Quienes hayan seguido la
trayectoria de Hayao Miyazaki como animador, dibujante de manga y
director de cine ya sabrán, a estas alturas, que el patriarca del
estudio Ghibli es un apasionado de la aeronáutica. Desde el
planeador de la princesa Nausicaä en el tebeo que lleva su nombre
hasta el Savoia S-21 de Marco Pagot en “Porco Rosso”, pasando por
los recurrentes artefactos steampunk que inundaban los
capítulos de “Sherlock Holmes” (“único y genial”),
la imaginación de Miyazaki ha estado habitualmente propulsada por el
amor a la tecnología que permite al hombre (o al cerdo) volar.
Ahora el maestro se
despide del cine con “El viento se levanta”, biopic de Jiro
Horikoshi, el ingeniero que diseñó el caza insignia del Servicio
Aéreo de la Armada Imperial Japonesa durante la II Guerra Mundial.
El adiós de Miyazaki suena a dejà vu, pues el padre de
Totoro y de la princesa Mononoke ya había amenazado con retirarse
del mundo de la animación en anteriores ocasiones, aunque el anuncio
oficial realizado tras la presentación de “El viento se levanta”
en el último Festival de Venecia parece tristemente definitivo.
Su nuevo film no sólo
narra la vida de Jiro desde su infancia, cuando sus sueños de ser
piloto comienzan a truncarse debido a sus problemas de vista, hasta
el momento en que culmina su obra maestra, el avión Zero-sen con el
que Japón combatió a las Fuerzas Aliadas en enclaves como Pearl
Harbor o el Mar de Coral; también es el fresco de una época de
grandes cambios para el país del sol naciente. La juventud de Jiro
está marcada por el terremoto de Kanto en 1923, por la Gran
Depresión, la epidemia de tuberculosis o el clima de represión
política imperante durante la alianza del Imperio nipón con el
gobierno alemán de Adolf Hitler. Pero, por encima de todo, “El
viento se levanta” es un drama romántico de gran sensibilidad
lírica.
Tal vez suene a
perogullada, dada la trayectoria previa de Miyazaki, pero uno
no puede sino quedarse boquiabierto ante la belleza plástica de cada
plano proyectado en pantalla durante la película. El detallismo con
el que se recrea el Japón de entreguerras sólo se ve superado por
la magnificencia de los escenarios naturales (bosques, ríos y, sobre
todo, cielos) que siempre han subrayado el sentir ecologista del
estudio Ghibli. El aspecto visual del film es arrebatador y su
prodigiosa técnica de animación concede la misma atención tanto a
los grandes gestos, como el épico despegue de un hidroavión de
dimensiones descomunales, como a los pequeños, como el ademán de un
hombre cansado que enciende un cigarrillo tras una larga noche de
trabajo ante su mesa de dibujo. La elegancia narrativa de Miyazaki se
manifiesta en numerosos recursos visuales que traducen las emociones
de Jiro al terreno de lo onírico. Su deliciosa banda sonora, apoyada en el sonido de las mandolinas, evoca la nostalgia de tiempos pasados y el romanticismo de los grandes amores trágicos. “El viento se levanta” es, en
resumidas cuentas, una maravilla técnica.
Es un pena, por tanto,
que su ritmo excesivamente contemplativo y, sobre todo, su desmedida
duración (126 minutos que podrían perfectamente haber sido 100)
terminen por adormecer al espectador (a mí, al menos) en sus
compases finales. Como el dolor o la audición, también la belleza
tiene un umbral, y una exposición prolongada al más hermoso de los
estímulos puede acabar por insensibilizar al sujeto paciente. Lo
cual me recuerda a aquella larguísima tarde que pasé recorriendo
los pasillos del Louvre en diciembre de 2005, pasando del síndrome
de Stendhal al de Asperger en algo menos de cuatro horas.
Los defensores más
apasionados de Miyazaki encontrarán en “El viento se levanta” un
nuevo motivo para alabar al maestro del anime,
subrayando además la importancia del film como cierre a una
trayectoria cinematográfica de altura. Yo, que he disfrutado más
con algunas de sus películas que con otras, reconozco en esta cinta
muchos de los valores que han hecho de Miyazaki uno de los
realizadores más venerados de los últimos 30 años en el campo de
la animación, pero no puedo evitar sentir que “El viento se
levanta” está un par de peldaños por debajo de sus films más
redondos, e incluso de otros títulos del estudio Ghibli que no están necesariamente dirigidos por él.
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