En lo que respecta a los niveles de sangre y destrucción presentes en los comics de super-héroes, es muy posible que el máximo exponente (aún no superado) de ultraviolencia pijamera sea la
Batalla de Londres narrada en el número 15 de la edición norteamericana de
“Miracleman”. Dentro de los cientos de títulos que he tenido la fortuna o desgracia de leer, aún no he visto nada que supere en impacto y escalofrío a aquellas imborrables páginas escritas por Alan Moore y dibujadas por John Totleben que vieron la luz en noviembre de 1988, hace ya 23 años.
Desde entonces la escalada de violencia en el género super-heroico ha sido considerable en cuanto a su difusión y normalización, pero desgraciadamente en un alto porcentaje de casos se trata de un recurso empleado gratuitamente y sin un sentido dramático justificado. Supuestos héroes como Punisher, Spawn o el Lobezno más desquiciado han cometido barbaridades sangrientas con excusas absurdamente maquiavélicas y han sido aplaudidos por gran parte de un público lector que parece dar más importancia a los desmembramientos y decapitaciones que a un buen argumento y unos personajes sólidos.
Antes de que me acuséis de hipócrita o santurrón, debo aclarar que a mí me divierte la hiperviolencia tanto como al que más. De hecho, nada me resulta tan lúdico y vigorizante como un buen tebeo de hostias. Lo que pasa es que dichas hostias no significan nada para mí si no están al servicio de una trama interesante ni son propinadas o recibidas por personajes con los que empatice de algún modo. Lo mismo que una frase de tío duro puede "alegrarme el día" si la dice el tío duro adecuado y en el contexto adecuado, un puñetazo aplasta-cráneos debe responder a un cómo y un por qué concretos. Es la misma diferencia que uno puede encontrar entre una película de la saga Bourne o una protagonizada por Steven Seagal: los dos rompen brazos con ese característico crujido sordo que la mayoría sólo conocemos gracias al cine, pero cuando lo hace el primero mola todo lo molable y cuando lo hace el segundo resulta casposo y aburrido.
Recientemente se han publicado en nuestro país dos comics de super-héroes que ejemplifican a la perfección ambas caras de esta moneda.
En primer lugar tenemos el “Némesis” del escritor Mark Millar y el dibujante Steve McNiven, dos fulanos que habían firmado en el pasado uno de los
tebeos de hostias más divertido de los últimos años,
“Lobezno: el viejo Logan”. Sin ser un derroche de originalidad, aquella historia crepuscular protagonizada por el mutante canadiense conseguía pulsar las teclas correctas para entretener al respetable con unos diálogos divertidos, un montón de desmadradas escenas de acción y un dibujo espectacular. Millar, además, ya había dado muestras de su saber hacer en el terreno de la hiperviolencia sana y sin complejos en títulos como “The Authority” o “Wanted”, gracias a los cuales se ganó la fama de
enfant terrible que últimamente
parece empeñado en dilapidar. Desde luego, “Némesis” no será el título que reconcilie al guionista escocés con aquellos de nosotros que empezamos a estar cada vez más hartos de sus repetitivos lugares comunes y de su cansina y pueril vocación transgresora.
Los seis números de “Némesis” que Panini ha recopilado en un bonito tomo de tapas duras parten de la siguiente premisa: ¿y si Batman fuese el Joker? O lo que es lo mismo: ¿y si Bruce Wayne, un multimillonario entrenado en múltiples técnicas de lucha y con acceso a tecnología militar de valor incalculable decidiese utilizar sus recursos y su intelecto superior para hacer del mundo un lugar peor? Esta sinopsis, que podría dar para mucho o para muy poco dependiendo de quién sea el responsable de su desarrollo, se queda en lo puramente anecdótico transcurridas las primeras páginas del título que nos ocupa. Millar, en un acto de flagrante autoindulgencia, asume que al lector no le interesa (ni por asomo) disfrutar de un desarrollo dramático lógico, de unos diálogos con sentido o de una estructura argumental coherente y se dedica a pasear a su personaje (disfrazado de obra de Malevich; para que la sangre de sus víctimas destaque ún más sobre la tela blanca, supongo) por medio globo terráqueo mientras el unidimensional super-villano mata a todo bicho viviente e idea planes de lo más rocambolesco para poder partirse de risa a costa de los mejores policías del mundo.
Tras 120 páginas de palabrotas que sólo harían gracia a un niño de 8 años y toneladas de la más absurda violencia gratuita, “Némesis” concluye dejando al lector (a mí, al menos) con cara de primo y la sensación de que le han estafado 15 euros. Ni siquiera por el arte de McNiven merece la pena acercarse a este tebeo, pues el dibujante que antaño ilustrara viñetas impactantes en cabeceras como “Marvel Knights: 4” o “Civil War” se manifiesta aquí perezoso, poco imaginativo y perjudicado además por un entintado y un color que aplanan su estilo, firmando así algunas de las peores páginas que le recuerdo.
¿Ultraviolencia? Así, desde luego, no.
Por suerte, el título que ejemplifica la otra cara de este fenómeno me ha dado todo lo que “Némesis” no ha podido/sabido/querido ofrecerme. Se trata del volumen 14 de la serie
“Invencible”, escrita por Robert Kirkman, dibujada por Ryan Ottley y publicada en nuestro país por Aleta/Dolmen.
Quienes estén al tanto de las
perrerías que Kirkman ha cometido durante 80 y tantos números (y subiendo) con los personajes de su serie más célebre,
“Los muertos vivientes”, ya sabrán que este guionista mofletudo de aspecto bonachón es un gran aficionado a las carnicerías salvajes y a las escenas truculentas. Lo que tal vez no sepan es que a estas alturas, su odisea zombi ya no es
“el comic de Robert Kirkman que hay que leer”. Cierta repetición de ideas y el inevitable agotamiento de una larga colección que por todo lo demás es absolutamente recomendable, han provocado que sea “Invencible”, una serie en continuo e imparable crecimiento, el título por él escrito del que con más ansiedad y mayores expectativas aguardo noticias en la actualidad.
Afortunada amalgama entre la versión Ultimate de Peter Parker y el Clark Kent adolescente de "Superboy", Mark Grayson es uno de los héroes más poderosos del universo Image. Además de lidiar con invasores alienígenas, hombres-lobo, científicos locos y criaturas subterráneas que homenajean descaradamente a cierto villano de los Cuatro Fantásticos, Mark tiene también una compleja vida familiar y sentimental que le mantiene ocupado las 24 horas del día. Pese a todas las aventuras y enemigos que ha debido superar en su ya larga trayectoria como héroe enmascarado (60 números al inicio de este decimocuarto recopilatorio), Invencible no está preparado para lo que se le viene encima.
Kirkman, muy consciente de que las series regulares funcionan mejor si se le aplica ese principio básico de la animación conocido como
“squash & stretch”, ha asumido que la calma antes de la tormenta es tan importante o más que la tormenta en sí, pero también que cuando ésta llega debe ser rotunda y marcar un punto de inflexión en el
statu quo de una colección. Y eso es precisamente “Todavía en pie”: la mayor tormenta de hostias, gore y destrucción masiva que el guionista haya orquestado jamás.
Más próxima a las grandes mega-peleas que Toriyama planificaba en “Dragon Ball” que a la mentada Batalla de Londres de “Miracleman”, la enorme contienda que ocupa la práctica totalidad de este tomo resulta adictiva, trágica y demoledora gracias al trabajo previo que el guionista ha sabido desarrollar en los capítulos anteriores de la colección. Llevados los personajes a este punto, confrontados con sentido héroe y villanos y establecidos los valores dramáticos del argumento, lo lógico era precisamente dar paso a la acción y dejar que fueran los puños, las explosiones y el gore desatado quienes tomasen momentáneamente el control de la serie.
El dibujante Ryan Ottley produce aquí, además, algunas páginas memorables. Es cierto que su estilo es algo limitado y que narrativamente no aporta nada a los archi-conocidos recursos del medio, pero sus escenas de acción son brutalmente plásticas y efectivas, y en ellas se perciben claramente la diversión y entusiasmo con que han sido afrontadas.
El resultado es uno de los mejores tebeos de hostias de la década (sí, como lo leéis), punto álgido de una serie todavía infravalorada pero que, con el tiempo, será un clásico de culto: un absoluto referente del género super-heroico en el siglo XXI.
¿Ultraviolencia? Si es como ésta, dádmela toda.