(…)
Build
my fear of what's out there
Cannot breathe the open air
Whisper things into my brain
Assuring me that I'm insane
They think our heads are in their hands
But violent use brings violent plans
Keep him tied, it makes him well
He's getting better, can't you tell?
Cannot breathe the open air
Whisper things into my brain
Assuring me that I'm insane
They think our heads are in their hands
But violent use brings violent plans
Keep him tied, it makes him well
He's getting better, can't you tell?
(…)
“Welcome home (Sanitarium)” de Metallica
“American Horror Story” se estrenó en 2011 con una primera temporada autoconclusiva que comenzaba de forma prometedora y se desinflaba progresivamente a medida que los clichés y homenajes al género de terror se acumulaban hasta perder su capacidad de sorpresa. Servidor la siguió primero con interés, luego con indiferencia y finalmente con un poco de vergüenza ajena, y el balance global no fue (obviamente) positivo. Con todo, el anuncio de una segunda temporada argumentalmente desvinculada de la primera y ambientada en una institución mental en los años 60 me convenció para darle una oportunidad a “American Horror Story: Asylum”. Algo de lo que, una vez terminada esta nueva tanda de episodios, no me arrepiento en absoluto.
“Asylum”, al igual que la primera “American Horror
Story”, es un batido indiscriminado de referencias al cine de espanto
perfectamente reconocibles, que van de “El exorcista” (y las historias de
posesiones demoníacas en general) a la ufología
de “Fuego en el cielo”, pasando por Ed Gein y “La matanza de Texas”, “Los niños
del Brasil”, “La parada de los monstruos” o la reciente “Shutter Island”, de la
que toma prestada la malsana atmósfera que impregna cada pasillo del manicomio
Briarcliff.
Regresan en “Asylum” el humor negro (negrísimo), la
vocación transgresiva y el barroquismo audiovisual. El montaje videoclipero, los
retorcidos (y larguísimos) movimientos de cámara y las ópticas aberrantes se
acumulan plano tras plano en una oda al exceso salpicada por una cuidada banda sonora y encabezada por unos títulos de crédito que vuelven a poner los pelos de punta. La fórmula sigue siendo la misma (gore, sexo perverso y un
encadenamiento constante de golpes de efecto), pero elevada a una potencia
superior. Y dado que uno no puede tomarse demasiado en serio este grand guignol abarrotado de monjas en celo y psycho-killers (qu'est-ce que c'est?), es una suerte que la propia serie no acuse un exceso de gravedad y se transforme a rachas en una autoparodia perfectamente consciente de su condición.
Repiten también la mayoría de intérpretes de la
primera temporada, reubicados aquí en nuevos roles que poco o nada tienen que
ver con los anteriores. Sarah Paulson gana protagonismo como Lana Winters,
periodista en apuros por perseguir con demasiado ahínco la exclusiva; Evan
Peters se convierte en Kit Walker, arquetipo rockabilly abducido por criaturas
del espacio exterior; Zachary Quinto da vida a un psiquiatra poco convencional,
el Dr. Oliver Thredson, y Lily Rabe irradia inocencia como la joven monja Mary
Eunice. Dylan McDermott y Frances Conroy regresan en papeles insólitos de los
que no conviene desvelar demasiado, y nuevos fichajes como Chloë Sevigny,
Joseph Fiennes, Ian McShane y James Cromwell elevan sustancialmente el
prestigio interpretativo del elenco principal.
Y luego está Jessica Lange, claro. Si hay algo que
celebrar en esta nueva “American Horror Story” es que la veterana actriz haya superado el elevado listón autoimpuesto en la primera temporada adueñándose, más aún, de cada segundo de metraje en el que asoma su rostro de
¿villana?. Más allá de la violencia y el delirio que son ya seña de identidad de
la serie, la fascinante interpretación de Lange como la hermana Jude es el
pilar maestro sobre el que se sostiene la inestable arquitectura de este
“Asylum”.
Porque no todo son parabienes, me temo. Mucho se ha
mejorado respecto a la entrega anterior, pero persisten todavía algunos de sus
defectos estructurales. Una vez más, la intensidad de la narración comienza a
diluirse a mitad de temporada y deja en el espectador la sensación de que
algunas tramas hubieran merecido una mayor atención. A la postre, la línea
argumental protagonizada por el slasher
Bloody Face (trasunto indisimulado del texano Leatherface) termina por
adueñarse casi por completo de la función, convirtiendo lo paranormal en algo
anecdótico o, cuanto menos, accesorio. Además, el horror genuino de sus
primeros compases acaba con el paso de los episodios convirtiéndose en algo
habitual, a lo que uno se termina acostumbrando sin sentir ya la excitación
propia del género: a mitad de temporada, “Asylum” deja de dar mal rollo y se torna
en un thriller plagado de sexo, violencia gratuita y chispazos de genialidad (¡ese número musical!). Lo
cual no está nada mal, pero dista bastante de la adictiva brillantez enfermiza de
sus cinco primeros capítulos.
Por suerte, una de las grandes mejoras de “Asylum”
respecto a su hermana mayor es el acertado tratamiento dramático de los
caracteres principales. Mientras la familia Harmon de la primera temporada era
una pandilla de pijos insufribles con poca o nula empatía con el espectador,
los pacientes de Briarcliff generan una cercanía mucho mayor, logrando que sus
destinos importen e incluso conmuevan. Lo poco de estrictamente terrorífico que
tiene el último capítulo de “Asylum” se compensa con la satisfactoria sensación
conclusiva que la temporada ofrece a sus personajes protagonistas.
Quienes hayan sentido su curiosidad picada por el
gusano de “American Horror Story” harán bien en ignorar su primera entrega y
aventurarse directamente en esta “Asylum” que recicla y afianza las virtudes de
su predecesora eludiendo muchas de (aunque no todas) sus carencias. Con la
esperanza, además, de que, si sus responsables continúan con esta progresión ascendente, la
tercera puede ser la vencida.