Sense the crowd expecting something more
Opened up, proudly on display
What we tried so hard to hide away
(...)"
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Desde entonces hasta ahora, cualquier intento de revitalizar esta clase de cine había caído en el más vergonzoso de los ridículos (ahí está “Gamer”) por dos razones básicas: 1) que las originales no eran películas, digamos, “de autor”, sino que sus responsables no pretendían absolutamente nada más que poner la cámara para que el actor de turno luciera bíceps y repartiera hostias como panes, con lo cual todo el peso de la cinta recaía en el (presumible) carisma del protagonista, que ya contaba con la bendición de sus incondicionales; y 2) que tal vez pudieran ser tomadas en serio por los adolescentes de aquella época, pero que su subyacente filosofía político-social ya no puede ser respaldada hoy en día salvo por los más descerebrados rednecks de la Alabama rural y buena parte del Partido Republicano USAmericano. Intentar producir una cinta semejante a aquéllas en el momento actual requiere, inevitablemente, no tomarse en serio el material de partida.
Sylvester Stallone parece haber respetado al dedillo ambos supuestos. Su reciente “Los mercenarios” es, no me cabe la menor duda, una de las más canónicas pelis ochenteras (entendido el término como género, no como fórmula de datación) que he tenido la fortuna o desgracia de ver. La receta es sencillamente perfecta: el calado dramático de “Desaparecido en combate”, la descripción de personajes de “Cobra, el brazo fuerte de la ley”, el sentido del humor aspirado (que no inspirado) de “Danko: calor rojo” y, por supuesto, la absurdamente disfrutable explosión de violencia de “Comando” (¿la peli con más muertos debidos a un solo personaje de todos los tiempos?).
Todo ello desarrollado con la colaboración de buena parte de la plana mayor de las grandes figuras del cine de acción de los últimos 30 años: el propio Sly (que además escribe y dirige, al más puro estilo Orson Welles o Woody Allen), el carismático Jason Statham (que se reserva, con su piba subida en la moto y después de partirle el jeto a un desagradable tipejo, la mejor línea de diálogo de la película), el ex-shaolin Jet Li (que a mí personalmente me da cien patadas, y no precisamente de las de kung-fu), el “Hombre del Renacimiento” Dolph Lundgren (gracias por el enlace, Marguis) o el resucitado Mickey Rourke (que a media película se marca un monólogo que, si lo llega a firmar Clint Eastwood, sería la comidilla de la crítica especializada de aquí a final de año), así como los imperdibles cameos de Bruce “yo limpié de terroristas el edificio Nakatomi” Willis y Arnold “pues yo me casé con una Kennedy” Schwarzenegger.
También cuenta la cinta con la presencia destacadísima del “hermanísimo” Eric Roberts, tan elegantemente cruel y malvado (y grimoso) como ya nos tiene acostumbrados, los “actores” (atención al entrecomillado) Terry Crews y Randy Couture (importados desde las disciplinas más intelectuales del mundo deportivo: el fútbol americano y las artes marciales mixtas) y ese bellezón que nos alegraba la vista en la whedonesca ciudad de Sunnydale (y posteriormente en las páginas centrales de la revista “Playboy”) y que responde al nombre de Charisma Carpenter, radiante a sus 40 tacos de edad (curiosamente, la Carpenter es probablemente la persona con menos toxina botulínica y retoques de cirugía plástica de todo el reparto). Faltan, es verdad, tres pesos pesados como Van Damme, Norris y Seagal, pero para eso se inventaron las secuelas, ¿no?
Servidor y su grupo de acompañantes llegamos cerca de las 18:00 horas al recinto del festival, sospechando que tal vez ya sería tarde para encontrar una buena ubicación en el foso. La sorpresa fue doblemente positiva: primero, porque todo estaba bastante tranquilo y uno podía plantarse con facilidad a apenas unos metros de distancia del escenario (bastante centrados y con buena visibilidad, para más inri) y, segundo, porque por allí rondaba mi incombustible sempai, la Porca Anónima, en compañía de su encantadora pareja. Todo un golpe de suerte encontrarnos inesperadamente en tan alegres circunstancias.