Vaya por delante
que a mí me gustaba moderadamente la serie de Carrie, Samantha,
Charlotte y Miranda, esas treinta/cuarentañeras ricas, frívolas y
procaces; mujeres de éxito (supuestamente) liberadas que
coleccionaban calzado de firmas exclusivas y salían con ejecutivos
montados en el dólar y reputados artistas rusos. No es que haya
visto sus no-sé-cuántas temporadas de cabo a rabo, vaya, pero si
pillaba un episodio por televisión me quedaba viéndolo hasta el
final con una sonrisa en la cara.
Lena Dunham es Hannah. Y yo conozco a una tipa clavada a ella.
Mi relación catódica con “Girls” apunta bastante más alto: la serie producida por Judd Apatow y creada, escrita, dirigida y protagonizada por Lena Dunham (26 años, que se dice pronto) ha hecho méritos más que suficientes en su primera remesa de episodios (10 capítulos de 30 minutos cada uno) para que aguarde con interés su segunda temporada. Para entender este fenómeno es preciso que os quedéis únicamente con la primera frase de esta entrada y obviéis, de ahí en adelante, cualquier posible parecido con “Sex and the City”. Del mismo modo en que la protagonista principal del show (Hannah Horvath, interpretada por la propia Dunham) entiende sus ensayos literarios como “la voz de su generación o, al menos, una voz de alguna generación”, “Girls” se propone seriamente representar a una parte destacada de la sociedad actual: los afortunados y consentidos hipsters veinteañeros del primer mundo. Los que viven pegados al móvil y espían a sus ex por el Facebook, escriben blogs para dar rienda suelta a su vena artística, aceptan trabajos de mierda para poder independizarse de unos padres que no saben cuándo cerrar el grifo y confunden con demasiada frecuencia el sexo con el amor, el amor con la compasión y la compasión (ay) con el sexo. Y que por el medio tanto te citan, con idéntico desparpajo, a Flaubert que a Beyoncé.
Resulta
tan divertido reconocer en los personajes de “Girls” patrones de
comportamiento que he visto una semana antes en alguno/a de mis
amigos/as como turbador es asumir que los defectos de estas
arrogantes niñas de papá y mamá incapaces de dejar atrás sus
delirios bohemios de adolescencia son los mismos que minan a diario
mi relación con el mundo y con todos los otros seres humanos (e infrahumanos) que lo habitan.
Y
si bien parte del atractivo que “Girls” ejerce sobre mí tiene
que ver con el particular momento vital en que me encuentro
(determinado en gran medida por la crítica coyuntura laboral),
resulta obvio que esta identificación con algunas emociones y
reflexiones de sus protagonistas proviene también de la inteligencia
intrínseca del programa: dirigido con resultona sobriedad,
interpretado con convicción y estupendamente escrito.
Jemima Kirke es Jessa, y desde el principio de los tiempos los hombres y las mujeres se han encaprichado de depredadoras como ella.
“Girls”
es una serie con vocación de dramedy
low-cost (al estilo de films recientes tan recomendables como
“Beginners” y “El amigo de mi hermana”) que desdeña el
glamouroso e idealizado romanticismo tan habitual en las sit-coms
yankis (el género televisivo de usar y tirar por excelencia) y se
aproxima más al espíritu deliciosamente indie de propuestas
catódicas como “Bored to death” y “Wilfred”.
Por
otro lado, conviene desterrar la sospecha de que “Girls” sea una
serie interesante únicamente para el público femenino (crítica recurrente esgrimida por un montón de hombres contra la
mentada “Sex and the City”). Más allá del argumento de cajón
(yo soy tío y me gusta), pensar así a estas alturas del siglo XXI
por el mero hecho de que su reparto principal esté compuesto por
féminas me parece una soberana idiotez, del mismo modo en que me
parecía prehistórica la actitud de tantos varones heterosexuales (¿o no?) al manifestar su rechazo hacia el
film “Brokeback Mountain” por tratarse de “una
historia de maricones homosexuales”.
Lejos de su secundario papel en "Mad Men", Zosia Mamet es la virginal Shoshanna. El mundo está lleno de Shoshannas: es un hecho.
Más
allá de sus pechos y vaginas, las chicas de “Girls” son
caracteres complejos y relevantes, dotados de una veracidad en sus
diálogos y en sus relaciones que entronca no ya con el sentir de la
juventud actual, sino con el zeitgeist al completo del acomodado mundo occidental. Y si estas muchachas parecen a veces demasiado
egoístas, quejicas, inconscientes, arrogantes, libertinas o
bipolares, tal vez sea porque esos tópicos son algunos de los rasgos
más característicos de su edad y condición social, tanto da cuántas X o Y
tenga uno en el par 23.
Como
le escribía el otro día por WhatsApp a otra chica muy distinta (o quizás no tanto): “tp se puede culpar a nadie x ser idiota con
20 años, es part del lote”.
2 comentarios:
pues esta también me apetece verla después de tu reseña ... supongo que yo también conozco a tipas clavaditas a esas, o quizás yo fui una de ellas ...o sigo siéndolo? ...en fin, tendré que ver la serie para salir de dudas
Si la ves, seguro que más de una vez piensas "esto me suena", Tentadora. Prometido. Además, yo creo que la serie podría gustarte bastante.
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