martes, marzo 31, 2009

Un (enorme) puñal en la espalda de Monseñor Escrivá

Ayer, mientras mi hermano y mi padre iban al cine a ver “Gran Torino” (qué mala es la envidia, maldita sea), mi madre y yo nos quedamos en casa viendo “Camino”, la peli de Javier Fesser que arrasó en la pasada edición de los Goya y que ya circula por los video-clubes en formato DVD.


Inspirada en la vida de Alexia González-Barros, “Camino” cuenta la historia de una niña que ha sido criada en el seno de una familia ultra-religiosa (ligada al Opus Dei) y que un buen día comienza a sufrir los síntomas de un tumor en la espina dorsal que supondrá su muerte tan sólo unos meses después de serle diagnosticado (tranquilos, no estoy reventando nada: ya se sabe desde la primera escena del film).

Mezclando el durísimo proceso hospitalario de la niña con sus delirios y ensoñaciones subconscientes (a veces sublimes, a veces algo ridículos y cinematográficamente mal resueltos), la película destila un aire de realismo mágico que la acerca en pretensiones al cine de Jean-Pierre Jeunet (“Amelie”, “Largo domingo de noviazgo” ) o el Guillermo del Toro de “El laberinto del fauno”, pero también al terror médico de gran parte de “El exorcista” de William Friedkin, sustituyendo aquí al diablo que enfrentaba Max Von Sydow por su tradicional enemigo: Dios.



En líneas generales la película me ha parecido notable, con un reparto actoral espléndido y un trabajo técnico rayano en lo sublime (si exceptuamos esas escasas escenas oníricas que no mantienen el tipo). Incluso aunque sea obviamente manipuladora con los sentimientos del espectador (parece pensada de forma intencionada para que estemos soltando lagrimones durante sus casi 150 minutos de metraje), es innegable que la historia de Camino conmueve y enternece, y que posee suficientes destellos de ingenio en su guión como para perdonar sus excesos y desequilibrios (personalmente me quedo con el personaje de Mr. Meebles y el último plano del film, absolutamente contundente).

El quid de la cuestión, en este caso, es la airada polémica que ha despertado no ya como producto de ficción, sino como reflejo de una realidad (el Opus Dei) y una vida (la de Alexia González-Barros), que son aquí tratados desde un punto de vista alejado de cualquier tipo de imparcialidad. Desde el inicio está más que clara la postura de Javier Fesser: el director aborrece al Opus Dei con todas sus fuerzas y a lo largo de la cinta pretende convencer al espectador de lo despreciable que es esta institución (o secta o como se la quiera llamar). “Camino” es muy poco sutil en sus continuos ataques hacia la Obra de Escrivá de Balaguer, lo cual parece haber sentado muy mal entre algunos sectores del público (asumo, vinculados o simpatizantes del Opus).

Personalmente las instituciones católicas (y religiosas en su gran mayoría) me parecen merecedoras de la más implacable extinción (y cuanto antes, por favor) porque su terrible influencia lleva siglos sometiendo a gran parte de la humanidad a unos valores medievales impropios de las sociedades avanzadas del siglo XXI en nombre de una fantasía producto del delirio del hombre conocida como “Dios”.

Abreviando: soy ateo hasta la médula.

Profeso, por tanto, una considerable animadversión hacia el Opus Dei y su doctrina, y creo que Fesser está también en su derecho de manifestar su opinión (tan visceral como ésta pueda ser) a través de su cine. Lo que no veo tan claro es que lo haga tergiversando los hechos reales acontecidos a Alexia González-Barros y su familia. Me parece tan improcedente como si, llegado el día en que yo muera, alguien emplease mi nombre y episodios concretos de mi vida, en contra de los deseos de mi familia, para escribir y producir una película que alabase a la mafia siciliana, a la Contra Nicaragüense o, ya puestos, al estamento clerical católico. Fesser podría haber fintado elegantemente su responsabilidad hacia Alexia y su familia haciendo exactamente la misma película y suprimiendo cualquier referencia (con nombre y apellidos) a la historia real. Al menos, habría sido mucho más elegante que dedicarle la obra a la finada (que ya no puede discutir su validez) y contradecir el testimonio de quienes pasaron con ella sus últimas horas.



Esto no invalida la película en sí misma, pero sí desvirtúa de algún modo su mensaje. Siempre he creído que el arte debe denunciar aquello que considera injusto o inmoral (y el Opus Dei, con su hipocresía y sus principios antediluvianos, no escapa a estos calificativos), pero también es cierto que esa denuncia debe hacerse desde la más absoluta veracidad, sin deformarla para nuestros propósitos, por muy nobles y elevados que estos puedan ser.


Un último apunte:

Para quien quiera leer otras opiniones acerca de la película, aquí hay una que defiende totalmente las intenciones de la cinta y aquí otra escrita desde el punto de vista contrario. En el mismo blog, además, se puede encontrar una comparativa entre la historia real de Alexia y la versión de la misma que Javier Fesser ofrece en “Camino”. Creo que es muy interesante leerlas todas (además de ver la película) para que cada uno pueda sacar sus propias conclusiones.

Freaks & Geeks

No soy un gran aficionado a las sit-coms. De un tiempo a esta parte las series con risas en off me producen dentera, quizás porque me recuerdan al Andy Kauffman de “Man on the moon” diciendo aquello de “es la risa de gente muerta”, o quizás porque no soporto que alguien (un productor, un guionista) me diga de forma tan poco sutil cuando debo empezar a reír (sobre todo si el chiste no tiene gracia).

Eso no quita, claro, que adore todas y cada una de las temporadas de “Friends”, una de las mejores series de televisión que he tenido el placer de ver, o que no recuerde con nostalgia algunos capítulos de “El príncipe de Bel-Air” o “Salvados por la campana” (aún sabiendo que si los viese ahora probablemente sentiría unas irrefrenables ganas de sumergirme en una bañera llena de agua y pedirle al humano más cercano que me arrojase una tostadora enchufada).


Tampoco mi amigo Xeo me parece la clase de tipo que bebe los vientos por las sit-coms yankis así que, dado además su habitual buen criterio en cuanto a series de televisión, en un primer momento me extrañó que me recomendase “The Big Bang Theory”. Teniendo en cuenta las circunstancias, claro, tuve que echarle un vistazo.

El argumento de la serie es sencillísimo: dos físicos teóricos que han cumplido los 25, el tímido e introvertido Leonard y el sociópata y muy superdotado Sheldon, comparten apartamento, recibiendo a menudo la visita de sus amigos Raj (un investigador hindú becado en EE.UU.) y Howard (ingeniero judío que anda salido las 24 horas del día) para llevar a cabo cualquier actividad relacionada con la literatura fantástica, los comics de super-héroes, los juegos de rol (dentro y fuera de Internet), la ciencia-ficción en general y “Star Trek” en particular. En otras palabras: los tíos son unos frikis de la leche. Su vida dará un giro con la llegada de una nueva vecina, Penny (rubia, guapa, ligeramente tonta y de pechos perfectos), de la que Leonard caerá perdidamente enamorado.


Tanto en el punto de partida como en la distribución de los roles, la serie cuenta con un factor de originalidad tendente a cero, y la leve trama romántica que vertebra el transcurrir de los acontecimientos recuerda profundamente a la relación Ross-Rachel de “Friends” (y, la verdad, para ver más de lo mismo pero peor prefiero volver a ver Friends”).

El auténtico valor añadido de “The Big Bang Theory” es el componente "geek" de sus protagonistas. Supongo que a algunos espectadores las decenas de referencias frikis que salen de la boca de los personajes en cada capítulo les resultarán totalmente desconocidas (y por consiguiente carentes de toda gracia), pero para alguien que ha chupado (metafóricamente...) ciencia-ficción, fantasía y super-héroes desde su más tierna infancia como un servidor (...y no tan metafóricamente, maldición), al ver a Leonard explicando qué es la ciudad embotellada de Kandor o a Sheldon discutiendo sobre las paradojas temporales de “Terminator” (no hablemos ya de la descacharrante solución de Raj al problema de ir todos disfrazados de lo mismo en Halloween), es inevitable sentir una mezcla de ternura e hilaridad hacia esa panda de perdedores antisociales con ganas de mojar el cimbel.

Y, al igual que en “Fraiser” el protagonismo terminaba recayendo sobre su hermano Niles o en “Cosas de casa” sobre Steve Urkel, “The Big Bang Theory” tiene en Sheldon su personaje golosina destinado a entrar en el Valhalla de los especimenes más divertidos de la historia de la televisión. Con sus innumerables manías y trastornos psicológicos, sus pedantes digresiones científicas y su exacerbado autismo emocional, Sheldon acaba inevitablemente convirtiéndose en la estrella de todos y cada uno de los episodios de la serie, incluso aunque a veces esté a punto de conseguir sacarme de mis casillas.


Según he leído en internet, algunos espectadores no están muy contentos con la imagen que la serie da de los frikis, argumentando que es tópica y estereotipada, y que reírse de ella resulta estúpido e infantil. Supongo que estas personas se han sentido ofendidas de algún modo por la representación que “The Big Bang Theory” hace de quienes comparten sus gustos y aficiones, pero en mi caso esa identificación ha hecho que la serie me resulte muy divertida y agradable de ver, incluso a pesar de las molestas risas en off antes mentadas. Yo sí conozco a algunos individuos que se parecen a Leonard, Shledon y compañía (desgraciadamente no conozco a muchas chicas como Penny que estén dispuestas a compartir su tiempo con ellos, jajaja), y creo que el retrato que la serie hace de estos geeks nace de unos guionistas tan frikis como los personajes que han parido, que conocen la materia mejor que nadie y suscriben cada línea de diálogo como si fuera propia.

Tal vez no sea una serie imprescindible y probablemente a mucha gente no le haga ni pizca de gracia (el sentido del humor es algo tan personal como intransferible) pero a mí me está dando muchos motivos para reírme durante mi convalecencia y ya sólo por eso estoy convencido de que la recordaré con cariño durante el resto de mi vida (salvo que sufra un episodio de amnesia como los vividos por XIII, el Soldado de Invierno, Peter Petrelli o los Milicianos del agente Graves... lo siento, el friki en mi interior necesitaba decirlo...)

lunes, marzo 30, 2009

Himnos y versiones

“I remember when
I remember
I remember
When I lost my mind
(...)”


Apuesto a que todos habéis escuchado un montón de veces el tema “Crazy” de Gnarls Barkley. Fue un pelotazo a nivel internacional cuando salió a la calle como single del primer (y maravilloso) disco del dúo formado por Danger Mouse y Cee-Lo, “St. Elsewhere”, y las radios y teles de medio mundo se pasaron varios meses pinchándola sin parar. No es para menos, porque (en mi humilde opinión) se trata de uno de los himnos musicales destinados a perdurar de la década en que vivimos, igual que “Smells like a teen spirit” de Nirvana, “Every breath you take” de The Police o “We will rock you” de Queen lo fueron en los 90, 80 y 70, respectivamente.

No es demasiado sorprendente, por tanto, que también se haya convertido en una de las canciones favoritas de muchos grupos e intérpretes musicales, contando en la actualidad con una impresionante cantidad de versiones. The Twilight Singers, Nelly Furtado, One Republic, Ray Lamontagne, Beyoncé, Pink, Maroon 5, The Racounters, Violent Femmes, G4 o The Kooks, entre muchos otros, han querido hacer suyo este tema (con resultados bastante dispares, claro). Personalmente mi versión favorita es la de Violent Femmes, aunque creo que ninguna ha logrado superar a la original (que además tiene un vídeo cojonudo). Y a vosotros, queridos (y escasos) lectores, ¿cuál os mola más?

Y ya puestos, ¿qué canciones de esta década que en breve termina creéis que pasarán a la historia como himnos generacionales? Sé que aún es temprano para hacer apuestas de este tipo, pero seguro que alguna se os ocurre... A mí por lo de pronto me vienen a la cabeza “Seven Nation Army” de White Stripes, “Vertigo” de U2 o el “Umbrella” de Rihanna y Jay Z (nadie dijo que los himnos tenían que ser particularmente brillantes).

domingo, marzo 29, 2009

Dos trailers muy prometedores

No tenía ni idea de en qué andaba metido Spike Jonze (artífice de mi marcianada cinematográfica favorita, "Adaptation"), así que el trailer de su próxima película, "Where the wild things are" (adaptación del cuento infantl ilustrado de Maurice Sendak) me ha pillado totalmente por sorpresa (podéis verlo pinchando en la imagen).

Si la película responde a las enormes expectativas que ha despertado en mí este anuncio (que además emplea como banda sonora un temazo de "Arcade Fire"), podemos estar ante una de las pelis del año.

Por otro lado, Christian Bale pone nuevamente de manifiesto su ya célebre don de la ubicuidad para protagonizar, junto al siempre excelente Johnny Depp, la última cinta de Michael Mann, "Public Enemies" (el trailer, nuevamente, pinchando en la imagen). Con estos tres nombres en juego, mis esperanzas son muy elevadas.


En ambos casos, en unos meses seremos testigos de los resultados...

Niponeando que es gerundio

Como ya comenté hace nadita, el estado de continuo (y forzoso) reposo en que me encuentro me ha brindado la posibilidad de acertarle un machetazo a la intimidatoria (pronúnciese con voz de barítono poliposo y ecos de ultratumba) “Torre de Lecturas Pendientes”, que tanto me inquietaba últimamente (como buen ociópata que soy).

Estas últimas navidades, siguiendo la tradición anual, mi familia me obsequió con un montón de árboles muertos (tengo que hacerme mirar la conciencia ecológica, creo que sufrió algún importante traspiés durante mi paso de la niñez a la adolescencia) en forma de libros y tebeos, pero como los dos meses siguientes estuve extraordinariamente absorto debido al trabajo (y otras circunstancias que no debieran ser objeto de un blog como éste), no ha sido hasta que me he fastidiado el pie (y he puesto el freno a casi cualquier aspecto de mi vida que transcurra fuera de las paredes de la casa familiar) que he podido hincarles el diente en condiciones.

Para mantener un mínimo de homogeneidad y que el título de la entrada no parezca gratuito (es que me apetecía escribirlo, ¿sabéis?), hoy daré cuenta de dos mangas estupendos que he leído estos días.


El primero es “El almanaque de mi padre” de Jiro Taniguchi, un drama costumbrista que narra el rito funerario de un hombre recién fallecido bajo el punto de vista de su hijo, que nunca llegó a conocerlo en profundidad. Mediante flashbacks, los distintos asistentes al velatorio irán aportándole al protagonista importantes datos de la vida de su padre que él desconocía, haciendo que la imagen que tenía de su progenitor cambie radicalmente en tan sólo unas horas. De paso, el lector occidental podrá descubrir algunos aspectos interesantes de la sociedad japonesa (y en algún caso escandalosos, como el vejatorio trato que reciben las mujeres infértiles; menuda panda de machistas de mierda), lo cual siempre es interesante.

Con esta personal reinterpretación de la parábola del hijo pródigo, Taniguchi vuelve a hacer gala (como en “Barrio lejano” o “El olmo del Cáucaso”) de su conocido amor por la institución familiar, la nostalgia y la tradición. No son valores que casen en demasía con mi filosofía vital, pero debo reconocer que el autor ha conseguido de nuevo conmoverme con su relato, quizás por su aplastante sencillez expositiva, o tal vez porque para todos aquellos que queremos a nuestro padre, verlo representado en un relato siempre consigue despertar algo en nuestro interior. El dibujo milimétricamente perfecto en la recreación de espacios naturales y arquitecturas, seña de identidad de Taniguchi, casa a la perfección con el argumento e intenciones del tebeo, logrando una gran solidez y equilibrio entre fondo y forma.

Por si todo esto fuera poco, la nueva edición en un solo volumen (de tapas duras) por parte de Planeta de Agostini ofrece una relación calidad/precio inmejorable.

El otro título a tratar hoy es “Tekkon Kinkreet”, una inesperada sorpresa (en el más positivo de los sentidos) para un servidor. Escrito y dibujado por Matsumoto Taiyou, el tomazo autoconclusivo editado por Glénat narra las andanzas de dos huérfanos sin-techo que subsisten empleando la violencia para mantener un férreo control sobre “su” barrio, Takara-chô. Los problemas llegarán cuando un nuevo clan yakuza intente levantar una suerte de parque temático infantil que destruirá el frágil equilibrio existente entre las fuerzas del orden y las distintas facciones de delincuentes callejeros.


Apoyado en estos mimbres, “Tekkon Kinkreet” se presenta como una bizarra mezcla de “La naranja mecánica”, “Yamakasi”, “Shin-Chan” y “El garaje hermético”, pero con una marcada personalidad propia. Sin que el guión vaya a provocar orgasmos de placer intelectual, el arte de Matsumoto Taiyou justifica por sí solo su lectura. Su imaginación visual, tan influenciada o más por los maestros del cómic europeo (Moebius, François Boucq) y sudamericano (José Muñoz) que por las señas visuales características del tebeo nipón, se manifiesta de forma descontrolada en decenas de planos aberrantes, escenarios carnavalescos y personajes de anatomía imposible, como un carrusel surrealista del que es imposible despegar los ojos durante sus más de 600 páginas. Al final, la experiencia estética supera con creces cualquier expectativa argumental, dejando en el lector (al menos en el abajo firmante) la sensación de haber disfrutado de un tebeo fresco, original y sorprendente. Lo cual, por desgracia, está a años luz de la calidad media de mis lecturas.


Existe una adaptación animada de “Tekkon Kinkreet” dirigida en 2006 por el estadounidense (qué curioso) Michael Arias, que parece ser muy fiel al original, al menos en su propuesta visual. En cuanto la vea (pronto prontito) saldré de dudas sobre su calidad.

viernes, marzo 27, 2009

Confesión de un esclavo

Nunca he ido a un psicoanalista. Quiero pensar que es porque nunca lo he necesitado (aunque ya se sabe: vemos la paja en el ojo ajeno...) Lo que tengo claro es que, en caso de ir, el señor o la señora que me atendiese no tendría problemas en descubrir en mi personalidad un claro ejemplo de una demencia propia de nuestro tiempo: soy un ociópata.

Sociópata no, OCIÓPATA.

Quizás conozcáis a más personas como yo. Los ociópatas nos caracterizamos por vivir en un estado constante de sumisión a nuestros hobbies y aficiones, llegando a extremos totalmente enfermizos. Tenemos una grave dependencia de nuestras formas de ocio y sentimos la terrible responsabilidad de “estar al día”.

En la temporada de los Oscar, tratamos por todos los medios de ver todas las películas nominadas (incluso esos cortometrajes de animación bielorrusos que nunca se distribuirán en nuestro país) y nos sentimos culpables si, por ejemplo (y como es el caso), no conseguimos escabullirnos de nuestras obligaciones durante un rato para ver en pantalla grande “El desafío: Frost contra Nixon” (aunque sea obra de Ron Howard) o “Revolutionay road” (tío, siempre seguiste de cerca a Sam Mendes, ¿cómo pudiste fallarle así?).

Nos estresamos al comprobar que el último disco de Animal Collective ya no es lo más de lo más; que la última obra maestra de turno viene firmada por La Bien Querida o Francisco Nixon, y nos falta tiempo para descargárnosla y escucharla con los oídos bien abiertos, no sea que pudiéramos perdernos una joya de la música moderna.

Sufrimos al comprobar que en nuestras estanterías no tenemos ni un solo tomo del “Alack Sinner” de Muñoz y Sampayo y sólo un par del “Corto Maltés” de Hugo Pratt (somos unos ignorantes, asumido está) o que no hemos visto ni el piloto de “Mad Men” o “Los Soprano” (tan bien consideradas por la platea).

No hablemos ya de literatura, porque la depresión asoma irremediablemente.

Y digo yo: ¿tan tontunos somos los ociópatas? ¿Como gente hecha y derecha (es un decir, ahora estoy recostado y con la pierna en alto), con una edad y una cierta estabilidad vital, se permite el lujo infantil de preocuparse tanto por algo tan frívolo? ¿Cambiaría mucho mi vida si no viera la 5ª temporada de “Lost”, si no leyese “El eternauta” (que está en la pila de lecturas pendientes), si no le hubiese prestado atención al último disco de U2? Obviamente no pasaría nada en absoluto. El mundo seguiría girando, seguirían produciéndose atentados en Gaza, no se desplomarían las cifras de la natalidad y desde luego Occidente no saldría de la crisis (perdón, la Crisis).

Sé el mal lugar en que me sitúa el hacer pública esta reflexión, pero también sé que hay muchos (privilegiados sociales todos ellos, como yo) que viven en la misma dinámica. Hace unos días se publicó en el blog Zona Negativa un artículo muy curioso sobre la compra masivo-compulsiva de tebeos, y Javier Marías, hace ya un par de meses (puede que más), escribió un artículo en su sección habitual de “El País Semanal” acerca de lo rápido que ascienden y se devalúan actualmente las formas de ocio como el cine, la música o la literatura, minimizando el índice de re-lectura, re-visionado o re-escucha, convirtiéndonos en esclavos del fugaz ritmo de vida actual.

Lo más triste es que sólo nosotros somos responsables de ceñir nuestras cadenas y dejarnos devorar por el maremágnum de ocio en el que vivimos. La energía física e intelectual que dedicamos a servir al Gran Rey Ocio podría usarse para propósitos más nobles y desde luego más útiles. El dinero que desperdiciamos comprando libros, discos, tebeos y dvd’s que sólo disfrutaremos una vez (algo que ya sabemos, en algunos casos, en el momento de pasar por caja) podría tener una finalidad más elevada. Y sin embargo, qué difícil se me antoja salir de esa espiral de consumo.

Soy un esclavo. Pregúntate si no lo eres tú también.

.
..
...

Y ahora: mi reseña de “Che: guerrilla”.

...y morir de rodillas.

“Che: el argentino” fue la primera parte del mastodóntico (por duración) biopic sobre Ernesto Guevara dirigido por Steven Soderbegh y protagonizado por Benicio del Toro. Aunque la película se había pensado como una sola cinta de más de cuatro horas de metraje, su óptima explotación comercial llevó a los distribuidores a partirla en dos mitades que se estrenarían con varios meses de diferencia. Ahora por fin podemos conocer en España el final de la historia en “Che: guerrilla” y el resultado (en términos de calidad) no podría ser más deprimente.

Si la primera parte del díptico era fría y distante respecto al héroe/villano (dependiendo del punto de vista político del espectador), este capítulo final es directamente gélido y, sobre todo, aburrido.

Argumentalmente no hay mucho que desgranar: tras la victoriosa revolución cubana que pondría a Castro en el poder, el Che dirige su mirada hacia Bolivia y se lanza a una nueva empresa libertadora que acabará en tragedia.

La primera decepción de la película llega al comprobar cómo Soderbergh se pasa por el forro el distanciamiento entre Guevara y Castro y el paso del primero por los altos puestos ejecutivos de Cuba e, inmediatamente y sin que nunca se nos expliquen las motivaciones del personaje, asistimos estupefactos a una larguísima travesía selvática donde ni siquiera las notas musicales de Alberto Iglesias consiguen animar ligeramente la experiencia. Con el avance del crono empezamos a preguntarnos, sintiendo que estamos tirando por la borda valiosos minutos de nuestras vidas, si quedará mucho para que fusilen al guerrillero y así podamos irnos en paz (como bendecidos por un sacerdote al acabar una interminable misa de difuntos) de vuelta a nuestras vidas.

Hacía tiempo que no sentía que perdía el tiempo de semejante forma en una sala de cine (la última vez fue con “Asesinato justo”, de la que ni ganas me quedaron de colgar una reseña en el Abismo). Es desilusionante comprobar cómo se ha perdido una ocasión perfecta para acercar al público de una forma fidedigna y respetuosa (olvidaos de las camisetas y los calendarios) una figura tan relevante para la segunda mitad del siglo XX por culpa de un planteamiento totalmente erróneo. Y como, también, se ha desaprovechado a un actor en estado de gracia (Benicio del Toro), que bien podría haber hecho aquí el papel de su vida si su interpretación no se viera irremediablemente condenada por la película que la contiene.

Un último apunte: aunque sé que mi acompañante cinéfila estará deseando que entre al trapo, no pienso comentar las innumerables imprecisiones lingüísticas de la cinta. No merece la pena...

Mala pata

Tres entradas atrás comentaba el desafortunado accidente que me provocó un molesto esguince en el tobillo de la pierna derecha. Era una anécdota como otra cualquiera y no tenía sentido darle demasiada importancia. Por desgracia, la cosa no ha terminado ahí.

Esta semana tuve revisión con mi médico de cabecera y en cuanto me vio la pierna, el buen hombre puso cara de desagrado y me mandó de vuelta al servicio de urgencias de la residencia de Ferrol (yo estaba en Pontedeume, a unos 15 km.) porque, según él, aquello estaba evolucionando mal.

Tras otras seis horitas de espera en una sala de ídem, una traumatóloga me confesó que en las primeras radiografías que me habían hecho nueve días antes se les había pasado por alto que tenía el calcáneo roto.

“...se les había pasado por alto...”

Lógico: la seguridad social española es uno de los muchos servicios públicos donde no se hacen las cosas bien a la primera (y pido perdón si hay algún trabajador de la seguridad social leyendo esto y sintiéndose aludido, pero es que ¡manda cojones!).

Ahora tengo la pierna escayolada y me esperan unas cuantas semanas de inmovilidad total (por lo que me veo obligado a ponerme inyecciones de heparina en el abdomen todos los días para que no se me formen trombos), lo cual ha trastocado “ligeramente” mis planes primaverales.

Por supuesto, me parecería un pecado quejarme de mi mala suerte. La gente se rompe huesos, tiene accidentes o enferma constantemente, muchas veces con consecuencias infinitamente peores que las que yo he sufrido.

Pero la incompetencia del personal sanitario... eso es otro cantar, ¿no?

domingo, marzo 22, 2009

Zombies y anglofobia

Supongo que no le presto demasiada atención a la televisión británica.

Por lo que tengo entendido, la versión original inglesa de “The Office” supera con mucho a la americana (aunque esto no debería ser muy relevante porque no he visto ninguna de las dos), “Jeckyll” es un absorvente thriller emitido en seis partes, “Merlin” deja en pañales a “Smallville” como ficción fantástica adolescente y “Life on mars” (cuyo remake español “La chica de ayer” comenzará a emitirse en breve en Antena 3) es una de las series más cool (retro-cool, hablando con propiedad) de los últimos tiempos. Pos bueno, pos fale.

Llamadme prejuicioso si queréis, pero la televisión inglesa no suele despertar mi curiosidad. Al contrario que su música, su tele siempre me ha parecido cutrilla y un poco casposa. Lo cual no quiere decir que no dé a luz cosas estupendas como “The IT Crowd”, paradigma de lo cutre y casposo (que, no obstante, funciona). El caso es que no me imagino series como “Damages”, “Lost”, “Dexter” o “Deadwood” emitiéndose en los canales de la Pérfida Albión, sino cosas del estilo de “El Show de Benny Hill” o sketches de los Monty Python y Mr. Bean. Y por eso, mal que me pese, no consigo tomarme en serio a los súbditos de la reina Isabel (igual sí soy un poco prejuicioso, qué cosas...)


Lo que tengo claro es que un concepto como el de “Dead Set” nunca se les hubiera ocurrido a los yankis. O, al menos, nunca hubiera prosperado más allá de la primera reunión con los responsables de poner la pasta en la cadena de televisión de turno.

Pongámonos en situación: el Apocalipsis zombi llega tan inesperadamente como siempre (por si hace falta citar referencias, ahí van dos o tres: “La noche de los muertos vivientes”, “Amanecer de los muertos”, “28 días después”... ah, no, que ésos son infectados) y los últimos en enterarse son... ¡los concursantes de Gran Hermano! ¿Suena ridículo? Pues será porque lo es. Pero también terrorífico. Tanto como las tres pelis antes citadas, aunque curiosamente mejor resuelto en algunos apartados (vale, quizás no mejor que “La noche de los muertos vivientes”, pero es que siento debilidad por esa peli...)

“Dead Set” es una miniserie de cinco episodios magníficamente escrita, rodada e interpretada, plagada de escenas gore (si no no sería una de zombis) y momentos patéticos propios de GH. Ésa, claro, es su principal baza: fusionar la lógica de las películas de zombis con la del ridículo reality show, consiguiendo al mismo tiempo un sólido relato de género y una mordaz fábula sobre la televisión del siglo XXI (y sus fieles espectadores).


Si no fuera porque no me creeréis hasta que la veáis, me dejaría los dedos en el teclado intentando convenceros de sus innumerables virtudes y del enorme disfrute que produce su visionado (que además no sobrepasa las 2 horas y media, con lo que no os robará más tiempo que cualquier película que os hayáis bajado de la mulita recientemente).

Además, para alborozo de los ingleses, Davina McCall (la presentadora real de "Big Brother") se prestó encantada junto a otras celebrities locales para interpretarse a sí misma en la serie, haciendo la experiencia mucho más hilarante si cabe. No me importaría ver cómo una Mercedes Milá devora-cerebros se queda con hambre después de despacharse a alguno de los concursantes de la edición española del programa...


Total, que me parece que me he deshecho de mis prejuicios anglófobos de un plumazo.

lunes, marzo 16, 2009

Abecedario personal: Q de Queen

Existe un momento, creo, entre la infancia y la adolescencia, en que uno comienza a saber que algo le gusta a pesar de no conocer a nadie más al que le guste; que le gusta simplemente porque, según criterio propio y hasta cierto punto autónomo, le gusta.

Mi punto de no retorno llegó con Queen. No diré que fui un díscolo teenager que se enfrentó al gusto musical de sus padres y de la noche a la mañana se puso a escuchar glam-rock de los 70 sintiéndose peligroso, rebelde e incomprendido, porque sería una bola como una casa.

Mi madre tenía algunos vinilos del grupo aunque hacía décadas que no los escuchaba, así que cuando descubrí el tema “Princes of the Universe” en el opening de aquella serie tan mala de “Los Inmortales” que daban en Tele5 (adaptación de la peli protagonizada por Sean Connery y Christopher Lambert) y le conté a mi madre lo mucho que me gustaba aquella canción, ella me miró y me dijo: “¡pero si eso es Queen!”

A partir de entonces, comencé a hurgar entre los discos de mis padres y de mis tíos a la caza de más vinilos, cassettes y cd’s del cuarteto inglés, hipnotizado por sus líneas de bajo, sus grandes momentos corales, sus riffs de guitarra (con la característica distorsión que emplea Brian May) y la prodigiosa y andrógina voz de Freddy Mercury. Obviamente, por aquel entonces yo no sabía que existía un instrumento llamado “bajo” ni mucho menos conocía los nombres de los miembros de la banda. Simplemente, me parecía que sonaban de la hostia.

Para mí, la música alcanzó un significado real con Queen. Con ellos entré en mi adolescencia, y además me ayudaron en gran parte a cimentar la longeva amistad que me une con el padre Karras, otro inamovible fan del grupo. Con Queen se abrió ante mí un mundo, el del rock, que a día de hoy continúo intentando explorar, pese a que parece no conocer fin.


Después de Queen vinieron Led Zeppelín, David Bowie, Peter Gabriel, U2, Bruce Springsteen, The Doors, Bob Dylan, los Beatles, los Rolling, Pink Floyd, Jimi Hendrix, Police, los Who, Dire Straits, Eric Clapton, Supertramp, los Talking Heads, Jethro Tull, Lynyrd Skynyrd, Janis Joplin, R.E.M., The Smiths, Bob Marley, Simon & Garfunkle… y de allí, tan sólo un pequeño salto (y un necesario sentido de contemporaneidad) hasta Metallica, Guns‘n’Roses, Nirvana, Oasis, Radiohead, Blur, Red Hot Chili Peppers, Smashing Pumpkins, Noir Desir, Coldplay, Belle & Sebastian, Muse, System of a Down, The Mars Volta, Franz Ferdinand, The Killers, Arctic Monkeys, Arcade Fire... Pero todo eso no habría tenido lugar si no llega a ser por aquel niño dando saltos y bailando como un poseso con el opening de la serie de “Los Inmortales”.

Ya no sé cuánto es agradecimiento y cuánto verdadera admiración por su música, pero Queen sigue siendo para mí como un primer amor: la primera en hacerte sentir “eso” fue ella y, por buenas, guapas e inteligentes que sean todas las demás, nunca podrás olvidar a la chica que te abrió los ojos a algo que jamás hubieras llegado a imaginar que existía.

“A Night at the Opera” sigue siendo mi disco favorito y “Bohemian Rhapsody” sigue siendo mi canción. Soy un hombre fiel, supongo.

Así que: Freddy, estés donde estés, que sepas que se te echa de menos.



(Y a Paul Rodgers ni me lo mentéis...)

Shit happens

Hay noches en las que todo parece salir a pedir de boca. Tus amigos te parecen más simpáticos que nunca (y eso que siempre te parecen la hostia de simpáticos), las conversaciones que tienes te resultan fascinantes, los bailes son divertidísimos, te encuentras con conocidos que te reciben con sonrisas y abrazos, esa chica te pone ojitos y te invita a dormir en su casa... y vas tú y entrando en un local te caes por las escaleras (perfectamente sobrio; alguien te pisó los bajos del pantalón y te hizo tropezar) y te machacas la pierna.

Después de pasarte la mañana en urgencias, viendo todo tipo de dramas médicos que te hacen sentir extrañamente afortunado (casi te entran ganas de irte a tu casa sin que nadie te examine porque, al fin y al cabo, lo tuyo no es para tanto), el médico te da la primera buena noticia en 6 horas: nada roto. Esguince severo, una buena temporada con bendaje y muletas, la pierna en alto y el mayor reposo posible. El médico parece complacido pero, claro, él no sabe que en 7 días tenías previsto ver a The Killers en concierto en Madrid y que su diagnóstico acaba de estropearte totalmente el plan. Tampoco ayuda el que por fin estuvieras recuperando el ritmo en tu rutina de ejercicio físico diaria, después de esa temporada paranormal que pasaste encerrado en tu estudio dibujando sin poder pisar el gimnasio...

Volviendo a casa de tus padres, recuerdas que tienes una montaña de comics y libros pendientes por leer, que hay como 20 películas y series que no habías tenido tiempo de ver y que con la pierna inmovilizada se sigue pudiendo dibujar (aunque vayas a tómártelo con mucha calma, claro). Mamá te hará la comida y la cama. Papá te pondrá los dvd's en el reproductor mientras tú le pides que vaya al congelador a por un poco de hielo para ponerte en el tobillo. Antes de llegar a casa ya tienes un montón de llamadas de tus amigos (tan simpáticos como unas horas antes), preguntando por tu estado (y riéndose de ti porque un esguince te haya dejado sin conocer la casa de la chica que te ponía ojitos).

La verdad es que, incluso cuando la mierda nos salpica, algunos no podemos quejarnos.

Total, Brandon Flowers es un jodido hortera...

sábado, marzo 07, 2009

"Watchmen", la película

Llegó el día y “Watchmen”, la película, se estrenó en las salas de cine de medio mundo.


Ya he dejado constancia de mis impresiones a priori (nada halagüeñas) en este blog hace apenas una semana, así que ahora toca hablar de las impresiones “a posteriori”.

“Watchmen” es una extremadamente fiel traslación del contenido del comic del que procede a la gran pantalla. De su argumento, al menos. De un modo tan exhaustivo, además, que el dilatado metraje de la versión estrenada en cines (160 minutos) se ve totalmente desbordado por la cantidad masiva de información contenida. No tengo ni idea de qué impresiones extraerá del film alguien que no haya leído la obra original de Moore y Gibbons, pero sospecho que en más de una ocasión podría sentirse sobrepasado por el ingente número de personajes, situaciones y referencias que la película trata de manejar. Hay que tener en cuenta que los protagonistas de “Watchmen” no son célebres super-héroes como Superman o Spider-man que apenas necesitan presentación sino personajes enteramente originales que deben ser perfectamente introducidos de cara al espectador no iniciado, para el cual tanto sus nombres en clave como sus identidades civiles serán nuevas y desconocidas. También el universo que estos héroes disfrazados habitan es diferente al nuestro (se trata de un 1985 distópico en el que los EE.UU. ganaron la guerra de Vietnam y Nixon continúa siendo presidente) y esas divergencias deben quedar claras en todo momento. A este respecto, la secuencia de créditos inicial resulta superlativa, quizás una de las más logradas de los últimos años, y con toda certeza los mejores minutos de la cinta que nos ocupa.



Siendo honestos, el inicio de la película me ha parecido estupendo. En los aproximadamente tres primeros cuartos de hora (el metraje que adapta los dos primeros episodios del tebeo), la literalidad de la adaptación no parece poner trabas a un desarrollo argumental lógico, con un ritmo pausado pero progresivo. Hasta ahí, mi sorpresa durante el visionado del film estaba siendo mayúscula: “Watchmen”, la película, me estaba gustando (incluso a pesar de esas hiperbólicas escenas de acción plagadas de innecesarios planos al ralentí).

Pero una vez concluido el primer acto cinematográfico, descubro decepcionado cómo su director, Zack Snyder, es incapaz de manejar los diferentes puntos de vista de los personajes y sus respectivas historias personales, provocando unos insalvables desajustes de ritmo debidos a la naturaleza excesivamente episódica de la narración. Y no es hasta que tiene lugar el íntimo y filosófico diálogo marciano (pasadas las dos horas de metraje) que la cinta vuelve a solidificarse en una única línea argumental que el espectador puede asimilar con cierta comodidad.

Esto no significa que durante el tramo comprendido entre ambas escenas “Watchmen” no contenga algunos momentos destacados. Unos pocos llegan incluso a alcanzar cotas de brillantez imprevistas, como el monólogo del Dr. Manhattan ante la foto de Janey Slater (subrayado, eso sí, por la impresionante “Pruit Igoe” de Philip Glass, junto a la cual todo parece una jodida obra de arte) o las secuencias de Rorschach a cara descubierta. Todo ello, eso sí, heredado directamente del material original, con lo que poco mérito puede adjudicársele a los responsables de la película.


Tal vez Snyder no tenga muy claro lo que realmente implica adaptar una obra de un medio a otro. Si por un lado decide cambiar el final del original por uno más simple pero igualmente efectivo (bien por él); por el otro, intentando respetar al máximo la fidelidad al comic, mantiene el guiño a la serie “Los límites de la realidad” que ese mismo nuevo final invalida. Prescinde también, acertadamente, de tramas superfluas (el kioskero y el chico que lee tebeos; la vida privada del psiquiatra de Kovacs; la investigación policial a Dreiberg o el destino de Hollis Mason), pero no se deshace de una escena de lucha callejera totalmente prescindible que además sólo tenía sentido en el tebeo como contrapunto a los cartuchos de texto en off provenientes de un montaje en paralelo que aquí no surte efecto, y que en su plasmación cinematográfica choca frontalmente, por su crudeza y casquería, con la definición que previamente teníamos de los protagonistas. Es como si Snyder no supiera realmente qué descartar y qué dejar en el libreto, y la selección final de material aprovechable resultase arbitraria y caprichosa.

El casting, por otro lado, manifiesta la misma irregularidad que prácticamente todos los demás aspectos de la película: por un lado tenemos a unos cuantos actores escogidos con gran acierto (Jackie Earle Haley es Rorschach, simple y llanamente, y eso me congratula; Billy Crudup, Patrick Wilson y Malin Akerman cumplen como el Dr. Manhattan, Búho Nocturno y Espectro de Seda II, respectivamente, y Jeffrey Dean Morgan se acerca bastante a lo que debería ser el Comediante, aunque le falte cinismo en la mirada), mientras que por el otro presenciamos unas terribles reinvenciones tanto psicológicas como puramente interpretativas de los personajes de Espectro de Seda I (a la que da vida una horrendamente caracterizada Carla Gugino) y Ozymandias (Matthew Goode), que desgraciadamente pervierte todo lo que el héroe personifica en el tebeo: un hombre visionario, inteligente y tierno que ama la vida más que a nada en el mundo, convertido aquí en un frío y enclenque émulo de David Bowie con un ego del tamaño de una pirámide.


Si hay algo totalmente defendible en esta película es la maravillosa selección musical de temas clásicos que integran la banda sonora (ante los cuales palidece el anodino e impersonal score original de Tyler Bates): “The times they are a-changin” de Bob Dylan, “All along the watchtower” de Jimi Hendrix, “Hallelujah” de Leonard Cohen o “The sound of silence” de Simon y Garfunkel realzan y magnifican unas imágenes que sin ellas muy posiblemente perderían una parte fundamental de su valor expresivo. Le pondría un gran pero a la versión cafre y terriblemente mediocre del “Desolation Row” (de Dylan) a cargo de My Chemical Romance, pero está más que claro que su inclusión responde a presiones puramente ejecutivas, y es una de las pocas concesiones comerciales del film, galvánico en su accesibilidad en cuanto a todo lo demás. Tanto es así que su calificación por edades ha permanecido invariablemente en el marcador más restrictivo a tenor de las brutales escenas gore que salpican buena parte del metraje y, supongo, de las cuatro nalgas y dos mamellas que aparecen en cierto momento en pantalla.

Resumiendo: ¿qué puede uno esperar de “Watchmen”, la película?

A) Si se trata de un conocedor del original, tal vez un curioso experimento de volcado a imágenes en movimiento de una obra inadaptable. Un divertimento extraño, nunca aburrido aunque rara vez emocionante, que apela más al cariño que uno tiene al tebeo que a unas virtudes cinematográficas propias. Y, con toda certeza, la más exhaustivamente fiel adaptación (con los defectos y virtudes que ello supone) de un tebeo de Alan Moore a la gran pantalla, bastante más interesante que bodriazos como “V de Vendetta” o, desde luego, “La liga de los hombres extraordinarios”.


B) Si se trata de un profano, posiblemente una marcianada indescifrable o, en el mejor de los casos, una película con grandes aspiraciones que se queda a medio camino en todo salvo en los fuegos de artificio. Si promueve la lectura del tebeo en que se basa, al menos no todo estará perdido.

Me permito, pese a lo dilatado de esta entrada, una última reflexión: leo en algunas de las miles de críticas sobre la película que ya pueblan la red que hay que valorar el esfuerzo de Snyder por intentar adaptar lo inadaptable y que por ello, aunque fallida, la película y su realizador se merecen un cierto respeto. La frase clave es “podía haber sido mucho peor”. Pero yo me pregunto: ¿es preferible proponerse una meta imposible y no lograrla que rendirse a la evidencia y dejarlo correr? No hablo de buscar una cura para el cáncer o de acabar con el hambre en el mundo. Ésas son causas por las que merece la pena desafiar a lo imposible. Pero esto es sólo cine, un vehículo para el arte y el entretenimiento, y si desde el principio ya sabes que no llegarás a buen puerto, tal vez no debas hacerte a la mar.

Como sabiamente dijo el maestro Yoda: “Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes.”

Las mismas líneas, distintos horizontes

“(...)
I was born
I was born to sing for you
I didn’t have a choice but to lift you up
And sing whatever song you wanted me to
I give you back my voice
From the womb my first cry, it was a joyful noise…

Only love, only love can leave such a mark
But only love, only love can heal such a scar
Justified till we die, you and I will magnify
The Magnificent
(...)”



[La primera escucha de “No line on the horizon”, duodécimo álbum de estudio de U2, me resultó terriblemente decepcionante. El single “Get on your boots” no me decía demasiado, así que admito que me sentía reticente a darle muchas oportunidades al nuevo trabajo de los irlandeses. Pero no creí que pudiera llegar a parecerme tan insípido. Así pues, en ese primer contacto no conseguí conectar con ninguna de las 11 canciones firmadas por Bono y compañía. Lo que se dice un pleno, pero en el mal sentido. Por suerte, U2 se tiene ganado cierto respeto musical por mi parte, después de haberme hecho gozar con su música durante tantos años, así que hice de tripas corazón y volví a poner el disco. La segunda escucha mejoró las impresiones de aquella fatídica primera, la tercera la tibieza de la segunda, la cuarta la creciente aceptación de la tercera...

Ahora que ya tengo una imagen algo más formada del álbum puedo afirmar que “Magnificent”, cuyos versos abren esta entrada, es una de las canciones que más me ha gustado.

“No line on the horizon” es un disco extraño en la trayectoria de U2. Fallido, en principio, porque no consigue alcanzar la épica o el intimismo de anteriores logros de la banda (no contiene ningún “With or without you”, “One”, “Sunday bloody sunday” o “Pride”), pero no por ello exento de virtudes. Está claro que se han aburguesado con los años y que la crudeza de sus himnos rock (casi punk) se ha convertido con el paso del tiempo en cómoda frivolidad pop, pero peor hubiera sido mantenerse en el estatismo de glorias pasadas sin pretender adecuarse al sino de los tiempos (más frívolos y más pop, me temo). Reciclando mil elementos de sus sonidos anteriores (ésta no es la primera reinvención del cuarteto) y añadiéndole la activa colaboración de Danny Lanois y Brian Eno (no sólo en labores de producción, sino también como compositores e instrumentistas), U2 ha conseguido con “No line on the horizon” volver a estar en boca de todos y, aunque ya no estén capacitados para liderar la vanguardia musical, todavía se les puede escuchar con interés, sabiendo que su dignidad como banda sigue intacta (no tanto la imagen proyectada individualmente por cada uno de sus componentes). No está mal para unos fulanos que llevan 30 años en la cresta de la ola.

Quizás con las próximas escuchas las impresiones que hoy comparto con vosotros continúen endulzándose y, milagro, “No line on the horizon” llegue a convertirse en uno de esos discos a los que se les acaba cogiendo auténtico cariño por méritos propios.]

¡Blockbusters!

Pasada la oleada de pelis competidoras a los Oscar y a medida que se acerca la estación primaveral, los cinéfilos más intelectuales se van refugiando en sus cubiles a la caza de dvd’s coreanos de importación y dvdrips de películas pakistaníes mientras los amantes del cine comercial más testosterónico y palomitero nos frotamos las patitas como moscas de la fruta ante la avalancha de estrenos veraniegos.

Por eso propongo hoy 6 trailers (cada uno pinchando en su respectivo póster) de otras tantas pelis que me han puesto los dientes largos. Posiblemente más de una resulte una clamorosa decepción (“G.I.Joe: Rise of Cobra”, dirigida por Stephen Sommers, tiene todas las papeletas para ser un pequeño gran mojón), pero también es cierto que a medida que se acerca su estreno, alguna que otra se perfila como muy prometedora (“Up” es Pixar y con eso ya me vale; y el nuevo trailer de “Star Trek” visto en cines antes de “Watchmen”, que no he encontrado en YouTube, y éste que cuelgo de “Terminator: Salvation” me han hecho salivar cosa mala...)

Pasen y vean, señoras y señores: ¡es la hora de los blockbusters!