A veces, cuando por primera vez lees un libro o un tebeo, escuchas un disco o ves una peli que ya existían desde hace tiempo, no puedes evitar preguntarte cómo es posible que hubieras podido pasar hasta entonces sin conocerlo/a. De hecho, por mucho que te la hubiesen recomendado imperiosamente personas en cuyo sentido del buen gusto depositas toda tu confianza, al ver/leer/escuchar la obra en cuestión, ésta supera incluso tus mejores expectativas.
Éste es el caso de las “experiencias John Cameron Mitchell”. Y digo “experiencias” porque reducir sus obras únicamente al ámbito cinematográfico me parece, como poco, descortés.
Con sólo dos películas, “Hedwig and the Angry Inch” (2001) y “Shortbus” (2006), este fulano ya ha demostrado más talento, creatividad y cojones que la gran mayoría de supuestos “visionarios” y “trasgresores” del cine actual (saco en el que metería a Julio Médem, Pedro Almodóvar y muchos otros… y luego lo cerraría, le ataría un yunque y lo arrojaría al mar).
La primera de las pelis de Mitchell que vi fue “Shortbus”, influido por el entusiasmo de
Midori y el blues, que en esto de cine sabe un rato largo, no sólo de verlo, sino también de hacerlo. No tenía ni idea del género, argumento, actores, ni nada acerca de la peli, así que cuando en el minuto uno me encuentro con un plano aéreo de la ciudad de Nueva York recreada en papel maché que culmina con la cámara introduciéndose en la habitación de un fulano que se está haciendo una auto-felación (que sí, que es posible, ahora que lo he visto lo sé), me quedo en shock y me pregunto (probablemente en voz muy alta, aunque ahora no lo recuerdo): “¿pero qué cojones es esto?”.
Por suerte, el talento siempre acaba imponiéndose, y a Mitchell talento no le falta. Después del descoloque inicial, no hay más que poner el chip adecuado para poder disfrutar de una de las mejores películas sobre sexo que he visto nunca.
“Shortbus” narra las historias entrecruzadas de una terapeuta sexual, una pareja gay que acude a su consulta a hacer terapia, una dominatrix insatisfecha con su vida, un joven modelo homosexual y un voyeur de buen corazón cuyas existencias confluyen en un piso en el que regularmente se celebran multitudinarias fiestas donde se llevan a cabo todo tipo de prácticas sexuales.
El hecho de que cuente con numerosas escenas totalmente explícitas (no hay trampa ni cartón, lo actores practican realmente el sexo delante de la cámara) provocará, a buen seguro, que muchos espectadores se escandalicen y prefieran mirar hacia otro lado, mientras que otros no conseguirán ver más allá de lo obvio y la catalogarán como una película porno “con estilo”, cuando realmente es mucho más que eso. Porque “Shortbus” habla sobre la liberación sexual absoluta, algo que parece hacerle mucha falta al mundo en que vivimos, y lo hace de forma sincera, sin medias tintas. Así, el director parece decirnos que sería una hipocresía intentar hacer la película definitiva sobre sexo sin que el propio sexo estuviese presente en el metraje. En mi opinión, esta prerrogativa tiene todo el sentido del mundo, por lo que el film demuestra una coherencia absoluta para con su propio mensaje, y lo hace además divirtiendo al espectador con mucho sentido del humor, pero sin descuidar nunca el componente dramático.
Peca, quizás, de innecesariamente exhibicionista; pero vamos, que si ver cómo un tío le come la polla a otro o cómo cuarenta personas se lo pasan bien follándose mutuamente no te distrae de la trama, seguro que pasas un buen rato viéndola.
Pues bien.
Con “Shortbus” aún dando vueltas por mi cabeza, mis opciones quedaron reducidas al mínimo: ¡tenía que ver “Hedwig and the Angry Inch” cuanto antes!
Si la anterior era una cinta muy divertida, con una gran banda sonora, un casting fabuloso y un sentido estético fuera de toda duda, “Hedwig…”, a pesar de haber visto la luz cinco años antes y ser la ópera prima del realizador, resultó ser todavía mejor: una pequeña obra maestra.
Enmarcada en una actuación musical itinerante, la protagonista del espectáculo, Hedwig, nos va cantando los momentos más importantes de su vida, que la han llevado desde el Berlín oriental previo a la caída del muro (cuando aún era un muchacho llamado Hansel), hasta su situación actual como transexual y estrella de rock “mundialmente desconocida”.
Lo grandioso de la película es que, además del excelente guión, las soberbias interpretaciones (encabezadas por el propio Mitchell, que está enorme dando vida a la Hedwig del título) y la deslumbrante puesta en escena (se notan los años de experiencia del realizador como director de musicales en Broadway), “Hedwig and the Angry Inch” tiene las mejores canciones compuestas para un musical que yo haya podido escuchar. De hecho, la banda sonora de la película bien podría haber figurado entre los best-sellers discográficos de la década de los 70, en pleno apogeo del glam-rock. Todos los temas originales están compuestos por Stephen Trask, al que no conocía (pero al que rastrearé hasta la muerte en Internet), y son simplemente increíbles. Además, los momentos musicales están cuidados al máximo en el aspecto visual, incluyendo unas sencillísimas pero contundentes animaciones de Emily Hubley o, summum del ingenio, un karaoke que aparece de improviso pensado para que el público pueda acompañar a Hedwig y su banda en uno de los temas más divertidos de la peli, “Wig in a box”.
Y además posee un tramo final apoteósico que tiene su clímax en la canción “Midnight radio”, especie de puesta al día (posiblemente de forma intencionada) del “Rock’n’roll suicide” de David Bowie, que pone patas arriba todo lo que creías haber visto en la hora y media precedente, y que te obliga a volver a disfrutar de la película desde un nuevo punto de vista.
Y, claro, al hilo de lo que decía al principio de esta entrada, la sensación que se le queda a uno en el cuerpo al acabar de ver “Hedwig and the Angry Inch” podría resumirse en la siguiente pregunta: “¿de verdad esta película existe desde hace seis años y yo he podido vivir todo este tiempo sin conocerla?”.
Ahora, tan sólo unos días después de saber de su existencia, ya estoy deseando poder disfrutar de lo que sea que nos deparará la próxima película de John Cameron Mitchell.