“Homo homini lupus”
Tito Macio Plauto
“Yo por mi hija
mato”
Belén Esteban Menéndez
Publicitada como “la
mejor película del año” según Quentin Tarantino,
la cinta israelí “Big Bad Wolves” llega a las carteleras
españolas siete meses después de su proyección en el Festival de
Sitges, y lo hace generando controversia entre la crítica
especializada y prometiendo emociones fuertes y una factura técnica
de altos vuelos. Su argumento sigue a Miki, un detective de
homicidios de métodos expeditivos convencido de que Dror, un
profesor de secundaria, es el responsable de los secuestros, torturas
y asesinatos de varias niñas. Apartado del cuerpo policial por sus
actuaciones irregulares, Miki decide saltarse todas las normas e
interrogar a Dror de forma extraprofesional.
Inesperadamente, el padre de la última niña asesinada entrará en
escena para tomarse la justicia por su mano y llevar los planes de
Miki aún más lejos de lo que éste habría podido imaginar.
La
sinopsis de “Big Bad Wolves” recuerda inevitablemente a títulos
como “Prisioneros” (el padre vengativo que secuestra al principal
sospechoso de la desaparición de su hija), “Hard Candy” (la
tortura a un supuesto pedófilo) e incluso “La caza” de Thomas
Vinterberg (el profesor acusado de pederastia que sufre el rechazo de
su entorno), pero la diferencia entre aquéllos y la película
escrita y dirigida a cuatro manos por Aharon Keshales y Navot
Papushado estriba en el tono. Mientras las primeras son ásperos
dramas con tintes de thriller (o violentos thrillers con su dosis de
drama), “Big Bad Wolves” tira de humor negro (negrísimo) para
orquestar una macarrada ultraviolenta de dudosa lectura moral.
Quizá
me esté volviendo viejo, no sé, pero a mí “Big Bad Wolves” me
ha parecido un chiste demasiado largo y sin pizca de gracia. Es
verdad que contiene algunos momentos inspirados en lo que respecta al
tratamiento de la imagen, pero en términos narrativos abusa en
exceso de la cámara lenta y se apoya demasiado en la (estupenda, eso sí)
banda sonora de Frank Ilfman. La dilatación de las escenas para
generar tensión entre los personajes en un recinto cerrado, recurso
muy apreciado por el citado Tarantino (véanse la escena de la
cantina en “Malditos bastardos” o la cena en Candyland en “Django desencadenado”), acaba volviéndose una excusa para justificar los
110 minutos de duración de una película que podría haberse
resuelto perfectamente como un mediometraje o un episodio de una
serie antológica de televisión al estilo “Alfred Hitchcock
presenta”. Tampoco ayuda, me temo, que me haya sido
imposible empatizar con ninguno de sus protagonistas. Ni
siquiera con el padre de la niña asesinada, que era quien más
papeletas tenía para ponerme de su parte: ni me gusta cómo está escrito el personaje ni me convence la forma en que lo aborda el actor que lo encarna, Tzahi Grad. Todos los caracteres que
pueblan “Big Bad Wolves” son, en mayor o menor medida, unos
psicópatas caricaturescos que sólo saben responder a la violencia con mucha más
violencia, reaccionando en ocasiones de forma poco creíble, dadas
las circunstancias en las que se encuentran.
No se me escapa cierta
intención social en el retrato de los prejuicios hacia la población musulmana, representada precisamente por el único personaje civilizado
del film. Supongo que ahí subyace una crítica hacia lo
desproporcionado de la respuesta (ya institucionalizada) de los
israelíes hacia la violencia; a cómo el luchar contra el
fuego con fuego se ha
convertido en parte de la idiosincrasia nacional. O quizás el
subjetivismo con el que cada espectador descifra una película esté
entrometiéndose en mi interpretación de la cinta, adaptándola a
los intereses de mi propia ideología.
Ni
siquiera estas consideraciones sociológicas pueden, no obstante,
salvar a “Big Bad Wolves” de mi quema particular. Sus
intenciones, hacer humor de lo macabro, son tan obvias que el
resultado final sólo admite dos opciones: o te ríes o te aburres.
Yo me he aburrido, pero tengo perfectamente claro que eso no tiene
tanto que ver con saber (o no) reírme de lo políticamente incorrecto (lo dice uno
que se parte con “La hermandad de la Biblia Perry”) como con el
hecho de que esta manifestación concreta de humor negro, simple en lo argumental y con un final bastante predecible, no me ha
parecido especialmente graciosa.
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