectadores (“Indy no pega con la temática ovni”, alegan), pero a mí honestamente me parece un giro adecuado y coherente con el momento histórico (al fin y al cabo si algo ha sido Indiana Jones en todas sus versiones es una revisitación en clave palomitera de los lugares comunes del pulp).
Otro de los aspectos que más se han criticado de esta nueva cinta son las fantasmadas (y una en concreto, ya en la segunda escena del film). Exacto: como si en “El templo maldito” los protagonistas no se lanzasen en una balsa hinchable desde un avión a punto de chocar, aterrizasen en un río y lo descendiesen a todo trapo sorteando rápidos mortales (qué pronto ataca la amnesia cuando se trata de criticar…) ¿Que hay fantasmadas? Claro, no te jode, esto es “Indiana Jones”, no “Tierras de penumbra”.
Dicho lo cual, me lanzo sin más a hacer un breve repaso de las virtudes de la película:
El casting de “El reino de la calavera de cristal” es, a priori, excelente: Shia Labeouf es un buen actor (pese a quien pese; lo demostró en “Transfomers”, lo demostró una vez más en “Memorias de Queens” y también en “Disturbia”); el personaje de Marion requería (inevitablemente) el regreso a la franquicia de Karen Allen; Cate Blanchett es una de las mejores actrices del mundo en la actualidad; John Hurt se sale y Harrison Ford sencillamente demuestra que Indy no hay más que uno (para desgracia de las legiones de imitadores surgidas desde “En busca del arca perdida”) y hace de nuevo suyo un personaje que nunca fue de nadie más (seguro que Tom Selleck está otra vez planteándose el hacerse el hara-kiri al ver las cifras de recaudación).
Además, los efectos especiales, las escenas de acción, el diseño de producción y la fotografía son todo lo que uno podría esperar de los responsables de la película (cuatro reveladores nombres: Light & Magic, Steven Spielberg, George Lucas y Janus Kaminsky).
Entonces, os preguntaréis, ¿a qué viene el título de esta entrada, amenazando decepción?
Queridos lectores, amigos y amigas, hermanos todos: Spielberg y Lucas han violado el primer mandamiento de la creación cinematográfica, aquel que el sabio John Lasseter siempre nos recuerda en las campañas promocionales de sus films: “las tres cosas más importantes en una película son el guión, el guión y el guión”.
Lo que diferencia a “El reino de la calavera de cristal” de la trilogía original es, sin lugar a dudas, el guión. ¿Dónde están esas réplicas ingeniosas que los personajes se soltaban unos a otros cada medio minuto? (por citar un par de la trilogía original: “No son los años, querida, es el rodaje” o “-Sabía que era usted. Tiene los ojos de su padre. – Y las orejas de mi madre. El resto es todo suyo”). ¿Dónde los gags visuales? (la engañosa percha del sádico Arnold Toht, el experto en el uso del sable con el que Indy no pierde el tiempo, la chimenea giratoria en el castillo nazi en el que Elsa tiene secuestrados a los Drs. Jones Senior y Junior). ¿Dónde los enigmas imposibles y las trampas mortales de las que sólo Indy puede escapar (con más suerte que astucia, dicho sea de paso)? No hace falta que os recuerde cierta bola gigante, ¿verdad? Pues sólo hay una escena de éstas (la fantasmada a la que me refería antes, que antecede, al menos para mí, al auténtico clímax de la película, y que tiene lugar a los 15 minutos de empezar…). Y luego si te he visto no me acuerdo.
Esto no significa que “El reino de la calavera de cristal” esté exenta de chispa. Está claro que aún queda algo de la vieja magia Indy (el arranque es puro Indiana Jones de toda la vida; la persecución en moto y la gran escena de acción en la jungla son vibrantes), pero no lo suficiente como para colocar esta nueva entrega a la altura de sus predecesoras. Si a eso le añadimos un total desaprovechamiento de las posibilidades que se advertían en algunos personajes (Marion estorba durante todo el metraje, la malvada Irina Spalko pide a gritos más minutos en pantalla y Mac, interpretado por Ray Winstone, no llega a producir más que una desilusionante indiferencia… total, que resulta inevitable darse cuenta que no hay nadie que pueda llenar el vacío dejado por Marcus, Henry Jones Sr. o incluso Tapón), y que el argumento tiene más agujeros que Tony Montana al final de “Scarface”, obtendremos una versión descafeinada del concepto original.
Se ha rumoreado mucho acerca de quién es el responsable de este agridulce resultado, mencionando las desavenencias de Lucas con aquel primer guión de Frank Darabont (se habla de hasta cinco guiones desechados, madre mía) que al parecer había fascinado a Spielberg y Ford, y que fue sustituido por el definitivo de David Koepp, más cercano al gusto del productor con papada por excelencia. También podría achacarse cierta culpa a la recurrente (y cansina) obsesión de Spielberg por las relaciones paterno-filiales, tema brillantemente abordado en “La última cruzada” y que quizás aquí resta importancia a la aventura más pura (y que es, supongo, lo que todos deseábamos encontrar en esta nueva película de la saga). Intuyo que la clave está en estas dos palabras: “Lawrence” y “Kasdan”; pero mejor paso de hacer cábalas e interrogarme en mis noches insomnes acerca de lo que pudo haber sido y no fue, que para eso ya habrá un montón de geeks sedientos de sangre esperando con antorchas y horcones a la puerta del rancho Skywalker.
“Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal” es lo que es: una cinta de aventuras notable, muy por encima de otras super-producciones recientes como la última trilogía de “Star Wars”, las horrendas momias de Stephen Sommers o las disparatadas arrancadas arqueológicas de Nicolas Cage, pero igualmente alejada de los buenos viejos tiempos en los que el Dr. Jones era sinónimo de aventura, emoción, suspense y humor al más alto nivel.
Se encuentra, quizás, algo por encima de unos “Piratas del Caribe”. Pero para Indy eso es muy poco, qué queréis que os diga…