Siempre que tienen lugar unas elecciones en nuestro país, sean nacionales, autonómicas o locales, me acuerdo de esta historieta de dos páginas firmada en 1977 por Carlos Giménez e Ivá para la revista "El Papus" y posteriormente recopilada en el álbum "España: Una, Grande y Libre":
sábado, mayo 23, 2015
martes, mayo 19, 2015
Arte, amor y muerte
David Smith es un escultor en crisis. En su veintiséis cumpleaños se encuentra arruinado, solo y borracho en un restaurante de Nueva York, cuando la Muerte se le aparece bajo una cara conocida y le ofrece un trato excepcional: ser capaz de esculpir, sólo con las manos, cualquier cosa que imagine. A cambio, David rechaza una larga vida de ¿feliz? mediocridad y firma su propia defunción en el plazo de 200 días. Pero tener la habilidad para hacer algo no implica necesariamente el éxito en su desempeño, y en 200 días pueden pasar demasiadas cosas, incluyendo la irrupción inesperada del amor.
“El escultor” de Scott McCloud es uno de los comics que más me han gustado de cuantos se han publicado (y, obviamente, he podido leer) en estos primeros meses de 2015. Me ha gustado mucho por varias razones, algunas de las cuales son puramente subjetivas y me obligan a perdonarle sus defectos, que los tiene pero que, cuanto más pienso en ellos, menos me importan en el cómputo global.
Antes de ponerme a escribir esta entrada leí “El escultor” dos veces: la primera en inglés, en el tren bala que va desde Kyoto hasta Hiroshima, durante un viaje mucho mayor del que tal vez (o tal vez no) escriba algo en este blog cuando por fin consiga ordenar mis fotos y mis pensamientos. Aquélla fue una lectura impulsiva, como casi todas las que hago en la tablet, acelerada por la imperiosa necesidad de llegar al final de la historia y así saber qué sucede con David Smith. Ese día, en Japón, me di un atracón vertiginoso con las 500 páginas de “El escultor”, pero en las jornadas siguientes no tuve demasiado tiempo para reflexionar acerca de lo leído. Al regresar a Madrid, unos días después, el tebeo ya se había publicado en castellano de la mano de Planeta Cómic, que lo había anunciado a bombo y platillo como una de sus novedades estrella para el Salón del Cómic de Barcelona. Inducida por mis (nada sutiles) insinuaciones, F. me lo regaló poco después en su edición física, una preciosa “novela gráfica” (ese término, ya sabéis) en tapas duras con medio millar de páginas en blanco, negro y azul. Por fin pude volver a leerlo hace un par de días de forma pausada, deteniéndome en cada viñeta, buscando las claves en la gramática visual de Scott McCloud, un artista más conocido en el mundo del cómic por sus estudios teóricos sobre el propio medio (en obras fundamentales como “Entender el Cómic: el arte invisible”) que por su producción de ficción (en títulos como “Zot!”).
Antes de ponerme a escribir esta entrada leí “El escultor” dos veces: la primera en inglés, en el tren bala que va desde Kyoto hasta Hiroshima, durante un viaje mucho mayor del que tal vez (o tal vez no) escriba algo en este blog cuando por fin consiga ordenar mis fotos y mis pensamientos. Aquélla fue una lectura impulsiva, como casi todas las que hago en la tablet, acelerada por la imperiosa necesidad de llegar al final de la historia y así saber qué sucede con David Smith. Ese día, en Japón, me di un atracón vertiginoso con las 500 páginas de “El escultor”, pero en las jornadas siguientes no tuve demasiado tiempo para reflexionar acerca de lo leído. Al regresar a Madrid, unos días después, el tebeo ya se había publicado en castellano de la mano de Planeta Cómic, que lo había anunciado a bombo y platillo como una de sus novedades estrella para el Salón del Cómic de Barcelona. Inducida por mis (nada sutiles) insinuaciones, F. me lo regaló poco después en su edición física, una preciosa “novela gráfica” (ese término, ya sabéis) en tapas duras con medio millar de páginas en blanco, negro y azul. Por fin pude volver a leerlo hace un par de días de forma pausada, deteniéndome en cada viñeta, buscando las claves en la gramática visual de Scott McCloud, un artista más conocido en el mundo del cómic por sus estudios teóricos sobre el propio medio (en obras fundamentales como “Entender el Cómic: el arte invisible”) que por su producción de ficción (en títulos como “Zot!”).
Tal vez fueran esos
mismos trabajos teóricos, con su acertado análisis de los
mecanismos narrativos del arte secuencial, los que me llevaron a
pensar que “El escultor” sería una obra mucho más experimental
en términos formales. Algo más cercano a, por ejemplo, el “Asterios
Polyp” de David Mazzuchelli. Pero el tomazo escrito y dibujado por
McCloud no resulta tan atrevido, y siempre parece tener claro que la
historia y los personajes lo son todo y que los recursos narrativos
son herramienta y no razón de ser del tebeo. Lo cual posiblemente
sea un síntoma de la madurez como dibujante de McCloud y de la
concepción artesanal de su propio trabajo. Dicho de otro modo: creo
que “El escultor” no pretende sentar cátedra ni revolucionar el
mundo del cómic sacándose recursos de la chistera en cada viñeta,
sino contar la historia que McCloud tenía en la cabeza de la forma
más adecuada y honesta.
Espero que no se me malinterprete: el cómic está repleto de soluciones visuales que funcionan a las mil maravillas dentro de una maquinaria narrativa perfectamente engrasada, pero ninguno de sus recursos es estrictamente un hallazgo, en la medida en que no son nada que no hayamos visto ya en obras anteriores de otros muchos autores que sí abrieron camino en lo que respecta al lenguaje en viñetas. Que no sea innovador no significa que no sea formalmente brillante. Por otro lado, sé que la honestidad
del arte es una idea terriblemente abstracta y subjetiva, pero yo la
percibo en cada página de “El escultor”: creo que, al igual que
su protagonista, McCloud ama profundamente su trabajo y lo desempeña
con una dedicación sincera, desde las entrañas, aunque esto mismo
acabe arrastrándolo hacia esos defectos que antes anunciaba, y que
se refieren principalmente a su labor como guionista.
Hay algo profundamente
naïf en la descripción de
los personajes y en la visión romántica, ingenuamente idealizada,
que David (y el propio McCloud) tienen de la protagonista femenina de
“El escultor”, y que choca con lo (poco) que sé sobre el amor y las
mujeres. La angelical Meg, estereotipo de chica
buena-guapa-un-poco-loca-en-plan-divertido-pero-loca-de-verdad-a-la-que-los-hombres-queremos-salvar-de-sí-misma-mientras-ella-nos-salva-de-nuestras-propias-inseguridades,
parece más la fantasía de un hipster veinteañero que una persona
real. Es la Summer de los primeros 45 minutos de “(500) Days of Summer” vista a través de los ojos de Tom, antes de que el
personaje de Joseph Gordon-Levitt se dé de bruces con la dura
realidad. Pero aquí nadie se golpea contra ese muro: Meg es perfecta
desde la primera hasta la última página de “El escultor”,
incluso a pesar de esa imperfección que McCloud impone al personaje en
el nudo del relato.
Del
mismo modo, la visión que McCloud tiene sobre el mundo del arte y
sus propias ideas sobre la escultura en pleno siglo XXI me parecen
algo simplistas. No soy ningún experto en la materia, pero
sospecho que un estudiante de Historia del Arte podría aportar
argumentos muy concretos de por qué el trabajo escultórico de David
resulta intrascendente. Mi propia explicación sería
desde luego más sencilla: porque McCloud es dibujante de comics y,
por mucho que se documente sobre escultura o sobre las modas
artísticas entre los galeristas de Nueva York, eso no hará que las
creaciones de David sean auténtico Arte (con A mayúscula)... aunque su historia
dibujada sí pueda serlo.
Por supuesto, por un lado podría argumentarse que la relación entre David y Meg es puro flechazo y que, dadas las circunstancias del protagonista, su desarrollo es intenso pero breve, con lo cual el personaje (y por tanto el lector, que siempre tiene a David como referencia para seguir la narración) no tiene tiempo para verla más allá de esa idealización inicial que se da en cualquier romance de estas características. Por el otro, la vanalidad de la obra de David podría ser precisamente la condición que le ha impedido triunfar hasta el momento en el mercado artístico (más allá de lo basado que éste esté en el nepotismo y la hipocresía), y su desesperada búsqueda de un Arte real, una obra elevada que supere la mera condición de artesanía cincelada, sea otro de los aspectos que McCloud desliza en el guión de "El escultor" por boca del crítico profesional Brecht Becker. Sea como fuere, estos dos aspectos del comic no están exentos de complicaciones en su desarrollo que podrían hacer tambalearse el conjunto si no fuera porque McCloud acierta plenamente con la tercera pata del taburete.
Hay
un momento en la saga “Vidas breves” de “The Sandman” en el
que un Anciano, un humano excepcional que ha vivido desde los tiempos
prehistóricos, se encuentra finalmente con Muerte cuando un muro de
ladrillos se desploma sobre él. “No. Por favor, no”,
dice el Anciano, “Después de tanto tiempo. Por un
accidente estúpido. Pero no me fue mal, ¿verdad? Han sido, no sé,
quince mil años. Está muy bien, ¿no? He vivido mucho tiempo”.
A lo que Muerte responde: “Has vivido lo que todos,
Bernie. Toda una vida. Ni más ni menos”.
Dicho lo cual, es posible que no sorprenda tanto la cita que el propio Neil
Gaiman (quien, sospecho, es amigo de McCloud) dedica a “El
escultor” en la portada de la edición norteamericana del tebeo,
publicada por First Second: “La mejor novela gráfica que
he leído en años”.
Porque
“El escultor”, o una parte importante de él, trata precisamente
de ese “toda una vida”
y de lo que implica: del destino indudable que nos aguarda a todos,
dentro de 200 días o de 20.000; de la inevitabilidad del olvido y de
cómo querríamos, sin embargo, ser recordados por aquellos cuyas
vidas hemos tocado; de la asunción de que nuestra obra
maestra definitiva no será
aquella que habríamos podido imaginar, y de la certeza de que el
amor tal vez no sea capaz de vencer a la muerte, pero sí puede darle
sentido a toda una vida. En mi opinión, es en estos aspectos de la
historia donde McCloud acierta con plenitud y consigue zarandearme
emocionalmente e implicarme al 100% en lo que me cuenta. “El
escultor” me toca entonces la patata de una forma que muy pocos
tebeos han logrado, y que no tiene tanto que ver con sus valores
técnicos y narrativos (que, por otro lado, ayudan a hacer el mensaje
más atractivo) como con su humanidad.
Es algo parecido a lo que me ocurre con los últimos episodios del
“Starman” de James Robinson, un cómic cuyo planteamiento no
tiene nada que ver con el de “El escultor” pero que consigue
resultados similares: su lectura me desarma haciendo
que pase por alto todas sus posibles flaquezas e imperfecciones. Hay, desde
luego, tebeos que me parecen mejores que estos dos, pero que no me
emocionan de la misma manera.
Esta
capacidad para llegarme
fue lo que hizo de aquella primera lectura de “El escultor” un
trance tan acelerado, un no parar de pasar las páginas, involucrado
como estaba en la crónica de la anunciada muerte de David Smith. La
segunda lectura, que podría haber echado abajo esa primera impresión tan visceral, no ha hecho más que fortalecer mi opinión: hay algo
intangible en la propuesta de Scott McCloud que no responde a
razonamientos técnicos ni a teorías sobre la escritura de guiones,
y que hace de “El escultor” una obra capaz de aferrarse con
fuerza a la memoria y el corazón del lector.
Si
creyera en esas cosas, diría que se trata de Alma.
miércoles, mayo 13, 2015
Viñetas de primavera
La celebración del 33º Salón Internacional del Comic de Barcelona a mediados de abril ha traído un montón de novedades interesantes a las estanterías de las librerías españolas. Muchos de estos lanzamientos todavía no han caído en mis manos, pero entre los que sí lo han hecho y otras publicaciones aparecidas durante las semanas precedentes he reunido una decena de micro-reseñas que dan buen ejemplo del nivel de mis últimas lecturas:
Los Muertos Vivientes vol. 22: Un nuevo comienzo
Guión: Robert Kirkman. Dibujo: Charlie Adlard.
Planeta Comic. Rústica. 168 págs.
La serie decana de Image Comics (con permiso del "Spawn" de Todd McFarlane) inicia una nueva etapa de la mano de su creador, el guionista super-estrella Robert Kirkman, y del que lleva 10 años siendo su dibujante sin faltar un solo mes a la cita, Charlie Adlard. Tal y como reza el título de este tomo, "Un nuevo comienzo" supone no sólo un punto y aparte respecto a la saga inmediatamente anterior ("Guerra sin cuartel") sino también el primer gran salto temporal que se ha visto hasta ahora en la colección. Dos años han transcurrido desde el fin de la guerra entre los bandos de Rick y Negan: el statu quo de los protagonistas ha cambiado, algunos personajes han desaparecido, otros han continuado evolucionando y sólo la amenazadora presencia de los caminantes y la desconfianza inicial hacia cualquier humano desconocido continúan siendo los pilares fundamentales de la narración.
Poco más puedo adentrarme en esta nueva entrega de la longeva colección que inauguró, más que ninguna otra obra, el reciente (y ya algo cansino) revival zombie de los últimos años sin entrar en spoilers. Lo que sí puedo decir es que, tras un par de tomos que parecían anunciar el lento declive cualitativo de "Los muertos vivientes", "Un nuevo comienzo" ha supuesto un necesario soplo de aire fresco que ha reavivado mi interés por la cabecera. Teniendo en cuenta que hablamos de una serie que en los EE.UU. se aproxima con pulso firme a las 150 entregas, no se me ocurre un cumplido mejor.
Paria vol. 1: Una oscuridad lo rodea
Guión: Robert Kirkman. Dibujos: Paul Azaceta.
Planeta Coimcs. Rústica. 160 págs.
De la creación más longeva de Kirkman pasamos a la más reciente. "Outcast", traducida al castellano por Planeta Comic como "Paria", nos presenta a Kyle Barnes, un hombre de mediana edad que pasa por una profunda depresión tras un trauma familiar vinculado con sucesos paranormales. Porque Kyle ha vivido desde niño rodeado de casos de posesiones demoníacas que lo atormentan por motivos desconocidos. Con la ayuda de un exorcista proletario, el reverendo Anderson, tratará de descubrir qué buscan de él estas presencias malignas que lo persiguen haciendo daño a sus seres queridos. El propio Kirkman define "Paria" como su intento más serio de hacer auténtico género de terror sobrenatural, y lo cierto es que la atmósfera malsana y la sobriedad en los diálogos y la caracterización de personajes le confieren un tono aún más oscuro que el de "Los Muertos Vivientes", que tiene más de slice of life postapocalíptico que de verdadero terror. Que Kirkman consiga su propósito (dar mal yuyu y que nos interesemos por la historia del protagonista desde las primeras páginas) tiene mucho que ver no sólo con su talento para plantar unos cimientos sólidos para un relato que se prevé de largo recorrido, sino también con el atmosférico dibujo de Paul Azaceta y el elegante uso del color de Elizabeth Breitweiser.
El resultado es notable, pero no puedo evitar sentir ciertas dudas ante un lenguaje visual sospechosamente televisivo, como si la narrativa de "Paria" respondiese más a las necesidades de un storyboard especialmente detallado de cara a la puesta en escena de la ya anunciada serie de televisión que adapte el tebeo a la pantalla. Tanto es así que este primer recopilatorio, con los números 1 al 6 de la edición original estadounidense, le deja a uno la sensación más de episodio piloto que de arco argumental completo. Obviamente, tras su experiencia como productor y guionista de "The Walking Dead" para AMC, Kirkman ha visto que el dinero de verdad no se lo van a dar los comics sino las consiguientes adaptaciones televisivas, y ahora mismo uno podría pensar que el creador de "Invencible" se plantea cada nuevo trabajo como un vehículo para seguir explotando su carrera en el medio audiovisual. Sólo espero que eso no implique un bajón de calidad en sus guiones para las viñetas, como sí le ha ocurrido a Mark Millar desde que descubrió la gallina de los huevos de oro en la industria del cine.
Velvet vol. 1: Antes del gran final
Guión: Ed Brubaker. Dibujos: Steve Epting.
Panini Comics. Cartoné. 128 págs.
El equipo creativo responsable de los tebeos más relevantes del Capitán América en décadas desembarca en Image con una premisa sugerente: ¿qué pasaría si la principal sospechosa del asesinato a sangre fría de James Bond fuese la secretaria Moneypenny? Sustituyamos al MI-6 por la organización ARC-7, al agente 00-ídem por el nombre en clave X-14 y a la enamoradiza burócrata creada por Ian Fleming por la Velvet Templeton del título (la cual esconde un turbulento pasado como agente de campo), añadamos unas gotas de "Modesty Blaise" y obtendremos la receta del éxito de "Velvet".
A Bru el cambio de aires (de Marvel a Image) le ha sentado de maravilla, y aquí se muestra pletórico en la descripción de personajes y en la construcción de una trama adictiva, tirando de recursos tan clásicos y eficaces como el flashback y la voz en off. Por su parte, Epting entrega las mejores páginas de su carrera: un prodigio de anatomía realista y gran cuidado en los fondos que, al contrario que en el caso de otros dibujantes que abusan de las referencias fotográficas como Alex Maleev o Greg Land, no repercute en absoluto en el ritmo narrativo. De hecho, pocos tebeos he leído últimamente capaces de transmitir el nervio que Epting imprime a las escenas de combate cuerpo a cuerpo, tiroteos y espectaculares persecuciones en las que Velvet se ve inmersa mientras recorre el mundo tratando de limpiar su nombre y desentrañar las claves del asesinato del agente X-14.
Lazarus vol. 1: Familia
Guión: Greg Rucka. Dibujos: Michael Lark.
Norma Editorial. Rústica. 104 págs.
En un futuro no demasiado lejano, la división geográfica del planeta no responde a territorios políticos sino financieros, dirigidos por familias que acumulan toda la riqueza y la tecnología. La minoría útil para estas totalitarias familias, los siervos, tiene un estatus y unos privilegios con los que no cuentan los sobrantes, una inmensa mayoría de la población que vive en la indigencia. Cada familia cuenta con un miembro modificado con alta tecnología genética y cibernética, virtualmente inmortal, llamado Lazarus. Los Lazari, auténticas armas vivientes monitorizadas por telemetría, están diseñados para obedecer ciegamente a su familia. La Lazarus de la familia Carlyle se llama Forever, y está a punto de descubrir que cuando se trata de conspirar para obtener poder y riquezas, la sangre no es más espesa que el agua.
Pese a ser un refrito de ideas ya conocidas, la nueva serie escrita por Greg Rucka y dibujada por Michael Lark (ambos habían coincidido hace años en la excelente “Gotham Central”) consigue dejar atrás la inicial desconfianza que despiertan los lugares comunes en que se asienta presentando una trama adictiva, una interesante galería de personajes y unas escenas de acción fabulosas. Su crítica hacia el actual orden económico mundial le otorga una segunda lectura de corte social que, pese a la ausencia total de sutileza con que está planteada, no deja de ser un valor añadido. Este recopilatorio publicado por Norma reúne los 5 primeros números de la edición estadounidense y, tal y como ocurre con "Paria", deja el regusto de ser una suerte de episodio piloto en viñetas de cara a la ya anunciada adaptación por parte de Legendary Television. Lo cual evidencia una vez más que las productoras, por un lado, tienen muy presentes los recientes lanzamientos de comic a la hora de encontrar nuevas ideas que llevar a la pantalla y que los creadores, por el otro, tienen perfectamente claro que los tebeos son un paso intermedio de cara a un éxito mayor en la caja (ya no tan) tonta.
Muerdeuñas vol .1: Habrá sangre
Guión: Joshua Williamson. Dibujos: Mike Henderson.
Norma Editorial. Rústica. 132 págs.
La idea en torno a la cual se articula "Muerdeuñas" es por sí sola un gancho de lo más llamativo. Buckaroo es una pequeña ciudad del estado de Oregón tristemente célebre por ser el lugar de nacimiento de 16 de los más retorcidos asesinos en serie del último siglo: desde el infame Quemalibros hasta la más reciente celebridad local, el Muerdeuñas del título, pasando por psicópatas tan extravagantes como el Asesino del Cine, que mataba a quienes hablaban durante la proyección de una película, o La Rubia, que elegía a sus víctimas entre los machistas que la piropeaban por la calle. Cuando el policía Eliot Carroll desaparece mientras investiga los indicios que podrían explicar esta proliferación de maníacos en Buckaroo, su amigo Nicholas Finch, otro agente de la ley (en horas muy bajas), viajará con el fin de encontrarlo hasta el terrorífico enclave, convertido con el paso de los años en poco menos que un parque temático para periodistas oportunistas y turistas morbosos.
El ascendente escritor Joshua Williamson, creador de la series "Ghosted" y "Birthright" también para Image, plantea una historia muy entretenida, fresca a pesar de su escasa originalidad (de psycho-killers están el cine, las series de tv y los comics repletos), que tiene la virtud de no tomarse demasiado en serio a sí misma y de recurrir en igual medida al humor negro que al gore y el horror. El dibujante Mike Henderson mantiene el nivel gráfico en una aceptable mediocridad, sin comerse demasiado el coco con la puesta en página y las soluciones narrativas, y aunque "Muerdeuñas" no destaca especialmente ni por un guión vanguardista ni por un apartado visual sorprendente, el conjunto resulta tan desenfadado y adictivo que uno no puede evitar cerrar este primer tomo y empezar a contar los días para la salida del siguiente.
Wonder Woman vol. 9
Guión: Brian Azzarello. Dibujos: Cliff Chiang, Goran Sudzuka.
ECC Ediciones. Rúsica. 112 págs.
Aprovechando la aparición en marzo del tomo con el que ECC concluye la publicación de la Wonder Woman guionizada por Brian Azzarello, resulta apropiado releer en bloque estos nueve volúmenes para valorar en conjunto el relanzamiento de la amazona en el Nuevo Universo DC. El creador de "100 Balas", una elección a priori controvertida para ocuparse de un personaje tan positivo y luminoso, reformula la plana mayor de la mitología griega como una familia disfuncional en la que cada miembro (cada dios) conspira con el fin de sentarse en el trono de Zeus, desaparecido en misteriosas circunstancias. La presencia de una mortal embarazada por el propio padre de los dioses y amenazada por el resto del panteón olímpico involucrará a Diana en este berenjenal de alianzas, traiciones, rencillas y secretos por desvelar. Por suerte, el planteamiento editorial resulta conveniente para el desarrollo de la trama: 37 comic-books escritos por una misma persona y dibujados por artistas de estilos semejantes (Cliff Chiang es algo así como el "dibujante titular", pero Akins y Sudzuka lo sustituyen habitualmente sin que el nivel gráfico se resienta significativamente), narrando una única historia de principio a fin sin involucrarse en eventos ni crossovers ni gaitas sacacuartos. Tal y como está el patio super-heroico, ya sólo por eso merece destacarse esta "Wonder Woman" como una rara avis dentro de las majors Marvel y DC.
Con todo, tal vez sea ese mismo patio super-heroico, de una vulgaridad pasmosa y un continuo reciclado de (malas) ideas, lo que haya convertido a esta encarnación de Diana en un título de culto entre el fandom. Es algo parecido a lo que ha sucedido con el "Ojo de Halcón" de Fraction y Aja o el "Daredevil" de Waid y Samnee. La competencia es casi nula, y cuando una serie ofrece algo tan claramente superior a la media el lector de afiliación pijamera se deshace en elogios y se apresura a hablar de obras maestras y clásicos inmediatos. Me temo que, al igual que los títulos antes citados, esta "Wonder Woman" sólo es un buen tebeo de super-héroes, bien escrito (pese al cripticismo habitual de Azzarello en los diálogos) y mejor dibujado; a años luz, sin embargo, de las vacas sagradas del género (no hay más que poner en el otro plato de la balanza a los mejores Moore, Miller o Morrison y ver hacia dónde se inclina ésta). Lo cual no es impedimento para que uno pueda disfrutarla sanamente como lo que es, sin buscarle tres pies (narrativos) al gato y sin esperar que su lectura vaya a cambiarle la vida a nadie. Para quien haya llegado tarde a esta primera edición, que sepa que la misma editorial ha presentado entre sus novedades del Saló una nueva recopilación, esta vez en cartoné, recogiendo los seis primeros comic-books estadounidenses bajo el subtítulo "Sangre".
Green Arrow: Roto
Guión: Jeff Lemire. Dibujos: Andrea Sorrentino.
ECC Ediciones. Rústica. 72 págs.
ECC concluye con este tomo otra etapa destacada en las aventuras de un héroe de DC Comics, en este caso el arquero esmeralda que en los últimos años ha visto crecer su popularidad gracias a una oportuna adaptación televisiva. Con los Nuevos 52, la editorial vio la ocasión propicia para rejuvenecer a Oliver Queen, acercándolo a su homónimo catódico (primero al visto en "Smallville", después al de "Arrow") con la esperanza de darle un empujón a las ventas, pero cometió el error de confiar demasiado en el marketing y muy poco en la necesidad de un equipo creativo solvente. Tras unas desastrosas primeras entregas debidas a J. T. Krull, Dan Jurgens y una Ann Nocenti en horas muy bajas, DC se puso las pilas y situó al frente de la cabecera a Jeff Lemire, un guionista con una carrera muy interesante (con títulos como "Animal Man", "Trillium" o la deliciosa "Sweet Tooth", inexplicablemente inédita por estos lares), y a Andrea Sorrentino, auténtica estrella creativa de la serie gracias a una notable habilidad para plasmar las escenas de accion y a un sentido del claroscuro que recuerda mucho al de Jae Lee.
Lejos de sus trabajos más introspectivos, Lemire roba de aquí y de allá (y más que de ningún otro sitio, del estupendo "El inmortal Puño de Hierro" de Brubaker, Fraction y Aja) para construir alrededor del personaje una nueva mitología que incluye clanes ninja consagrados al uso de armas místicas, unos cuantos secundarios nuevos y la reinterpretación de antiguos villanos adaptándolos a los tiempos modernos. No es particularmente original, y desde luego este último recopilatorio no ofrece los niveles de diversión de la precedente "Guerra de los Outsiders", pero no deja de ser un correcto cierre para una de las mejores etapas del personaje que un servidor haya podido leer (en su día me gustó bastante la de Kevin Smith, Brad Meltzer y Phil Hester), integrándose entre esos buenos tebeos de super-héroes actuales que mencionaba a propósito de la "Wonder Woman" de Azzarello. Tanto es así que, recién iniciado su nuevo contrato con Marvel, el primer encargo de Lemire ha sido el de sustituir al saliente Matt Fraction como escritor de "Ojo de Halcón": de arquero en arquero y tira porque le toca. Un buen motivo para seguir coleccionando la serie protagonizada por Clint Barton.
Grayson vol. 1
Guión: Tim Seeley y Tom King. Dibujo: Mikel Janín.
ECC. Rústica. 96 págs.
Y de unas series de DC que terminan a otra que comienza: "Grayson" arranca tras el desenmascaramiento público y la aparente muerte de Dick Grayson (a.k.a. Nightwing) durante el crossover/evento/whatever "Maldad Eterna" (que no he leído, ni ganas). Aprovechando el nuevo status de su pupilo, Batman decide infiltrar a Dick como agente doble en la organización secreta Spyral, que se dedica a recuperar los órganos artificiales super-poderosos de un tal Paragon (ni idea de quién es) y a acumular información sobre las identidades de los principales héroes de la Tierra con fines poco claros. Todo ello en un tono de espionaje pulp y ciencia-ficción super-heroica cuyo referente más claro, salvando abismales distancias de calidad, es el "Sleeper" de Brubaker y Phillips que, casualmente, ECC recupera para el lector español en su listado de novedades de mayo.
Pese a mi obvio desconocimiento de la actual continuidad DCeíta (las series que sigo están, en la medida de lo posible, desvinculadas de los mega-eventos que lo cambian todo para no cambiar nada un año sí y otro también), los cuatro primeros números de "Grayson" reunidos en este tomo resultan una lectura amena y entretenida, con muchas posibilidades para ir a más en un futuro próximo, y con un dibujo muy apropiado de la mano del español Mikel Janín, quien resulta ser además un narrador bastante imaginativo. Está claro que la lectura de "Grayson" no le cambiará la vida a nadie, pero es un tebeo de super-héroes más que correcto en unos tiempos en los que el género, salvo contadas excepciones, no parece levantar cabeza.
The Private Eye: números 1 a 10
Guión: Brian K. Vaughan. Dibujos: Marcos Martín.
Panel Syndicate. Formato digital, disponible en castellano e inglés. Número variable de págs. (en torno a 30 por archivo).
En 2013, el dibujante español Marcos Martín, conocido principalmente por sus trabajos para DC ("Batgirl: Año uno") y Marvel ("Amazing Spider-Man", "Daredevil"), y el guionista Brian K. Vaughan ("Y, el último hombre", "Ex Machina") fundaron Panel Syndicate, una iniciativa editorial para la publicación online de comics en formato digital, pudiendo pagar el lector la cantidad que estimase oportuna a cambio de cada descarga. Algo parecido, en realidad, a lo que la banda británica Radiohead propuso en su día con el lanzamiento del álbum "In rainbows". El primer título nacido bajo el paraguas de Panel Syndicate es "The Private Eye", una serie limitada de 10 episodios firmada por ambos emprendedores. Como proyecto, "The Private Eye" me parece una forma muy inteligente de adaptarse a la realidad de las descargas en internet y al auge del comic en formato digital.
Marcos Martín explicaba así el argumento de la serie en esta entrevista para ZonaNegativa: "The Private Eye transcurre en un futuro cercano y en un mundo donde Internet ha desaparecido tras una catástrofe que desveló la información personal de millones de usuarios. En esta situación de máxima exposición, la privacidad personal se convierte en el valor más preciado de una sociedad que lo lleva al extremo de crear identidades secretas para su vida y relaciones diarias. Nuestro protagonista es un paparazzi, el equivalente a un investigador privado, que se verá envuelto en un misterio con ramificaciones mayores de las que en un principio podía parecer". Supongo que a nadie se le escapará la ironía de que "The Private Eye" sea un comic digital que sólo se puede adquirir vía web. La idea es sumamente atractiva, y Vaughan, del que cada día soy más devoto (la culpa de todo la tiene "Saga") plantea la trama como un relato de serie negra, puro detectivesco, plagado de ideas inteligentes y personajes pintorescos. El hecho de que la puesta en página (¿o habría que decir "puesta en pantalla"?) esté pensada específicamente para la lectura en un ordenador o una tablet confiere un sentido del ritmo propio al tebeo, y permite a Martín, narrador superdotado (suyas son las mejores planchas de "Amazing Spider-man" y "Daredevil" de la última década), proponer soluciones visuales que posiblemente no funcionarían en una edición impresa. Su trazo pulcro y ágil, unido a los espléndidos colores planos de Muntsa Vicente, ofrece una experiencia plástica arrebatadora que convierte a este "The Private Eye" en una de las lecturas más satisfactorias de esta remesa primaveral.
¡Universo!: números 1 y 2
Guión y dibujos: Albert Monteys.
Panel Syndicate. Formato digital, disponible en castellano, inglés y catalán. Número variable de págs. (en torno a 40 por archivo).
El segundo título publicado por Panel Syndicate resultó, para un servidor, una sorpresa tanto o más inesperada que el primero. Albert Monteys, humorista de un talento galáctico que me enamoró el alma con sus series para la revista "El Jueves" "Tato" y "Para ti que eres joven" (ésta a cuatro manos con otro monstruo de la carcajada en viñetas, Manel Fontdevila), regresa a la ciencia-ficción con una cabecera bimestral y antológica (cada número propone una historia autoconclusiva) ambientada en un mundo futuro que tiene mucho que ver con las añoradas "Calavera Lunar" y "Carlitos Fax" (y también, por sensibilidades afines, con "Futurama" de Matt Groening).
Alejado del formato de tiras cómicas, con un sentido del humor más negro y sutil y una mayor profundidad dramática, "¡Universo!" me parece, con apenas dos números publicados, un paso arriesgado y triunfal en la carrera de Monteys. Todo en ella apunta a hito, a obra mayor. El segundo número, una fábula robótica à la Asimov sobre las relaciones de pareja hechas a medida, esconde una tristeza soterrada que invita a la reflexión. El primero es incluso mejor: una crítica bestial a la expansión infinita de las grandes multinacionales, disfrazada de relato canónico de ciencia-ficción cósmica (ya sabéis: viajes en el tiempo, cavernícolas, I.A.s a lo Hal 9000, etc). Y luego está el dibujo: un irresistible trazo cartoon con diseños enloquecedores y una expresividad bestial; una explosión pop de colores planos que arrebata la mirada; una narrativa limpia, atrevida, de una fluidez pasmosa. Lo del precio al gusto del consumidor me parece, una vez más, la repanocha. Ojalá las cosas le vayan bien a Monteys con este nuevo proyecto y tengamos "¡Universo!" para rato.
miércoles, mayo 06, 2015
El Hombre Sin Miedo
Cuando apenas han pasado unos días desde que publiqué mi reseña de "Los Vengadores: la era de Ultron", me siento obligado a escribir una vez más sobre un producto de Marvel Studios, la división audiovisual de la editorial más importante, junto a su rival DC, del mercado estadounidense de comics. Y es que la filial de Disney (una de tantas, cualquier día llegarás a casa y descubrirás que tus padres te han vendido a la multinacional fundada por el tito Walt) ha aprovechado sabiamente su calendario de estrenos cinematográficos para lanzarse a la aventura televisiva de Netflix apenas veinte días antes de que la segunda película de los Héroes Más Poderosos de la Tierra aterrizase en las salas de cine de medio mundo. Estoy hablando, por supuesto, de "Daredevil", la serie de 13 episodios que conseguirá borrar (¡por fin!) de nuestra memoria aquella primera y bochornosa adaptación protagonizada por Ben Affleck del personaje creado por Stan Lee y Bill Everett en 1964.
Debo aclarar, ante todo, que Daredevil es mi personaje Marvel favorito1. En parte porque posee una serie de matices muy concretos que lo distinguen claramente de cualquier super-héroe al uso. Se trata, en primer lugar, de una persona teóricamente discapacitada: cuando era niño Matt Murdock estuvo implicado en un accidente de tráfico y los residuos radiactivos que transportaba un camión lo dejaron completamente ciego. Por supuesto, tratándose del Universo Marvel esos mismos residuos que mataron uno de sus sentidos amplificaron milagrosamente los demás, otorgándole una suerte de radar hipersensible que le permite proezas como detectar la verdad y la mentira en boca de una persona por el olor de su sudor o su frecuencia cardíaca. Lo cual le viene muy bien, obviamente, para ejercer su trabajo diurno como abogado defensor en el modesto despacho que dirige junto a su mejor amigo desde los días en la facultad de derecho, el simpático y fiel Foggy Nelson. Por irónico que pueda sonar, los mismos delincuentes a los que Matt y Foggy defienden en los juzgados durante el día pueden ser víctima de sus palizas como justiciero urbano durante la noche. Murdock es además todo un icono de la inmigración irlandesa en Nueva York: por si ser profundamente católico no fuese suficiente tortura, su padre fue un boxeador mediocre asesinado por los mismos mafiosos que amañaban sus combates en el cuadrilátero. Curiosamente, el radio de acción de Daredevil se circunscribe a un barrio concreto de la gran metrópolis, Hell's Kitchen; porque el Hombre sin Miedo es un héroe proletario, que prefiere enfrentarse a gangsters locales y a villanos de segunda fila antes que a invasores de otras dimensiones y devoradores de planetas: para eso ya están los Cuatro Fantásticos. Para colmo de males, su madre lo abandonó antes de que Matt pudiese conocerla y su novia de la universidad acabó siendo una ninja psicópata con un trauma familiar propio de una tragedia griega: no es de extrañar que nuestro héroe acabe enrollándose siempre con la mujer más desequilibrada de la fiesta. Mientras los Vengadores y los X-Men son, con sus alineaciones imposibles y sus aventuras más grandes que la vida, el Real Madrid y el Barcelona, Daredevil es el Rayo Vallecano de los comics Marvel3.
Pese a estos humildes orígenes, Daredevil tuvo la inmensa fortuna de cruzarse a principios de los 80 en el camino de un joven dibujante y guionista llamado Frank Miller, que cogería una colección con bajas ventas y un amplio margen de libertad creativa y convertiría su estancia en la serie en una de las etapas más recordadas de todos los tiempos en un comic Marvel. Es precisamente de esta etapa y de las miniseries derivadas de ella (principalmente "El Hombre Sin Miedo", la revisión de los orígenes del personaje escrita por Miller y dibujada por John Romita Jr.) de las que la actual teleserie toma tanto el tono como la caracterización básica de sus protagonistas.
El Daredevil de Netflix (llamado en realidad "Marvel's Daredevil", para dejar claro que comparte universo con las películas de Iron Man, el Capitán América y el resto de Vengadores) no tiene nada que ver con otras series de televisión actuales que adaptan personajes de comic a la pequeña pantalla. Frente al carácter desenfadado e infantiloide de "The Flash" y al impostado tono pulp de "Gotham", las dos grandes (y fallidas) apuestas televisivas de DC para esta temporada, "Daredevil" esgrime un aspecto realista, violento e incluso sórdido que recuerda a productos con un perfil mucho más alto; policíacos de la talla de "The Shield" o (genuflexión) "The Wire" que poco o nada tienen que ver, a priori, con los conceptos ideados por Stan Lee para las viñetas hace ya medio siglo. Habrá quien quiera ver la influencia de Christopher Nolan y su Caballero Oscuro en la propuesta de Drew Goddard (director y co-guionista, junto a Joss Whedon, de la fabulosa cinta de meta-terror "La cabaña en el bosque"), pero esos aspectos oscuros e introspectivos han acompañado al personaje desde que Miller firmase los guiones de sendas obras maestras del tebeo como son "Ruleta" (Daredevil #191) o la saga "Born Again" (Daredevil #226-233), y han sido santo y seña de las aventuras del Hombre Sin Miedo en casi todas las etapas posteriores (firmadas por escritores tan apegados a lo cotidiano como Ann Nocenti, Brian Michael Bendis o Ed Brubaker), hasta que recientemente Mark Waid decidió llevar de nuevo al héroe al colorido terreno de sus primeras aventuras.
Frente al modelo procedimental de "The Flash" y "Gotham", con un caso/villano por capítulo, "Daredevil" plantea su primera temporada como un todo, una película en 13 partes que sigue el modelo de otras cabeceras de la televisión privada estadounidense (desde "House of Cards", de la propia Netflix, hasta "Breaking Bad" de la AMC, pasando por las vacas sagradas de la HBO). Todo ello nos habla de un producto ambicioso, alejado de los clichés y complejos que tradicionalmente han perseguido a las adaptaciones del comic a la pantalla. Curiosamente, "Daredevil" es sorprendentemente fiel al material dibujado del que procede, bastante más de lo que habitualmente lo son las películas que la propia Marvel produce para el cine, lo cual dice mucho sobre la acusación de inmadurez que los propios lectores de super-héroes a veces nos reprochamos a nosotros mismos, y que el resto del mundo (los no lectores) tiene asumido de un modo bastante prejuicioso.
Ayuda, por supuesto, que los actores que intervienen en la serie se tomen sus papeles tan en serio como lo harían en la más solemne tragedia de Shakespeare, y que el casting acumule un acierto tras otro a medida que se van presentando los distintos personajes. No sólo Charlie Cox (al que los espectadores de "Boardwalk Empire" reconocerán como el asesino del IRA Owen Slater) compone un convincente Matt Murdock, tanto en su identidad civil de abogado discapacitado como en su faceta de violento vigilante, sino que Elden Henson ("Los juegos del hambre") y Deborah Ann Woll (la virginal Jessica de "True Blood") son unos perfectos Foggy Nelson y Karen Page, respectivamente. Rosario Dawson está espléndida dando vida a Claire Temple, por mucho que en la serie su personaje recuerde más a Linda Carter (la Enfermera de Noche) que a la novia de Luke Cage, y contra todo pronóstico el veterano secundario Vondie Curtis-Hall borda al periodista de vuelta de todo Ben Urich pese al chocante cambio de raza en el personaje (al contrario que Curtis-Hall, Urich es blanco en los comics). Pero sin duda el actor que captura como nadie el espíritu de su personaje y lo eleva por encima de su homólogo en viñetas es Vincent D'Onofrio, aquel lastimoso recluta patoso de "La chaqueta metálica" de Kubrick que aquí compone un Wilson Fisk memorable. El trabajo de D'Onofrio va más allá de la lograda caracterización física: su voz, casi un gruñido, y su amenazadora mirada de animal enjaulado contrastan con la dulzura con que el rey del crimen trata a su amada Vanessa (Ayelet Zurer, madre de Kal-El en "El hombre de acero" de Zack Snyder). En mi opinión, nos encontramos ante la mejor adaptación de un villano de comic a la pantalla desde el inquietante Joker de Heath Ledger en "El caballero oscuro".
Otro aspecto especialmente gozoso de "Daredevil" es la forma en que desmiente (una vez más) el cliché de que las escenas de acción rodadas para televisión son inevitablemente cutres. Tomando como referencia títulos como la trilogía "Venganza" protagonizada por Liam Neeson o la divertidísima (e inédita en España) "John Wick", el equipo de directores capitaneados por Drew Goddard filma unas coreografías fluidas y realistas que no recurren a los habituales trucos de montaje que muchas veces impiden percibir lo que realmente están haciendo los especialistas ante las cámaras. El paradigma de este buen hacer se encuentra en el formidable plano secuencia que cierra el segundo episodio, heredero directo de la escena del martillo de "Old Boy" (joya del reciente cine coreano) y uno de los ejemplos más evidentes de por qué este "Daredevil" juega en la liga de las grandes producciones televisivas de nuestros días.
Y luego están los guiños, ese plus destinado al espectador que venía con la lección comiquera aprendida y que aplaudirá emocionado al descubrir en "Daredevil" menciones soterradas a villanos como el Gladiador (ésta es explícita) o el Zancudo (bastante más sutil), alusiones a Roxxon y a "aquella chica griega de la universidad" o la promesa velada de que la Serpiente de Acero de K'un L'un hará acto de presencia en la anunciada serie dedicada al inmortal Puño de Hierro, también bajo el logo de Netflix.
La serie es tan satisfactoria a todos los niveles que, de hecho, sólo se me ocurren dos reproches que hacerle. El primero se refiere al desarrollo del último episodio, demasiado apresurado para lo que el resto de la temporada había sido hasta el momento, casi como si a los guionistas les hubiesen entrado las prisas por resolverlo todo antes de los créditos del decimotercer capítulo por si acaso nunca llegásemos a ver una segunda temporada (que, por suerte, ya ha sido confirmada). El segundo es algo tan superficial como la queja de turno sobre el uniforme del héroe. Si bien el primitivo disfraz negro que Murdock luce en primer lugar me parece que funciona maravillosamente en pantalla, el traje ¿definitivo? de Daredevil no termina de gustarme, porque rompe con ese realismo oscuro que hasta entonces había imperado en la narración. No son defectos que invaliden el resto de sus virtudes, que son legión, y seguramente al espectador que se acerca por primera vez al personaje le preocupe mucho más no haber entendido quién demonios es ese tal Stick (Scott Glenn, nacido para el papel) que aparece de imprevisto en el capítulo 7 y de qué va todo el asunto del Cielo Negro, pero quienes hemos leído los tebeos de Miller sabemos que ahí residen, con toda seguridad, las claves de esa segunda temporada que, si mantiene el nivel de ésta, confirmará a "Marvel's Daredevil" no sólo como una de las series de televisión más entretenidas que uno puede llevarse a los ojos y oídos actualmente, sino también como la mejor adaptación de un super-héroe del tebeo a la pantalla de todos los tiempos. Así de buena me ha parecido.
1: Por supuesto, no dejo de preguntarme cómo es posible que Affleck haya conseguido encarnar en la gran pantalla a mi personaje favorito de Marvel y a mis dos personajes favoritos de DC2, pero supongo que eso no puede explicarlo ni Iker Jiménez.
2: Vale, en "Hollywoodland" realmente interpretaba a George Reeves, pero para el caso es lo mismo: llevaba la S en el pecho, ¿no? Ya sólo por eso estoy deseando que Henry Cavill lo haga puré...
3: Sé lo que estás pensando y sí, Spider-Man es el Atleti.
3: Sé lo que estás pensando y sí, Spider-Man es el Atleti.
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