“No es vuestro pecado, sino vuestra moderación lo que clama al cielo; vuestra mezquindad hasta pecando es lo que clama al cielo. ¿Dónde está el rayo cuya lengua os ha de lamer? ¿Dónde está la locura que habría que inyectaros? Yo os muestro al superhombre: ¡él es ese rayo y esa locura!”
Fue con estas palabras que Nietzsche bautizó, sin saberlo y desde luego sin pretenderlo, a todo un género dentro del noveno arte, pues de su “Así habló Zaratustra” surgió la denominación del primer súper-héroe, allá por 1939: el “Superman” de Jerry Siegel y Joe Shuster. 50 años después Alan Moore daría crédito a la célebre cita de Nietzsche parafraseándola en el prólogo de su superlativo “Miracleman”, y recientemente Grant Morrison hizo lo propio en las páginas de “All-Star Superman”, en una de esas cabriolas metalingüísticas que tanto gustan al guionista escocés.
La contribución inconsciente de Nietzsche al imaginario del universo viñetístico es incuestionable, pues podría afirmarse sin tapujos que el de los super-héroes es el único género del comic que se gestó dentro de dicho arte, sin ser heredado de ningún otro (miento: proviene de los seriales radiofónicos de los años 30, pero ciertamente fue en el comic y sólo en el comic donde se definieron sus reglas y principios básicos). Poco o nada importa que el controvertido filósofo alemán no se refiriese con su “übermensch” a una criatura con poderes y habilidades físicas superiores a las del simple mortal; gente capaz de volar más rápido que una bala o cambiar con sus manos el curso de los ríos. Al final, lo importante es que el prefijo “súper” (ése “über” del alemán) se vio inevitablemente asociado con un nuevo tipo de historias y de personajes, torpemente infantiles en su origen, que hoy en día copan las listas de recaudación en el box office cinematográfico y que cuentan con video-juegos, carpetas, camisetas, figuras articuladas y toda clase de parafernalia mercantilista que uno pueda imaginarse.
Los super-hombres entraron en mi vida gracias a “Superman”, la película de Richard Donner que supuso un hito fundamental (y fundacional) en lo que habría de ser el resto de mi existencia. La descubrí con (calculo) dos años y pico, siendo la segunda película que recuerdo haber visto jamás (la primera, ya lo mencioné en El Abismo un par de veces, fue “La historia interminable” de Wolfgang Petersen). Me impresionó tantísimo que, estando en el parvulario, todos los días obligaba a mi madre a vestirme el uniforme azul, amarillo y rojo de Superman por debajo del mandilón, aquella prenda de ropa que todos los pequeñajos estábamos obligados a ponernos y que yo llevaba del revés para poder desabrochar los botones por delante y así orgullosamente mostrar la gran S en mi pecho. Según supe un tiempo después, las profesoras pidieron amablemente a mi madre que dejase de ponerme el uniforme de Superman en horas escolares, preocupadas por la progresiva aparición de otros super-héroes en las aulas: al parecer mis compañeros empezaron a llevar también disfraces de justicieros al colegio (aquí Batman, allí Spider-man), consiguiendo que más que una clase de parvulitos aquello pareciese un mega-crossover a lo “Crisis en Tierras Infinitas”.
A partir de entonces ya nunca pude olvidar a Superman. Aún hoy sigue siendo mi super-héroe favorito, por mucho que DC Comics se empeñe constantemente en arruinar el concepto original con historias estúpidas y generalmente dibujadas de forma mediocre.
Por suerte, el mundo de los super-héroes es basto y, si bien no manda la calidad, la ingente cantidad de publicaciones garantiza al menos un par de buenas lecturas cada cierto tiempo. Hay, claro, un sinfín de dibujantes y guionistas produciendo mierda ininterrumpidamente para que las editoriales inunden un mercado sustentado en un público dispuesto a seguir hasta la desesperación a sus héroes favoritos, se haga lo que se haga con ellos (caso de “Spider-man” o los “X-Men”, maltratados de forma intermitente pero sistemática por sus responsables). Pero también ha habido y continúa habiendo guionistas inteligentes como Dennis O’Neal, Alan Moore, Grant Morrison, Frank Miller (al menos hasta mediados de los 90), Peter David, Kurt Busiek, Warren Ellis o Mark Millar, y dibujantes de gran prestigio como Jack Kirby, Neal Adams, Dave Mazzuchelli, Steve Rude, Alan Davis, Frank Quitely, John Cassaday o J.H.Williams III que han aportado un toque mágico y distinto a sus historias, consiguiendo que los super-héroes no sean algo tonto incluso cuando caen en sus tópicos más recalcitrantes (todos sabemos que Superman, Batman o Daredevil acabarán por salvar el día; lo importante es lo divertido y estimulante que sean el cuándo, el dónde y, sobre todo, el cómo).
Además, los postulados en que se articula el género son tan mutables que permiten una hibridación muy enriquecedora con otro tipo de historias como la space opera (fundamental en títulos como “Silver Surfer” o “Nexus”), la serie negra (ahí tenemos “Powers”, “Gotham Central” o “Alias”), las artes marciales (“Shang-Chi”, “El inmortal Puño de Hierro”), las historias de espías (“Sleeper”), el género de terror (“La Cosa del Pantano”) e incluso otros más improbables como la política-ficción (“Ex Machina”), las sit-coms (la mítica “Liga de la Justicia” de DeMatteis, Giffen y Maguire) o ese didáctico tratado sobre magia que es la “Promethea” de Alan Moore.
Hay muchos gafapastas (entre los que Plasta no se incluye) que desprecian el género super-heroico por sus supuestos infantilismo, militarismo/fascismo e incapacidad para abordar ideas (digamos) elevadas. También hay mucho friki que, del inmenso abanico de posibilidades que ofrece el noveno arte, se queda únicamente en el reducto de los mazas en pijama y desdeña otro tipo de historias. A ambos convendría decirles que no existen géneros mejores ni peores, sino maneras más o menos acertadas de abordarlos, y que tebeos buenos y malos los hay en Marvel y en DC (editados en España por Panini y Planeta, respectivamente), y también en los catálogos de Astiberri, La Cúpula o Glénat.
Guste o no al gafapasta, lo que está claro es que los super-héroes permanecerán mucho tiempo entre nosotros y, mal que le pese a los Skrulls, cada vez con más preeminencia.
Mientras Nietzsche se revuelve en su tumba, la lycra manda.
2 comentarios:
Totalmente de acuerdo, no sólo en el cómic, sino en otros ambitos culturales, no hay géneros ni mejores ni peores, simplemente hay que tener en cuenta la calidad de los autores. Si hay calidad, ya puede ser comic, arte, cocina, cine, televisión, que algo bueno e interesante seguro que aporta a tu vida, y te ayuda a ver muchas cosas de manera global, en conjunto. O no está relacionado el cómic con la literatura, el comic, el cine, la historia...?
Infantilismo? Pues de todo hay, como en muchas otras expresiones artísticas. O acaso no hay multitud de peliculas, obras de arte, series de TV, programas, libros, sin ninguna sustancia, totalmente infumables, y que además pretenden revestirse de un halo de supuesta modernidad y cultura?
Lo infantil, lo absurdo, lo cateto, es cerrarse en banda a explorar otras cosas, sin tener ni puta idea de que van o cayendo en meros estereotipos o topicos...
Hala, vay rollo que he soltao!!!!
Charlie: estamos tan de acuerdo que no tengo nada más que añadir ;)
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