“Era inútil hacerse más preguntas. No sabía nada del amor y nunca lo sabría. No me parecía una terrible carencia, pero dificulta la comprensión de la música moderna”
Dexter Morgan
Dexter Morgan
Ya he hablado antes de “Dexter” (concretamente aquí y aquí). Es la serie de moda (con permiso de “Mad men”): polémica y brillante, dos características que hacen de cualquier producto un éxito instantáneo. Como ya di buena cuenta de sus dos temporadas (en espera de una tercera en el último trimestre de 2008) y estoy más que convencido de que muchos ya estaréis al tanto de las virtudes de esta serie televisiva, hoy toca hablar del Dexter menos conocido: el literario.
Uno de los (varios) regalos que mi hermano me hizo estas últimas navidades fueron las novelas escritas por Jeff Lindsay en las que se inspiró la serie de Showtime (ambas publicadas en nuestro país por la editorial Umbriel): “Darkly dreaming Dexter” (aquí titulada, a saber por qué, “El oscuro pasajero”) y “Dearly devoted Dexter” (renombrada en castellano, con algo más de acierto, “Querido Dexter”).
Lo primero que llama la atención al comenzar a leer “Darkly dreaming Dexter” es comprobar lo mucho que el estilo de autores como Bret Easton Ellis o Chuck Palahniuk ha influido en los escritores americanos surgidos en los últimos diez o quince años: narraciones en primera persona de personajes cínicos y descreídos con pinceladas de humor negro, incorrección política y cierta crítica social inofensiva y algo simplista que da al conjunto un aire “cool” y modernillo. Lindsay no escapa a esta clasificación, sirviéndonos una novelita mediocre que debe todo su atractivo a una idea muy llamativa (el asesino en serie que mata a otros asesinos en serie) que se desarrolla en una trama difícilmente creíble y con un final un tanto confuso y atropellado. Curiosamente, la primera temporada de la serie de televisión es bastante fiel al desarrollo de la novela y, sin embargo, funciona mucho mejor que ésta a todos los niveles (aunque también es cierto que en la serie se optó sabiamente por cambiar el final de modo radical e introducir unas cuantas subtramas como la del marido de Rita o el novio de Deb que enriquecieron mucho el conjunto).
La segunda novela, “Dearly devoted Dexter”, no presenta apenas novedades formales (quizás la trama esté mejor presentada y los pensamientos del protagonista no se antojen tan estereotipados) siguiendo con ese estilo “alla Palahniuk” que caracterizaba a la entrega precedente. Hay más humor negro y mucho más gore pero sin duda lo más destacable es el distanciamiento respecto a ella de la segunda temporada de la serie de televisión, que sigue, ya desde el principio, derroteros totalmente distintos (lo cual, debo añadir, consiguió que esta novela me interesase muchísimo más que la primera): aquí no hay terapia, no hay FBI y no hay morena morbosa que ponga patas arriba la pseudovida sentimental del protagonista.
Como conclusión sólo puedo decir que las novelas de Lindsay resultarán una curiosidad para quienes gusten de la serie protagonizada por Michael C. Hall, pero desde un punto de vista literario y juzgadas con total autonomía respecto del producto televisivo, “Darkly dreaming Dexter” y su secuela no son más que un pasatiempo intrascendente y 100% prescindible que posiblemente robe al lector un tiempo valioso que bien podría invertir en novelas de mayor enjundia.
La serie, por su parte, sigue pareciéndome una pasada en todos los aspectos y no pienso cansarme de recomendársela a todo aquel que quiera pasar un rato de verdadera calidad delante de la pantalla del televisor.
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