Me ducho, me afeito, me visto y me tomo un té. Salgo a la calle al atardecer y Madrid me recibe con su habitual alboroto. No sé si lograré acostumbrarme a tener constantemente tanta vida a mi alrededor. En esta ciudad uno nunca llega a sentirse solo, pero rara vez consigue saberse realmente acompañado.
Camino por calles de asfalto y piedra y no miro la hora, aunque sé que lo que busco no me lo dará el espacio sino el tiempo: aguardo la noche y sus estrellas, a pesar de estar seguro de que una densa nube de polución me impedirá verlas. No importa, claro. Lo realmente trascendental no es mirar al cielo y descubrir en su bóveda esos diminutos puntos resplandecientes que bien podrían ser aviones, bengalas o platillos volantes. Lo importante es saber que las estrellas siguen ahí. Que aunque uno no las vea, las estrellas están a nuestro alrededor, desperdigadas en todas direcciones.
Eso es la noche: no un oscuro recreo para juerguistas alentados por la cara oculta de la Luna, un coto de caza para criminales y dementes varios o un lienzo en negro para lechuzas bohemias con inquietudes artísticas. La noche es el momento en que el universo nos recuerda que no somos nada y que cuanto antes lo asumamos antes comprenderemos que lo único que tenemos es nuestra mayor o menor porción de felicidad y la promesa de que un día moriremos.
Es esta consciencia absoluta que rara vez experimento lo que me hace imaginar que Cibeles me ha guiñado un ojo al tiempo que se dibujaba una sonrisa cómplice en su boca. Una deidad petrificada dándome a entender que si de verdad he alcanzado ese conocimiento, poco más tengo que temer en la vida: que en la ecuación de nuestra existencia no intervienen constantes aritméticas que conviertan el día a día en una fórmula de verdades absolutas. No hay un p válido para la circunferencia emocional de todos los seres humanos, ni un número e que determine el logaritmo neperiano de la amistad. Sólo hay un montón de fórmulas arbitrarias que los matemáticos vitales (tú, yo, ella) utilizamos como estrategia, como forma de atar la verdad. Pero la verdad es que la vida se escribe con una suerte de infinitos “a veces” que nunca alcanzan el grado de teoremas. Son sólo pistas, más o menos fiables, para guiarnos en una eterna noche sin estrellas:
A veces los actores olvidan su guión y se dejan llevar por la inspiración: en teatro a eso se le llama “improvisar”. En la vida, a veces, “cagarla con todo el montante”.
A veces uno mira atrás y no reconoce sus propias huellas en el camino, y entonces se da cuenta de que también olvidó hacia dónde se dirigía. Pero sigue adelante, claro, porque sabe que desandar el camino jamás podría ser la solución.
A veces olvidamos que entre ser ángel y ser demonio sólo hay una caída, y que la vida es un cable de mínima superficie suspendido entre dos rascacielos llamados “nacer” y “morir”.
A veces dos buenas personas no son suficientes para justificar una amistad.
A veces dos malas personas pueden amarse como nunca nadie lo había hecho antes.
A veces necesitamos una máscara, un escudo, un paraguas transparente que nos permita comprender el mundo sin cerrar los ojos.
A veces se te mete en la cabeza una canción que no soportas y, sin embargo, te ves incapaz de dejar de tararearla durante días. A los recuerdos les pasa lo mismo: uno no decide cuándo ni cómo librarse de ellos.
A veces la decisión más difícil es la más obvia, y a veces precisamente por ello es la más difícil.
A veces hay que rendirse, porque morir no merece la pena.
A veces hay que morir o matar, porque rendirse no es una opción.
A veces no ir no significa no querer, sino querer demasiado.
A veces desearle lo mejor no significa desear estar ahí para verlo.
A veces seguir amando es la solución de los cobardes: hay que ser realmente valiente para decidir olvidar a una persona a pesar de quererla.
A veces olvidar es imposible y lo único que a uno le queda es recordar con compasión.
A veces, pese a todo, quiero echarla de menos.
Y a veces, inexplicablemente, echo de menos quererla.
Hay, como ves, un millón de “a veces” posibles, pero tan sólo dos “siempres”. Y es que si hay algo que siempre he sabido es que…
2: …nada dura para siempre
Todo lo bueno se termina. Y lo malo también.
Por eso hoy escribo la última entrada de este Abismo que empezó su andadura hace algo más de tres años. Siempre supe que se terminaría aquí. Bueno, al menos desde que empecé el abecedario personal, que no era sino mi cuenta atrás particular para el blog.
Creé El Abismo por varios motivos.
El primero fue la búsqueda de una obligación literaria. Siempre me ha gustado escribir y siempre he creído, además, que podía llegar a hacerlo de manera más o menos decente si me esforzaba. Por ello me propuse hacer reseñas y dar forma a mis pensamientos con cierta regularidad (pese a lo irregular que haya terminado siendo) con el fin de ejercitar mi capacidad de redacción e impedir que se anquilosara y oxidase excesivamente. Confieso, no obstante, que muchas veces (sobre todo en los últimos meses) he sentido que el nivel del blog flojeaba preocupantemente debido a una desgana cada vez mayor a la hora de ponerme a aporrear el teclado. De todos modos, haya sido mejor o peor, he estado escribiendo durante los tres últimos años y aunque sólo fuera por eso este Abismo ya habría merecido la pena.
El segundo motivo para crear este blog fue dar continuidad a una serie de e-mails que comencé a enviar a mi grupo de amigos cuando me fui a estudiar a Francia de Erasmus. Al volver a Galicia, tras concluir mi estancia en tierras galas, descubrí que echaba de menos escribir aquellos correos en los que desbarraba completamente pero que parecían gustar a mis colegas (o al menos eso me dijeron algunos), así que me planteé dos soluciones: seguir enviando mails (pese a que veía a algunos/as de sus destinatarios/as casi a diario) o concentrar esas mismas energías en crear un blog que mis amigos pudieran visitar cuando les apeteciese. Como resulta obvio, la opción triunfante es esto que ahora mismo lees.
El tercer motivo era crear un espacio donde colgar mis dibujos para que pudiesen ser vistos por cualquier persona, fuese conocida o no. En principio era quizás el motivo de mayor peso para la creación de un blog, pero con el tiempo mi timidez a la hora de enseñar mis trabajos y mi incontinencia verbal en todo lo referente a cine, música y comics terminaron por convertir las ilustraciones en un pequeño añadido al archivo del Abismo, en lugar de en cuerpo central del mismo. Es algo que lamento. Si algún día vuelvo a sentir la llamada bloggera, será sin duda para crear un espacio íntegramente dedicado a mis proyectos y dibujos.
El cuarto y último motivo era, simple y llanamente, que me apetecía hablar de mí mismo. Negarlo sería ridículo. Existe en nuestra sociedad (y sobre todo en mi generación y las posteriores) un componente exhibicionista y ególatra que se ha visto sobredimensionado, a veces ridículamente, con la aparición de internet. El hecho de poder opinar, discutir y, sobre todo, pontificar libremente y bajo nuestras propias condiciones ha provocado el florecimiento de innumerables redes sociales, bitácoras, webs personales y demás parafernalia digital. El Abismo nació, por tanto, cuando un servidor no pudo reprimir la tentación de dar salida al egocéntrico crítico amateur y recomendador compulsivo que llevaba dentro.
Respecto a eso, debo reconocer que tener tres años de opiniones archivadas en este blog me ha permitido, en cierto modo, comprobar cómo han ido evolucionando (o involucionando, según el caso) mis gustos personales y mis apreciaciones sobre ciertas manifestaciones artísticas y culturales. De haberlas escrito hoy, muchas reseñas no se parecerían en prácticamente nada a aquellas que redacté tiempo atrás. Si no las he ido editando de acuerdo con mis gustos cambiantes ha sido porque aquello que quedó escrito fue cierto en un momento dado y hacerlo desaparecer ahora sería poco menos que mentir. Ya lo decía Heráclito: ningún hombre puede bañarse dos veces en el mismo río y bla bla bla…
Ahora que El Abismo se termina (aunque no desaparece: quedará vagando por la red durante eones para que la gente siga sorprendiéndose con mi defensa de “Transformers” y llamándome loco e insensato) siento la obligación de agradecer vuestra presencia a todos los que alguna vez me habéis leído y comentado. Éste nunca ha sido un blog con muchos seguidores, pero lo cierto es que mis lectores siempre han sido los mejores que uno podría haberse imaginado. A todos vosotros, mil gracias por el tiempo invertido aquí. A muchos, que además de huéspedes sois también anfitriones de vuestras propias bitácoras, seguiré leyéndoos puntualmente y comentando vuestras entradas siempre que crea tener algo interesante que aportar.
Es por esa razón que no me da ninguna pena dar por concluido El Abismo. Hay por ahí un montón de blogs donde se pueden encontrar cosas más interesantes y casi siempre mucho mejor presentadas que aquellas que yo he escrito durante estos últimos 38 meses. Si alguien necesita un ejemplo no tiene más que dirigirse a la columna de la derecha, justo donde puede leerse “no te olvides de visitar”, y pulsar en cualquiera de los enlaces.
Y con esto creo, en fin, que ya he dicho todo lo que tenía que decir, tanto en El Abismo en general como en este Ablogalipsis en particular. Ya sólo queda espacio para una última canción, un canto de cisne (perteneciente al disco de 1973 “The dark side of the moon”, de Pink Floyd) en forma de…
3: …eclipse
“All that you touch
And all that you see
All that you taste
All you feel
And all that you love
And all that you hate
All you distrust
All you save
And all that you give
And all that you deal
And all that you buy
Beg, borrow or steal
And all you create
And all you destroy
And all that you do
And all that you say
And all that you eat
And everyone you meet
And all that you slight
And everyone you fight
And all that is now
And all that is gone
And all that's to come
And everything under the sun is in tune
But the sun is eclipsed by the moon.
..
…
There is no dark side of the moon really. Matter of fact it’s all dark.”