Inspirada en la vida de Alexia González-Barros, “Camino” cuenta la historia de una niña que ha sido criada en el seno de una familia ultra-religiosa (ligada al Opus Dei) y que un buen día comienza a sufrir los síntomas de un tumor en la espina dorsal que supondrá su muerte tan sólo unos meses después de serle diagnosticado (tranquilos, no estoy reventando nada: ya se sabe desde la primera escena del film).
Mezclando el durísimo proceso hospitalario de la niña con sus delirios y ensoñaciones subconscientes (a veces sublimes, a veces algo ridículos y cinematográficamente mal resueltos), la película destila un aire de realismo mágico que la acerca en pretensiones al cine de Jean-Pierre Jeunet (“Amelie”, “Largo domingo de noviazgo” ) o el Guillermo del Toro de “El laberinto del fauno”, pero también al terror médico de gran parte de “El exorcista” de William Friedkin, sustituyendo aquí al diablo que enfrentaba Max Von Sydow por su tradicional enemigo: Dios.
En líneas generales la película me ha parecido notable, con un reparto actoral espléndido y un trabajo técnico rayano en lo sublime (si exceptuamos esas escasas escenas oníricas que no mantienen el tipo). Incluso aunque sea obviamente manipuladora con los sentimientos del espectador (parece pensada de forma intencionada para que estemos soltando lagrimones durante sus casi 150 minutos de metraje), es innegable que la historia de Camino conmueve y enternece, y que posee suficientes destellos de ingenio en su guión como para perdonar sus excesos y desequilibrios (personalmente me quedo con el personaje de Mr. Meebles y el último plano del film, absolutamente contundente).
El quid de la cuestión, en este caso, es la airada polémica que ha despertado no ya como producto de ficción, sino como reflejo de una realidad (el Opus Dei) y una vida (la de Alexia González-Barros), que son aquí tratados desde un punto de vista alejado de cualquier tipo de imparcialidad. Desde el inicio está más que clara la postura de Javier Fesser: el director aborrece al Opus Dei con todas sus fuerzas y a lo largo de la cinta pretende convencer al espectador de lo despreciable que es esta institución (o secta o como se la quiera llamar). “Camino” es muy poco sutil en sus continuos ataques hacia la Obra de Escrivá de Balaguer, lo cual parece haber sentado muy mal entre algunos sectores del público (asumo, vinculados o simpatizantes del Opus).
Personalmente las instituciones católicas (y religiosas en su gran mayoría) me parecen merecedoras de la más implacable extinción (y cuanto antes, por favor) porque su terrible influencia lleva siglos sometiendo a gran parte de la humanidad a unos valores medievales impropios de las sociedades avanzadas del siglo XXI en nombre de una fantasía producto del delirio del hombre conocida como “Dios”.
Abreviando: soy ateo hasta la médula.
Profeso, por tanto, una considerable animadversión hacia el Opus Dei y su doctrina, y creo que Fesser está también en su derecho de manifestar su opinión (tan visceral como ésta pueda ser) a través de su cine. Lo que no veo tan claro es que lo haga tergiversando los hechos reales acontecidos a Alexia González-Barros y su familia. Me parece tan improcedente como si, llegado el día en que yo muera, alguien emplease mi nombre y episodios concretos de mi vida, en contra de los deseos de mi familia, para escribir y producir una película que alabase a la mafia siciliana, a la Contra Nicaragüense o, ya puestos, al estamento clerical católico. Fesser podría haber fintado elegantemente su responsabilidad hacia Alexia y su familia haciendo exactamente la misma película y suprimiendo cualquier referencia (con nombre y apellidos) a la historia real. Al menos, habría sido mucho más elegante que dedicarle la obra a la finada (que ya no puede discutir su validez) y contradecir el testimonio de quienes pasaron con ella sus últimas horas.
Esto no invalida la película en sí misma, pero sí desvirtúa de algún modo su mensaje. Siempre he creído que el arte debe denunciar aquello que considera injusto o inmoral (y el Opus Dei, con su hipocresía y sus principios antediluvianos, no escapa a estos calificativos), pero también es cierto que esa denuncia debe hacerse desde la más absoluta veracidad, sin deformarla para nuestros propósitos, por muy nobles y elevados que estos puedan ser.
Para quien quiera leer otras opiniones acerca de la película, aquí hay una que defiende totalmente las intenciones de la cinta y aquí otra escrita desde el punto de vista contrario. En el mismo blog, además, se puede encontrar una comparativa entre la historia real de Alexia y la versión de la misma que Javier Fesser ofrece en “Camino”. Creo que es muy interesante leerlas todas (además de ver la película) para que cada uno pueda sacar sus propias conclusiones.