jueves, septiembre 18, 2014

Jailhouse rock

Tengo un cuelgue importante con “Orange is the new black”, la serie que emite en streaming Netflix, empresa californiana de difusión de contenidos audiovisuales en internet, y que en España puede verse a través de Canal + o, lógicamente, de tu página favorita de descargas o visionado online. Aprovechando mis vacaciones (en septiembre, cuando casi todos habéis vuelto ya al trabajo... si es que lo tenéis, que ya sabemos lo bien que está el tema), me estoy pegando un importante atracón con los 26 episodios emitidos hasta el momento, distribuidos en dos temporadas de 13 capítulos cada una.


Comencé a ver “Orange is the new black” por dos razones:

1) Para comprobar si la altísima calidad de “House of Cards”, la única serie de Netflix que había visto hasta la fecha, era algo casual o podíamos estar ante el ascenso de otra plataforma con capacidad para competir cualitativamente con HBO, AMC y (en menor medida) Showtime. Pero sobre todo porque

2) David Simon (a.k.a. El creador de la mejor serie de la historia de la TV y si no piensas igual es porque aún no has visto “The Wire”) dijo que "hay una serie ahora en Netflix llamada "Orange is the new black" que es genial. Es de Jenji Kohan y la verdad es que ella hace un trabajo genial, es muy inteligente". Y si lo dice David Simon hay que verla. Indeed.


Kohan, creadora de “Weeds”, se inspiró en la novela autobiográfica de Piper Kierman para narrar la historia de su homóloga catódica, Piper Chapman, prototipo de neoyorkina WASP de buena familia que acaba entre rejas, apenas unos meses antes de su boda con el bienintencionado y pusilánime Larry, como consecuencia de ciertas actividades ilegales cometidas durante una “época loca” al terminar la universidad: para sorpresa de su prometido y de las familias de ambos, Piper tuvo en su momento un apasionado romance lésbico con una narcotraficante para la que ejerció puntualmente de mula.


Posiblemente la trama relativa a Piper sea la más predecible y genérica en “Orange is the new black”. Quizás porque su personaje es un poco cargante al principio, con sus aires de Reese Witherspoon sabelotodo, o porque su familia y amigos, los que se han quedado fuera siguiendo con sus vidas, son una panda de gilipollas egoístas. Gente bastante normal, en realidad, pero que cae mal porque sus problemas son pura chuminada comparados con los de las reclusas de la penitenciaría de Litchfield. Que el episodio piloto no desanime a nadie: en cuanto la serie termina con las presentaciones preliminares y comienza a indagar en el funcionamiento interno de la prisión, el protagonismo se difumina y “Orange is the new black” se convierte en un divertidísimo fresco sobre el día a día en un centro correccional femenino.


La estructura narrativa de los capítulos, con flashbacks dedicados al pasado de las reclusas (al más puro estilo “Lost”), refuerza la sensación de coralidad y consigue que uno empatice rápidamente con las compañeras de presidio de Piper. Sus tragedias personales, que rara vez tienen una relación directa con el delito por el que cumplen condena, unidas a su inagotable voluntad para buscar la felicidad incluso tras las rejas, son el auténtico motor de la serie. El contrabando, la segregación racial, las relaciones sexuales entre convictas, la maternidad en prisión, las dinámicas de poder e incluso el culto religioso son algunos de los temas abordados por Kohan y sus guionistas; siempre desde un punto de vista humorístico, a veces kafkiano, aunque sin perder de vista la humanidad de sus personajes y el drama, muy serio, que representa su vida en presidio. Pero no sólo las reclusas son protagonistas de la acción: los carceleros, habitualmente más brutales y despóticos que las propias internas (pero “también personas”, como le gusta recordar al asistente de alcaide Caputo), son una parte fundamental de la ecuación que convierte a “Orange is the new black” en una mezcla tan exitosa.


Hay en ella un equilibrio muy delicado entre la risa y la emoción, entre el culebrón más adictivo y la sociología más ilustrativa, todo ello presentado de una forma muy amena y ligera que facilita que uno pueda ver dos o tres capítulos seguidos sin empacharse o sentirse fatigado, pese a que la serie proponga muchas ideas con bastante más enjundia de lo que inicialmente aparenta. Un equilibrio que hace de “Orange is the new black” una recomendación infalible para casi cualquier tipo de espectador... siempre que uno no tenga reparos en contemplar un par de escenas explícitamente lésbicas por capítulo o en saber a ciencia cierta que sus responsables son gente tirando a liberal, con muy poco aprecio por los fanatismos religiosos, la homofobia y el machismo más recalcitrante. Gente inteligente, la llamo yo.

3 comentarios:

Lansky dijo...

oh, dios, completamente de acuerdo con todas tus valoraciones: The Wire, House of cards, Orange is the new black o el genio de david Simon

Calcillas dijo...

Yo también le di un voto de confianza al creador de The Wire, y me parece que House of Cards es una de las series más logradas del último par de años, peeeero...
después de una buena primera temporada de Orange is the new black, con la segunda no he tenido la suficiente paciencia de terminarla. La serie decae hacia lo tópico y el sensacionalismo gratuito de una manera sonrojante.
Hay series que no deberían alargarse más de lo que da de sí la propia idea original (que pena de Homeland)

Jero Piñeiro dijo...

Lansky: poco que añadir a tu comentario, entonces, salvo agradecerte una vez más que me leas y comentes ;)

Calcillas: yo no he encontrado ese sensacionalismo que le achacas a la segunda temporada. Es cierto que se pierde el factor sorpresa de la primera, pero creo que la serie se vuelve más interesante al repartir el protagonismo entre las distintas reclusas, dejando a Piper y Alex en segundo plano. En lo que sí estoy muy de acuerdo es en que muchas series no deberían pasar de su primera temporada (me viene a la memoria el caso de "Prison Break"). Un saludo y gracias por comentar.