“Una maniobra de nunca atracar,
un perfume de aromas orientales,
un desayuno con tamales,
un accidente previsto en los planes
del artista equilibrista,
del aragonés errante,
a punto de traspiés”.
(“El aragonés errante”, Enrique Bunbury)
No es casual que fuera a Oscar Wilde (uno de esos genios que la literatura nos regala muy de cuando en cuando) a quien Enrique Ortiz de Landázuri Izarduy sustrajera el palabro “bunburismos” (de su obra “La importancia de llamarse Ernesto”) para re-bautizarse y así instituirse como líder de la que fue una de las bandas de rock más importantes de la historia musical de España. Me refiero, of course, a Héroes del Silencio.
un perfume de aromas orientales,
un desayuno con tamales,
un accidente previsto en los planes
del artista equilibrista,
del aragonés errante,
a punto de traspiés”.
(“El aragonés errante”, Enrique Bunbury)
No es casual que fuera a Oscar Wilde (uno de esos genios que la literatura nos regala muy de cuando en cuando) a quien Enrique Ortiz de Landázuri Izarduy sustrajera el palabro “bunburismos” (de su obra “La importancia de llamarse Ernesto”) para re-bautizarse y así instituirse como líder de la que fue una de las bandas de rock más importantes de la historia musical de España. Me refiero, of course, a Héroes del Silencio.
De forma más o menos generalizada, el conjunto de melómanos españoles tiende a polarizarse de la forma más radical que uno pueda imaginar ante la banda de Zaragoza y la figura de Enrique Bunbury. O se aman o se odian, y rara vez alguien se queda en el “ni fu ni fa”.
Decía que no era casual la elección de Wilde como agua bautismal para Enrique, pues el comportamiento de esta estrella del rock patrio siempre me ha recordado un poco al Lord Henry de “El retrato de Dorian Gray”: la clase de persona que uno no quiere como amigo, y que encuentra incluso ligeramente desagradable en sus manifestaciones y modos de pensar, pero increíblemente divertida como personaje (en el sentido más amplio de la palabra). Supongo que el propio Enrique Ortiz conoce muy bien el punto en el que acaba su yo cotidiano y empieza Enrique Bunbury, ese ególatra pagado de sí mismo que fuerza su amaneramiento y su bizarro acento (ya de “ninguna parte”, como su último disco de estudio) hasta límites casi ridículos.
“Casi ridículo”: otra clave más para entender el “universo Bunbury”. Sus letras, pomposas, crípticas e incluso inconexas a veces, podrían caer en lo irrisorio si no tuvieran detrás al personaje interpretado por Enrique. “Ponte fuera del alcance del bostezo universal…”, escribe en “Deshacer el mundo”, un clásico de los Héroes. ¿Qué cojones significa eso? Quién sabe. Lo importante es que suena bien. Rimbombante, “casi ridículo”, pero acorde con la imagen épica, mística y algo torturada de los Héroes. Si lo cantaran Alejandro Sanz o Mikel Erentxun, nos partiríamos todos la caja con semejante idiotez (otras mayores habrán escrito), pero a Bunbury, igual que a Andrés “no me excita cagar con Yabrán” Calamaro o a Manu “sopita de camarón” Chao, se le permiten ciertas libertades creativas porque sabe mantener la coherencia entre autor y obra y porque, de hecho, ese estilo ha pasado de convertirse en un posible handicap a formar parte de lo que ya todos sus fans esperamos de él.
Y luego está la música, claro. La obra en sí. Supongo que aquí me puede la pasión, pero cuanto más escucho los discos de Bunbury, más me parece que va camino de convertirse en lo más parecido que tenemos en España a una auténtica personalidad/músico/compositor/estrella del mundo del rock al modo de Jim Morrison (las similitudes, incluso estéticas, no son pocas), David Bowie o Lou Reed, tipos que (quizás no ahora, pero sí en su momento) supieron hacer buenas canciones de esas que durarán para siempre, combinando letra y música en algo con estilo propio, perfectamente reconocible y diferenciable de todo lo demás, mucho más allá del éxito fácil que se viene abajo en la segunda o tercera escucha. Bunbury lleva compuesto, en sus más de 20 años de vida profesional, un buen puñado de temas que suenan hoy igual de bien que el día en que vieron la luz, y lo ha hecho siempre desde la versatilidad y el inconformismo, pasando por etapas mejores y peores (ahí está “Radical Sonora”, un álbum de corte electrónico que se queda descolgado en su discografía, pero que posee aún así estupendas canciones como “Big ban”, “El viento a favor” o “Alicia”), pero no cayendo nunca en lo fácil, en el hit obvio para salir del apuro. Quizás por eso no deje indiferente a nadie. O quizás sea porque cada vez que leo una entrevista suya, no puedo dejar de preguntarme si estamos ante un genio que se disfraza de capullo o un capullo que sabe exprimir al máximo su genio. O quizás ambas cosas sean lo mismo.
ACLARACIÓN: todo esto viene a cuento porque el diario El País comenzó hace unas semanas a acompañar su edición de los jueves con una colección de libro-discos de Héroes del Silencio y Enrique Bunbury. Conviene advertir que hacerse con esta edición no es, en algunos casos, un buen negocio para el comprador, pues algunos discos pueden encontrarse más baratos y ostensiblemente mejor editados en tiendas de música o grandes superficies. Sin ir más lejos, esta semana yo encontré el doble CD “El viaje a ninguna parte” a un precio bastante ajustado en la FNAC y no me lo pensé dos veces, antes de gastarme los 8’95 € de la edición de El País que dudo mucho incluya más que un sólo disco (lo mismo pasó con el libro-disco de “Nos sobran los motivos” de la colección Sabina/Serrat). “El viaje a ninguna parte”, por cierto, es un disco cojonudo, al que sólo se le puede achacar su naturaleza de doble LP (algo de lo que espero poder escribir algún otro día).
2 comentarios:
En cnierto modo coincido con tigo. Hace muy pocos días me entere de que el genio Marciano del que hablas en tu comentario hizo otra de sus genialidades. Creo que sabes que es un gran amante de la cultura y la sociedad mejicana, y estando alli, supongo que embusca de algo que para nosotros no es comprensible ( o eso me gustaria creer), empezo a currar para un circo de la forma más anónima , los componentes del espectáculo no sabian que el era una estrella del rock en españa y de algun que otro lugar más como la luna y les pidio un sitio en su espectáculo, asi que se fué con ellos a dar vueltas por todo Méjico (CABRONES)y una vez terminada la temporada Don Enrique Ortiz con otro giro copernicano les propuso a los componentes del circo que se fueran con el de gira, y asi añadio una grandísima puesta en escena para su disco PEQUEÑO CABARET AMBUALNTE. NO ES SIN DUDA UNA IDEA COJONUDA, NO SOMOS EL RESTO DE LOS AMANTES DE LA MÚSICA UNOS DESAGRADECÏDOS CON TODOS ESTOS GÉNIOS
Un saludito ito A todos todos
Nos vemos en compostela
Ésta no me la sabía, y aunque por un lado me deja de piedra (porque, demonios, menuda excentricidad, ¿no?), por el otro, conociendo a Bunbury, no me sorprende en absoluto. Cosas como ésta vienen a respaldar lo que decía sobre la coherencia autor/obra. Bunbury es un fulano que compuso "Flor de loto" después de sus viajes por Katmandú y Nueva Delhi; que (como bien dices) trabajó en un circo antes de hacer la gira de tintes circenses "Pequeño cabaret ambulante", etc. etc. Vamos, que exagera su pose desde un punto de vista estético, pero que tras esa pose hay mucho de experiencia vital real, y esa experiencia se nota (para bien) en su trabajo.
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