“No es una S…”,
responde Henry Cavill, el nuevo Superman, a una Lois Lane con el rostro de Amy
Adams: “en mi mundo significa esperanza”. Lo dice sonriendo con la boca y con los ojos, con esa mirada limpia,
todo nobleza, que uno espera de la versión en carne y hueso del icono que
durante 75 años ha alimentado los sueños de todos aquellos que una vez quisimos
levantar los pies del suelo y echar a volar. Pero éste no es el Superman que
conocías: “El hombre de acero”, la nueva película de Zack Snyder y Christopher
Nolan (¿cuánto es mérito de cada uno?), es una adaptación que traiciona en
apariencia algunos de los pilares fundamentales del universo ficticio creado
hace tres cuartos de siglo por Jerry Siegel y Joe Shuster para el número 1 de
“Action Comics”.
Olvídate de ver al tímido y miope periodista Clark Kent
entrando en una cabina de teléfono para salir revestido de rojo, azul y
amarillo, con los calzoncillos por encima del pantalón. Olvídate de un Perry
White anglosajón, con las sienes plateadas, invocando airado al “fantasma
del gran César”. Olvídate de Jimmy Olsen,
jovencísimo reportero gráfico con tendencia a meterse en apuros con tal de
lograr la mejor instantánea del héroe de Metropolis. Olvídate del enorme globo
terráqueo que corona el edificio del Daily Planet. Olvídate (de momento) de Lex
Luthor. Ni siquiera la S es ya una S.
“Eppur si muove”. O, para el caso, vuela.
Porque si uno es capaz de dejar a un lado la nostalgia (y,
creedme, nadie se pone más nostálgico que yo cuando se trata del “Superman” de
Richard Donner), tal vez pueda darse cuenta que, como decía Ovidio en ese
latinajo célebre, “omnia mutantur, nihil interit”: todo cambia, pero nada se pierde. Ya no están las inolvidables fanfarrias de John Williams, pero tenemos en su lugar a uno de los Hans Zimmer más inspirados de los últimos tiempos. Sin kryptonita que debilite al personaje
protagonista, el co-autor del libreto, David S. Goyer, se las arregla para
buscar una alternativa que sustituya de forma más verosímil los nocivos efectos
del verdoso mineral alienígena. Ante la ausencia de un Marlon Brando
cuasi-divino tenemos a un nuevo y carismático Jor-El, jinete de una montura
insectoide en un entorno que bebe más de “Avatar” y de los diseños de H.R.
Giger que de aquel acristalado y olímpico Krypton que conocimos en los años 70.
Por esto y por “Master & Commander”, sí o sí, hay que querer a Russell
Crowe.
Poco importa que Glenn Ford jamás vaya a alcanzar ese
granero solitario en lo alto de una colina, poniéndonos los pelos
como escarpias mientras se lleva la mano al pecho, porque aquí Kevin Costner se
resarce de sus últimos traspiés cinematográficos haciendo como nadie del San
José de Smalville: ese progenitor superado por la divinidad de su hijo adoptivo
que antepone la seguridad de su chaval a su sacrificio por el bien de los
demás. La comparación no podría ser más apropiada: de Moisés alienígena en las
versiones más canónicas, Kal-El ha pasado en “El hombre de acero” a ser un
mesías bíblico en toda regla, y para que no se nos olvide ahí tenemos esa
esclarecedora (y bastante obvia) vidriera en la única escena que se ha podido
rescatar de la olvidable etapa viñetera a cargo de Brian Azzarello y Jim Lee.
Al final, uno a uno, la mayoría de los elementos icónicos
que han definido al personaje durante más de siete décadas acaban asomándose al
metraje de “El hombre de acero” de un modo u otro, aunque a veces parezcan
irreconocibles (¿Laurence Fishburne como Perry White?) y otras no pasen de
meros apuntes superficiales (¿Lana Lang? ¿Krypto el super-perro? ¿la Fortaleza de la
Soledad?). Que los aficionados más ortodoxos no sean capaces de entender que
éste es el camino del éxito para la nueva era cinematográfica de los personajes
de DC Comics ya es otro cantar. Si funcionó con el Batman de Christopher Nolan,
que se parecía tanto al de Bob Kane, o al de Neal Adams, ¡o al de Adam West!,
como un huevo a una castaña, ¿por qué no habría de hacerlo con Superman?
Y luego, claro, está él: Henry Cavill. Cada fotograma en que
el hipertrofiado actor británico, apenas conocido anteriormente por sus
intervenciones en “Los Tudor” e “Inmortals”, aparece flotando sobre el hielo
antártico o el desierto norteamericano, uno sabe que está ante el último hijo
de Krypton. Cavill mira como Superman, habla como Superman, vuela como
Superman. Y pega como Superman.
Ése es otro de los aspectos en los que más se nota el
cambio en esta reimaginación del personaje. Lo que Bryan Singer no supo
entender en su enternecedora aunque trasnochada “Superman Returns” es que el
público ha cambiado, la tecnología ha cambiado y el cine de acción, sí, ha
cambiado más que ninguna otra cosa. En la era de los Michael Bay y los Joss
Whedon, el espectador ya no se emociona al ver cómo el héroe rescata de un
destino fatal al enésimo helicóptero/avión/transbordador espacial averiado. Lo
que el Superman moderno necesita para conquistar a los miles de gamers, otakus
y fanboys del siglo XXI es un villano de alto octanaje que le pueda poner en
apuros serios (Michael Shannon, bendito seas) y un sentido de la pirotecnia que
rivalice en igualdad de condiciones con la gran traca final de “Los Vengadores”.
Y, pese a las decisiones caprichosas de Goyer, Nolan y
Snyder, y los evidentes agujeros de guión (que los tiene y son llamativos por
su torpeza), “El hombre de acero” (me) enamora porque posee la fuerza visceral de
las mejores ensaladas de hostias que se
recuerden en el Noveno Arte. El enfrentamiento de Superman contra Zod remite a
otras inolvidables palizas dibujadas, como Goku Vs. Freezer, Invencible Vs. Conquest o, por encima de todas, Miracleman Vs. Kid Miracleman (¿la mejor pelea
de super-tipos de todos los tiempos?). El acto final de “El hombre de acero” es
orgásmico en su condición de espectáculo palomitero de destrucción masiva; esa
gran escena de acción protagonizada por Superman que Hollywood nos venía
negando hasta la fecha y que, por fin, me ha reconciliado con uno de los directores a los que más tirria estaba pillando últimamente: Zack Snyder,
apúntate una.
Ni “El hombre de acero” es una película perfecta ni, con
certeza, la mejor adaptación posible de la gran S a la pantalla grande, pero
tampoco “Batman Begins” (con la que comparte muchos rasgos en común) era mi película soñada sobre el Hombre Murciélago y hoy
por hoy se la reconoce como la piedra de toque de un nuevo modo de entender el
cine de super-héroes. Este remozado Superman es, por lo de pronto, un reboot
emocionante e intenso, divertido como pocos títulos que haya visto en pantalla grande un servidor
en lo que va de 2013, y una base sólida sobre la que (re)construir una saga que,
ahora sí, tiene el viento a favor para volar a mach 3 hasta la estratosfera.
Esta vez, quizás más que nunca, la S significa esperanza.