domingo, septiembre 11, 2011

Publicistas on the rocks

Con la imparable evolución que la ficción televisiva ha venido experimentando en lo que llevamos de milenio, más y más géneros y temáticas han ido dando el salto desde el cine, la literatura, los tebeos y la propia realidad hasta el marco rectangular de la pequeña pantalla. Con todo, parece claro que hay ambientes y estilos que resultan más atractivos y fáciles de adaptar a la caja-ya-no-tan-tonta que otros más indefinidos y correosos. De ahí surge, en primer lugar, mi rotunda admiración hacia “Mad Men”, el drama catódico donde un grupo de publicistas en la Nueva York de los años 60 reflejan el sentir de un lugar y un momento histórico tan bien plasmados como, a priori, poco tentadores para un espectador que ya se siente cómodo entre el argot médico-forense de los procedimentales policiacos o el cliffhanger constante de las descalabradas fantasías to be continued.


Creada por Matthew Weiner, uno de los cerebros tras el éxito de la superlativa “Los Soprano”, y punta de lanza de la oferta de la cadena norteamericana AMC (la misma que produce “The Walking Dead” y “Breaking Bad”), “Mad Men” narra el día a día en la agencia de publicidad Sterling & Cooper, sita en la calle Madison de la Gran Manzana (ojo al triple juego de palabras: “Mad Men” significa tanto “hombres locos” como “hombres de la avenida Madison” y tiene además una sonoridad muy próxima a “ad men”, “hombres anuncio”). El director creativo de la empresa, Don Draper, es un tipo elegante y reservado, inteligente y calculador; un marido y padre de familia aparentemente ejemplar cuya ambición profesional y fisionomía de mandíbula cuadrada (la del actor en estado de gracia Jon Hamm, visto en cines en la fallida “The Town: ciudad de ladrones”) parecen salidas de un sueño húmedo de Ayn Rand. No obstante, Don guarda un secreto que, de hacerse público, podría derribar el cómodo universo personal que ha sabido construirse a su alrededor.


[Interludio primero: resultan notables algunos paralelismos argumentales entre “Los Soprano” y “Mad Men”, posiblemente fruto de la activa involucración en ambas de Weiner, aunque también debidos, sencillamente, a que las dos son producciones que cubren un amplio abanico de aspectos de la vida diaria como las sociedades conyugales, la educación de los hijos, el cuidado de los mayores, la necesidad de destacar en un organigrama con escalones profesionales muy específicos o el siempre candente tema de la homosexualidad en un entorno intolerante.]


Tras la arriesgada elección del trasfondo argumental de la serie, lo segundo que llama la atención en ella es su cuidadísima puesta en escena, recreando de forma milimétrica la moda y los cánones estéticos que imperaban en la Nueva York de principios de los sesenta. El mimo puesto en el diseño de producción de “Mad Men” (patente ya desde los magníficos títulos de crédito) es a todas luces asombroso, hasta el punto de que el reparto al completo parece teletransportado desde los días previos al duelo electoral Kennedy-Nixon hasta un plató de rodaje del siglo XXI en una suerte de máquina del tiempo alla H. G. Wells.


De un tiempo a esta parte vengo reflexionando sobre las dos formas en que las series de televisión establecen su atractivo ante el público: o bien mediante una trama rocambolesca poblada por personajes simples y arquetípicos (ahí entrarían títulos como “Lost” o “Prison break”), o bien mediante una trama relativamente simple asentada en psicologías muy complejas y en constante evolución (y ahí tendríamos a “Los Soprano” o “A dos metros bajo tierra”). “Mad Men” se adscribe sin ningún género de dudas a esta segunda categoría. Al protagonista principal (que en ocasiones se limita a ejercer de argamasa argumental para el resto de subtramas) se suman una legión de secundarios tan antipáticos y falsamente glamourosos como el ambiente profesional en el que desempeñan sus quehaceres cotidianos. January Jones (vista recientemente en “X-Men: Primera Generación” como Emma Frost) da vida a Betty, la frustrada y voluntariosa mujer florero de Don; Vincent Karthesier es Pete Cambell, la sabandija “trepa” y sin escrúpulos que hará lo que sea para ganarse el favor de su secretamente idolatrado jefe; Elisabeth Moss interpreta a la mojigata secretaria novata Peggy Olson, un personaje con un arco dramático tan complejo como brillantemente desarrollado, y Christina Hendricks (aquella irresistible Saffron en la “Firefly” de Joss Whedon y a la que muy pronto veremos en la prometedora "Drive" de Nicolas Winding Refn) encarna a la ES-PEC-TA-CU-LAR Joan Harris , autoproclamada maestra jedi de Peggy tanto en labores profesionales como en otros menesteres de naturaleza oficiosa. Sin olvidarnos de mi secundario favorito, Roger Sterling (sublime John Slattery, partícipe en la interesante fábula de ciencia-ficción romántica "Destino oculto"), hedonista consumado y bon vivant profesional que ejerce de cínico Lord Henry Wotton para ese Dorian Gray de traje y corbata que es Draper, atormentado por un lienzo de secretos que le impide disfrutar de los pequeños placeres que la vida ofrece (un habano, una copa de whisky, dos actrices gemelas correteando borrachas a cuatro patas por la moqueta de un despacho). De haber vivido en nuestros tiempos, sin duda a Oscar Wilde le habría entusiasmado “Mad Men”.


Pese a sus evidentes virtudes, no es ésta una serie especialmente accesible. Por un lado, el crudo reflejo de la trasnochada ideología que profesan sus personajes podría herir la sensibilidad de algunos espectadores bienpensantes: los muchachos de Madison Avenue son unos machistas, clasistas, racistas y homófobos redomados y su sociedad los premia e idolatra por ello. Casi todas las mujeres de la serie se conforman alegremente con su rol reproductivo y su sumisión absoluta a los designios del macho alfa, preocupándose básicamente por salir guapas en la foto de familia y mejorar su receta del pavo relleno para la cena de Acción de Gracias. Hay muy poco margen para la empatía en el desagradable catálogo de personajes que pulula por las oficinas de Sterling & Cooper.


[Interludio segundo: leí hace poco, mientras mataba una espera en la peluquería, una entrevista concedida por Luis Bassat a la revista FHM en la que el famoso publicista (y eterno candidato a la presidencia del Barça) declaraba al respecto de “Mad Men”: “vi el primer capítulo y no lo pude soportar... porque es verdad”. (Podéis leer toda la entrevista aquí, por cierto).]

Por el otro lado, los primeros capítulos de “Mad Men” son un plato de digestión lenta y pesada que no permiten anticipar las excelencias que el resto de episodios tienen reservadas para el espectador recién llegado. Tanto es así que yo recomendaría asumir las, al menos, cinco primeras entregas de la primera temporada como un peaje necesario para poder luego disfrutar de una serie que mejora exponencialmente capítulo a capítulo y temporada a temporada. Sé que suena a consejo de Nick, el percebe geek, pero creedme cuando os digo que merece mucho la pena este esfuerzo inicial. Si la primera tanda de capítulos es lenta pero finalmente muy satisfactoria, la segunda se dispara hasta la división de honor de las ficciones catódicas y la tercera culmina con un episodio a la altura de los mejores momentos de la citada “Los Soprano” o de “The Wire”.


[Interludio tercero y último: antes decía que hay al menos dos categorías en las que ubicar las series de televisión dependiendo de la complejidad o simplicidad de su argumento y personajes. Existen, además, otros dos subconjuntos obvios: series con tramas facilonas y personajes unidimensionales, cuyos ejemplos son legión, y al menos una con una trama tan endiabladamente compleja como psicológicamente poliédricos son sus protagonistas. Me refiero a mi reverenciada y aún no superada “The Wire”, of course).]

No he comenzado a ver aún la cuarta temporada de “Mad Men”, pero entendidas las tres primeras como un todo indisoluble (el final de la tercera supone un importante punto y aparte para el status quo del programa), encuentro en ellas todo lo que me lleva a concluir que hoy por hoy la ficción televisiva se ha convertido en el mejor vehículo para el desarrollo de historias complejas e inteligentes de largo recorrido. Series como ésta, “Treme” o “Boardwalk Empire” manifiestan el maravilloso momento que la pequeña pantalla vive como el medio narrativo más fértil e inspirado de nuestra época.

Ay, bendita TV...

8 comentarios:

Iñaki dijo...

Apuntada como siguiente inmediata. He oído y este comentario lo ratifica, que los primeros episodios son bastante duros y farragosos, así que será cuestión de insistir.

Como decían en JOVENES OCULTOS "millones de chinos no pueden estar equivocados" ;-)

Saludos en paralelo.

el convincente gon dijo...

Yo vi los primeros capítulos y me pareció bastante rollo. Alguien me dijo que si no me gustaban los primeros tampoco me gustarían los demás pero después de leer tu entrada creo que insistiré un poco más.

Jero Piñeiro dijo...

Iñaki: ayer mismo, hablando de la serie con unos amigos que han empezado a verla por recomendación mía y que aún iban por el 4º episodio, me comentaron que les estaba fascinando desde el principio y que no veían esa lentitud y dureza que yo les había advertido. Pero bueno, ya se sabe cómo es esto de los gustos. Yo prefiero aclarar de antemano que los primeros episodios se me hicieron un poco cuesta arriba, y así enlazo con el comentario de...

...Gon: te cuento mi experiencia. Comencé a ver "Mad Men" en julio. Vi los 5 primeros episodios y, salvo el piloto que me pareció muy bueno (aunque no sea más que una presentación muuuuuy superficial del contexto y el personaje principal), los 4 siguientes los terminé, cada uno, con la sensación de que "aquí no está pasando absolutamente nada". Dejé la serie aparcada y me vi la primera temporada, maravillosa, de "Treme", y unos días después retomé "Mad Men" donde lo había dejado. Para mi sorpresa, me enganchó rapidísimo y desde entonces la vi con mucho interés a un ritmo de 1 ó 2 capítulos diarios. Sirva todo esto para exponer que, al igual que a ti, los primeros capítulos me parecieron bastante rollo, pero que luego la serie me ganó totalmente para su causa. Confío en que te ocurra lo mismo si finalmente decides darle una segunda oportunidad.

Y muchas gracias a los dos por comentar, por supuesto :)

charlie furilo dijo...

Genial reseña, como siempre, compañero. Yo he visto las 2 primeras temporadas, y si es cierto, que no es una serie demasiado accesible, cuesta hacerte con ella, pero el esfuerzo vale la pena. Quizás sea porque cuesta empatizar con los personajes, porque ideologías o actitudes de la época aparte, son de traca: bastante desagradables, como bien dices (viciosos, alcohólicos, adúlteros, trepas, traicioneros, ladinos, etc.). O quizás sea esa evidente percepción (creo que errónea, porque realmente hay mucha chicha en lo que se nos está mostrando) de los primeros capítulos de "aquí no pasa nada".

La ambientación y el diseño de producción es sencillamente espectacular (a mi mujer, fanática de la moda, la publicidad y el diseño de esa época, le fascina) y el reparto, es de lujo. John Hamm se come la pantalla, pero el resto no le va a la zaga. Y (esto lo digo en voz baja, pero lo digo) tanto Betty Draper como Joan Harris, me ponen de lo más palote, jejeje...

charlie furilo dijo...

Por cierto, si te interesa, publiqué una reseña de la serie, en los albores de TMCAF!!:

http://tenganmuchocuidadoahifuera.blogspot.com/2009/03/mad-men.html

Jero Piñeiro dijo...

Pues no conocía tu reseña (debe ser de los primerísimos albores de TMCAF!!, jeje, porque creo que soy uno de tus lectores más veteranos) pero por lo leído veo que tenemos opiniones casi idénticas sobre la serie. Siendo así, yo te diría que te lanzases a por la tercera temporada de cabeza, Charlie, porque en mi opinión supera lo visto en las dos anteriores; y además supone, como ya comenté en la propia entrada, un "fin de la primera parte" en casi todos los aspectos de la serie.

Tienes razón en que ese "aquí no está pasando nada" de los primeros episodios es una impresión equivocada, porque cuando uno va descubriendo lo que viene a continuación comprende que ya en el arranque de la serie se estaban planteando un montón de cuestiones que después estallarán en la cara de los personajes. La dosificación de la información es brillante, pero es algo de lo que sólo se es consciente a posteriori. Por eso digo que merece mucho la pena hacer un esfuerzo inicial por adentrarse en la serie, porque después ésta lo acaba compensando con creces (¡y de qué manera!).

Saludos, camarada ;)

Anónimo dijo...

Yo solo añadir que en la cuarta se reinventá. En el prmer capítulo tuve la impresión de que iba a bajar el nivel, pero me equivoqué, al menos para mi gusto. Me qudan los capitulos finales! Lync

Jero Piñeiro dijo...

Me gusta que me lo digas en argentino, loco ("reinventá", jajaja). Tengo ganas de ver ya la 4ª, aunque sólo sea para que no me sueltes un mega-spoiler cualquier día de estos (que tu capacidad de contención está cada vez más al límite, jeje). Un abrazo, compadre :)