He'd
like to come and meet us
But he
thinks he'd blow our minds
(...)”
(“Starman”. De David Bowie, por supuesto)
Estoy enamorado de los super-héroes. Del mismo modo en que, por ejemplo,
amo a las mujeres. Soy consciente de que si hay un género en el
mundo del comic que puede hacerme feliz al 100%, darme exactamente
eso que siempre estoy buscando como lector, ése es el de los
super-héroes. Lo sé de la misma manera en que también asumo que
sólo una mujer puede completar el espacio que mi corazón tiene
reservado para el amor. Sin embargo, en la vida hay temporadas en
que, por mucho que la inclinación que uno siente hacia las mujeres,
de forma genérica, siga siendo indiscutible, no se encuentra a esa
mujer en concreto, ésa y no otra, a la que amar. No tiene por qué
ser algo necesariamente malo: tengo la convicción absoluta de que
siempre se está mejor solo que mal acompañado. En lo que se
refiere a los tebeos, lamento decir que me ocurre cada vez más a
menudo y durante mayores lapsos de tiempo: los super-héroes no me
enamoran. Sé lo que siento por el género, pero ninguna de sus más recientes concreciones consigue sublimar esa predisposición, llevarla a sus
últimas consecuencias.
Y justo entonces, cuando empiezas a imaginarte el resto de tu vida como una canción de los Righteous Brothers, se enciende una chispa en el cielo. Una estrella te guiña
un ojo. Y te enamoras una vez más.
Antes de nada, conviene
aclarar que “Starman”, la serie de DC Comics creada por James
Robinson (“La Edad de Oro”, “JSA”) y Tony Harris (“Ex Machina”), no es un tebeo estrictamente actual. Se publicó en
EE.UU. en 81 números y unos cuantos especiales y spin-offs
entre octubre de 1994 y agosto de 2001, y desde entonces hubo un par de intentos por
parte de editoriales autóctonas (Zinco en primer lugar y Dolmen unos
años después) de editarla en España, pero no fue hasta que Planeta
de Agostini se hizo con los derechos de DC Comics para nuestro país
(derechos que, por cierto, ya ha perdido en favor de ECC) que muchos
pudimos leer la serie en su totalidad. Esta primera edición integral
española, publicada de forma bimestral a lo largo de 2011, consta de
seis voluminosos tomos que responden a cada uno de los omnibus de la
última reedición norteamericana.
El
concepto de Starman, no obstante, es bastante anterior. El personaje tuvo su
primera encarnación, el astrofísico Ted Knight, en 1941. Desde
entonces muchos personajes han utilizado la energía de las estrellas
y el alias de Starman para enfrentarse al crimen. En el relanzamiento
orquestado por Robinson y Harris el protagonista es Jack Knight, el
díscolo hijo menor de Ted y un coleccionista compulsivo de
memorabilia que siempre ha renegado del heroico legado familiar. Sin
embargo, cuando su hermano David, último en el linaje de los Starman
que defienden Opal City, sea asesinado por el anciano archienemigo de
su padre, Jack se verá forzado a recoger el testigo (literalmente,
el cetro cósmico de Starman) y a emprender una dubitativa carrera
como super-héroe. El amateurismo de Jack, sumado a la tensa relación
que le une a su padre (casi tan tensa como la que lo vinculaba a su
hermano David), será el punto de partida que James Robinson
utilizará para llevar a cabo una profunda investigación sobre la
mitología del universo DC a través de uno de sus conceptos más
recurrentes: la herencia super-heroica.
Varias
evidencias asaltan al lector mientras se enfrenta a los miles de
páginas que componen este “Starman”. En primer lugar, el
enciclopédico conocimiento de su guionista sobre la continuidad del
universo en que se mueven sus personajes. Docenas de héroes y
villanos de DC se pasean por las viñetas de la colección generando
la sensación de una interconexión real entre todos los recovecos
del mundo fictico que habitan.
También
resulta bastante obvia la voluntad de seguir las enseñanzas de
quienes mejor (en términos cualitativos) han retratado ese universo antes que Robinson: Starman
transpira reverencia hacia la “Doom Patrol” de Grant Morrison,
“La Cosa del Pantano” de Alan Moore y “The Sandman” de Neil
Gaiman. Desde pequeños guiños estilísticos hasta importantes ecos
en la estructura central del relato, Robinson reconoce sin rubor la
influencia capital de aquéllos que lo precedieron. Toda la saga “Las
estrellas, mi destino”, por ejemplo, remite directamente al exilio
espacial al que Moore condenó temporalmente al elemental vegetal
anteriormente conocido como Alec Holland.
Otra de
las señas de identidad de “Starman” es la progresiva evolución
del sujeto protagonista de la colección. Partiendo de las vivencias
de Jack Knight, a lo largo de los números Robinson consigue dotar a
la cabecera de un marcado protagonismo coral. Los personajes
secundarios que se arremolinan en torno al actual Starman acaban
siendo, a la postre, tan importantes como él. El azulado alienígena
Mikaal, el clan policial de los O'Dare, la encarnación más amable
de Solomon Grundy o el villano reinsertado en la sociedad Bobo
Benetti desarrollan sus propias tramas en paralelo a la evolución
personal de Jack, y su influencia en el devenir de los
acontecimientos resulta tan relevante como la del supuesto
protagonista principal. Y luego está Shade (nada que ver con el
hombre cambiante creado por Steve Ditko y maravillosamente re-inventado por
Peter Milligan para el sello Vertigo): Shade el inmortal. Shade el
¿héroe? ¿villano? Shade el amigo de Oscar Wilde. Shade el cómplice
de Howard Hughes. Shade el bastardo británico más carismático del
universo DC, el secundario que hace suya la serie en cada aparición,
el Omar Little de Opal City. Ese Shade.
Y,
finalmente, la propia Opal. Como si fuera un personaje más, la
ciudad imaginaria se revela como la niña bonita de James Robinson en
“Starman”. Más aún que Metropolis en el micro-universo de
Superman o Keystone City en el de Flash, tanto o más que Gotham en
las desventuras del hombre murciélago, Opal es algo vivo. Una
entidad urbana con alma propia, con idiosincrasia. El lector recorre
sus calles junto a Jack y su historia junto a Shade, y termina
amándola tanto como ellos. En cierto modo, Opal es el Macondo de
DC, la familia Knight es su clan Buendía y el “Starman” de Robinson
y Harris es su “Cien años de soledad”.
Pero no
todo es perfecto en “Starman”, me temo. De hecho, ésta es una
serie plagada de imperfecciones. La ¿inevitable? irregularidad en el
interés de las tramas es una de ellas. El baile de dibujantes, como
viene siendo habitual en las series mainstream de largo recorrido,
otra: Tony Harris abandona la colección en el número 45 por
diferencias creativas y su sustituto definitivo, Peter Snejbjerg, no
parece encontrarse a gusto hasta que consigue convertirse también en
su propio entintador (algo que no sucederá hasta la última veintena
de capítulos). También persiste, una vez leída la colección en su
totalidad, la sensación de que las fantasiosas respuestas que Robinson se saca a
veces de la manga son algo caprichosas, evidenciando que el guionista
británico está infinitamente más capacitado para plasmar
convincentemente las relaciones entre personajes que para los
conceptos puramente ciencia-ficcioneros, donde propone soluciones
tirando a infantiles.
Honestamente, al final tampoco es que importe demasiado. Al contrario que las series a las que Robinson pretende
imitar, “Starman” no es una obra cerebral. De hecho, “Starman”
es cualquier cosa menos cerebral. Su disfrute proviene de algo que
pocas series de super-héroes tienen hoy en día: corazón. Confieso haber
derramado un par de lágrimas leyendo el último tomo de la
recopilación llevada a cabo por Planeta. Tras 81 irregulares
números, las amenazas mortales, los viajes interplanetarios y las hazañas sobre-humanas se desdibujan en la memoria del lector
para dejar paso a las relaciones familiares, románticas y de amistad
de Jack Knight. “Starman” atesora en sus páginas momentos realmente hermosos,
escenas con un profundo significado emocional. La clase de hondura
que no es en absoluto exclusiva de los tipos cachas con pijama. Más
bien al contrario: es la huella de lo humano. La esencia de lo que
significa ser padre, ser hijo, ser hermano, ser amigo, ser pareja. Algo con lo que todos somos susceptibles de sentirnos identificados. En lo que podemos, a pequeña escala, ser los héroes o villanos de nuestras propias aventuras.
Y es
por ello que “Starman” resulta un comic tan fácil de amar.
5 comentarios:
Tiene muy buena pinta. Varias de las portadas son del mismo guionista, Robinson, ¿no? ¡La de los villanos me parece cojonuda!
Ah, por cierto, Aaaaaalan Moore ya se ha pronunciado con respecto al lanzamiento de "Before Watchmen"... ¡¡Y está que trina!! (como todos)
Fdo: Tu porca ;)
Muy buen artículo, final emocionante!
Enhorabuena!
Yo compré los números de zinco y coincido contigo en el análisis de la obra que planteas pese a haber leido sólo esos primeros números
Mi porca: son dos Robinson distintos. El guionista se llama James (y tiene una miniserie estupenda titulada "La Edad de Oro" que seguro puedes encontrar por ahí en un bonito tomo recopilatorio) y el portadista Andrew. Lo que ya no sé es si serán familia, aunque lo dudo. "Starman" mola, no hay duda, aunque me suena que aún no te habías pillado "The Sandman" y, puestos a hacerte una recomendación (a ti en concreto), yo te diría que le dieras caña a la obra de Gaiman antes que a ésta. El precio de ambas ediciones de Planeta es similar y el comic protagonizado por Morfeo es la definición perfecta de "must-have". Lo de Moore lo comenté hace poco en el Facebook. Y si no, AQUÍ también hablamos del tema.
Mr. Jones: gracias por el elogio. Me alegro de que te haya gustado. Los primeros números de la serie, esos que en su día publicó Zinco, ya daban pistas sobre los derroteros que acabaría siguiendo la colección. Con todo, yo creo que los últimos capítulos (los del sexto tomo recopilatorio de Planeta) son los mejores con bastante diferencia. Es un placer (poco habitual, me temo) cuando una serie que te gusta consigue terminar de la mejor forma posible.
Porca a sempai, porca a sempai: El "hombre de arena" ya está en el saco-repito-el "hombre de arena" ya está en el saco-cambio y corto
Qué envidia, Porca, poder leer "The Sandman" por primera vez... Yo me la releí del tirón en cuestión de días, hará unos meses, y descubrí que algunas cosas que me habían gustado mucho en el pasado (las más ligadas a sorpresas argumentales, supongo) ya no me molaban tanto, pero que otras que me habían pasado más desapercibidas se revelaban ahora geniales. Disfrútala.
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