Hoy
es el día en que se pone oficialmente a la venta el séptimo disco
de estudio de Muse, titulado “Drones”. Pese a considerarme un fan
histórico del trío de Teignmouth, después del batacazo cualitativo
de su anterior largo, “The 2nd Law”, mis expectativas
eran moderadas: incluso entre sus más voluntariosos apologistas
existe la certeza de que Chris Wostenholme (bajo y coros), Dominic
Howard (percusión) y Matthew Bellamy (voz, guitarra, teclados y
megalomanía apocalíptica) lo tienen muy complicado para alcanzar
las cotas de brillantez de sus primeros trabajos, especialmente el
triplete que va de “Origin of Symmetry” (2001) a “Black Holes &
Revelations” (2006) pasando por “Absolution” (2003). De entre
todas las razones que podrían explicar la decadencia de la banda, el
éxito acomodaticio y la búsqueda de una mayor popularidad en
detrimento de la complejidad musical de sus primeros años me parecen
las más evidentes: de luchar por hacerse un hueco en la industria,
Muse ha pasado a llenar estadios en conciertos regados de pirotecnia
y espectáculo lumínico. Su base de seguidores ha mutado
considerablemente, y si al principio su perfil de rock alternativo
llamaba la atención de melómanos en la onda de Radiohead, Skunk
Anansie o The Smashing Pumpkins, en los últimos años han
asimilado también al fan de U2, Coldplay o Bon Jovi, colaborado en
la banda sonora de la saga cinematográfica “Crepúsculo” y
abrazado subgéneros tan coyunturales como el dubstep o la
electrónica de subidón-subidón. Lo que vulgarmente se
conoce como “se han vendido”.
Es
por ello que, aún asumiendo esa imposibilidad de entregar a estas
alturas su mejor disco, la primera escucha de “Drones” sorprende
muy positivamente. Más allá de su coartada conceptual, que presenta
a un hombre despechado que acaba sometido al lavado de cerebro de la
maquinaria militar, “Drones” tiene la enorme virtud de traernos
de vuelta a los Muse más guitarreros, menos preocupados por producir
singles que puedan sonar en las radios generalistas y más enfocados
a construir un disco escuchable de principio a fin sin que sintamos
la necesidad de saltarnos sus canciones más flojas.
“Drones” es un disco magro, sin temas de relleno más allá de un
par de breves interludios hablados que ni siquiera resultan
especialmente molestos (y eso que a mí este tipo de cortes, cuando
un disco me está gustando, siempre me parecen intromisiones
innecesarias).
El
álbum comienza con “Dead Inside”, uno de los adelantos ya
conocidos previamente y también una de esas canciones que han
llevado a tantos fans del sonido original de Muse a renegar de los
últimos trabajos de la banda. En la línea de “Undisclosed
Desires” y “Madness”, “Dead Inside” es un ejercicio de
tecno-pop que en su segunda mitad nos trae al Bellamy más Bono, tan
intenso y desgarrado él. Reconozco que a mí estos arranques pop de
Muse siempre me acaban gustando pese al inevitable arqueo de ceja del
primer contacto. Con las sucesivas escuchas “Dead Inside” se
vuelve no sólo pegadiza sino incluso viral, y de pronto uno se
descubre a sí mismo desgañitándose en la ducha, con el puño
apretado, cantando eso de “Don't leave me out in the cold /
Don't leave me out to die / I gave you everything / I can't give you
anymore” sin ser muy consciente de que, en realidad, los 80
terminaron hace décadas y nadie debería echarlos demasiado de
menos. No sé si entra en la categoría de guilty pleasure,
pero reconozco que “Dead Inside” me pone un montón.
El
primer interludio, un “Drill Sergeant” que remite inevitablemente
al brutal Sgt. Hartman de “La Chaqueta Metálica” de Kubrick, da
paso a otro de los cortes de “Drones” que ya habíamos podido
escuchar hace semanas. Se trata de “Psycho”, un tema rockero con
un riff pesado que recuerda por momentos a “Uprising”, pero
también al Marylin Manson de “The Beautiful People” en el “I'm
gonna make you / I'm gonna break you” que antecede al
estribillo. Sin ser una canción especialmente memorable, establece
bastante mejor que “Dead Inside” el tono general de “Drones”,
incluso aunque la siguiente pista vuelva a jugar al despiste.
“Mercy”
es, con toda probabilidad, uno de los cortes más comerciales que
Muse hayan compuesto nunca: una amalgama entre su propio “Starlight”,
el ritmillo contagioso del “Viva la Vida” de Coldplay y la
plegaria de voces superpuestas de Queen en “Save Me”. Resumiendo:
otro corte popero que crece con las escuchas, perfecto (una vez más)
para cantar a grito pelado con el puño en alto. O lo que es lo
mismo: carne de directo con explosiones de confetti y karaoke en las
pantallas gigantes del estadio de turno.
Lo
de “Reapers” es, desde luego, otra historia: una canción rápida
y agresiva, con absoluto protagonismo de la guitarra y un fuerte deje
a Rage Against the Machine. Bellamy saca a relucir su virtuosismo con
el mastil y las seis cuerdas y retoma el camino rockero de “Drones”
con esta oda al headbanging con destellos funk.
“The
Handler” es posiblemente la mejor del lote, hasta el punto de que
Howard y Wostenholme han afirmado en recientes entrevistas que es su
favorita del nuevo disco. Contiene todas las señas de identidad del
sonido clásico de Muse, con un potente riff de guitarra, una intensa
interpretación vocal (falsetto incluido), toques electrónicos y una
machacona línea de bajo. No habría desentonado en absoluto en la
segunda mitad de “The Resistance”, e incluso allí, al lado de
pedradas como “Unnatural Selection” o “MK Ultra”, habría
destacado notablemente.
El
segundo interludio, “JFK”, protagonizado por un discurso del
presidente Kennedy acerca de la libertad, da paso a “Defector”,
uno de los temas que más me desorientan de Drones. No es que no me
guste; es más, me parece una canción moderadamente buena, pero los
ecos de Pixies (pareciera que en cualquier momento Frank Black
soltará aquello de “With your feet on the air / And your head
on the ground”) y los coros estilo Queen (una vez más, y no
será la última) no terminan de casar tan bien como Bellamy
pretende. Aún así me parece un tema muy digno, y con las sucesivas
escuchas he ido apreciándolo cada vez más.
El
noveno corte del disco lleva por título “Revolt” y contiene el
estribillo más pegadizo de “Drones”. Es una melodía alegre, una
de las canciones más luminosas en la trayectoria de la banda, a la
que (esta vez sí) le sientan de maravilla los coros à la Queen. Al
igual que tantos otros buenos temas que con los años se han ido
quedando en la cuneta dentro de la discografía de Muse (pienso en
composiciones tan infravaloradas como “Exo Politics” o “Thoughts
of a Dying Atheist”), dudo que “Revolt” se convierta en un
clásico del grupo. Y sin embargo es, junto con “The Handler”,
uno de mis momentos preferidos del disco.
Le sigue “Aftermath”, un tema no apto para diabéticos. Lejos del sentimiento genuino del “Brothers in Arms” de Dire Straits y del “One” de U2, las canciones inolvidables en las que el líder de Muse parece haberse inspirado para componerlo, Bellamy vuelve a fracasar a la hora de abordar su ansiada Gran Balada. Le ocurrió ya en 2009 con “Guiding Light” y en 2012 con “Explorers”, y le vuelve a suceder en 2015 con “Aftermath”: el supuesto romanticismo deriva en cursilería y, aún con sus virtudes (que las tiene), el décimo corte de “Drones” acaba resultando el más prescindible del conjunto.
Por
suerte a continuación llega “The Globalist” para elevar
considerablemente la nota media y ofrecerle al fan nuevos motivos
para reconciliarse con estos últimos Muse. Presentada por la propia
banda como una segunda parte de “Citizen Erased”, una de las
joyas indiscutibles de “Origin of Symmetry”, “The Globalist”
ofrece en sus 11 minutos de duración una narrativa autocontenida
dentro del contexto global de “Drones”: la historia de un
dictador que termina por condenar a su país a un desastre nuclear.
En su desarrollo se pueden rastrear casi todas las facetas musicales
que Muse han ido cultivando a lo largo de los años: una introducción
con reminiscencias del spaghetti western de Ennio Morricone; un
segundo segmento progresivo, más tranquilo, que da paso a una
intensa progresión guitarrera, para finalmente desembocar en un
cierre al piano al estilo de “United States of Eurasia” (y, por
ende, muy Queen también; yo veo a Queen por todos lados). En su
ambición por construir una pieza total, Bellamy se revela una vez
más como un experto del pastiche, un Dr. Frankenstein del rock que
crea sus mejores obras (y también sus engendros más monstruosos)
con retales de otros cuerpos musicales. A quien le guste reconocer
estas influencias de otras bandas le parecerá estupendo que Muse
siga coleccionando referentes para agitarlos en su coctelera y sacar
nuevas permutaciones de sus propias filias en cada nuevo disco. A
quien le parezca un expolio (y no le faltará razón), le dará una
vez más vergüenza ajena comprobar cómo el trío británico sigue
apropiándose con descaro del sonido de otros: haters gonna hate y musers
gonna Muse.
El
duodécimo corte del álbum se enlaza con “The Globalist” sin
solución de continuidad, hasta el punto de que en una primera
escucha uno cree que la megalomaníaca pieza anterior todavía no ha
terminado. "Drones", el tema que comparte título con el LP, es una
coda a capela inspirada en una misa papal del siglo XVI, pero que a mí particularmente me recuerda
mucho al interludio coral de “The Prophet Song”, aquella
deliciosa marcianada que Freddie Mercury se marcó en medio del
pluscuamperfecto “A Night at the Opera”.
Es
un cierre de altura para un álbum notable en la discografía de
Muse, varios peldaños por debajo de sus mejores obras, pero sin
lugar a dudas mucho más honroso y disfrutable que “The 2nd Law”.
Puede sonar a consolación de fan incombustible, pero yo estoy
contento de que este “Drones” me haya devuelto la fe en el trío
de Teignmouth que ya le ha puesto banda sonora a la mitad de mi vida.
3 comentarios:
Pues me sorprende bastante la reseña. Todavía no he escuchado el nuevo disco, pero a juzgar por los ¿5? singles previos que he podido oír ya no es que espere poco, sino que ya no espero nada de estos Muse.
Como mucho algún corte salvable y gozoso como lo era el "Supremacy", y poco más. "Mercy" es de momento lo más pasable, pero suena a algo hecho a base de descartes de sus propias canciones (como cuando mezclabas de pequeño lo que sobraba de Coca-Cola y Fanta Naranja y te convencías a ti mismo de que aquello sabía bien).
Por muy fan que haya sido (de los que planeaban viajes y vacaciones para ver un concierto a cientos de kilómetros), ya no puedo defender esta deriva creativa. Igual cambio de opinión al escuchar el disco, aunque lo dudo.
No sé qué decirte, Tenenbaum. Si los adelantos no te han gustado, y teniendo en cuenta que son prácticamente la mitad del disco, te diría que lo escuchases únicamente para comprobar si del resto de temas puedes rescatar alguno que sí te haga tilín. Siendo un fan de la banda desde sus orígenes, creo que al menos deberías darle una oportunidad a "The Globalist" y "The Handler", que suenan a los Muse de "The Resistance". Pero no pretendo hacer una defensa a la desesperada de "Drones" ni nada parecido: entiendo que haya gente a la que Muse ya no les diga nada y que prefieran pasar de largo. A mí por momentos ("Dead Inside", "The Handler", "Revolt", "The Globalist") aún consiguen recordarme por qué fueron mi banda de cabecera de la pasada década, así que no pienso darlos por perdidos tan pronto...
Después de armarme de valor y paciencia me he dispuesto a escuchar esta última entrega de Muse. Coincido de lleno en todas tus apreciaciones excepto en dos cosas, una grande y una pequeña. La grande: el disco es un tostonazo, me parece aburridísimo, una versión limpita y comercial del hard rock para que suene en las emisoras de la SER. Se me hace insoportable. Peor incluso que el anterior, que, al menos, tenía algún tema divertido. No creo que Muse vuelvan a entregar nada que me interese nunca más en vista de que cada vez van más cuesta abajo a toda velocidad. La pequeña: vale que, probablemente, la improvisación de The Prophet's Song fue cosa de Freddie, pero el tema viene firmado exclusivamente por el (entonces) grandísimo Mr. Brian May, y ya sabes cómo eran de celosos con respecto a la autoría de cada número.
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