jueves, octubre 09, 2008

FUCK U!

En su forma primigenia, “Wanted” es un divertidísimo tebeo de super-héroes escrito por Mark Millar y dibujado por J.G.Jones que rebosa mala baba y correcta incorrección política. Tiene sexo, violencia explícita, humor negro y un montón de guiños a los personajes clásicos de Marvel y DC Comics.

Al adaptarlo a la gran pantalla (de la mano de Timur Bekmambetov, realizador de la inconclusa trilogía rusa de los “Guardianes”) se ha perdido totalmente la carga sexual (ya se sabe lo puritanos que son estos yankis) y se ha dado de lado a todo el contexto super-heroico, sustituyendo a los villanos protagonistas del original por una milenaria orden de asesinos que debe ejecutar a individuos concretos siguiendo “la voluntad del destino”. El cambio desvirtúa uno de los puntos fuertes del argumento original pero, como resulta obvio a los pocos minutos de metraje, los pormenores del guión son lo menos importante en esta producción.



De hecho, lo que realmente cuenta en “Wanted” es forzar las escenas de acción hasta el más difícil (y surrealista) todavía, llegando al hilarante punto en que descubrimos, estupefactos, que las balas pueden ser disparadas con efecto con un simple movimiento circular del brazo.
No voy a negar que me lo he pasado bien viendo “Wanted”. Es absurdamente divertida y conserva parte del encanto del comic original (sobre todo en lo relativo a Wesley Gibson, el personaje principal que interpreta un convincente James McAvoy). A veces simplemente está bien entrar en una sala a oscuras, poner el piloto automático y distraerse de la aburrida cotidianeidad viendo cómo un tipo le parte a otro un teclado ergonómico en la cara al tiempo que las teclas salen volando y forman en el aire las palabras “fuck you”.


Advertencia: no apta para aquellos que tengan por muletilla el consabido “¡qué fantasmada!”

miércoles, octubre 08, 2008

Dulce introducción al caos

“(…)
Como quieres que escriba una canción
Si a tu lado he perdido la ambición.
La canción de que el tiempo no pasara
Donde nunca pasa nada.

Se rompió la cadena
Que ataba el reloj a las horas.
Se paró el aguacero,
Ahora somos flotando dos gotas.

Agarrado un momento
A la cola del viento
Me siento mejor.
Me olvidé de poner
En el suelo los pies
Y me siento mejor.


¡Volar!
¡Volar!
(…)”



[Lo único bueno de la ignorancia es que tiene cura. Hasta hoy, nunca había sido un gran fan de Extremoduro. Siempre he sabido, por alusiones, que eran de lo mejor que teníamos en España en materia de rock, pero nunca les había prestado la atención que, ahora lo sé, se merecen. Por suerte, la publicación de “La ley innata”, su más reciente disco de estudio, me ha servido como perfecto punto de enganche a esta banda mítica. ¡Madre mía, qué discazo! Un álbum conceptual, compuesto como una sinfonía (con su leit motiv y todo), interpretado con unos arreglos elegantísimos, adornado con unas letras increíbles y rematado con una coda flamenca para quitarse el sombrero. Podría haber cogido cualquier estrofa de todo el álbum para abrir esta entrada, pero me he quedado con ésas líneas de arriba, pertenecientes al primer corte del CD (“Dulce introducción al caos”), porque cada vez que las canta el Robe, el corazón me da un pequeño vuelco dentro del pecho.]

...vivir de pie...

Abordar la vida y obra de un personaje tan icónico y amado/odiado a partes iguales como es el Che Guevara es una tarea que acarrea muchos riesgos. La polémica que envuelve al célebre revolucionario podría llevar a representarlo bien como un mártir por la libertad, bien como un asesino despiadado (dependiendo de a quién se pregunte).

Steven Soderbergh, director de esta monumental “Che” (que se estrena en nuestro país en dos partes: “El argentino”, actualmente en cartelera, y “Guerrilla”, pendiente de ver la luz) ha decidido, al menos en esta primera mitad del metraje, tomar cierta distancia respecto al personaje retratado y dedicarse a mimar el contexto, aproximándose por momentos al cine documental (cámara en mano, ambientación cuidada hasta lo indecible, rodaje en los idiomas correspondientes, etc.), y dejando que sea el espectador quien deduzca qué pasa por la cabeza del guerrillero.

Y es que, si bien formalmente es un goce, “Che: el argentino” peca de críptica en todo lo relativo al propio Guevara. No sabemos de dónde viene ni por qué ha venido. No sabemos si siente calor o frío, si está triste o contento. La interpretación de Benicio del Toro es perfecta, sí, y justo es que se le reconozca la mímesis exacta con el argentino de la cara en las camisetas; pero el guión, que cubre con solvencia a todo el resto de personajes que pululan por esta Cuba en plena revulsión socio-política (magnífico Fidel, por cierto), planta un insondable vacío allí donde debería vislumbrarse el lado humano del Che.


Al final de “El argentino”, el espectador se identifica más con los soldados que combaten bajo el mando de Guevara, que lo miran con admiración sin comprender muy bien de dónde pueden provenir toda esa bondad, esa resolución y ese incansable amor a la causa, que con el propio Guevara, que continúa siendo un auténtico desconocido.

Pero quizás estoy juzgando a destiempo, porque hay que tener muy en cuenta que aún quedan otras dos horas de metraje, posiblemente más esclarecedoras en cuanto a la auténtica personalidad del Che (falta por ver cómo se trata el distanciamiento de éste con Castro, uno de los puntos clave, supongo, de “Guerrilla”), y que “El argentino”, por tanto, no es más que el fragmento de una película incompleta, inexplicablemente estrenado sin lo que resta de nudo y desenlace, produciendo una frustrante sensación de “coitus interruptus”.

Con un poco de suerte, el conjunto formará una imagen más sólida que la suma de sus partes. Yo, desde aquí, maldigo a las distribuidoras por ser tan ruines como para partir tan abruptamente una película con el único fin de ganar una proyección más a media tarde. Es, en cierto modo, como si uno fuese al Louvre y sólo pudiese ver a la Gioconda de cuello para abajo un día y de cuello para arriba unos meses después. O sea, un jodido disparate.

martes, octubre 07, 2008

Un Allen menor

Después de la tibia (pese a todas sus virtudes) “Scoop” y la muy decepcionante “Cassandra’s dream”, no me esperaba demasiado del último largometraje de Woody Allen. Y es una suerte, porque la película no aporta nada nuevo a su dilatada filmografía, si exceptuamos ese cambio de marco geográfico que servirá de reclamo turístico para los guiris que no conozcan España (y, más concretamente, Barcelona), pero que para los aborígenes de la Península no parecerá más que una sucesión de tópicos metidos, a veces, con calzador. Los 15 primeros minutos, con esa innecesaria voz en off, podrían colar como publirreportaje si no fuera porque de pronto aparece un Bardem artista y bohemio (“puro temperamento latino”, debió pensar Allen) que por fin dispara la trama. Una trama que se resume en “líos de cama entre americanas y españoles” y poco más. Los diálogos, claro, son ágiles y divertidos, pero eso es lo menos que se le puede exigir al judío tartaja. Los actores están todos espléndidos, destacando especialmente Penélope Cruz como temperamental ex de Bardem. Y visualmente no hay pega.


Pero la peli se olvida a los cinco segundos de pisar la calle; y a otra cosa, mariposa. Ni llega a divertidísima ni a emotiva. No provoca una profunda reflexión. No permite segundas lecturas. Es, simplemente, una cinta para pasar el rato. La caprichosa frivolidad de un director que ya no tiene que rendir cuentas a nadie.

lunes, octubre 06, 2008

¡Pero qué grande eres, Enrique!

Qué ganas le tenía, madre de dios.

Era una espina clavada hacía largo tiempo en mis carnes (o como él mismo diría: “un arpón clavado en el costado…”). Tras perderme la mastodóntica (por montaje y resultados) gira de 2007 de Héroes del Silencio (no por falta de ganas ni falta de entrada, que la tenía, sino por obligaciones de primera magnitud), llevaba unos meses mordisqueándome las uñas a la espera del nuevo álbum del aragonés errante, Enrique Bunbury. No tanto por el disco en sí (que caerá en la saca, claro) sino por la inevitable gira que tal lanzamiento discográfico conllevaría. Si además una de las fechas confirmadas tenía como escenario la ciudad de A Coruña (¿o es La Coruña?), la alegría no podía ser mayor.



Así que este pasado sábado Enrique aterrizó en Galicia para presentar su show “Hellville de Tour” y servidor por fin pudo disfrutar de todo él (su música, su interpretación, su banda y su carisma) en vivo y en directo, prácticamente a tiro de escupitajo, que es como mola disfrutar de los conciertos.

Como un huracán, Enrique salió ataviado de cowboy hortera al ritmo de “El club de los imposibles” (no se me ocurriría una canción mejor para iniciar el concierto), repartiendo gas a un público algo tibio y poco numeroso que, no obstante, pronto comprendió que cada euro pagado en la entrada tendría su justa recompensa. No se entiende que la gente acuda en masa a los conciertos de Andy y Lucas y artistas de la talla de Bunbury no revienten el aforo del Coliseum… Grandes misterios de la vida. Qué se le va a hacer.

Yo, por mi parte, pasé olímpicamente del resto del mundo y canté a voz en grito las canciones que conformaron el recital del Héroe (excepto alguna de las nuevas, que no conocía), siendo consciente del momento exacto en que mi voz se quebraba (y que fue, recuerdo claramente, durante un “Lady blue” totalmente recreado para la ocasión) para quedarme durante un par de días con la garganta como la de un aspirante asmático a Rod Stewart.

Pero seguí cantando, qué cojones.


Al final, el concierto se alargó hasta las dos horas y media (todo un lujo, teniendo en cuenta lo parcos que suelen ser en tiempo los shows musicales en nuestros días), pero yo (ambicioso como soy) me quedé con ganas de “El aragonés errante”, “Los restos del naufragio”, “Salomé”, “Alicia” o “Confesión”. A cambio, hubo sorpresas inesperadas en el setlist: “No me llames cariño”, “Contar contigo” y dos temas del disco “Bunbury & Vegas”: “Puta desagradecida” (qué gran letra) y “El tiempo de las cerezas”, que fue el ¿segundo? ¿tercer? bis.

Pero si algo hay que valorar en un concierto de Enrique Bunbury es, por encima de todo lo demás, la actitud y energía del propio Enrique Bunbury. No he visto nada igual desde Mick Jagger. Sin que su voz dé jamás una mala nota, Enrique baila espasmódicamente, salta, se arrastra, flirtea con su público y le hace el amor a cada canción. Tiene chulería y descaro, carisma, gracia natural y un punto falsamente modesto que le sienta como anillo al dedo. Ama el escenario y el escenario cae rendido a sus pies. En un tiempo en que los triunfitos creen ridículamente haberse ganado el derecho a sentirse estrellas de la canción y los auténticos artistas pecan tímidamente de modestos (me viene a la cabeza Quique González escondido tras su teclado), da gusto comprobar que aún existe una estrella del rock de las de toda la vida, con su espíritu glam y su verborrea de ídolo, con un algo del citado Jagger, otro poco de Elvis, de Nick Cave y de Tom Waits y mucho, muchísimo, de David Bowie y Jim Morrison (para qué negarlo).

Un animal musical de los que ya no quedan. Un lujo para la vista y el oído. Una apuesta segura por el rock’n’roll.

Larga vida al Western

Pasado el susto de la entrada anterior, por favor, hablemos de cine…

Siempre he pensado que, puestos a filmar un remake, el director debería hacerse dos preguntas fundamentales: Namberguán: ¿tiene sentido volver a contar la misma historia? Y namberchú: ¿puedo hacerlo mejor que en la original? Es bien sabido que muchas revisiones fracasan principalmente por la primera razón, y casi todas las demás por la segunda.

Por eso “El tren de las 3:10” (“3:10 to Yuma” en pitinglish) es una rara avis en la industria cinematográfica actual. Pero no sólo por ser un buen remake, sino también por pertenecer a un género que vive horas bajas y que clama al cielo por una nueva oportunidad para resurgir: el western.


Vale, es verdad, no soy objetivo. Adoro el western. De hecho, ahora mismo estoy escribiendo un tebeo del Oeste y por ello me paso gran parte de mi tiempo libre revisando los clásicos (y no tan clásicos) del género y escuchando al maestro Morricone mientras espero a que llegue a mis manos la ansiada segunda temporada de “Deadwood” en DVD.

Pero también es cierto que el cine del Oeste lleva mucho tiempo siendo maltratado por la industria y por el gran público, más o menos desde que Clint Eastwood le diera carpetazo (ideológicamente hablando) con la obra maestra “Sin perdón”. Es por ello que me ilusiona tanto “Appaloosa” de Ed Harris, y que tenía muchísimas ganas de ver este “El tren de las 3:10” dirigido por James Mangold.

Al igual que en la versión primigenia de 1957, la película narra la historia de Dan Evans (Van Heflin en la original, aquí un sublime, como ya es costumbre, Christian Bale), un ganadero en bancarrota que, desesperado por no poder mantener a su esposa e hijos, decide participar, a cambio de remuneración, en el traslado a prisión de un peligroso asaltador de diligencias, el carismático y seductor Ben Wade (Glenn Ford en blanco y negro, Russel Crowe en color). Mientras, la banda de Wade intentará por todos los medios rescatar a su líder sin importar a quién tengan que llevarse por delante.

Cierto es que las diferencias entre ambas películas a nivel argumental son mínimas, pero esta nueva versión, además de añadir un par de paradas en el camino de Evans y Wade (quizás demasiado episódicas como para no notarse los remiendos que las adicionan al libreto original), añade una riqueza de matices y profusión de detalles respecto a la versión de 1957 que se agradece profundamente. Es, como rezaba el cartel de la película de “South Park”: más grande, más larga y sin cortes.

Las escenas de acción se han adaptado al sino de los tiempos, siendo obviamente más espectaculares que las dirigidas por Delmer Daves, y ambos antagonistas han ganado en dramatismo y sobre todo en capacidad para calar en el espectador. El Ben Wade de Russell Crowe es diez veces más macarra que aquel forajido algo blandengue de Glenn Ford, pero también tiene un pasado (y un futuro) del que su homólogo carecía, mientras que el Dan Evans de Christian Bale le da sopas con honda (se mire por donde se mire) al personaje interpretado en su momento por Van Heflin. Además, se le ha otorgado un mayor peso específico a los secundarios, consiguiendo que el duelo psicológico entre Wade y Evans se vea fortalecido, sobre todo por la presencia activa del hijo de este último.

¿La pega? Pues, como en la versión original, un final demasiado amable que hace que uno se plantee si éste es aquel Oeste tan salvaje en que nos habían hecho creer Sam Peckinpah, Sergio Leone y Clint Eastwood. Probablemente no, y sea ese otro Oeste de Anthony Mann, John Ford o Howard Hawks.


Pero Oeste al fin y al cabo. Y yo me alegro.

¡Horror!

Vale.

Sé que “Watchmen”, salvo milagro, será un cagarro.

Sé que “The Spirit”, salvo milagro, será un cagarro regado con meados de oveja, hecho puré y servido en el ojo del culo de un mandril diarreico.

Pero esto no habrá milagro que pueda salvarlo. ¡Qué oprobio, qué infamia, qué ignominia…!

Premios GZCrea 2008

El día 1 de octubre se entregaron los premios GZCrea 2008 en la modalidad de “banda deseñada”. Como ya dejé caer por aquí hace algún tiempo, este año he recibido el tercer premio por la historieta “Carta dende a fronte”, a la que podéis echar un vistazo aquí (o en el libro que recoge las tres historias premiadas, además de otra señalada con una mención de honor).

El nivel ha sido bastante más alto que el año pasado, aunque debo reconocer que he echado de menos una mayor variedad temática y estilística. Parece que se ha asumido, dentro del ámbito gallego del comic, una renuncia a la comercialidad en favor de lo independiente, entendido como historias intimistas y oscuras con dibujo de reminiscencias naïf. Esto no implica nada malo a priori (servidor disfruta como cualquiera de las marcianadas de Daniel Clowes o Marc Hempel) pero creo que, como industria, se hace necesaria la presencia de autores de ambos palos, tanto (llamémosles) raritos como comerciales. Porque lo comercial no es necesariamente malo, y lo rarito y underground no es necesariamente bueno. Y porque en el mundo del comic hay cabida, por suerte, tanto para “Agujero negro” como para “Blacksad”, y ambos merecen su justo reconocimiento.

Por mi parte, con el dinero del premio he podido acabar mi colección de álbumes de “Blueberry” (porque en el fondo Giraud es el más grande, por mucho Chester Brown que se vista de seda).

En fin.

Retomando el asunto de la entrega de premios, debo decir que me sentí de nuevo como un retardado balbuceante durante la breve entrevista que me hicieron los de la Televisión de Galicia (que se emitió, imagino, el pasado sábado en el espacio “Miraxes”). No se me da bien hablar en público, siempre me parece que no tengo ni idea de lo que estoy diciendo, y el hecho de que haya una cámara delante no mejora demasiado las cosas.

Por suerte, Benito Losada demostró más confianza y seguridad que servidor al inaugurar con su discurso las XX Xornadas de Banda Deseñada de Ourense, que se celebran del 1 al 18 de este mes y que incluyen exposiciones, proyecciones de películas y la presentación, entre otras publicaciones, del segundo tomo de “Historias de Galiza” en el que participo (y que tendrá lugar el día 14 a mediodía en la Casa da Xuventude).

¡Abismo pirata!

Hacía tiempo que quería cambiarle la cabecera al blog, pero nunca me ponía a ello. De hecho, debo reconocer que he tenido el Abismo un poco parado últimamente (septiembre ha sido un mes de mucho ajetreo en asuntos estrictamente no profesionales). Ahora, aprovechando una viñeta de ese comic de piratas que no termino ni a tiros (menuda historia la nuestra, santo dios…), os quito de delante ese cerebro descompuesto en piezas de Tetris que ya no recuerdo cuando empezó a resultarme terriblemente aburrido y encasqueto la imagen que sigue:


A ver si ésta no se eterniza tanto como la anterior.

(Y a ver cuándo puedo colgar el comic de los piratas entero, que hasta yo empiezo a sentirme impaciente ante mi desidia…)