Inocencia interrumpida + Kill Bill + Moulin Rouge + Final Fantasy + Arrowsmith = Sucker Punch!
(...que luego puede ser una mierda, lo sé, pero menudo trailer, madre de dios...)
martes, julio 27, 2010
lunes, julio 26, 2010
Amor a la canadiense (y 2)
“Let’s go downtown and watch the modern kids
Let’s go downtown and talk to the modern kids
They will eat right out of your hand
Using great big words that they don’t understand
They say:
Rococo, rococo, rococo, rococo
(…)”
[Sé lo que estáis pensando: apenas se ha filtrado “The suburbs”, el flamante nuevo álbum de Arcade Fire, y servidor ya está otra vez tecleando frenéticamente sus apresuradas primeras impresiones. ¿Que es pronto para juzgar este tercer LP de los canadienses? Sí, sí, lo admito. Pero qué queréis que os diga: llevo dos días con el disco en reproducción continua, disfrutando como un enano de uno de los lanzamientos musicales más esperados, por mi parte, de este 2010 (el otro será, si los hados son propicios, el nuevo trabajo de los radiocabezudos capitaneados por Thom Yorke), y lo cierto es que el resto de novedades musicales arrinconadas en la memoria de mi iPod me resultan ahora totalmente intrascendentes e insignificantes. Win Butler y su pandilla han vuelto por la puerta grande con otro disco de toma pan y moja. Canciones memorables tiene a mansalva: que si “Deep blue”, que si “We used to wait”; también “Half light II (no celebration)”, las ya conocidas “The suburbs” y “Month of may” o las épicas “Suburban war” y “Ready to start”. La letra de arriba pertenece, no obstante, a “Rococo”, que no es necesariamente la mejor (ni la peor, claro), sino la que antes se me ha quedado grabada en los surcos cerebrales (tanto es así que hace un rato me descubrí susurrando bajo la ducha, casi sin darme cuenta, un repetitivo “ro-co-co-ro-co-co-ro-co-co…”). Es digna de elogio, además, la clara determinación de la banda por no repetir los esquemas de sus anteriores trabajos y conseguir al mismo tiempo la proeza de no dejar de sonar exactamente como ellos mismos. “The suburbs” es tan distinto de “Neon bible” como éste lo fuera en su momento de “Funeral”, pero al igual que aquellos, el nuevo álbum sigue siendo 100% Arcade Fire. Diréis ahora que lo que pasa es que no soy objetivo. Vale, os doy la razón, no lo soy. Al igual que me ocurre con otros grupos (estáis pensando en Muse, que lo sé), lo que siento por Arcade Fire no tiene cabida dentro del frío pensamiento analítico. Citando a la Srta. Imantada (gracias una vez más): “son amor”. Y el amor no se explica ni se evalúa. El amor, como el universo, como la vida, como el helado de vainilla, simplemente es. Así que no seáis aguafiestas y dejadme disfrutar de mi pequeña ración de amor en formato mp3.]
[Ahora, a contar los días que faltan para la salida oficial del disco y, después, para la visita del grupo a Santiago de Compostela. Ya veis, jujuju: me froto las patitas cual mosca de la fruta ante un enorme montón de fétida y repugnante mierda…]
Let’s go downtown and talk to the modern kids
They will eat right out of your hand
Using great big words that they don’t understand
They say:
Rococo, rococo, rococo, rococo
(…)”
[Sé lo que estáis pensando: apenas se ha filtrado “The suburbs”, el flamante nuevo álbum de Arcade Fire, y servidor ya está otra vez tecleando frenéticamente sus apresuradas primeras impresiones. ¿Que es pronto para juzgar este tercer LP de los canadienses? Sí, sí, lo admito. Pero qué queréis que os diga: llevo dos días con el disco en reproducción continua, disfrutando como un enano de uno de los lanzamientos musicales más esperados, por mi parte, de este 2010 (el otro será, si los hados son propicios, el nuevo trabajo de los radiocabezudos capitaneados por Thom Yorke), y lo cierto es que el resto de novedades musicales arrinconadas en la memoria de mi iPod me resultan ahora totalmente intrascendentes e insignificantes. Win Butler y su pandilla han vuelto por la puerta grande con otro disco de toma pan y moja. Canciones memorables tiene a mansalva: que si “Deep blue”, que si “We used to wait”; también “Half light II (no celebration)”, las ya conocidas “The suburbs” y “Month of may” o las épicas “Suburban war” y “Ready to start”. La letra de arriba pertenece, no obstante, a “Rococo”, que no es necesariamente la mejor (ni la peor, claro), sino la que antes se me ha quedado grabada en los surcos cerebrales (tanto es así que hace un rato me descubrí susurrando bajo la ducha, casi sin darme cuenta, un repetitivo “ro-co-co-ro-co-co-ro-co-co…”). Es digna de elogio, además, la clara determinación de la banda por no repetir los esquemas de sus anteriores trabajos y conseguir al mismo tiempo la proeza de no dejar de sonar exactamente como ellos mismos. “The suburbs” es tan distinto de “Neon bible” como éste lo fuera en su momento de “Funeral”, pero al igual que aquellos, el nuevo álbum sigue siendo 100% Arcade Fire. Diréis ahora que lo que pasa es que no soy objetivo. Vale, os doy la razón, no lo soy. Al igual que me ocurre con otros grupos (estáis pensando en Muse, que lo sé), lo que siento por Arcade Fire no tiene cabida dentro del frío pensamiento analítico. Citando a la Srta. Imantada (gracias una vez más): “son amor”. Y el amor no se explica ni se evalúa. El amor, como el universo, como la vida, como el helado de vainilla, simplemente es. Así que no seáis aguafiestas y dejadme disfrutar de mi pequeña ración de amor en formato mp3.]
[Ahora, a contar los días que faltan para la salida oficial del disco y, después, para la visita del grupo a Santiago de Compostela. Ya veis, jujuju: me froto las patitas cual mosca de la fruta ante un enorme montón de fétida y repugnante mierda…]
Amor a la canadiense (1)
Al principio me pareció un bluff. Se publicitaba como algo novedoso, rompedor, fresco y original, pero a mí no acababa de parecérmelo. Aún así, no me preguntéis por qué, seguí leyendo: al primer tomo le siguió el segundo, al segundo el tercero y… bueno, asumo que sabéis contar.
Al final terminé, como tantos otros, enamorado de “Scott Pilgrim”. No tengo muy claro cuándo se produjo el flechazo, creo que en algún momento del tomo 3, o tal vez fuese al final del tomo 4, no lo sé. El caso es que al terminar el quinto, servidor necesitaba imperiosamente saber cómo acabaría la serie: qué pasaría con Scott y con su ¿novia? Ramona Flowers, si habría batalla final con Gideon Graves (bueno, eso estaba bastante claro), si Envy Adams triunfaría como nueva diva musical y si Young Neil envejecería algún día. Diablos, realmente lo necesitaba. Pero, si os soy sincero, aún no sé POR QUÉ lo necesitaba.
Estoy seguro de haber leído docenas de tebeos mejor dibujados, escritos y narrados que este “Scott Pilgrim” de Bryan Lee O’Malley. Es cierto que el trazo del canadiense ha mejorado una barbaridad desde las primeras páginas del tomo 1 hasta la conclusión de la saga en el sexto libro, que su narrativa se ha vuelto mucho más sólida y que los momentos humorísticos han mejorado en un 300% a lo largo de las 1.200 páginas de esta odisea sentimental que bebe con acierto de infinitas fuentes: el manga (desde el shojo hasta las artes marciales), el slice of life, los videojuegos de 8 y 16 bits, la música pop, internet, la televisión… pero, maldita sea, aún no acabo de explicarme dónde radica exactamente el éxito de este comic.
La única respuesta que se me ocurre es que, sencillamente, “Scott Pilgrim” mola. Mola un huevo. Y parte del otro.
Precisamente por eso, supongo, ha sido un absoluto éxito editorial (leí por ahí que en Norteamérica la gente había hecho cola ante las tiendas la noche de la salida del último tomo, al estilo de los lanzamientos de “Harry Potter”) y en breve tendremos una adaptación al cine (que pinta fabulosamente bien) y un videojuego de marcado estilo retro (como no podía ser de otro modo, teniendo en cuenta el material en que se basa).
La edición en castellano, a cargo de Random House Mondadori, está a punto de concluir y, como yo ya le he echado un ojo al último volumen en pitinglish (¡gracias, Sergi!), opino que éste es un momento especialmente bueno para subirse al carro de la “scott-pilgrim-manía”. La resolución de la serie está a la altura de todo lo anterior y cuenta con algunos momentos “épicamente épicos” dentro de la cronología de la saga.
Un buen broche final, en resumen, para una serie que se ha ganado a pulso su merecido lugar en la cultura popular y, casi más importante aún, en mi pequeño corazoncito de fanboy.
Larga vida a Scott Pilgrim.
Al final terminé, como tantos otros, enamorado de “Scott Pilgrim”. No tengo muy claro cuándo se produjo el flechazo, creo que en algún momento del tomo 3, o tal vez fuese al final del tomo 4, no lo sé. El caso es que al terminar el quinto, servidor necesitaba imperiosamente saber cómo acabaría la serie: qué pasaría con Scott y con su ¿novia? Ramona Flowers, si habría batalla final con Gideon Graves (bueno, eso estaba bastante claro), si Envy Adams triunfaría como nueva diva musical y si Young Neil envejecería algún día. Diablos, realmente lo necesitaba. Pero, si os soy sincero, aún no sé POR QUÉ lo necesitaba.
Estoy seguro de haber leído docenas de tebeos mejor dibujados, escritos y narrados que este “Scott Pilgrim” de Bryan Lee O’Malley. Es cierto que el trazo del canadiense ha mejorado una barbaridad desde las primeras páginas del tomo 1 hasta la conclusión de la saga en el sexto libro, que su narrativa se ha vuelto mucho más sólida y que los momentos humorísticos han mejorado en un 300% a lo largo de las 1.200 páginas de esta odisea sentimental que bebe con acierto de infinitas fuentes: el manga (desde el shojo hasta las artes marciales), el slice of life, los videojuegos de 8 y 16 bits, la música pop, internet, la televisión… pero, maldita sea, aún no acabo de explicarme dónde radica exactamente el éxito de este comic.
La única respuesta que se me ocurre es que, sencillamente, “Scott Pilgrim” mola. Mola un huevo. Y parte del otro.
Precisamente por eso, supongo, ha sido un absoluto éxito editorial (leí por ahí que en Norteamérica la gente había hecho cola ante las tiendas la noche de la salida del último tomo, al estilo de los lanzamientos de “Harry Potter”) y en breve tendremos una adaptación al cine (que pinta fabulosamente bien) y un videojuego de marcado estilo retro (como no podía ser de otro modo, teniendo en cuenta el material en que se basa).
La edición en castellano, a cargo de Random House Mondadori, está a punto de concluir y, como yo ya le he echado un ojo al último volumen en pitinglish (¡gracias, Sergi!), opino que éste es un momento especialmente bueno para subirse al carro de la “scott-pilgrim-manía”. La resolución de la serie está a la altura de todo lo anterior y cuenta con algunos momentos “épicamente épicos” dentro de la cronología de la saga.
Un buen broche final, en resumen, para una serie que se ha ganado a pulso su merecido lugar en la cultura popular y, casi más importante aún, en mi pequeño corazoncito de fanboy.
Larga vida a Scott Pilgrim.
domingo, julio 25, 2010
Polanski, disfrazado de Hitchcock
Es una auténtica pena que en los últimos tiempos se haya hablado más de Roman Polanski a propósito de su polémica situación legal que por su trabajo estrictamente cinematográfico. No es que “El escritor”, su última película hasta la fecha, sea una cumbre de su filmografía (conviene recordar que hablamos del artífice de cintas tan relevantes como “La semilla del diablo” o “El pianista”), pero desde luego es un film muy recomendable, sobre todo cuando la cartelera veraniega no ofrece demasiados motivos de alegría al cinéfilo mínimamente exigente (en este punto debo aclarar que cuando fui a ver “El escritor” todavía no se había estrenado esa rotunda obra maestra que es “Toy Story 3”; otro día hablaré sobre ella).
Con un ritmo preciso y una convincente mezcla de thriller de espionaje y sutil humor negro, “El escritor” (“The ghost writer” en el original) nos invita a indagar en los recovecos más oscuros de la política internacional de la mano de un negro literario (interpretado con carisma por Ewan McGregor) contratado por un ex Primer Ministro británico (al que da vida un también notable Pierce Brosnan) para escribir su ¿auto?biografía. La situación ya se presenta algo turbia desde el momento en que se conoce el fatal destino del anterior encargado de redactar dichas memorias: un más que dudoso suicidio. A partir de ahí, claro, el joven escritor se verá envuelto en un pifostio conspiranoide como mandan los cánones del cine de género y verá cómo su vida se pone patas arriba por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Polanski, que parece haberle dado un buen repaso a los clásicos de Hitchcock antes de abordar esta adaptación de una novela del fabricante de best-sellers Robert Harris, consigue trenzar, a pesar de lo poco innovador que pudiera parecer a priori el planteamiento, un magnífico encaje de suspense, atmósfera, caracterización, diálogos memorables y sugerentes metáforas visuales, todo ello sin caer nunca en el tópico recalcitrante y sin salirse de los márgenes de la más elegante sobriedad expositiva.
Tal vez no vaya a ser recordada como una de las grandes apuestas cinematográficas del presente año; quizás pase desapercibida precisamente por ser una cinta humilde y honesta que “solamente” ofrece dos horas de entretenimiento en estado puro, pero desde luego a mí este último Polanski me ha dejado plenamente satisfecho.
Con un ritmo preciso y una convincente mezcla de thriller de espionaje y sutil humor negro, “El escritor” (“The ghost writer” en el original) nos invita a indagar en los recovecos más oscuros de la política internacional de la mano de un negro literario (interpretado con carisma por Ewan McGregor) contratado por un ex Primer Ministro británico (al que da vida un también notable Pierce Brosnan) para escribir su ¿auto?biografía. La situación ya se presenta algo turbia desde el momento en que se conoce el fatal destino del anterior encargado de redactar dichas memorias: un más que dudoso suicidio. A partir de ahí, claro, el joven escritor se verá envuelto en un pifostio conspiranoide como mandan los cánones del cine de género y verá cómo su vida se pone patas arriba por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Polanski, que parece haberle dado un buen repaso a los clásicos de Hitchcock antes de abordar esta adaptación de una novela del fabricante de best-sellers Robert Harris, consigue trenzar, a pesar de lo poco innovador que pudiera parecer a priori el planteamiento, un magnífico encaje de suspense, atmósfera, caracterización, diálogos memorables y sugerentes metáforas visuales, todo ello sin caer nunca en el tópico recalcitrante y sin salirse de los márgenes de la más elegante sobriedad expositiva.
Tal vez no vaya a ser recordada como una de las grandes apuestas cinematográficas del presente año; quizás pase desapercibida precisamente por ser una cinta humilde y honesta que “solamente” ofrece dos horas de entretenimiento en estado puro, pero desde luego a mí este último Polanski me ha dejado plenamente satisfecho.
Exceso de gravedad
Desde hace unos años sigo con gran entusiasmo la carrera como dibujante y guionista de comics de Manu Larcenet. Lo conocí gracias a su soberbio trabajo en los primeros álbumes de “Los combates cotidianos” e inmediatamente se produjo un súbito flechazo entre el abajo firmante y la obra de este francés regordete y simpático, amante del punk y los animales, que un día me invitó a salchichón durante el festival de la BD de Angoulême (para un par de buenas anécdotas que tengo, permitidme que las repita hasta la saciedad al más puro estilo abuelo cebolleta, please; otro día, si eso, os cuento cómo me colé en una fiesta privada de Manu Chao).
El problema que le veo a la trayectoria de Larcenet es que, cuanto más éxito cosecha como autor completo, cuanto más se eleva su categoría como dibujante y narrador gráfico, más intencionadamente trascendentales se vuelven sus guiones, como queriendo demostrar que el tío es ante todo una persona muy culta y muy sensible. Un artista, vamos. Y a mí, precisamente, lo que más me gustaba de Larcenet (el Larcenet de esos primeros “Combates cotidianos” o el de la superlativa “La línea de fuego: una rocambolesca aventura de Vincent Van Gogh”) era esa capacidad inaudita para, sin apenas darte cuenta, hacerte pasar de la risa al nudo en la garganta sin aspavientos, como si fuese lo más natural del mundo.
Hace un par de meses se publicó en nuestro país, de la mano de Norma Editorial, el primer volumen (un tomo de 200 páginas) de su nueva serie, “Blast”. La trama nos presenta a Polza, un hombre increíblemente gordo (el título de este primer número es precisamente “Bola de grasa”, en referencia al físico del protagonista), retenido en una comisaría de policía por alguna razón que el lector desconoce (¿un asesinato, tal vez?). Durante el interrogatorio al que Polza se verá sometido por dos agentes de la ley comenzaremos a descubrir algo más sobre el pasado y las motivaciones de este interrogante humano que tiene como meta en la vida reencontrarse con un momento de gozosa enajenación mental bautizado como “blast” y que se asemeja a un cruce de tripi de mescalina y ataque epiléptico sazonado con visiones de moáis de la Isla de Pascua.
Con un argumento tan original y una plasmación gráfica absolutamente deliciosa (¡qué bien le sienta el blanco y negro al expresivo trazo de Larcenet!), se echa en falta, como decía antes, una mayor ligereza en los diálogos entre personajes y en las reflexiones, excesivamente ampulosas y profundas, del personaje principal. Puliendo ese no-tan-pequeño inconveniente nos encontraríamos ante un tebeo realmente importante.
Por lo de ahora, pues, “Blast” se queda un par de peldaños por debajo de sus objetivos por no saber deshacerse de una excesiva gravedad en la forma en que se aborda el material de partida. Serán los sucesivos volúmenes de la colección quienes determinen si este nuevo título se encontrará finalmente entre lo más granado de la producción del francés o si, por el contrario, se quedará en un “quiero y no puedo” estéticamente irreprochable.
El problema que le veo a la trayectoria de Larcenet es que, cuanto más éxito cosecha como autor completo, cuanto más se eleva su categoría como dibujante y narrador gráfico, más intencionadamente trascendentales se vuelven sus guiones, como queriendo demostrar que el tío es ante todo una persona muy culta y muy sensible. Un artista, vamos. Y a mí, precisamente, lo que más me gustaba de Larcenet (el Larcenet de esos primeros “Combates cotidianos” o el de la superlativa “La línea de fuego: una rocambolesca aventura de Vincent Van Gogh”) era esa capacidad inaudita para, sin apenas darte cuenta, hacerte pasar de la risa al nudo en la garganta sin aspavientos, como si fuese lo más natural del mundo.
Hace un par de meses se publicó en nuestro país, de la mano de Norma Editorial, el primer volumen (un tomo de 200 páginas) de su nueva serie, “Blast”. La trama nos presenta a Polza, un hombre increíblemente gordo (el título de este primer número es precisamente “Bola de grasa”, en referencia al físico del protagonista), retenido en una comisaría de policía por alguna razón que el lector desconoce (¿un asesinato, tal vez?). Durante el interrogatorio al que Polza se verá sometido por dos agentes de la ley comenzaremos a descubrir algo más sobre el pasado y las motivaciones de este interrogante humano que tiene como meta en la vida reencontrarse con un momento de gozosa enajenación mental bautizado como “blast” y que se asemeja a un cruce de tripi de mescalina y ataque epiléptico sazonado con visiones de moáis de la Isla de Pascua.
Con un argumento tan original y una plasmación gráfica absolutamente deliciosa (¡qué bien le sienta el blanco y negro al expresivo trazo de Larcenet!), se echa en falta, como decía antes, una mayor ligereza en los diálogos entre personajes y en las reflexiones, excesivamente ampulosas y profundas, del personaje principal. Puliendo ese no-tan-pequeño inconveniente nos encontraríamos ante un tebeo realmente importante.
Por lo de ahora, pues, “Blast” se queda un par de peldaños por debajo de sus objetivos por no saber deshacerse de una excesiva gravedad en la forma en que se aborda el material de partida. Serán los sucesivos volúmenes de la colección quienes determinen si este nuevo título se encontrará finalmente entre lo más granado de la producción del francés o si, por el contrario, se quedará en un “quiero y no puedo” estéticamente irreprochable.
miércoles, julio 14, 2010
¡Trailercicos!
Pinchando en cada imagen, ordenados de menor a mayor interés personal:
(ACTUALIZADO: cambio el teaser de "The social network" por un trailer en condiciones, realmente cojonudo y que acabo de descubrir gracias a Charlie, que aumenta todavía más las buenas vibraciones que me produce la próxima película de David Fincher. Ojo a la versión del "Creep" de Radiohead, impagable.)
martes, julio 13, 2010
La crucifixión de Brandon Flowers
“(…)
Tell the devil that he can go back from where he came
His firey arrows drew their beating vein
And when the hardest part is over we'll be here
And our dreams will break
The boundaries of our fear
The boundaries of our fear
Lay your body down
Lay your body down
Lay your body down…
…next to mine”
[Brandon Flowers se está convirtiendo en uno de los músicos más odiados por la prensa musical, los bloggers de cierto postín y la modernez más selecta. Es verdad que cada vez que el hombre hace una declaración subre el precio del pan. Peor me lo pones si Flowers decide llevar a su grupo de indie rock (¿seguro que era indie rock?), The Killers, por el camino de la electrónica bakala de “Human” y “Spaceman”. Ahora el chaval saca álbum en solitario, “Flamingo” (casi igual que aquel estupendo disco del músico más amado/odiado de nuestro país, ¿será concidencia?), y lo presenta con el single “Crossfire”, que ya está levantando ampollas entre los connoisseurs del tinglado musical. Vamos, que a Flowers le están llamando de todo menos guapo. A mí, no obstante, me gusta “Crossfire”. También me gustaba “Day and age”, por cierto, y “Sam’s town” me parece uno de los discos más chachis de los últimos años (mejor que el sobrevalorado debut de la banda, “Hot fuss”). Debe ser que yo de música no tengo mucha idea (igual es porque no escucho a Joe Crepúsculo, quién sabe), porque si no no me explico las iracundas críticas que Flowers está recibiendo por este primer adelanto de su nueva obra. ¿Que es tope comercial? Pues sí, no lo pongo en duda ¿Que va a ser número uno de los 40 Principales? Pues también, porque compitiendo con aberraciones como el “Waka waka” de Shakira no es que el resto del mundo se lo vaya a poner muy difícil, precisamente. Pero qué queréis que os diga: a mí Brandon Flowers me divierte, me da ganas de cantar y me pone una sonrisa en la boca. El vídeo, eso sí, es peor que pegarle a un padre con un calcetín sudado…]
Tell the devil that he can go back from where he came
His firey arrows drew their beating vein
And when the hardest part is over we'll be here
And our dreams will break
The boundaries of our fear
The boundaries of our fear
Lay your body down
Lay your body down
Lay your body down…
…next to mine”
[Brandon Flowers se está convirtiendo en uno de los músicos más odiados por la prensa musical, los bloggers de cierto postín y la modernez más selecta. Es verdad que cada vez que el hombre hace una declaración subre el precio del pan. Peor me lo pones si Flowers decide llevar a su grupo de indie rock (¿seguro que era indie rock?), The Killers, por el camino de la electrónica bakala de “Human” y “Spaceman”. Ahora el chaval saca álbum en solitario, “Flamingo” (casi igual que aquel estupendo disco del músico más amado/odiado de nuestro país, ¿será concidencia?), y lo presenta con el single “Crossfire”, que ya está levantando ampollas entre los connoisseurs del tinglado musical. Vamos, que a Flowers le están llamando de todo menos guapo. A mí, no obstante, me gusta “Crossfire”. También me gustaba “Day and age”, por cierto, y “Sam’s town” me parece uno de los discos más chachis de los últimos años (mejor que el sobrevalorado debut de la banda, “Hot fuss”). Debe ser que yo de música no tengo mucha idea (igual es porque no escucho a Joe Crepúsculo, quién sabe), porque si no no me explico las iracundas críticas que Flowers está recibiendo por este primer adelanto de su nueva obra. ¿Que es tope comercial? Pues sí, no lo pongo en duda ¿Que va a ser número uno de los 40 Principales? Pues también, porque compitiendo con aberraciones como el “Waka waka” de Shakira no es que el resto del mundo se lo vaya a poner muy difícil, precisamente. Pero qué queréis que os diga: a mí Brandon Flowers me divierte, me da ganas de cantar y me pone una sonrisa en la boca. El vídeo, eso sí, es peor que pegarle a un padre con un calcetín sudado…]
lunes, julio 12, 2010
Uno
Mientras escribo estas líneas, la Gran Vía, a solamente unos cientos de metros de mi habitación, recibe engalanada de rojo y gualda a los Campeones del Mundo de fútbol. Yo tomé en su momento la decisión de participar en la multitudinaria recepción popular sólo si nuestro equipo perdía la final, así que aprovecho este momento de asueto para ponerme profundo en mi blog. Soy un raro, lo sé.
Como cualquier cosa no indispensable en la vida, el fútbol debe ser entendido como lo que realmente es: una excusa más para, en la medida de lo posible, divertir a la gente y unirla en una celebración común.
Al final, la Copa del Mundo es, en sí misma, lo de menos. Se la rifan decenas de equipos cada cuatro años y siempre, siempre, se la acaba llevando alguien a casa; juegue bien o mal, gane en la lotería de los penaltis o con un churrigol injusto en el minuto 90. Y, pasada la excitación del momento, la euforia de la hinchada ganadora, tener una estrella más o una estrella menos sobre el escudo del orgullo patrio no va a marcar la diferencia en el resto de aspectos de nuestras vidas, en el ámbito de las cosas que realmente importan en el día a día.
La auténtica hazaña de Iniesta, de la que seguramente él no es apenas consciente, es que de sus botas naciera uno de los momentos colectivos más alegres y unánimes que recuerdo en mis veintiséis años de vida. Salvo los más devotos independentistas (ellos se lo pierden), la inmensa mayoría de españoles tuvo ayer un motivo (más o menos pueril, si queréis) para compartir una enorme satisfacción común. Socialistas y populares, intelectuales y chonis poligoneros, niños y ancianos, mujeres, hombres y transexuales, gays y homófobos, racistas e hijos de inmigrantes, malas y buenas personas, presidentes, tenistas, bomberos, peluqueras, dibujantes de comic, militares, abogados y peritos agrónomos, todos se pusieron milagrosamente de acuerdo para saltar como un resorte al mismo tiempo, soltar unas lágrimas de contenida emoción (¡115 minutos de final son muchos minutos de dios!), abrazarse fraternalmente, brindar por el dulce Andrés (hoy Madrid, la merengue Madrid, está también a sus pies) e incluso, quién sabe, promover un nada sutil incremento de la natalidad (en nueve meses, semana arriba, semana abajo, nacerá la generación del Iniestazo; y si no, tiempo al tiempo).
La de ayer no fue una noche de triunfo total porque España jugase con auténtica clase, haciendo FÚTBOL con mayúsculas (no esa rácana desviación que promueven italianos y paraguayos); ni porque los holandeses, mezquinos como jamás creí que los contemplaría (siempre he sentido simpatía por los tulipaneros cítricos), se llevasen un merecido escarmiento por sus tropelías (ya que un arbitraje de verdad parecía mucho pedir); ni porque el chico de la película besase a la dueña de su corazón en el momento de la celebración, poniendo fin con desparpajo a un culebrón mediático que nunca tuvo razón de ser; ni porque este mundial no vaya a ser recordado por el gesto altivo y antipático de Cristiano Ronaldo, la verborrea insultante del Maradona más chabacano, las nada significativas predicciones del octópodo Paul, el extraño despegue vertical del Jabulani o el insufrible clamor de las vuvuzelas de las narices, sino por la dedicatoria al amigo ausente de ese muchacho cetrino que juega como los ángeles y que, ligas, champions y mundiales mediante, sigue siendo igual de tímido y humilde; ni siquiera porque un señor como Vicente del Bosque, que sabe lo que es perder, y también ganar y que te den la patada (ésta te la dedico, Florentino), se mantuviera siempre sobrio y sereno, apacible, imperturbable, reclamando como único tributo, si sus chicos conseguían conquistar la Copa, que le dejasen subir junto a su hijo Álvaro al autobús de los campeones durante el desfile de la victoria.
Con el tiempo, supongo, la mayoría de la gente solamente atesorará en la memoria las carreras y los pases, los regates y los tiros a puerta, creyendo que la magia del fútbol es únicamente lo que ocurre dentro del estadio, sobre el césped, en el once contra once. Pero yo recordaré (¡vaya si lo haré!), que por una vez en la vida formé parte, durante apenas unos minutos, de un país que gritó "¡gol!" como un solo pulmón, una sola boca, un solo corazón.
Gracias, muchachos. Habéis conseguido lo que ningún político, ningún rey y ningún general español jamás logró siquiera soñar. Nos habéis hecho uno en la victoria.
Como cualquier cosa no indispensable en la vida, el fútbol debe ser entendido como lo que realmente es: una excusa más para, en la medida de lo posible, divertir a la gente y unirla en una celebración común.
Al final, la Copa del Mundo es, en sí misma, lo de menos. Se la rifan decenas de equipos cada cuatro años y siempre, siempre, se la acaba llevando alguien a casa; juegue bien o mal, gane en la lotería de los penaltis o con un churrigol injusto en el minuto 90. Y, pasada la excitación del momento, la euforia de la hinchada ganadora, tener una estrella más o una estrella menos sobre el escudo del orgullo patrio no va a marcar la diferencia en el resto de aspectos de nuestras vidas, en el ámbito de las cosas que realmente importan en el día a día.
La auténtica hazaña de Iniesta, de la que seguramente él no es apenas consciente, es que de sus botas naciera uno de los momentos colectivos más alegres y unánimes que recuerdo en mis veintiséis años de vida. Salvo los más devotos independentistas (ellos se lo pierden), la inmensa mayoría de españoles tuvo ayer un motivo (más o menos pueril, si queréis) para compartir una enorme satisfacción común. Socialistas y populares, intelectuales y chonis poligoneros, niños y ancianos, mujeres, hombres y transexuales, gays y homófobos, racistas e hijos de inmigrantes, malas y buenas personas, presidentes, tenistas, bomberos, peluqueras, dibujantes de comic, militares, abogados y peritos agrónomos, todos se pusieron milagrosamente de acuerdo para saltar como un resorte al mismo tiempo, soltar unas lágrimas de contenida emoción (¡115 minutos de final son muchos minutos de dios!), abrazarse fraternalmente, brindar por el dulce Andrés (hoy Madrid, la merengue Madrid, está también a sus pies) e incluso, quién sabe, promover un nada sutil incremento de la natalidad (en nueve meses, semana arriba, semana abajo, nacerá la generación del Iniestazo; y si no, tiempo al tiempo).
La de ayer no fue una noche de triunfo total porque España jugase con auténtica clase, haciendo FÚTBOL con mayúsculas (no esa rácana desviación que promueven italianos y paraguayos); ni porque los holandeses, mezquinos como jamás creí que los contemplaría (siempre he sentido simpatía por los tulipaneros cítricos), se llevasen un merecido escarmiento por sus tropelías (ya que un arbitraje de verdad parecía mucho pedir); ni porque el chico de la película besase a la dueña de su corazón en el momento de la celebración, poniendo fin con desparpajo a un culebrón mediático que nunca tuvo razón de ser; ni porque este mundial no vaya a ser recordado por el gesto altivo y antipático de Cristiano Ronaldo, la verborrea insultante del Maradona más chabacano, las nada significativas predicciones del octópodo Paul, el extraño despegue vertical del Jabulani o el insufrible clamor de las vuvuzelas de las narices, sino por la dedicatoria al amigo ausente de ese muchacho cetrino que juega como los ángeles y que, ligas, champions y mundiales mediante, sigue siendo igual de tímido y humilde; ni siquiera porque un señor como Vicente del Bosque, que sabe lo que es perder, y también ganar y que te den la patada (ésta te la dedico, Florentino), se mantuviera siempre sobrio y sereno, apacible, imperturbable, reclamando como único tributo, si sus chicos conseguían conquistar la Copa, que le dejasen subir junto a su hijo Álvaro al autobús de los campeones durante el desfile de la victoria.
Con el tiempo, supongo, la mayoría de la gente solamente atesorará en la memoria las carreras y los pases, los regates y los tiros a puerta, creyendo que la magia del fútbol es únicamente lo que ocurre dentro del estadio, sobre el césped, en el once contra once. Pero yo recordaré (¡vaya si lo haré!), que por una vez en la vida formé parte, durante apenas unos minutos, de un país que gritó "¡gol!" como un solo pulmón, una sola boca, un solo corazón.
Gracias, muchachos. Habéis conseguido lo que ningún político, ningún rey y ningún general español jamás logró siquiera soñar. Nos habéis hecho uno en la victoria.
domingo, julio 11, 2010
Pierre Christin y Enki Bilal: la sinergia de lo sublime
Aprovecho la reedición en un único tomo por parte de Norma Editorial de los álbumes “Las Falanges del Orden Negro” y “Partida de caza”, ambos obra del tándem formado por Pierre Christin y Enki Bilal, para releer sendos tebeos y dejar aquí constancia de mis impresiones.
Antes, no obstante, prevengo al posible comprador de un hecho hasta cierto punto desagradable: “Fin de siglo” (que es el título bajo el que se publica esta reedición) sufre, como viene siendo habitual en los últimos tiempos, de una preocupante reducción de tamaño respecto al original, perdiéndose la oportunidad de disfrutar en un formato óptimo del siempre deslumbrante arte de Bilal. A consecuencia de esto, claro, se reduce considerablemente el importe del libro, que se queda en unos muy ajustados 22 euros (casi lo mismo que un servidor pagó en su momento por la edición en solitario de cada uno de los álbumes).
“Fin de siglo” se abre con la historia “Las Falanges del Orden Negro”, publicada originalmente en 1979. La narración se inicia con la masacre del pueblo de Nieves, en la montaña aragonesa, por parte de un grupo terrorista de extrema derecha que se presenta en sus comunicados como las Falanges del Orden Negro y que está integrado por antiguos combatientes de la Guerra Civil española que ya habían tomado aquel mismo emplazamiento para el bando franquista. Al enterarse del suceso, el periodista británico Jefferson B. Pritchard reunirá a los supervivientes de la XV Brigada Internacional (antiguos voluntarios de diversas nacionalidades que defendieron las consignas republicanas) para dar caza por toda Europa al comando terrorista que durante la guerra les derrotó en Nieves. Se inicia así una trágica búsqueda de revancha protagonizada por unos achacosos ancianos que, tal como apunta el propio narrador, combaten por ideales tan viejos y ajados como ellos mismos, perdiéndose por el camino el sentido de sus intenciones iniciales.
Bilal, lejos aún de sus valientes excesos cromáticos actuales (personalmente, me fascina la evolución de su estilo visual pese a lo que se ha sacrificado en sentido narrativo), borda la representación gráfica de los personajes y la recreación de los distintos parajes europeos donde transcurre la trama, firmando uno de sus trabajos más inspirados.
El guión de Pierre Christin, que anticipa en mucho el candente debate actual sobre la memoria histórica, peca de cierto apresuramiento en el desarrollo argumental que desdibuja a los protagonistas en gruesos brochazos de caracterización. La tensión, más allá de la escasa empatía con los personajes, proviene de la persecución internacional de las Falanges, que terminará por extenuar a los antiguos camaradas, hundiéndolos en una deriva ideológica de la que difícilmente podrán recobrarse.
Así, sin resultar perfecta, “Las Falanges del Orden Negro” se convierte en una lectura absolutamente recomendable que, no obstante, no hace más que anticipar aquellas virtudes que posteriormente “Partida de caza” llevaría a sus últimas consecuencias. Y es que la postrera colaboración entre Christin y Bilal se salda con el que es, posiblemente, uno de mis comics favoritos de todos los tiempos, independientemente de géneros y procedencias.
Las inquietudes políticas de Christin, claramente presentes en toda su obra, alcanzan su cénit en esta contundente disección del ocaso del comunismo soviético, representado por el mefistofélico personaje de Vassili Alexandrovic. El argumento, planteado casi como una obra teatral de protagonismo coral, remite a la despedida de la vida política de Alexandrovic, anciano y aquejado de mutismo, que celebrará para conmemorar la ocasión una batida de caza en una vieja casa señorial a la que invitará a algunos de sus más estimados protegidos y colaboradores a lo largo de los años. De las conversaciones y evocaciones de éstos, que pondrán voz a los recuerdos del impasible Alexandrovic, surgirá el retrato de un hombre de convicciones maquiavélicas que configuró desde la sombra el auténtico rostro del siglo XX, poniendo y quitando (y creando) líderes políticos y revoluciones sociales para mayor gloria de la URSS.
El guión, denso y cuajado de detalles inadvertidos en una primera lectura, se ve enriquecido hasta el infinito por el inspiradísimo arte de Bilal, que deslumbra en “Partida de caza” no sólo por la evidente maestría de su línea, notablemente influenciada por sus acercamientos a la ciencia-ficción, sino también por un apabullante uso narrativo del color y de la puesta en página, logrando crear una atmósfera decadente y psicológicamente asfixiante, casi de pesadilla febril. No exagero si afirmo que “Partida de caza” contiene alguna de las viñetas más extraordinarias que pueda recordar, como ese encadenado de presente, pasado y futuro que antecede al clímax del relato (y que si todo va bien deberíais poder apreciar a continuación).
Antes, no obstante, prevengo al posible comprador de un hecho hasta cierto punto desagradable: “Fin de siglo” (que es el título bajo el que se publica esta reedición) sufre, como viene siendo habitual en los últimos tiempos, de una preocupante reducción de tamaño respecto al original, perdiéndose la oportunidad de disfrutar en un formato óptimo del siempre deslumbrante arte de Bilal. A consecuencia de esto, claro, se reduce considerablemente el importe del libro, que se queda en unos muy ajustados 22 euros (casi lo mismo que un servidor pagó en su momento por la edición en solitario de cada uno de los álbumes).
“Fin de siglo” se abre con la historia “Las Falanges del Orden Negro”, publicada originalmente en 1979. La narración se inicia con la masacre del pueblo de Nieves, en la montaña aragonesa, por parte de un grupo terrorista de extrema derecha que se presenta en sus comunicados como las Falanges del Orden Negro y que está integrado por antiguos combatientes de la Guerra Civil española que ya habían tomado aquel mismo emplazamiento para el bando franquista. Al enterarse del suceso, el periodista británico Jefferson B. Pritchard reunirá a los supervivientes de la XV Brigada Internacional (antiguos voluntarios de diversas nacionalidades que defendieron las consignas republicanas) para dar caza por toda Europa al comando terrorista que durante la guerra les derrotó en Nieves. Se inicia así una trágica búsqueda de revancha protagonizada por unos achacosos ancianos que, tal como apunta el propio narrador, combaten por ideales tan viejos y ajados como ellos mismos, perdiéndose por el camino el sentido de sus intenciones iniciales.
Bilal, lejos aún de sus valientes excesos cromáticos actuales (personalmente, me fascina la evolución de su estilo visual pese a lo que se ha sacrificado en sentido narrativo), borda la representación gráfica de los personajes y la recreación de los distintos parajes europeos donde transcurre la trama, firmando uno de sus trabajos más inspirados.
El guión de Pierre Christin, que anticipa en mucho el candente debate actual sobre la memoria histórica, peca de cierto apresuramiento en el desarrollo argumental que desdibuja a los protagonistas en gruesos brochazos de caracterización. La tensión, más allá de la escasa empatía con los personajes, proviene de la persecución internacional de las Falanges, que terminará por extenuar a los antiguos camaradas, hundiéndolos en una deriva ideológica de la que difícilmente podrán recobrarse.
Así, sin resultar perfecta, “Las Falanges del Orden Negro” se convierte en una lectura absolutamente recomendable que, no obstante, no hace más que anticipar aquellas virtudes que posteriormente “Partida de caza” llevaría a sus últimas consecuencias. Y es que la postrera colaboración entre Christin y Bilal se salda con el que es, posiblemente, uno de mis comics favoritos de todos los tiempos, independientemente de géneros y procedencias.
Las inquietudes políticas de Christin, claramente presentes en toda su obra, alcanzan su cénit en esta contundente disección del ocaso del comunismo soviético, representado por el mefistofélico personaje de Vassili Alexandrovic. El argumento, planteado casi como una obra teatral de protagonismo coral, remite a la despedida de la vida política de Alexandrovic, anciano y aquejado de mutismo, que celebrará para conmemorar la ocasión una batida de caza en una vieja casa señorial a la que invitará a algunos de sus más estimados protegidos y colaboradores a lo largo de los años. De las conversaciones y evocaciones de éstos, que pondrán voz a los recuerdos del impasible Alexandrovic, surgirá el retrato de un hombre de convicciones maquiavélicas que configuró desde la sombra el auténtico rostro del siglo XX, poniendo y quitando (y creando) líderes políticos y revoluciones sociales para mayor gloria de la URSS.
El guión, denso y cuajado de detalles inadvertidos en una primera lectura, se ve enriquecido hasta el infinito por el inspiradísimo arte de Bilal, que deslumbra en “Partida de caza” no sólo por la evidente maestría de su línea, notablemente influenciada por sus acercamientos a la ciencia-ficción, sino también por un apabullante uso narrativo del color y de la puesta en página, logrando crear una atmósfera decadente y psicológicamente asfixiante, casi de pesadilla febril. No exagero si afirmo que “Partida de caza” contiene alguna de las viñetas más extraordinarias que pueda recordar, como ese encadenado de presente, pasado y futuro que antecede al clímax del relato (y que si todo va bien deberíais poder apreciar a continuación).
“Partida de caza” fue en su momento mi puerta de entrada al vastísimo terreno del comic europeo para adultos y todavía hoy, con esta nueva relectura, me sorprendo comprobando cuán pocos tebeos he leído en mi vida que conjuguen con igual precisión un guión casi milimétrico y un estilo visual y narrativo tan potente, logrando lo que está sólo al alcance de un escaso y selecto conjunto de títulos: un equilibrio artístico-literario basado en la sinergia de lo sublime.
miércoles, julio 07, 2010
Modo Fanboy ON
Me sale la vena fanboy. No lo puedo remediar:
¡ÉPICAMENTE ÉPICO! (que diría Scott Pilgrim)
Con el alegrón añadido de esto:
(Merci beaucoup, monsieur Furilo) ;)
¡ÉPICAMENTE ÉPICO! (que diría Scott Pilgrim)
Con el alegrón añadido de esto:
(Merci beaucoup, monsieur Furilo) ;)
domingo, julio 04, 2010
Sufjan
“Rain bird, laughing in the olive tree,
Collared shirt, with the alabaster altarpiece, you gave to me
Summer sweet, some forgiven
Your advice is all that seems to matter much to me
Call it sweet, call it something paradise
Is it the right word you designed for me?
Is it the broken word or good advice I need?
Is the half as sweet set aside for me?
Is it mysterious? Is it something ripe and sweet?
(…)”
[Desde hace cosa de unos días, me da una pereza enorme ponerme a escuchar discos nuevos. A veces me pasa, va por épocas. Es como todo, supongo: hay temporadas en que estoy muy lector (de novelas), otras en las que devoro tebeos a destajo y otras en las que voy al cine dos o tres veces a la semana. Y luego, ¡pum!, vacas flacas: no hay pelis que me llamen la atención, me siento reacio a arriesgar mi dinero en comics que “no-sé-no-sé” o, como es el caso, me encuentro más cómodo reescuchando discos de hace un tiempo que buscándole el punto a nuevas bandas de pipiolos con buena prensa. Hoy, después de unos meses de no hacerle mucho caso, me picó de nuevo el gusanillo de Sufjan Stevens. Lo he mentado al menos un par de veces en el Abismo porque me parece uno de los mejores compositores actuales de música pop (y con “pop” me refiero al concepto de “popular” en contraposición con “académica” o “clásica contemporánea”), pero creo que aún no le había dedicado una entrada en condiciones. “Esto hay que remediarlo”, me dije.]
[“Come on feel the Illinoise” (o “Illinoise”, como lo llamo yo) es uno de mis discos favoritos de la última década. Uno de mis diez preferidos, quizás (aunque ya se sabe: me queda tanta música por escuchar que esto de los rankings sólo tiene validez para el aquí y el ahora). Hubo una temporada en la que me lo ponía incansablemente a todas horas, apreciando el factor conceptual del conjunto, aunque reconozco que ahora mismo me da la impresión de que es un álbum ligeramente elefantiásico; con algo menos de minutaje habría quedado más accesible. No obstante, como colección de canciones, aunque irregular (algunas son perfectas, otras sólo muy buenas), me parece intachable: “John Wayne Gacy Jr.”, “Chicago” o “Predatory wasp of the Palisades is out to get us!” siempre consiguen que me sobrevenga el llamado mal de Stendhal. La belleza, literalmente, me desborda. Es algo que Sufjan comparte con Rufus Wainwright, Antony Hegarty o incluso el tristemente fallecido Jeff Buckley, paradigmas de un nuevo tipo de cantautor que aúna sensibilidad, amplios conocimientos musicales, una vena visual muy artística y una voz que toca la fibra sensible del oyente.]
[De todos modos, la letra de la canción que abre esta entrada no pertenece a “Illinoise”, sino a un tema inédito que Sufjan presentó en directo hace unos años y que todavía no ha visto la luz en una versión de estudio. Se titula “Majesty snowbird” (podéis escucharlo aquí) y es una muestra perfecta de la calidad compositiva del joven Sr. Stevens.]
Collared shirt, with the alabaster altarpiece, you gave to me
Summer sweet, some forgiven
Your advice is all that seems to matter much to me
Call it sweet, call it something paradise
Is it the right word you designed for me?
Is it the broken word or good advice I need?
Is the half as sweet set aside for me?
Is it mysterious? Is it something ripe and sweet?
(…)”
[Desde hace cosa de unos días, me da una pereza enorme ponerme a escuchar discos nuevos. A veces me pasa, va por épocas. Es como todo, supongo: hay temporadas en que estoy muy lector (de novelas), otras en las que devoro tebeos a destajo y otras en las que voy al cine dos o tres veces a la semana. Y luego, ¡pum!, vacas flacas: no hay pelis que me llamen la atención, me siento reacio a arriesgar mi dinero en comics que “no-sé-no-sé” o, como es el caso, me encuentro más cómodo reescuchando discos de hace un tiempo que buscándole el punto a nuevas bandas de pipiolos con buena prensa. Hoy, después de unos meses de no hacerle mucho caso, me picó de nuevo el gusanillo de Sufjan Stevens. Lo he mentado al menos un par de veces en el Abismo porque me parece uno de los mejores compositores actuales de música pop (y con “pop” me refiero al concepto de “popular” en contraposición con “académica” o “clásica contemporánea”), pero creo que aún no le había dedicado una entrada en condiciones. “Esto hay que remediarlo”, me dije.]
[“Come on feel the Illinoise” (o “Illinoise”, como lo llamo yo) es uno de mis discos favoritos de la última década. Uno de mis diez preferidos, quizás (aunque ya se sabe: me queda tanta música por escuchar que esto de los rankings sólo tiene validez para el aquí y el ahora). Hubo una temporada en la que me lo ponía incansablemente a todas horas, apreciando el factor conceptual del conjunto, aunque reconozco que ahora mismo me da la impresión de que es un álbum ligeramente elefantiásico; con algo menos de minutaje habría quedado más accesible. No obstante, como colección de canciones, aunque irregular (algunas son perfectas, otras sólo muy buenas), me parece intachable: “John Wayne Gacy Jr.”, “Chicago” o “Predatory wasp of the Palisades is out to get us!” siempre consiguen que me sobrevenga el llamado mal de Stendhal. La belleza, literalmente, me desborda. Es algo que Sufjan comparte con Rufus Wainwright, Antony Hegarty o incluso el tristemente fallecido Jeff Buckley, paradigmas de un nuevo tipo de cantautor que aúna sensibilidad, amplios conocimientos musicales, una vena visual muy artística y una voz que toca la fibra sensible del oyente.]
[De todos modos, la letra de la canción que abre esta entrada no pertenece a “Illinoise”, sino a un tema inédito que Sufjan presentó en directo hace unos años y que todavía no ha visto la luz en una versión de estudio. Se titula “Majesty snowbird” (podéis escucharlo aquí) y es una muestra perfecta de la calidad compositiva del joven Sr. Stevens.]
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