
Ambas películas pueden considerarse “cine de autor”. Tanto Iñarritu como Eastwood mantienen sus respectivos sellos personales, desde el acabado visual (no en vano el primero repite con su director de fotografía habitual desde “Amores perros”, Rodrigo Prieto, y el segundo hace lo propio con Tom Stern, con quien ha colaborado en todas sus películas desde “Deuda de sangre”) hasta la banda sonora (tenemos igualmente por el lado mejicano al espléndido Gustavo Santaolalla y por el gringo al propio Eastwood con otra de sus minimalistas e intercambiables composiciones), pasando por su particular sentido del ritmo y del montaje (más experimental y errático el primero, sobrio y milimétrico el segundo).

No terminan aquí las coincidencias. Ambos films emplean una premisa de ultratumba para hablar sobre este lado del velo de la muerte. Sobre los vivos, quiero decir. Que nadie se espere ni de una ni de otra un thriller de espanto plagado de golpes de efecto perfectos para que la parienta se le eche a uno a los brazos. Esto no es “Los otros” ni “El sexto sentido” (nada que objetar a ninguna de las dos, por otro lado). “Biutiful” y “Más allá de la vida” son dramas de personajes que emplean el recurso sobrenatural como punto de partida (en la cinta de Eastwood) o como enriquecedor añadido a la trama (en el caso del film de Iñarritu), pero que centran sus esfuerzos narrativos en asuntos tan terrenales como la culpa, la pérdida, la paternidad o las relaciones de pareja.

Pese a todo lo anterior, no conviene llevarse a engaño: “Biutiful” y “Más allá de la vida” no podrían ser, en retrospectiva, películas más diferentes. Cada una parte de un enfoque radicalmente distinto y es precisamente a causa de sus irreconciliables planteamientos que ambas comparten una última similitud: las dos son cintas tan interesantes como tristemente fallidas.

“Biutiful” pone al espectador en el pellejo de Uxbal: médium, padre de dos hijos en una desangelada Barcelona (que se parece más a Ciudad Juárez que a la urbe luminosa y llena de vida que conocí hace unos años), separado de una esquizofrénica politoxicómana, intermediario en una red de explotación a inmigrantes ilegales y, por si aún quedaba sitio para algo más, enfermo terminal de cáncer. Su trayectoria vital, defendida ante la cámara por un Javier Bardem que roza en todo momento la perfección interpretativa (sin caer en patriotismos infantiles: su nominación como mejor actor me parece absolutamente merecida), es tan rocambolesca y gratuitamente trágica que uno termina por asumir que Iñarritu (quien firma el guión sin la ayuda de su hasta entonces inseparable Guillermo Arriaga) sólo sabe conmover a golpe de sordidez, cayendo en la más pura y destilada pornografía de la miseria humana. Si uno consigue tragarse tamaño pastel de desgracias es precisamente porque la cinta es formalmente impecable y porque Bardem ofrece un recital digno de todo elogio. Pero, desnuda de los habituales artificios narrativos del mejicano (esa fragmentación de las tramas que escondía las carencias de sus tres films precedentes), “Biutiful” se revela pretenciosa, tremendista y facilona.

“Más allá de la vida” peca exactamente de lo contrario. Estructurada en tres líneas argumentales que discurren en paralelo, la cinta presenta a una reputada periodista francesa (una Cécile de France tan naturalmente bella como la descubrí en la descacharrante “Una casa de locos”) que sufre una experiencia próxima a la muerte durante el tsunami de Indonesia; un niño de los suburbios londinenses que pierde a su hermano gemelo en un accidente de tráfico (ambos interpretados alternativamente y con solvencia por los actores infantiles Frankie y George McLaren), y un médium (Matt Damon, siempre contenido y cumplidor) que reniega de sus habilidades paranormales puesto que éstas le impiden llevar una vida social normal, sobre todo en lo que se refiere al trato con el sexo opuesto (representado en su historia por una embelesadora Bryce Dallas Howard). Las tres tramas están expuestas con una claridad meridiana (no sin razón se dice habitualmente que Eastwood es el último director clásico norteamericano) y poseen un arranque prometedor (la escena de la ola gigante está maravillosamente resuelta desde el punto de vista técnico), pero a medida que el metraje avanza todo se torna excesivamente predecible y adquiere unos tintes dickensianos (el personaje de Matt Damon es fan declarado del escritor del celebérrimo “Cuento de Navidad”) que la llevan a despeñarse por el barranco del buenrollismo y de la felicidad cinematográfica más inverosímil. El inserto del último minuto casi consigue ruborizarme de vergüenza ajena. Palabra.

Lo cual es una auténtica pena, porque al igual que “Biutiful”, “Más allá de la vida” posee puntuales momentos de gran cine y de poderosa conexión con las emociones del espectador (hablo sólo por mí, claro: no me hago cargo de lo que pueda pensar al respecto el desalmado de turno). Tal vez por tener como objetivo a cierto tipo de público y por responder indudablemente a la vocación última de sus autores, ambas terminan por perderse en el exceso: la primera se regodea en la amargura y la segunda en el almíbar. Quizás en un término medio entre ambas se hallase el justo equilibrio de la película imperecedera.
La vida real, al fin y al cabo, posee un característico sabor agridulce.