miércoles, septiembre 22, 2010

Entremeses literarios

Llevo una temporadita enfrascado en la lectura de “La rebelión de Atlas” de Ayn Rand, novela que al parecer ha ejercido una gran influencia no sólo en el terreno literario (de hecho, probablemente sea donde menos repercusión ha tenido) sino también en el mundo empresarial, en ciertas corrientes de pensamiento e incluso en el ámbito de los videojuegos (sin la obra de Rand no existiría la celebrada saga de shooters en primera persona “Bioshock”). Todavía me quedan unas 400 páginas de lectura por delante (el libro abarca más de 1.200), así que mis impresiones sobre “La rebelión de Atlas” tendrán que esperar aún unos días para ver la luz. Os preguntaréis, entonces, a qué viene que os cuente esto ahora. Pues bien: aprovechando que la basta novela de Rand está dividida en tres partes, decidí hacer entre ellas una pequeña pausa, por eso de no sufrir un empacho con tanto discurso panfletario pro-capitalista, y leer alguna otra cosa más ligerita y fácil de digerir.

Los títulos elegidos para tal propósito fueron “El asombroso viaje de Pomponio Flato” de Eduardo Mendoza y “La hojarasca” de Gabriel García Márquez. Ambos son libros muy cortitos, de los que se despachan en una tarde (o dos, o un viaje en tren desde Compostela hasta Madrid) sin demasiados problemas.


Antes de “El asombroso viaje de Pomponio Flato” servidor sólo había leído otra obra de Eduardo Mendoza, “Sin noticias de Gurb”. Fue hace un montón de años (puede que diez o doce) y recuerdo que me había resultado bastante divertida, aunque también del todo intrascendente. Tengo entendido que Mendoza tiene dos facetas literarias diferentes: una, más seria y profunda, que lo llevó a escribir “La ciudad de los prodigios” (posiblemente su trabajo más reputado), y otra de marcado tono paródico, donde se incluyen títulos como “El laberinto de las aceitunas”, “El misterio de la cripta embrujada” o la citada “Sin noticias de Gurb”. “El asombroso viaje de Pomponio Flato” se integra en esta última categoría de su producción literaria. Su argumento nos traslada al siglo I d.C., momento en que el personaje que da título al libro, un investigador romano obsesionado con las fuentes de aguas milagrosas desperdigadas por los confines del Imperio, se cruza casualmente en Nazaret con un niño de seis años llamado Jesús cuyo padre, un humilde carpintero de nombre José, va a ser ejecutado por un crimen que, según afirma el infante, jamás cometió. Contratado por el niño como detective, Pomponio vivirá toda clase de enredos en su búsqueda de la verdad, llegando a conocer a buena parte de los personajes que durante siglos hemos visto retratados en las escrituras bíblicas.


No termina de funcionarme esta precuela en clave humorística de los Evangelios cristianos. Me la recomendaron varias personas de mi familia esgrimiendo como principales bondades su desternillante sentido del humor y su irreverencia a la hora de afrontar aspectos controvertidos del mundo antiguo. Yo, no obstante, no he hallado más que esporádicos momentos de relativa comicidad (partirme, lo que se dice partirme, ni una sola vez, vaya) y un endeble juego de malabares argumental pensado para introducir cuantas más referencias a la historia sagrada, mejor. Por lo demás, la trama detectivesca es anodina, su supuesta irreverencia me resulta superficial y, desde un punto de vista estilístico, su lectura no aporta nigún hallazgo especialmente remarcable.

Lo mejor que puede decirse de “El asombroso viaje de Pomponio Flato”, entonces, es que es una lectura tan breve y asequible como perfectamente olvidable.

Más enjundia, desde luego, tiene “La hojarasca” de Gabriel García Márquez. El colombiano se convirtió en uno de mis literatos de cabecera con tan sólo una novela y “12 cuentos peregrinos” leídos por mi parte, por lo que ya tenía ganas de hincarle el diente a algún otro título de su bibliografía. A la espera de abordar próximamente su celebérrima “Cien años de soledad”, “La hojarasca” me ha servido como perfecta introducción a la ciudad de Macondo, uno de los emplazamientos geográficos más famosos de cuanta población ficticia nutre la historia de la literatura.


En “La hojarasca” encontramos, ante todo, un juego narrativo que hace de la primera persona del singular su principal razón de ser. A través de tres puntos de vista diferentes (a saber: un niño, su madre y su abuelo, padre de la anterior) se nos narra un instante suspendido en las mareas del tiempo: apenas unos minutos, los que se tarda en sacar un atáud desde la habitación del finado hasta las calles de Macondo, rumbo al cementerio para darle sepultura. En ese breve espacio temporal, las reflexiones y digresiones de los tres personajes irán entrelazándose para ofrecer una visión conjunta de la vida del fallecido y su influencia en el resto de personajes. No es un recurso estrictamente original (a la magdalena proustiana me remito), pero Gabo lo articula con suma inteligencia, manteniendo el misterio gracias a una adecuada dosificación de la información. Destaca poderosamente, también, la capacidad del escritor para plasmar esa congelación del tiempo en que la respiración de todo un pueblo parece detenerse, casi a la manera de una cámara lenta cinematográfica, consiguiendo una descripción vívida de Macondo, lugar de milagros y tragedias, amores y maleficios.


Pese a ser la primera novela publicada por García Márquez, encontramos ya en ella muchas de las características fundamentales de su prosa, inevitablemente presidida por ese realismo mágico que con acierto ha seguido cultivando a lo largo de los años. Y aunque posiblemente no sea una de sus obras más celebradas, dudo que, aún tomándola solamente como un punto de partida para todo lo que vino después, pudiese resultarme más estimulante.

6 comentarios:

Nemo dijo...

Nunca he comprendido la reputación de Eduardo Mendoza. Me lo han recomendado varias veces, lo he intentado otras tantas, y ni siquiera sus obras más famosas me han atrapado. Nunca he conseguido pasar de la mitad. Soy malo, lo sé. Con García Márquez me meto otro día.

Jero Piñeiro dijo...

Yo de Mendoza sólo he leído los dos títulos que menciono en el post, así que igual no manejo datos suficientes para evaluar correctamente su talento, pero comienzo a sospechar que su reputación proviene de su condición de best-seller autóctono: alguien que gusta mucho al público y que está bien visto desde el punto de vista de la industria (que, ya sabemos, barre siempre para casa). Me recuerda un poco al caso del corporativismo del cine español, que tiende a sobrevalorar sus propios esfuerzos de producción y que consigue que gran parte de la crítica le dé cera a algunas películas no ya por su calidad, sino porque es necesario que triunfen en taquilla para que nuestra industria no se hunda ("Alatriste", "Lope", "Ágora", etc.)

Ah, y ya es la segunda vez esta semana que tiras la piedra y escondes la mano, jejeje: primero con "Hicksville" y ahora con Gabo. ¿No ves que es mucho más interesante (para mí, al menos) debatir sobre lo que disentimos y no sobre aquello en que coincidimos? (dicho de buen rollo y sin acritud, ya sabes). Eres realmente malvado ;)

Ѕilυiα dijo...

"Sin noticias de Gurb" fue el primer libro que me quise comprar de forma voluntaria, me lo recomendó un amigo en 4º o 5º de EGB y mi madre me lo compró. Creo que a partir de ahí empecé a leer fuera de las cosas que me mandaban en el colegio.. Besos hermoso!

Jero Piñeiro dijo...

¿En 4º o 5º? Caray, puse en la entrada que lo había leído hace 10 o 12 años porque me parecía que habría salido por aquel entonces, pero tú y yo somos de la misma quinta y yo lo leí cuando era novedad así que... ¡madre mía, hace 17 años!

Acabo de sentirme ultra-viejo, pequeña. ¡Ultra! ;)

Ѕilυiα dijo...

Jero, ultra... es muy duro pensar: "hace 17 años que..." y en tu mente seguir pensando que fue hace "relativamente" poco ¿verdad? jajaja... Yo seguro que lo leí por esos años porque recuerdo perfectamente que estaba en mi primer colegio y lo dejé en 5º de EGB... ¡ayy viejico!

Anónimo dijo...

Hacía tiempo que no me pasaba por aquí y he decidido revisar las críticas literarias. Es verdad que Mendoza tiene dos facetas literarias, aunque nunca pierde su esencia. De su obra "más ligera", te recomiendo El tocador de señoras. Fue el primer libro que leí de él y me enganchó. Entre el resto, hay obras menores, entre ellas, el libro de Pomponio y otras que merece la pena dedicarles un ratillo.

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