“Si algo no
está roto, ¿para qué arreglarlo?”, debió pensar Marcus
Mumford cuando entró al estudio junto a sus “hijos”
para grabar su segundo LP: “Babel”. El cuarteto londinense había dividido ferozmente a la crítica con su primera referencia, “Sigh no more”, pero se había ganado de calle a un público que hasta
hace apenas unos días aguardaba ansioso la continuación a su (y
esto es una apreciación personal) excelente debut. La espera estuvo
amenizada con una serie de conciertos donde Mumford & Sons
adelantaron algunos temas de su nuevo disco y demostraron
rotundamente que su mejor arma es el directo.
Extremadamente
fieles a las señas de identidad que los han hecho célebres
(profusión de voces, un banjo omnipresente y un gusto paroxístico
por los crescendos épicos), las canciones de “Babel” son tan
intercambiables con las de “Sigh no more” que una primera escucha se
salda inevitablemente con la decepción. El inmovilismo es un
privilegio apenas reservado a las grandes figuras de la música en su
fase de decadencia (y ni con ésas). Los nuevos valores están obligados a moverse más
allá de su zona de confort si no quieren convertirse en estrellas fugaces en un universo cada vez más atestado de luz y sonido.
Debido
a esta ingente cantidad de nuevas bandas y títulos perecederos, se siente uno tentando, ya de primeras, a aparcar en lo más
recóndito del disco duro este “Babel” que tan poco aporta a lo
que ya sabíamos de la “familia”
Mumford y dejar que pase el siguiente, a ver si hay más suerte. Pero
no sería justo, pues se estarían infravalorando composiciones del
calibre de “I will wait”
(acertadísima elección como single de anticipo), “Hopeless wanderer” o “Broken crown”; deliciosos himnos folk-rock
perfectamente adaptados para encandilar a un público informe e
indiscriminado al que el folk, por definición, se la resbala.
Ésa
es la grandeza y también la maldición de Mumford & Sons: en sus
discos convive una vocación claramente comercial, enfocada al éxito
masivo, con un talento innegable para elaborar temas con pegada. Su
sonido es tan atractivo y digerible, con una producción tan limpia y
recatada, que cualquier complejidad a mayores parece casi un extra
(con lo fácil que es poner el piloto automático y continuar
pariendo hits basados
en una fórmula ya conocida). Tal vez el camino de rosas en que se ha
convertido su aún incipiente carrera los disuada de seguir explorando
las posibilidades creativas que sin duda se intuyen más allá de los
tics y manías que hoy por hoy constituyen su discografía, pero
servidor tiene bien claro que si al final acaban siendo digeridos y defecados por
la industria, la culpa
la tendrá la falta de ambición musical y no la ausencia de un talento genuino y manifiesto.
Una
cosa es segura: con el tercero, o dan un paso al frente o se despeñan.
P.D.: la edición especial de "Babel" incluye entre sus bonus tracks una de las mejores versiones del clásico "The boxer" de que tengo constancia, interpretada junto al guitarrista Jerry Douglas y al mismísimo Paul Simon. Con todo, el buen resultado no es tanto mérito de la reinvención como del hecho de que esta canción lo aguanta todo.
4 comentarios:
me encanta este disco... da muy buen rollo... es de esa música que pones para disfrutarla...
No sé si has escuchado el anterior, Gatoni, pero a mí me parece que está por encima de éste, con el valor añadido de que aquél era el que instauró la "fórmula Mumford", mientras que "Babel" se limita a replicarla sin añadir absolutamente nada nuevo...
...dios mío, me estoy dando cuenta que me he perdido, musicalmente hablando, mucho, debe ser que el folk que últimamente tengo que escuchar ha nublado un poco mis sentidos ...
Jajaja. El truco está en seguir picoteando de aquí y de allá, Tentadora.
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