* Menuda mierda de juego de palabras, ¿no?
No estoy muy seguro de hasta qué punto es merecido o no el
prestigio internacional de Pedro Almodóvar. Perdón: Pedro Almodóvar. Ni he visto todas sus películas ni
creo que todas las que he visto sean especialmente brillantes. Lo que no puede
negársele es su consideración de autor;
de creador con un libro de estilo tan personal como reconocible y, más
importante aún, difícilmente replicable. Lo cual conlleva viscerales adhesiones
y rechazos, claro, como sucede también en los casos de Quentin Tarantino, los
dos Anderson (Paul Thomas y Wes; a Paul W. ni me lo mentéis si no es para
hablar de “Horizonte final”), Terrence Malick o David Lynch (por citar a
algunos de mis favoritos).
La última travesura del realizador español, “Los amantes
pasajeros”, es una pequeña comedia ubicada en la cabina de un avión que despega
de Madrid con destino a México. Allí, tanto la tripulación (una panda de maricas
malas y supuestos heterosexuales con serias
dudas sobre su orientación) como los pasajeros (viajeros circunstanciales que
cargan con su propia historia personal) se verán enredados en una trama coral
de equívocos lascivos regada con ingentes cantidades de alcohol, mescalina y
mala baba.
Que al frente de un reparto plagado de rostros conocidos de
la pequeña y la gran pantalla (nombres como Antonio de la Torre, Hugo Silva,
Cecilia Roth, Guillermo Toledo, Miguel Ángel Silvestre, Blanca Suárez… y unos
cuantos cameos de peso) se encuentren tres anfitriones con la arrolladora vis
cómica de Javier Cámara, Raúl Arévalo y mi admirado Carlos Areces (da igual lo
que haga, con este hombre me río SIEMPRE), es razón más que suficiente para
disfrutar de los fugaces 90 minutos de este divertimento tan pasajero como su
propio título.
“Los amantes pasajeros” es una película mamarracha por
vocación, menos espontánea y transgresora de lo que presume, pero
indudablemente divertida, al menos para el abajo firmante. El cambio de
registro y la escasez de pretensiones respecto a la inmediatamente anterior “La piel que habito”, densa y oscura como pocas en la filmografía del manchego,
inducen a pensar en un intento deliberado por parte del propio Almodóvar de no
complicarse demasiado la vida y hacer una película de descompresión. Por
suerte, no sólo el director de “Mujeres al borde de un ataque de nervios” se lo
pasa bien coordinando el despropósito, sino que consigue contagiarme esa
emoción frívola a través de sus disparatados diálogos y sus libertinos
protagonistas. Y todo ello sin perder de vista esos códigos estéticos y
conceptuales que han hecho de su cine uno de los más reconocibles en el actual
panorama cinematográfico. Sus altibajos de interés, sus subtramas predecibles, sus mínimas aspiraciones y su carácter estrictamente
coyuntural (hablamos de una cinta que no podrá verse con los mismos ojos dentro
de 10 ó 15 años, cuando Urdangarín, Camps y el aeropuerto de Castellón no sean
más que otra muesca en la historia de corruptelas y desfalcos de la España
democrática) la convierten en una obra claramente menor en la filmografía de Almodóvar,
pero no por ello en un film que merezca caer en el olvido.
Parece claro, eso sí, que en nuestro país sólo a Almodóvar se le permitiría
poner en pie este proyecto, y que a cualquier otro realizador
con menos reconocimiento le habría resultado imposible reunir a semejante
reparto, conseguir el visto bueno por parte de una productora cinematográfica
para filmar este libreto y lograr el revuelo mediático que acompaña a todos y
cada uno de los proyectos del oscarizado director. Y también, por supuesto, que
“Los amantes pasajeros” aportará nueva munición a las incansables (aunque ya
algo cansinas) batallas dialécticas entre los incendiarios detractores del
manchego (con el Sr. Boyero a la cabeza) y sus (poco objetivos) defensores a
ultranza.
Yo me quedo con el tupé de Areces y con el buen rato pasado en la sala de cine. Tampoco creo que aquí haya mucho más que rascar.