sábado, diciembre 16, 2006

A dos metros bajo tierra

Aunque unos días tarde, yo también me despido: que arda usted bien, grandísimo hijo de puta...


(Conste que es más bien una decepción que otra cosa, porque al final el cabrón se fue de rositas y no pagó por todas las brutalidades que cometió a lo largo de su vida... Me parece un insulto hacia la vida que este señor haya muerto en la cama de su casa, rodeado de médicos y enfermeras, y no en una fría prisión llena de ratas, sufriendo acoso sexual en las duchas a diario y sin morfina para paliar el dolor de sus últimos estertores...)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo.

Una muestra de que muchas veces aunque bien intencionado, el sistema es inútil frente a calaña de este calibre

Un abrazo jugón!

Anónimo dijo...

Ojalá el infierno exista para que en él ardan ese tipo de gente