sábado, octubre 31, 2009

La pérdida y el recuerdo

Mientras me ponía al día con mis lecturas pendientes (literarias, se entiende, que no sólo de viñetas vive el hombre), mi amigo Link llamó a mi puerta (bueno, creo que la escena se produjo en una acera de Gran Vía, pero para el caso es lo mismo) con un libro bajo el brazo. Para mí, quiero decir. Se titulaba "El mar" y lo firmaba John Banville, escritor al que desconocía totalmente, pero que al parecer goza de bastante prestigio en su Irlanda natal. De hecho, es frecuentemente comparado con Nabokov (que ya sé que no es irlandés, pero eso no viene al caso). Teniendo en cuenta que las recomendaciones literarias de Link son para mí palabra de Dios (te alabamos Señor), dejé a un lado lo que estaba leyendo (nada importante, seguro) y me tiré de cabeza al mar de Banville.

Como yo no he leído nunca a Nabokov (ignorante como soy), no puedo desmentir o confirmar el halago que antes comentaba, pero lo que sí estoy en condiciones de afirmar es que Banville escribe con una precisión y una riqueza léxica apabullante, consiguiendo constantemente que uno tenga la certeza de que tal o cual frase por él escrita no podría haberse expresado de una manera más conveniente/contundente/perfecta. Cada término empleado en "El mar", ya sea la más común de las palabras o la más rebuscada denominación, parece haber sido escrutado exhaustivamente, como si hubiese pasado el más estricto control de calidad literaria antes de quedar definitivamente ubicado entre los vocablos inmediatamente anterior y posterior. A poco que algo se cambiase en la obra (una coma, una palabra sustituida por un sinónimo frecuente), el conjuro de Banville dejaría de tener efecto.


Se deduce de ello que "El mar" es, ante todo, una obra formalmente remarcable. Tanto, que requiere de una lectura lenta y degustativa, sin preocuparse por avanzar en la trama (o en el número de páginas leídas), saboreando cada párrafo, cada pequeña y certera reflexión que su protagonista, Max Morden, deja caer desde su particular ejercicio de memorística. Porque "El mar", básicamente, habla sobre la pérdida y el recuerdo.

Max ha perdido a su mujer (no, no la ha perdido: el cáncer se la ha arrebatado) y, desconsolado, solo y desubicado en lo poco que le queda de vida (poco en cantidad, no en tiempo), decide acudir a uno de los lugares de su infancia (un pequeño pueblo costero donde conoció a su primer amor) y allí dejarse mecer por los recuerdos e intentar comprender. Comprender algo, lo que sea, entre tanta oscuridad.


"El mar" no es una novela pensada para quienes busquen un argumento vibrante o una obra de evasión. En absoluto. Lo que sí ofrece es un retrato crudo y descarnado de una persona y sus sentimientos (aunque a veces sean horrendos, aunque a veces sean hermosos), de lo que supone adentrarse en el nebuloso terreno de los recuerdos (tanto los reales como los reinventados) y del inmenso vacío que conlleva la pérdida del amor de una vida: un sentimiento egoísta, imposible de racionalizar, que convierte a un hombre en un fantasma de sí mismo, arrastrado por una marea contra la que no se puede luchar (o tal vez sí, pero no ganar) y cuyo destino son las profundidades abisales del alma.

O sea, que tampoco es un libro precisamente alegre. Pero, con lo bien escrito que está, no es que eso importe demasiado.

2 comentarios:

Ѕilυiα dijo...

Lo apunto para leérmelo pero más adelante, que ahora mismo necesito cosas y libros alegres.

Jero Piñeiro dijo...

En ese caso mejor déjalo para cuando estés más animada...