Ya hace muchos años que U2 es una de mis bandas de rock favoritas. Pese a los altibajos sufridos en la década de los 90 (¿alguien ha dicho “Zooropa”?), el grupo liderado por Bono siempre estuvo en mi top 10 musical particular. Pese a ello (y a la reciente reedición de su celebrado disco “The Joshua Tree”), servidor tenía a la banda irlandesa ligeramente olvidada (tampoco es de extrañar; uno no tiene tiempo para escuchar todo lo que “adquiere” vía equina como para además repasar lo que escuchaba años ha).
El caso es que hacía meses que no me paraba a escuchar a U2 con detenimiento cuando Creep me recordó que el día 9 de mayo tocaban en Santiago (en la sala Capitol) los Achtung Babies, quienes se publicitan como “La mejor y más fiel banda tributo del mundo”. Suena exagerado, lo sé, y el precio de la entrada (15 € en venta anticipada, 20 € en taquilla) me lo hizo pensármelo más de una y de dos veces. ¿15 € por ver a unos imitadores?
Fui, claro. A veces el mono de conciertos es más fuerte que la lógica de la economía sumergida (la cual, no obstante, consigue que comas huevos fritos al mediodía y a la noche tres días seguidos… ah, misterios de la vida).
Justo antes del concierto estaba algo decaído y bastante cansado de un día duro y por un momento pensé que había sido una mala idea ir, que debería haberme quedado en casa tomando leche caliente con miel (después de cenar los ya mentados huevos fritos) y viendo una peli cualquiera para pasar el rato.
Pero en cuanto Zeno, Stefano, Lucca y Alex (los imitadores de Bono, Larry Mullen Jr., Adam Clayton y The Edge, respectivamente; y sí, los Achtung Babies son italianos) salieron al escenario y comenzaron a tocar, el cansancio desapareció por completo y dio paso a la siguiente serie de sensaciones/sentimientos:
1) Grima: sí, grima. Es la única palabra que me viene a la cabeza para describir lo que sentí al ver a unos tíos que hablaban como los miembros de U2, tocaban y cantaban como los miembros de U2, utilizaban réplicas exactas de los instrumentos (cambiando según la canción) que tocan los miembros de U2, se movían (hasta el más mínimo gesto, hasta el más imperceptible detalle de lenguaje corporal) como los miembros de U2 y eran, tanto en caracterización como en complexión física, dobles idénticos de los miembros de U2. Era como ver a los hermanos gemelos desconocidos de U2 sobre el escenario. Demonios, era como ver a U2 sobre el escenario. Y por mucho que uno se pellizcase o parpadease con fuerza, no acababa de creerse que no fueran realmente los miembros de U2, sino cuatro italianos enamorados de la banda que se habían pasado media vida aprendiendo a imitar a sus ídolos musicales.
2) Histeria: pasado el shock, a los presentes nos sobrevino esa risa tonta contagiosa e irreprimible de “no me lo creo (mirada al tipo de al lado), ¿tú te lo crees?”, y la necesidad de comprobar que todo el mundo se había dado cuenta de los buenos que eran los Achtung Babies en lo suyo (creedme, nos mirábamos entre nosotros, esperando que alguien nos dijeses: “está pasando, es real”).
3) Identificación total: transcurridas dos canciones, mentalmente empecé a referirme al cantante como Bono, olvidándome de que, de hecho, no era Bono. Pero para mí lo era. Aquel tipo era la materialización de mi definición mental de Bono; un fulano (el Bono real), al que nunca conoceré de forma personal y que, hasta donde yo sé, bien podría ser un holograma, un actor que hace playback o, quién sabe, un skrull. Así que, a todos los efectos y en lo que a mí respecta, aquel era Bono. Al menos, tan Bono como el Bono que sale en la tele (y en Muchachada Nui).
4) Euforia: porque estaba viendo a U2 en una sala de fiestas con unas mil personas, habiendo pagado una cuarta o quinta parte del precio habitual de una de sus entradas, y porque además estaban tocando un set-list acojonante: no faltó casi ninguna de sus grandes canciones, desde “I will follow” hasta “Vertigo” pasando por las inevitables “One”, “With or without you” o “Sunday Bloody Sunday” (con discurso pacifista y bis incluidos).
5) Gratitud: al terminar, se quedó instalado en mi corazoncito un sentimiento de agradecimiento a esos cuatro spaghetti colgados que habían conseguido hacerme olvidar mis problemas y cansancios y me habían regalado, como quien no quiere la cosa, la experiencia de saber cómo es un concierto de U2 en la intimidad, para unos pocos privilegiados.
Está claro, si vuelven a Santiago (o a Galicia), servidor repite con gusto, porque ahora estoy convencido de que pagar 15 € por esta experiencia es una oferta que no se puede rechazar.
Larga vida a los Achtung Babies (y a U2, por supuesto).
Me olvidaba:
6) Afonía, a la mañana siguiente…
El caso es que hacía meses que no me paraba a escuchar a U2 con detenimiento cuando Creep me recordó que el día 9 de mayo tocaban en Santiago (en la sala Capitol) los Achtung Babies, quienes se publicitan como “La mejor y más fiel banda tributo del mundo”. Suena exagerado, lo sé, y el precio de la entrada (15 € en venta anticipada, 20 € en taquilla) me lo hizo pensármelo más de una y de dos veces. ¿15 € por ver a unos imitadores?
Fui, claro. A veces el mono de conciertos es más fuerte que la lógica de la economía sumergida (la cual, no obstante, consigue que comas huevos fritos al mediodía y a la noche tres días seguidos… ah, misterios de la vida).
Justo antes del concierto estaba algo decaído y bastante cansado de un día duro y por un momento pensé que había sido una mala idea ir, que debería haberme quedado en casa tomando leche caliente con miel (después de cenar los ya mentados huevos fritos) y viendo una peli cualquiera para pasar el rato.
Pero en cuanto Zeno, Stefano, Lucca y Alex (los imitadores de Bono, Larry Mullen Jr., Adam Clayton y The Edge, respectivamente; y sí, los Achtung Babies son italianos) salieron al escenario y comenzaron a tocar, el cansancio desapareció por completo y dio paso a la siguiente serie de sensaciones/sentimientos:
1) Grima: sí, grima. Es la única palabra que me viene a la cabeza para describir lo que sentí al ver a unos tíos que hablaban como los miembros de U2, tocaban y cantaban como los miembros de U2, utilizaban réplicas exactas de los instrumentos (cambiando según la canción) que tocan los miembros de U2, se movían (hasta el más mínimo gesto, hasta el más imperceptible detalle de lenguaje corporal) como los miembros de U2 y eran, tanto en caracterización como en complexión física, dobles idénticos de los miembros de U2. Era como ver a los hermanos gemelos desconocidos de U2 sobre el escenario. Demonios, era como ver a U2 sobre el escenario. Y por mucho que uno se pellizcase o parpadease con fuerza, no acababa de creerse que no fueran realmente los miembros de U2, sino cuatro italianos enamorados de la banda que se habían pasado media vida aprendiendo a imitar a sus ídolos musicales.
2) Histeria: pasado el shock, a los presentes nos sobrevino esa risa tonta contagiosa e irreprimible de “no me lo creo (mirada al tipo de al lado), ¿tú te lo crees?”, y la necesidad de comprobar que todo el mundo se había dado cuenta de los buenos que eran los Achtung Babies en lo suyo (creedme, nos mirábamos entre nosotros, esperando que alguien nos dijeses: “está pasando, es real”).
3) Identificación total: transcurridas dos canciones, mentalmente empecé a referirme al cantante como Bono, olvidándome de que, de hecho, no era Bono. Pero para mí lo era. Aquel tipo era la materialización de mi definición mental de Bono; un fulano (el Bono real), al que nunca conoceré de forma personal y que, hasta donde yo sé, bien podría ser un holograma, un actor que hace playback o, quién sabe, un skrull. Así que, a todos los efectos y en lo que a mí respecta, aquel era Bono. Al menos, tan Bono como el Bono que sale en la tele (y en Muchachada Nui).
4) Euforia: porque estaba viendo a U2 en una sala de fiestas con unas mil personas, habiendo pagado una cuarta o quinta parte del precio habitual de una de sus entradas, y porque además estaban tocando un set-list acojonante: no faltó casi ninguna de sus grandes canciones, desde “I will follow” hasta “Vertigo” pasando por las inevitables “One”, “With or without you” o “Sunday Bloody Sunday” (con discurso pacifista y bis incluidos).
5) Gratitud: al terminar, se quedó instalado en mi corazoncito un sentimiento de agradecimiento a esos cuatro spaghetti colgados que habían conseguido hacerme olvidar mis problemas y cansancios y me habían regalado, como quien no quiere la cosa, la experiencia de saber cómo es un concierto de U2 en la intimidad, para unos pocos privilegiados.
Está claro, si vuelven a Santiago (o a Galicia), servidor repite con gusto, porque ahora estoy convencido de que pagar 15 € por esta experiencia es una oferta que no se puede rechazar.
Larga vida a los Achtung Babies (y a U2, por supuesto).
Me olvidaba:
6) Afonía, a la mañana siguiente…
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