A medida que van saliendo los listados oficiales con las novedades que las editoriales van a publicar coincidiendo con el Saló del Comic de Barcelona (reubicado este año en la tercera semana de abril), mi sudor continúa refrigerándose y más y más matas de pelo se me quedan entre los dedos, mientras la taquicardia amenaza con arrastrarme definitivamente al otro barrio.
Está claro que las editoriales quieren llevar al desastre total al mercado nacional. No hay lector que pueda afrontar semejante avalancha, del mismo modo que no hay librero que pueda asumir semejante inversión económica en una misma semana.
Este año, además, será recordado como el del Saló “de lujo”, porque salen ediciones “de lujo”, “integrales” y “absolutes” (términos que quieren decir, todos ellos: recopilatorios en tapas duras y precio superior a 25 €) de prácticamente todo: Corto Maltés, Watchmen, Agujero Negro, Ronin, Top Ten, Malas Ventas, Freddy Lombard, Persépolis, Planetary, Contrato con Dios, Green Lantern/Green Arrow, Kingdom Come, The League of Extraordinary Gentlemen, El lama blanco…
A ello habrá que sumar la salida de todas las series mensuales habituales, más esos tomitos esporádicos de material de WildStorm (Ex Machina, Sleeper), Image (Invencible) o Vertigo (Y el último hombre, Los perdedores, American Virgin, Shade the Changing Man), y los imprescindibles nuevos álbumes de gente como Larcenet, Trondheim o Sfar, que aparecen a traición y todos al mismo tiempo.
Supongo que esto se debe a que los editores tienen del comprador de comics una imagen algo distorsionada: una especie de Amancio Ortega versión friki capaz de invertir en papel dibujado el P.I.B. de un pequeño país sudamericano.
Porque si no, no se entiende. Una locura, vamos. Una maldita locura.
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