lunes, agosto 29, 2011

Recomendaciones unisex: "Cien años de soledad"

Existe en el Abismo desde hace un tiempo una sección denominada “recomendaciones femeninas” en la que un servidor reseña los libros que las mujeres importantes de su vida le han aconsejado leer. No es que pretenda menospreciar las recomendaciones literarias hechas por varones; nada más lejos de la realidad. Lo que sucede es que sólo conozco a dos portadores del par cromosómico XY que me recomienden habitualmente lecturas, siendo éstos mi hermano J. (mayúscula) y mi buen amigo Lync. Comprenderéis que edificar un epígrafe bloguero sobre los gustos de dos únicos fulanos, por mucho que los quiera el abajo firmante, carecería de sentido más allá de la primera dupla de entradas. Para eso lo mejor sería que ellos mismos inaugurasen sus propias bitácoras (ojalá) y allí se quedasen a gusto desbarrando sobre sus descubrimientos literarios. Teniendo esto en cuenta, lo más lógico habría sido conservar en esta entrada el antetítulo “recomendaciones femeninas” con el X romano testificando que llevo ya una decena de libros leídos (desde que existe este blog, claro) por influencia de mis damas favoritas. Sin embargo, fue tanta la insistencia de mi compadrito Lync para que acometiese la lectura de “Cien años de soledad” como efusiva y reiterativa la glosa de sus bondades por parte de mi inseparable Eva, y situar la influencia de la una por encima del otro a la hora de justificar mi reseña de la novela de Gabriel García Márquez me parecía poco menos que un maleducado desplante. De ahí ese feo palabro, “unisex”, que le resta charme al título de esta entrada y que sin embargo se antoja más honesto y agradecido de lo que jamás habría sido su alternativa, “femeninas”.

Aclarado esto, entremos en materia:


“Cien años de soledad” cuenta la historia de Macondo, ficticia localidad caribeña donde Gabo ya situase en su momento los acontecimientos relatados en su novelita “La hojarasca”. Se trata de un pueblo imaginario no sólo por su condición irreal, sino también por lo fantástico (lo imaginativo) de cuanto allí acontece. Inspiración directa (no sé si confesa, pero sí perfectamente reconocible) del “Palomar” tebeístico de Beto Hernández, no es extraño encontrar en las casas y las calles de Macondo toda suerte de fenómenos paranormales que discurren, sin embargo, con la más campechana cotidianidad: fantasmas, maldiciones, profecías y plagas de proporciones bíblicas no suscitan más asombro entre los lugareños que la música producida por una pianola o la simple visión de un pedazo de hielo.

Al mismo tiempo y de forma inseparable, “Cien años de soledad” es también el desglose de una genealogía íntimamente ligada a la historia del municipio. A caballo entre la hagiografía y el esperpento, Gabo despliega durante más de 400 páginas las desventuras del clan fundado por José Arcadio Buendía (aventurero, inventor y soñador porfiado) y Úrsula Iguarán (columna vertebral de una familia que, más allá de los machistas usos y costumbres de la época, se revela desde sus orígenes como una velada ginecocracia). Durante un siglo, los Buendía nacen, crecen, se reproduce y mueren. Aman mucho, también, condenados a un destino circular en el que caben desde la guerra interminable hasta la irreverente santidad, desde la inocencia sublimada hasta el odio más puro y destilado.

A este mejunje de lo íntimo con lo fantástico, de lo veraz con lo soñado, lo denominan los críticos literarios “realismo mágico” y a mí es un término que, puesto en la misma frase que el nombre de Gabo (miradlo en la foto de aquí abajo, con esa sonrisa de ternura y esa mirada que parece decirnos "sé más sobre la vida que tú, pero sólo se me permite confesarte que es hermosa"), me sulibeya profundamente (que diría Carlos Mejía Godoy).


García Márquez, al igual que su gitano Melquíades, hace de las palabras alquimia y de cada capítulo una pequeña piedra filosofal. No sólo porque parezca estar poseído por el verbo mismo (el gramatical, no el religioso), habiendo abrazado el idioma o habiendo sido abrazado por él en una simbiosis que ríete tú de la anémona de mar y el cangrejo ermitaño. No sólo, también, porque los personajes resulten siempre próximos incluso en el disgusto; humanos a pesar de su naturaleza casi animal; familiares, en suma, pese a no compartir nuestras raíces ni apellidos. Sino porque a todo ello hay que añadirle además una capacidad única y milagrosa para verter un número incalculable de ideas por página. No bagatelas de vulgar juntaletras, sino conceptos rotundos y elevados. A veces ingeniosos chascarrillos, otras máximas vitales y en ocasiones incluso deliciosos guiños a Carlos Fuentes, Alejo Carpentier o Julio Cortázar (no os podéis imaginar el vuelco que me dio el corazón al encontrar el nombre de Rocamadour oculto entre tanto Aureliano y tanta Amaranta). Hay en cada párrafo, en cada oración de “Cien años de soledad” al menos una gota de filosofía o de sentimiento, como cuando el narrador constata que “en cierta ocasión en que el padre Nicanor llevó al castaño un tablero y una caja de fichas para invitarlo a jugar a las damas, José Arcadio Buendía no aceptó, según dijo, porque nunca pudo entender el sentido de una contienda entre dos adversarios que estaban de acuerdo en los principios”; o cuando otro de los personajes de la obra, un erudito librero catalán, afirma que “el mundo habrá acabado de joderse el día en que los hombres viajen en primera clase y la literatura en el vagón de carga”. No son ejemplos meticulosamente escogidos, lo prometo, sino simples fragmentos tomados al azar de entre los miles de valiosos renglones que nutren esta obra maestra.

Obra maestra, sí. Esa palabrota que lees y oyes a diario sobre casi todo y desde casi cualquier púlpito. Cinco sílabas que parecen ya una fórmula rutinaria para ensalzar el artículo de turno, ya sea el disco de moda o la última película del realizador del momento. Yo las tengo guardadas en lo profundo del arcón de donde extraigo las palabras con que siembro el Abismo cada vez que me siento frente al teclado. Procuro mantenerlas siempre a buen recaudo, asumiendo no obstante que su uso no volverá a ser necesario, como esas mangueras de emergencia intocables tras la vitrina que reza “rómpase en caso de incendio”. Pero a veces, contra todo pronóstico, el edificio se quema hasta los cimientos.

Así pues: gracias, Lync; gracias, Eva. Por este fuego inextinguible; este diamante literario. Y también por todo lo demás.

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Un últime apunte: además de la propia novela, recomiendo encarecidamente interiorizar el discurso que Gabo ofreció el día de 1982 en que fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Podéis leerlo al completo haciendo click AQUÍ o escucharlo de su propia voz en dos enlaces de YouTube (1 y 2).

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Me alegra leer esta critica, todo se queda corto a un libro tan bueno. Lync

Jero Piñeiro dijo...

Podría haberme pasado meses redactando una entrada que intentase estar a la altura y aún así hubiera fracasado. Libro que hay que leer, y punto pelota. Un abrazo!

La Manzana de Eva dijo...

Uno no vuelve a ser el mismo después de leerlo...
Me han entrado unas ganas locas de volver a leerlo...!
¡Gracias Jerichín! ¡Una crítica maravillosa!!!

Jero Piñeiro dijo...

¡Esperaba tu comentario, pekecha! Creo que al final me puse un poco cursi, jeje, pero me alegro de que te haya gustado la reseña :D Por cierto, ya tengo en mis manos "El túnel" de Sabato...

Anónimo dijo...

Uuuh! te va a encantar!! :) otro de mis libros de cabecera!! :) ya me contarás!!!
Evi

Jero Piñeiro dijo...

Tengo otro libro bastante largo y correoso por delante, así que aún tardaré un tiempo en ponerme con "El túnel", pero no te quepa la menor duda de que serás la primera en conocer mis impresiones sobre el libro de Sabato ;)