domingo, mayo 23, 2010

Dientes, mentiras y cintas de vídeo

Algunas películas se vuelven valiosas desde su mismo punto de partida. Si éste es original, arriesgado y provocador, es posible que luego el desarrollo no arribe al buen puerto deseado (también es posible que sí lo haga, claro), pero al menos se habrá disfrutado de una buena pregunta, una de ésas a las que siempre merece la pena hacer frente. Y las buenas preguntas escasean.


Viendo el triste panorama de la cartelera actual, plagada de adaptaciones oportunistas y remakes innecesarios, encontrarse en los cines con una película como “Canino” siempre es motivo de alegría. El film de Giorgos Lanthimos es una película especial, difícilmente recomendable. Carente de música extradiegética y con un ritmo considerablemente lento, desde luego no es una gran apuesta como cine de evasión. Su éxito (cualitativo) reside, como decía al principio, en su concepto más básico: ¿qué pasaría si toda nuestra educación estuviese basada en mentiras?


Una pareja de clase alta decide criar a sus tres hijos (un varón y dos mujeres) sin permitirles salir nunca, en sus treinta años de vida, del chalet en el que habitan. Desde su nacimiento les cuentan toda clase de sinsentidos para que teman lo que hay en el exterior. No saben lo que es un teléfono o un gato porque sus padres no se lo han contado y jamás han visto uno. No poseen nombre propio. Además, les enseñan palabras con su significado cambiado, con lo que “zombi” puede querer decir “pequeña flor amarilla” y “mar”, por ejemplo, “silla forrada de cuero”. Los aviones que cruzan el cielo sobre sus cabezas son juguetes que a veces caen en el jardín de su casa, perteneciendo a quien los encuentre primero. La única persona del mundo exterior que tiene acceso a su entorno es Cristina, una joven con la que el hermano puede satisfacer sus necesidades sexuales. Será ella la que, de forma involuntaria, ponga en marcha una cadena de acontecimientos que cambiarán inexorablemente esta deformada rutina familiar.


Con un planteamiento así, resulta difícil creer que “Canino” sea al mismo tiempo un turbador drama psicológico y una surrealista comedia negra. Pero lo es. El espectador puede pasar de la risa al sobresalto de un plano al siguiente, consiguiendo el film mantener una tensión constante a lo largo de 90 minutos de metraje en los que uno es incapaz de imaginar qué será lo que venga a continuación. Un reproductor de cintas VHS puede ser motivo de comicidad o de terror dependiendo de cómo se formule su presencia en pantalla.

Si todo funciona, más allá de lo calculado del guión, es gracias a que los actores resultan sumamente convincentes en sus respectivos roles y al acabado visual conseguido con imagen digital y cámara en mano que acrecienta el verismo de lo visionado.


Se pueden formular múltiples reflexiones a partir del discurso propuesto en “Canino”. Desde una relectura del mito platónico de la caverna (el ser humano que vive un mundo falso, sombra proyectada de otro real) o del pasaje bíblico del Jardín del Edén (los hombres sometidos a la voluntad de un Dios que no desea que coman del árbol del conocimiento y cómo ellos, por intromisión de la mujer pecadora, rompen con ese status quo), hasta una perspectiva política (las mentiras que nos cuentan nuestros líderes para mantenernos dóciles y sin herramientas para plantear objeciones a sus designios) o una simple interpretación de una crónica de sucesos (a todos aquellos que fuimos juntos a verla nos vino simultáneamente a la cabeza el escabroso caso del monstruo de Amstettem y otros similares). Es decir: “Canino” contiene mucha chicha.

Comentaba al principio que desde un concepto inicial arriesgado y provocador tal vez no se llegue a una resolución satisfactoria. Si en un primer momento el final de “Canino” me dejó algo descolocado, confieso que con el paso de los días la cinta ha ido ganando (y mucho) en el recuerdo, y asumo que explicar más hubiera devenido en error innecesario. La cinta está bien como está. Plantea buenas preguntas y deja que nosotros busquemos la respuesta. Provoca un amplio abanico de sensaciones en el espectador y deja poderosas instantáneas indeleblemente grabadas en la memoria. Y además es oscuramente graciosa.


Si una película nos ofrece todo eso, ¿realmente necesitamos pedirle más?

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