domingo, octubre 07, 2012

Los febriles sueños de Woodring

“(...) Dime adiós ahora, antes de que la fiesta acabe y te diré la verdad: que nunca me acostumbré a las estrellas, que los animales me asombraron siempre, que cuando miré al interior de tus ojos ahí estabas tú.”

(“Frank: El héroe con mil excusas”, de Jim Woodring, traducido por César Sánchez para la edición de Fulgencio Pimentel.)


Igual los lectores más veteranos del Abismo recuerdan una entrada emocionalmente impúdica y descaradamente escatológica que escribí hará cosa de dos años a raíz de una (supuesta) intoxicación alimentaria debida a un kebab satánico. Traigo de nuevo a colación aquella anécdota por dos razones: la primera, pedirle perdón al kebab de marras. Una semana después de sufrir tan desagradable episodio descubrí que el bebé de una prima con el que había jugado toda la tarde unos días antes había sufrido el mismo percance gastrointestinal, contagiando de paso a todos mis tíos y primos. No fue, por consiguiente, una intoxicación, sino un virus. La segunda razón es que esta semana ese virus (o uno muy parecido; quién sabe si un pariente digievolucionado) atacó de nuevo a mi familia, empezando por J. (mayúscula), que cayó enfermo la noche del lunes al martes y vivió 24 horas de incontinencias varias y febril desasosiego. Creyendo una vez más que se trataba de un episodio aislado fruto de una mala elección en el menú del garito de turno, servidor siguió adelante con sus asuntos dando por sentado que ahí se había quedado la cosa. Dos noches después, sin embargo, comencé a sentirme débil y mareado al filo de la medianoche y supe lo que los personajes de “The Walking Dead” piensan cuando un zombie les muerde y deben afrontar sus últimas horas antes de que su cuerpo deje de pertenecerles y se convierta en algo asqueroso, viscoso y otras cosas que terminan en –oso: “en un rato lo vas a pasar realmente mal”.

Todo esto viene a cuento, en fin, de la fiebre y las fantasías delirantes que la acompañan. Dormir con fiebre, si es que se consigue conciliar el sueño, es siempre una experiencia bizarra. Pesadillas geométricas recurrentes, distorsiones físicamente imposibles de la realidad y revoluciones orgánicas de lo más variopinto se nos presentan subconscientemente bajo una falsa lógica (o tal vez una razonable fantasmagoría) que durante el tiempo que dura el trance parece tener un sentido tan incuestionable como el álgebra más elemental (salvo que vivas en un universo orwelliano, claro). Reproducir esa sensación de (llamémosle) imposibilidad coherente es un reto artístico que muy pocos autores logran alcanzar. Y, por descontado, uno que no todo el público puede ni quiere apreciar (decisión que me parece, por otro lado, perfectamente legítima). De hecho, tal vez haya sido precisamente mi reciente experiencia febril la que me haya permitido internarme con menos prejuicios en el universo de ficción creado por Jim Woodring en su comic “Frank”.


Publicado en EE.UU. por Fantagraphics Books y desde hace algo más de un año en nuestro país por Fulgencio Pimentel (en una cuidadísima edición, añado), “Frank” es un tebeo especial. Raro. Muy raro. Sus páginas nos adentran en el Unifáctor, “la tierra del estupendo fantasma” donde “lo peor que puede ocurrir nunca ocurre” porque “ya ha ocurrido” (cito textualmente de la dramatis personae incluida en las últimas páginas del primer volumen español). Allí vive Frank, un indeterminado mamífero antropomórfico que podría ser un roedor pero también un gato o incluso un oso, rodeado de personajes tan extraños o más que él, como el Antojo, el Marrano Hombre o los geométricos Pollos Jerry. Todos ellos comparten aventuras aparentemente fabulísticas de moraleja incierta en las que el humor (blanco o negro) se combina con la violencia más descarnada y los sentimientos más nobles de un modo insólito. Y que, sin embargo, funciona.

Y cuando digo que funciona, me refiero exactamente a esa misma coherencia interna de los sueños febriles que antes mencionaba. Las reglas de Unifáctor, que sólo Jim Woodring (o su subconsciente) conoce y que nosotros apenas podemos intuir lejanamente, confieren a “Frank” un sentido genuino no extrapolable a nada que no sea precisamente “Frank”.


Sostenía mi profesora de literatura de COU (el equivalente a 2º de Bachillerato, por si hay al otro lado de la pantalla algún lector demasiado joven para recordar los tiempos pre-LOGSE) que cuando un escritor publica un poema éste deja de pertenecerle y su interpretación pasa a depender de las referencias y la sensibilidad del lector; que más allá de la intención inicial, cada uno puede hacer suyos los versos de otro otorgándoles un significado que tal vez no estuviese ahí en un primer momento. A mí esta visión de la lírica, que tendrá sus detractores, siempre me ha gustado bastante, y me parece perfectamente aplicable a otras disciplinas como el cine, la música o los tebeos. Y creo que a “Frank” le sienta maravillosamente bien. Así, yo puedo entender a mi manera historias como “Dicha” o “Petulancia de Frank” del mismo modo en que me siento inmensamente satisfecho con mi propia interpretación, jamás contrastada, de “Carretera perdida” de David Lynch (otro de esos autores capaces de otorgar coherencia al delirio sin necesidad de darle una explicación racional). Seguramente la mía no será la única lectura posible de este material, y es probable que el propio Woodring me corrigiese en caso de que algún día llegásemos a enfrentar nuestras respectivas opiniones sobre su trabajo, pero gran parte del atractivo de “Frank” reside en su capacidad para amoldar su fértil imaginario a la mirada del lector y dejar que sea éste quien rellene los huecos en cada una de sus historias.


Por supuesto, si una propuesta tan minoritaria y arriesgada (tan underground, para entendernos) se mantiene sólida a pesar de su mudo cripticismo (los habitantes de Unifáctor jamás articulan palabra), es gracias a un soberbio trabajo visual cuya genealogía, curiosamente, también varía dependiendo del ojo que la juzgue. Así, para uno de los decanos de la crítica tebeística en nuestro país, Álvaro Pons, el estilo de Woodring se nutre en gran medida (aunque no exclusivamente, desde luego) de la obra de Justin Green (“Binky Brown conoce a la Virgen María”), mientras que para Octavio Beares, otro que sabe de lo que habla, las influencias gráficas del autor provienen (además) de pintores como mi tocayo El Bosco o Salvador Dalí. Esta estupenda reseña publicada en Zona Negativa añade a la ecuación el trazo detallista de Robert Crumb y la herencia surrealista, reconocida por el propio Woodring, del “Krazy Kat & Ignatz” de Herriman. Y yo, que no manejo a vuela pluma tantos referentes como los mentados estudiosos, por momentos he creído ver en las filigranas mutantes de “Frank” ciertos ecos de los “40 días en el desierto” de Moebius… aunque ahora que lo pienso, tal vez fuese el álter ego de Giraud el que se inspirase en los inenarrables seres voladores del Unifáctor y no al revés. Súmesele a esta exuberancia visual una narrativa limpia y precisa, aparentemente sencilla (subrayando lo de aparentemente), y un fantástico uso ocasional de los colores vibrantes, y tendremos un acabado formal redondo, vehículo perfecto para la desbordante y enfermiza imaginación de Woodring.


No será “Frank”, desde luego, un plato de buen gusto para todos los paladares. Su rotunda apuesta por el surrealismo y su personal estilo gráfico maravillarán a los devotos de lo onírico, a los psicoanalistas vocacionales y a los fans de The Mars Volta (ay, las sinestesias), pero dejarán fuera de juego a aquellos lectores que prefieran la seguridad de lo cognoscible, el mucho más acotado (des)encanto de lo real. Quizás para disfrutar de una obra tan inextricablemente atávica como “Frank” sea necesaria esa pizca de masoquismo dadá que hace que algunos insensatos puedan encontrar una utilidad literaria a una noche de diarrea y sueños febriles en la última entrada de su blog.

6 comentarios:

David GB dijo...

Sus pesadillas febriles cada uno las recicla como quiere o puede, a James Cameron le dieron para escribir Terminator (¿y Avatar?) y a Dalí para pintar paisajes oníricos. Algunas incluso pasan del sueño a la vigilia con ticket de vuelta, y acaban provocando pesadillas en el lector/espectador, cerrando una suerte de círculo morfínico. No conocía la obra de Woodring, pero cuando gente tan ilustre la comenta es que debe molar pretty much. ¿También me provocará resonancias en mi sueño? Porque te advierto que con las pesadillas que aún me provoca Avatar ya tengo suficiente XD

Jero Piñeiro dijo...

¿Por qué, por qué, POR QUÉ tanto odio hacia "Avatar"? Si es una película de aventuras bonitísima para toda la familia, con animalitos de colores y plantas fosforescentes...

David GB dijo...

Jajaja, tengo mis motivos. Ahora se me viene a la cabeza, por ejemplo, que con Avatar Cameron estableció por Decreto Ley que las 3D molaban, y así me veo ahora, esquivando sesiones para poder ver películas con normalidad.

PD: El que sea un petardazo previsible desde el fotograma 1 también tiene algo que ver.

Jero Piñeiro dijo...

Lo de "predecible" no te lo puedo negar, pero "petardazo"... Ya quisieran el resto de directores de (supuestos) blockbusters narrar tan bien como Cameron. El tío le da mil vueltas a casi cualquiera dentro del género de acción/fantástico. Otra cosa muy distinta es su habilidad como guionista...

Y lo del 3-D no es culpa suya. Él cumplió con lo que prometía: una experiencia de inmersión totalmente inédita. Yo sólo he visto otra cinta en el mismo formato en la que el uso del 3-D me pareciese justificado, "La invención de Hugo". La culpa de tus malas experiencias actuales la tiene la industria, que se creyó a pies juntillas que todo el monte era orégano. Pero eso sería como culpar a los Wachowski por la saturación de "tiempos bala" en el cine de acción inmediatamente posterior a "The Matrix" o a Moore y Miller por la violenta radicalización de los super-héroes a finales de los 80 y principios de los 90. La culpa no es suya, sino de quienes los siguieron/intentaron emular...

Iñaki dijo...

Estupenda entrada. Lo cierto es que cuando Álvaro Pons se lanzó a las loas desmedidas hacia este FRANK se me encendió el piloto de alerta. Pese a ser el carcelero adalid de buen gusto y coherencia, en lo que respecta a fantasías y ensoñaciones de intrincada interpretación (su adorada KRAZY KAT tampoco es que me subyuge precisamente) no comparto a raja tabla sus prioridades.

Pero este post me ha despertado la curiosidad más allá de la duda razonable que tenía interpuesta contra Woodring.

Lo dicho, un excelente post.

Saludos en paralelo.

Jero Piñeiro dijo...

Iñaki: gracias por tu elogioso comentario. Yo no siempre comparto el criterio de Pons en lo que respecta a gustos, pero es innegable que el tipo es un experto en la materia que maneja sus conocimientos enciclopédicos con soltura y, sobre todo, devoción por el medio artístico. Para mí "Frank" entra de lleno en la categoría de "difícil de recomendar", pues más allá de sus virtudes técnicas/expresivas (que sí me parecen bastante evidentes), su sensibilidad no tiene por qué casar con las preferencias de todo el mundo. Yo reconozco que me aventuré a leer "Frank" porque lo tenían en mi biblioteca "de confianza", porque tal y como está el patio lanzarse a por un tebeo prácticamente mudo que cuesta la friolera de 30 €...