sábado, octubre 17, 2009

Poesía y sinestesia

La poesía no es un atributo exclusivo de las palabras. Todos conocemos fotografías, cuadros o escenas de una película plenas de sentimiento poético. También hay tebeos cargados de lirismo, ya sea por el tema que abordan o por la forma en que lo tratan.

“La línea de fuga”, del guionista (aunque habitualmente dibujante) Christophe Dabitch (nacido y residente en mi añorada Bordeaux) y el dibujante Benjamín Flao, es un hermoso homenaje a la figura del poeta Arthur Rimbaud desde el punto de vista de un grupo de sus incondicionales, los decadentistas parisinos del finales del siglo XIX.


El protagonista de la historia es Adrien, aspirante a poeta que, contra su voluntad y por la insistencia del editor de la revista “El decadente”, se convierte en plagiador de su admirado Rimbaud con el fin de publicar una suerte de falsos versos apócrifos que generarán controversia en el ambiente literario de la capital francesa.

Presionado por la opinión pública, el jefe de la revista enviará a Adrien en la búsqueda del auténtico Rimbaud, desaparecido tiempo atrás, con el fin de convencerle para que retome su labor literaria (y de que lo haga, por supuesto, para las páginas de “El decadente”). El viaje en el que se embarcará Adrien supondrá una oportunidad de conocerse a sí mismo, afrontar sus inseguridades y replantearse sus aspiraciones vitales.



“La línea de fuga” no es sólo un estupendo vehículo para adentrarse en la figura de Rimbaud (para mí, auténtico desconocedor de su obra, lo ha sido), sino un tebeo con entidad propia que, más allá de recurrir a la poesía escrita para alimentar el espíritu del lector, tiene en el arte de Flao una de sus más destacadas virtudes. El francés pone su trazo ágil y naturalista y el magnífico color de sus acuarelas al servicio del guión, realzando la belleza de sus parajes y retratando con frescura y encanto los ambientes, personajes y situaciones que Adrien se irá encontrando en su periplo. Narrativamente, además, conseguirá plasmar con gran acierto no sólo las escenas cotidianas, sino también los momentos oníricos donde la imagen adquiere mayor relevancia aún sobre la palabra.

Se trata, en resumidas cuentas, de un tebeo totalmente recomendable que, además, Norma Editorial edita con mimo (aunque el tamaño sea inferior al del álbum europeo estándar).



Sin embargo, la lectura de “La línea de fuga” ha quedado ligeramente eclipsada por el descubrimiento, en las mismas fechas, de otra obra que me ha enamorado arrebatadamente desde el instante en que un servidor posó sus ojos sobre su primera página. Se trata de “El gusto del cloro”, del jovencísimo autor galo Bastien Vivès (nacido, leo sorprendido y verde de envidia, en 1984).


La historia nos presenta a un chaval que, obligado por su fisioterapeuta, comienza a acudir regularmente a la piscina para combatir la escoliosis que sufre su espalda. Aunque en principio esta sesión semanal de natación le resultará un engorro, con el tiempo irá convirtiéndose no sólo en una afición placentera, sino en una excusa perfecta para encontrarse con la misteriosa nadadora que ha capturado toda su atención.



Aunque “El gusto del cloro” tiene más páginas que palabras, su ritmo milimetrado y su capacidad sinestésica le transportan a uno a ese escenario y esa relación entre nadadores sin nombre que se escribe con gestos, miradas y patadas de croll. Mientras lee, uno realmente cree estar sintiendo el tacto del agua alrededor de su cuerpo, el olor a piscina en sus narinas y el gusto del cloro en su boca. El dibujo de Vivès, aparentemente sencillo y de gran fluidez, contiene una energía y una capacidad evocadora sorprendentes. Su selección de planos, su sorprendente uso del color (con fines narrativos) y su acertadísima descompresión de la acción (a veces cercana al story-board) revelan a un fabuloso contador de historias, capaz de imprimir a la narración con imágenes todos los matices que el argumento no puede verbalizar.



De todo ello se deduce que “El gusto del cloro” (publicado en nuestro país por Diábolo Ediciones) es no sólo una de las grandes sorpresas viñeteras de los últimos meses, sino también un auténtico ejemplo de poesía en imágenes. Y es que, al igual que ocurría en la celebrada película de Sofia Coppola “Lost in translation” y parafraseando una letra de mis admirados Vetusta Morla, “las palabras que no existen nos pueden salvar”.

En definitiva: un gusto para (todos) los sentidos.

2 comentarios:

entre líneas dijo...

por fin me he hecho con él!! ...que estés tan lejos está haciendo que mi vida se resienta en muchos aspectos, mis divagaciones surrealistas no tienen una audiencia tan buena como la de tus dos oídos y tu espléndido talante que me aguanta con comprensión y una sonrisa ...o dos!...ahora es el chico de la tienda quien me habla de comics :D (ha añadido a mi lista pendiente "Rebétiko")

ME HE ENAMORADO DE LOS SILENCIOS ...y ahora tengo un problema, porque las palabras me van a resultar casi innecesarias.

Veo a Coppola y su "Lost in Traslation", veo a Vetusta y sus "palabras que no existen" y subo a Walle y sus fantásticos 45 minutos sin diálogos.

Jero Piñeiro dijo...

Pues nada, ahora a leerte "En mis ojos", que es casi tan bueno como "El gusto del cloro". O sin el "casi", no sé.

"Rebétiko" también está en mi lista de lecturas pendientes. Este mes ando un poco pobretón, pero más adelante espero hacerme con él.

Y gracias por todo eso que dices de mí y de mi talante, jejeje... A ver si nos vemos pronto, aquí o allí o donde sea ;)