“Menuda mierda de película”.
Seguro que eso pensará la gran mayoría de espectadores adultos que vayan a ver “Speed Racer”, la adaptación del anime homónimo (en España conocido como “Meteoro”) que acaban de estrenar los hermanos Wachowsky, pareja de cineastas irremediablemente unida a la trilogía “The Matrix” durante el resto de sus vidas.
Pero ésa, amigo/a lector/a, sería una conclusión muy precipitada, me temo. Porque “Speed Racer” no es una mierda. Desde luego que no.
“Speed Racer” es, si se quiere, una parida. O un divertimento vacío. O un bizarro experimento visual. Pero no es una mierda.
Para situarnos: la película narra las andanzas de Speed Racer (nombre Speed, apellido Racer; no me lo estoy inventando), piloto de carreras en un mundo con estética chiclosa (de chicle) que vive con su familia, compuesta por papá, mamá, hermano pequeño y chimpancé (tampoco me lo estoy inventando, lo juro). Había un hermano mayor, Rex Racer, pero falleció en un accidente durante una carrera clandestina, marcando para siempre la vida del entonces niño Speed. También pululan por la casa de los Racer el mecánico de confianza de la familia y la novia de Speed (interpretada por una Christina Ricci que parece salida directamente del anime, con ese cabezón y esos ojos tan enormes).
El argumento arranca cuando un mega-millonario empresario de las carreras intenta fichar al prometedor Speed para que corra al amparo de su escudería, competitiva donde las haya. Speed deberá entonces decidir si abandona el equipo familiar y prostituye las enseñanzas de su padre o si decide quedarse donde está y buscar la esquiva gloria con los modestos medios a su alcance. Vale, qué bonito todo, yuju.
Lo realmente importante de la peli no es lo que cuenta, argumento previsible e infantiloide con la exaltación de la familia y la integridad personal como trasfondo, sino cómo lo cuenta. “Speed Racer” es un experimento de narrativa visual. Llegando mucho más lejos que las fallidas intentonas de “Sin City” (que se limitaba a reproducir en pantalla un lenguaje ajeno al cine, cagándola con todo el montante) o “300” (que pese a lo obviamente irreal de su apuesta visual se tomaba a sí misma tan en serio que provocaba la carcajada), “Speed Racer” se impone como la película que más rendimiento narrativo ha sacado (hasta la fecha) a la fusión entre realidad e infografía, no pretendiendo un resultado realista, sino todo lo contrario. Y su gran virtud, lo que consigue que su estética hortera y chirriante y que su guión melindroso y naif (a veces rayando la vergüenza ajena) no hagan tambalearse al conjunto, es lo sanamente que la película pasa de pretender un mínimo de seriedad, situándose en el terreno de la más absoluta desvergüenza. “Speed Racer” es una película ridícula que se sabe ridícula y que se ríe de ello (uno sale de dudas, si es que le quedaba alguna, en cuánto ve al vikingo afroamericano conduciendo un bólido con cadenas y mazas de pinchos acopladas).
Tengo además la certeza de que los Wachowsky han hecho la película que querían hacer y que se han quedado más que satisfechos con el resultado.
Personalmente yo paso de recomendársela a nadie, que seguro que luego me echarán la culpa de esos 6 € mal invertidos cuando podían haber ido a ver “Algo pasa en Las Vegas” o “Como locos a por el oro”, ambas materia fecal directa a los multicines que, no obstante, resultarán menos chocantes y más defendibles para una gran mayoría de espectadores.
No obstante, para quien tenga dudas sobre ir o no a verla, aquí va un pequeño incentivo: “Speed Racer” ofrece la posibilidad de ver a Matthew Fox embutido en el traje del misterioso Racer X, el piloto que más mola del mundo mundial. Sí, señoras y señores, Matthew “we-have-to-go-back” Fox. Todo dicho.
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